Autor: Maestro Andreas

viernes, 8 de julio de 2011

Capítulo LVII

Todas las miradas se alzaron buscando primero la trayectoria y luego la procedencia del disparo, pero sólo dedujeron que venía desde un punto impreciso y el arquero seguramente se ocultaba tras unas rocas a algo más de un tiro de piedra. Omar, furioso, ordenó la caza del vil asesino y varios de sus hombres cercaron la zona dispuestos a rastrearla hasta dar con el solapado cabrón.

Aldalahá y Froilán se apresuraron a atender al conde, ayudando a levantarse del suelo a Asir, que ágil como una pantera adivinó por el silbido cual era el destino de la flecha y se abalanzó sobre Nuño derribándolo al suelo. Pero no pudo evitar que le alcanzasen en el hombro izquierdo, justo encima del pecho. El conde todavía con la saeta clavada en su carne, quiso levantarse pero le fallaron las piernas. Estaba perdiendo sangre y era preciso romper el asta y extraer la punta de hierros cuanto antes, cortando la hemorragia y evitando una infección en la herida.

Asir corrió para traer a un médico, que era experto en ese tipo de lesiones, y Omar tomó el mando de la persecución del rastrero autor de la felonía que casi acaba con la vida del conde feroz. Don Froilán era partidario de sajar la carne y quemar la llaga con la hoja de un puñal incandescente, pero el médico, ducho en los protocolos de la medicina árabe y oriental, sin olvidar la egipcia, además de la clásica propia de la antigua Grecia, le disuadió de tal cosa y procedió con mucho cuidado a desclavar del cuerpo de Nuño el punta de flecha y taponando la herida con rozos de tela muy fino, casi trasparente, que parecían gasas, aplicó sobre la carne lastimada un emplasto de musgo y otras hierbas curativos que evitasen la inflamación y la putrefacción de los tejidos, para terminar inmovilizando el hombro del conde sujetándolo con vendas muy apretadas.
El primo de la reina no estaba muy convencido del remedio, pero Aldalahá disipó sus dudas y le dijo que les regalaría a él y al conde sendos libros sobre medicina, además de recetarios para elaborar remedios curativos, sin necesidad de recurrir a prácticas tan drásticas y tremendas como quemarle la carne a un hombre como si fuesen a marcarlo como a una res. Peor, puesto que a los esclavos se les podía marcar a fuego, pero no se les ocasionaba tanto dolor y secuelas posteriores como cuando a un guerrero le abrasaban una llaga para intentar curársela. Los métodos usados en los reinos mayoritariamente cristianos, en cuanto a religión y conocimientos, eran un tanto bárbaros a juicio de aquellos otros donde se cultivaban las ciencias de otras culturas más antiguas traídas a la península por los árabes.

