Aquella noche se le hizo interminable al conde. Apenas durmió preocupado por el mancebo, que no paraba de quejarse y cualquier postura le suponía un martirio para sus carnes laceradas. Tampoco lograba quedarse dormido el chaval y Nuño, considerando que lo mejor era que descansase y recuperase las fuerzas con el sueño, le administró un somnífero recomendado por Omar y el crío quedó tranquilo y el rostro se le fue relajando a medida que pasaba el tiempo. Pero Nuño permaneció en vela casi toda la noche, al lado del lecho de Guzmán, lamentándose del arrebato de cólera que le indujo a arrearle en el culo al muchacho con tanta mala leche. Aunque se justificaba de haberlo hecho de ese modo, porque no era de recibo que un mocoso se tomase esas libertades en contra de su criterio. O lo que era peor, a sus espaldas escapando como un furtivo.
Y no contento con eso, se exhibió desnudo ante un macho, cuya fama de follador le precedía, y se atrevió a burlarse de todo un príncipe que manda sobre cientos de hombres bravos y aguerridos, seguramente pavoneándose para sus adentros de haberlo vencido por el ingenio en lugar de recurrir a la fuerza. A qué más pudo osar el muy atrevido!, se decía el conde mirando al crío con ganas de comérselo a besos, reconociendo muy a su pesar que era más listo que un ajo.
Aunque lo gracioso es que Omar no estaba ofendido ni enfadado con el pimpollo que le tomara el pelo. Al contrario. Al hablarle sobre el asunto y contarle todo lo sucedido, mostraba un íntimo orgullo por la inteligencia del chico y como supo engañarlo hasta ponerlo en el disparadero, picando primero su vanidad de macho taladra culos, logrando vaciarle los huevos, y rematándolo con un juego de ajedrez, reconociendo que cometió el error de infravalorar al chico y tuvo su merecido perdiendo como un primo.
Nuño, cuando Omar se lo contaba, se reía por dentro y recordaba las partidas que Guzmán echaba con Doña Sol, que era la mujer más lista que había conocido hasta entonces y siempre ganaba, pero eso no quitaba la gravedad de la falta cometida por el chaval y creía tener suficiente razón y motivos para darle semejante paliza. Quizás se había pasado un poco, mas así sería más improbable que Guzmán la olvidase y volviese a cometer otra hazaña de la misma naturaleza.
Antes del amanecer dio alguna cabezada sentado en un sillón de madera, en el que le habían puesto unos cojines para que no resultase tan duro e incómodo, pero nada más salir el sol se despertó como si un resorte lo expulsase del asiento. Se acercó al chico para ver como estaba y se quedó tranquilo al verlo dormido todavía. Así, con los ojos cerrados y una media sonrisa de niño bueno, daban ganas de rezarle como si fuese un ángel. Y, sin embargo, en qué berenjenales podía meterlo su intrepidez y poco sentido del peligro al muy insensato!. Nuño lo veía y se daba cuenta que cada minuto que pasaba con el chaval, valían toda una vida con cualquier otra persona de su entrono o de cualquier otra parte del mundo. Sólo Doña Sol estaba consiguiendo despertar por ella, en gran parte gracias al chico, un sentimiento nuevo superior al de la simple amistad a mero afecto.
Ya estaba despejado y no podría volver a dormirse ni dándose con un garrote en la cabeza, así que dejó entrar a los eunucos y sin mediar palabra les ordenó que se desnudasen y le mandó a Hassam que se postrase de rodillas para mamarle la verga y después que le comiese el culo al otro porque se lo iba a follar. Nada mejor que el sexo para olvidar un rato los problemas, aunque después regresen a al cabeza con más virulencia.
“Y ahora lavarme y vestirme”, les dijo a los dos castrados sin darle tiempo a Abdul a terminar de limpiarse la leche que le salía por el culo, pero que obedecieron rápidos como centellas no fuese a que les pusiese el culo la mitad de reventado que a su hermoso amo el príncipe Muhammad. Los críos también miraron como se encontraba el mancebo y después de atender al conde se dieron prisa en preparar lo necesario para hacerle la cura al muchacho convaleciente por la somanta propinada por su señor el conde.
