Autor: Maestro Andreas

jueves, 24 de febrero de 2011

Capítulo XII

Mantuvieron el trote durante dos horas y el conde frenó el caballo, indicando a su esclavo que aminorase la marcha para darle resuello a las bestias y descanso al trasero del chico, que se resentía de las folladas que le había metido esa noche y también al alba antes de partir.

Guzmán no decía nada, pero llevaba el ojo del culo como un pimiento colorado y al poner al paso al caballo levantó las posaderas de la silla para ventilar un poco las nalgas. Le hubiera encantado ir desnudo para sentir el aire en el agujero, pero si bajaba las calzas le sería más incómodo ir sobre la montura sin poder descansar sentando a ratos en la silla. Aunque pudiera ser que al verle el culo, el conde quisiese follarlo otra vez. Lo cual no le desagradaba al chico, pero debía admitir que su ano no estaba para fiestas todavía. Nuño se dio cuenta de los movimientos del chaval y, aprovechando un claro cerca del río, le dijo que debían beber y dejar descansar a los animales.

Descabalgaron y el conde pidió el pellejo con agua para dar un trago largo y se lo pasó al chaval para que bebiese también. Guzmán agradeció la parada y se refrescó la boca despacio sin apurar el sorbo. El conde sacó un estilete de su jubón y se lo tendió al muchacho diciéndole: “Toma. Este puñal es para que lo lleves colgado de la cintura. Como ves, en el puño no lleva las armas de mi casa, pero es de oro y está adornado con gemas de gran valor. Esa inscripción es en lengua árabe y dice, defiéndeme o siega mi vida. Fue el regalo que me hizo un día ese Yusuf que al oír su nombre te ha puesto celoso. Eramos muy jóvenes, como tú ahora, y nos amamos sin maliciar que nos espiaban. Y eso le costó la vida.

Cayó muerto mientras lo preñaba sentado en mi verga y desde entonces mi alma no tuvo consuelo hasta que vi tus ojos negros como los suyos. Bueno, no iguales, porque los que me miran ahora son más bellos y profundos y me han cautivado sin remedio. Guzmán me has devuelto la paz y te quiero por ello y por ese misterio que esconden tu figura y tu rostro. Y me atraes como nunca lo ha logrado ningún otro ser”.
حمايتي أو حياتي القص
Guzmán cogió el arma y se fijó en los signos que no entendía, pero que ya sabía lo que significaban, y le dio las gracias al conde por su regalo y por el amor que le daba a cambio de casi nada. Y Nuño le corrigió afirmando que él le estaba dando mucho más de lo que imaginaba, pues le entregaba su vida y su alma sin límite ni reserva alguna. El conde apretó la mano del crío y le declaró el amor que despertaba en su corazón. El zagal se sonrojó, pero respondió que él también sentía algo nuevo en su pecho y su cabeza no pensaba más que en estar abrazado a su señor. Los dos jóvenes empezaban a amarse sin medida y con la generosidad propia de una pasión sin prejuicios.

Cuatro encapuchados rondaban en torno suyo y tan ensimismados estaban que no se dieron cuenta que los acechaban tras unos matorrales. Los apostados observaban sus movimientos y parecía que esperaban el momento apropiado para saltar contra ellos y atacarlos por sorpresa. Pero el nerviosismo del alazán alertó al conde y llevándose el índice a los labios le ordenó silencio al chico. Y en voz muy baja le dijo: “No te muevas y disimula como que no hemos oído ni presentido nada. Dejemos que se confíen y que la suerte nos acompañe”. Nuño, apoyando la diestra en su daga, calibró la distancia hasta alcanzar la espada que llevaba en su montura y el chaval imitó su gesto aferrando el estilete con fuerza.

Y surgieron como por encanto dos figuras que saltaron sobre ellos. Pero esos ya no los sorprendían desarmados y el conde se revolvió como un tigre, rodando por el suelo e incorporándose de un salto para hacer frente al enemigo. Esa estratagema hizo que el atacante fallara el golpe mortal que esperaba asentarle a Nuño por la espalda y éste, como un rayo, se precipitó sobre él y le clavó la hoja del arma en el corazón.

Guzmán no se había arredrado y se zafó del ataque del contrario esquivándolo hacia un lado y al caer el otro delante suya lo remato por la espalda. Los otros dos salieron de entre el ramaje, pero al conde ya le había dado tiempo de alcanzar la espada colgada de la montura de su caballo y era él quien los atacaba. Y solo uno le hizo frente, mientras que el otro encapuchado corría hacia un caballo para salir como un gato escaldado a galope tendido.

Y ahí intervino de nuevo Guzmán, que como un gato montés saltó sobre su caballo y lo arrancó al galope tras el fugitivo, sin apoyarse en los estribos ni asir las bridas. Y tensó el arco disparando una certera flecha que atravesó al cobarde agresor abatiéndolo como un corzo en pleno salto.

Nuño dio cuenta de su oponente sin problemas, pero no lo remató de una estocada para averiguar quien los mandaba contra él. Y aunque en principio el felón se negaba a hablar, el conde, tras cortarle una oreja de cuajo y amenazarle con hacer otro tanto con sus cojones y la polla, le desató la lengua y cantó a quien servían. Se trataba de vulgares salteadores de caminos y no de mercenarios a sueldo del marqués como sospechó en un principio. Y eso no le libró al puto cabrón de morir allí mismo degollado por la mano del conde.

El saldo había sido favorable para los dos jóvenes y Nuño se admiró de la destreza de Guzmán manejando el arco a todo galope y su agilidad para escurrir el bulto y zafarse de un golpe que le hubiese costado la vida. El chico no pudo evitar lanzarse hacía el conde y abrazarse a su cuello estallando en lágrimas por la tensión de la refriega. Nuño lo abrazó también y le besó la cabeza, pero le dijo: “Vamos, muchacho!. Te defiendes como un jabato y ahora lloras como un niño asustado?..... Estoy orgulloso de ti y lo bien que has sabido usar el regalo que acababa de hacerte. Entiendes ahora su leyenda?”.

Guzmán entre hipos y sollozos contestó: “Sí, mi señor. Pero nunca había matado a un hombre. Me tiemblan las manos al pensarlo y sólo lo justifico por que creí peligrar vuestra vida y la mía. Y por eso mis nervios se han desatado en lágrimas. Me moriría si os perdiese. Y os juro que si algo fatal os ocurre, me quitaré la vida con este puñal que me habéis dado hoy. Siempre lo llevaré conmigo, mi amo”. El conde lo estrechó con toda su fuerza y le respondió: “Ten por seguro que si te sucede a ti algo funesto, será porque yo ya estaré muerto..... Pero nada nos pasará si permanecemos juntos para defender nuestras vidas de cualquier enemigo. Además para haberte estrenado como matarife lo has hecho estupendamente. No crees?”. Guzmán apretó la cara contra el pecho del conde y contestó: “No sé muy bien lo que hice, señor. Cuando rematé al primero fue como si lo hiciese con una alimaña. Y al segundo lo cacé como si en lugar de un ser humano fuese un corzo que huía mal herido y era necesario matarlo. Pero ahora soy consciente de que no eran animales sino hombres y eso me pesa, mi señor”. Nuño le levantó el rostro y mirándolo fijamente le dijo: “Has defendido tu vida y la mía y no tienes por qué estar apesadumbrado. Ellos nos hubiesen matado a nosotros tan sólo por robarnos lo poco que llevamos encima. Eres un valiente mi querido muchacho...... Vamos...... Refresquémonos en ese río para proseguir el viaje y agudicemos los sentidos para evitar más sobresaltos. Ahora nos ha librado mi caballo y debemos estarle agradecidos”. “Sí, mi señor. No descuidaré la guardia otra vez”, afirmó el mancebo.

El conde sonrió ante el arrojo del zagal y le aseguró que el primero que estaría alerta sería él, que debía protegerlo de cualquier peligro ya que era de su propiedad.

Y llevándolo agarrado por encima de los hombros se dirigieron despacio a la orilla del río sujetando a los caballos por las riendas.

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