No tardó en aparecer Froilán que venía a interesarse por el estado del chico, puesto que aún ignorando que Nuño le iba a calentar las posaderas, no hacía falta ser muy avispado para sospechar que se las pondría como un rescoldo de brasas al quedarse solos en el aposento. El primo de la reina conocía a Nuño lo suficiente como para saber como respiraba respecto a ciertos asuntos. Y uno era los métodos que utilizaba para meter en cintura a un crío desobediente. Y reconocía que el mismo también le hubiese zurrado la badana si fuese su amado. Porque con su salida de madre les hizo padecer a todos las penas del infierno. Y hasta Aldalahá, que justificaba todo lo que se le ocurría el mozo, lo hubiese puesto sobre sus rodillas para dejarle el pandero caliente.
Les llamó la atención los rumores crecientes y ruidos que oían en la guarida de Omar y salieron del aposento para enterarse que sucedía. Había agitación entre los servidores y esclavos, como si fuese a haber un acontecimiento importante, y el conde y Don Froilán, camino del salón principal, se encontraron con Aldalahá que les puso al corriente de lo que pasaba. O mejor dicho, de lo que iba a pasar antes del medio día.
Y a esa hora, se oyó un alarido que rasgó el aire y quebró las piedras y un rato más tarde otro volvió a erizar el vello de todos los hombres e invitados del príncipe Omar. Todos menos Guzmán presenciaban el empalamiento de los dos cretinos que pretendieron darle por el culo a dos de los muchachos que iban en el séquito de la delegación del rey de Castilla. Y ahora, cumpliendo la ley no escrita del príncipe proscrito, una vez que dos fuertes guerreros les perforaron el ano con sus pollas delante del resto de la tropa, otros hombres de Omar les metían por el recto una estaca hasta sacársela por la boca, empalándolos como escarmiento por su sucia lujuria.
La muerte fue horrorosa, pero un corto estertor aullando de dolor como lobos quemados vivos bastó para acabar su sufrimiento.
Omar lucía galas propias de su dignidad, al igual que Asir, que a la derecha del príncipe, su sonrisa y el fulgor de sus pupilas denotaban que había disfrutado una noche memorable. Todo lo contrario de Ali, que al lado izquierdo de su señor, miraba al suelo para no delatar la tristeza de las suyas, al fin de cuentas, aún siendo el favorito de Omar, sólo era un esclavo sexual y el otro, además de noble, el amor de su amo.
Nuño asistía también a la ejecución con los otros dos señores, él y Aldalahá impertérritos y Froilán sentía ganas de vomitar mirando con terror tal espectáculo sangriento. Lógicamente Guzmán no estaba para muchos trotes y permanecía acostado con el culo para arriba al cuidado de sus dos eunucos, que no cesaban de hacerle provechosas curas para que no le quedasen marcas de la lengüeta del látigo y refrescarle las nalgas como mejor podían, aplicándole hasta compresas de nieve traída de la sierra granadina. El conde se las había dejado hechas un poema en colores del violeta al morado intenso y hasta un soplido en ellas le resultaba insufrible.
Menudo panorama para viajar a Granada presentaba el culo del mancebo!. Cabalgar le era imposible y aún tumbado en un carro los traqueteos y saltos del camino, plagado de guijarros y piedras más que suficientes para hacérselas pasar putas, aconsejaban tomarse el asunto con bastante calma. Sin embargo el conde no estaba por la labor de retrasar más la salida, si bien tampoco tenía demasiados ganas de volver a Sevilla, ya que podía suponer la separación definitiva de Guzmán.
Y en esa controversia andaba el conde, cambiando puntos de vista con sus dos amigos y el propio príncipe Omar y su amante el noble Asir, cuando tendría lugar otro pérfido acontecimiento. A plena luz del día, estando los señores todavía en el exterior de la gruta de Omar, una silbante saeta se disparó desde alguna parte incontrolada y dirigida a un blanco muy concreto. Al pecho del conde de Alguízar.
Quién osaba atentar contra un invitado del príncipe?. Sólo un loco o un desesperado.
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