Cuando Guzmán vio llegar al conde a su aposento, sostenido por sus dos amigos, creyó desfallecer del susto. Qué le habían hecho a su amante sin estar él a su lado para defenderlo!. Así se lo dijo a Nuño y éste, aún reconociendo íntimamente que por dos veces le había salvado el pellejo, respondió: “Ni siquiera una paliza de antología ha bastado para refrenar tu impertinencia?. Serás jodido!. Es que ahora va a resultar que si tú no estas conmigo corro todo tipo de peligros y riesgos?. Y hasta puede que tengas razón por esta vez. Pero jamás estaré dispuesto a admitirlo fuera de estos muros de piedra. No ha sido nada y no sufras por mí que estoy vivo y coleando. Sobre todo la lombriz que llevo colgada entre las piernas, que con sólo verte ya se agita y se pone tiesa. Hazme un sitio a tu lado que ahora estamos los dos iguales de fastidiados. Tú en el culo y yo en un brazo. Menos mal que no es el derecho y aún puedo darte un soplamocos como te pases diciendo bobadas. Aparta el culo hacia un lado que voy a tumbarme pegado a ti para sobarte con la mano del brazo todavía sano”. Guzmán le dejó el sitio justo, para tenerlo más cerca y olerlo pegado a su nariz, y se movió hacia Nuño con la intención de apoyar el pecho en el del conde y alcanzar su boca con más facilidad. Y le preguntó a su amante: “Me lo vas a contar sin ocultarme nada?. Aunque supongo que es obra del marqués. Ese hombre se ha empeñado en matarnos, pero no lo conseguirá. El asesino tuvo mala puntería o pudiste esquivar la flecha?”.
“Nuño, más calmado, le respondió: “Esta vez me libre por los pelos. Y si no llega a ser por Asir no la cuento. Ese muchacho es muy rápido y me tiró al suelo, pero me alcanzó el puto mercenario en este hombro. Pronto estaré bien y nos iremos a Granada. Y te libras de pasarlas negras si nos fuésemos esta tarde como pensaba. Ahora descansaremos los dos. Sabes que me apetece darte por el culo?. Pero no creo que tus nalgas resistan un asalto. Nos besaremos y sobaremos sino podemos hacer otra cosa. Te duele todavía?”. “Sí. Pero me lo merecía por tonto. Si llegas a morir te seguiría en cuanto lo supiese. Toda mi vida eres tú, mi amo. Y si quieres follarme, me sentaré encima de tu verga y me moveré con ella dentro hasta que te exprima toda la leche”, contestó Guzmán, pidiéndole a los eunucos que le ayudasen a subirse encima del vientre de Nuño para meterse su polla por el ano y darle el placer que su amo deseaba.
Y volvieron a besarse después del polvo, pero entonces entró en el aposento Aldalahá con Omar y Froilán, para interesarse por el estado de ambos convalecientes, y el conde no sólo les agradeció la visita sino que, dirigiéndose a Omar, dijo: “Príncipe, estoy en deuda con vos y con Asir. Cuidaos del marqués porque también busca vuestra ruina”. Omar miró a sus acompañantes y respondió: “Ese hijo de perra ya no tiene dientes conque morder. Al cazar a vuestro agresor, también dimos con él y tuve que matarlo, pero antes le corté la lengua y le quité los dientes a golpes por traidor e infame. Ahora yace hecho pedazos al fondo de un despeñadero para pasto de las alimañas y los carroñeros. Ya no tenemos enemigo que procure nuestra muerte, conde. Podéis dormir tranquilo y gozar de la buena compañía que comparte vuestro lecho.... Alteza, espero que en breve os recuperéis para proseguir viaje cómodamente. Ordenaré que os sirvan aquí lo que se os antoje. Y si necesitáis más esclavos sólo pedidlos”.

Ya iban a abandonar la cámara y Froilán le comentó al conde lo que había dicho el marqués sobre los soldados del rey de Granada que vendrían a rescatarlos. Y consideraron que lo más prudente era que él y Omar se adelantasen para interceptarlos e ir a Granada con ellos, donde esperarían la llegada de Nuño y Guzmán, en cuanto se repusiesen algo más de sus dolores. Y dejaron otra vez solos con sus eunucos al conde y su mancebo.

“Vaya!. Está visto que me tienen que sacar las castañas del fuego tus amigos. Y para colmo, tu príncipe”, exclamó el conde, pero Guzmán protestó: “Mi amo, yo no tengo ni rey, ni príncipes, ni otro dueño que no seas tú. No soy más que tu sombra y tu deseo. Y mi único fin es servirte. El resto no es para mí ni quiero tener más honor que ser el esclavo de mi amo. No permitas que me alejen de ti, pues no lo acepto ni viviré sin tus besos y tu amor”.
Nuño quiso abrazarlo pero se resintió de su herida y se quejó maldiciendo la hora en que le habían pinchado un ala como a un gorrión.

Más tarde, el conde se enteraría de como había sido la muerte del marqués. Ya capturado el arquero y obligado a confesar quien le ordenara la muerte de Nuño, dijo que servía al marqués de Asuerto. Y nada más darle muerte, apareció en escena el susodicho aristócrata con una caterva de hombres a caballo, pretendiendo seguir mintiendo acerca de sus planes y su simulada alianza con Omar. Se atrevió a decir que venía de Granada y había logrado engañar al rey Mohamed para que le enviase a él como avanzadilla con el fin de localizar el refugio de Omar y rescatar luego al conde y sus compañeros, por lo que los soldados del rey nazarí se retrasarían unos días aún y de momento no acudirían en defensa de Nuño ni el doncel. Con lo que el príncipe podía estar tranquilo por haber secuestrado a la joven puta del conde, ese que osan decir que es un príncipe almohade. Omar torció el gesto al oír los insultos dedicados a Guzmán, pero se mordió la lengua para no explotar antes de tiempo. El príncipe ya había ordenado a su lugarteniente que apostase hombres estratégicamente, previendo ya la visita del traidor, y en cuanto el marqués soltó todo su veneno, Omar le increpó llamándole falaz cochino traidor y el marqués, al verse descubierto, cometió la torpeza de pretender un ataque contra el príncipe, al que sólo acompañaban no más de veinte guerreros.
Asir dio la señal y una nube de flechas poblaron el cielo abatiendo a más de la mitad de los rufianes del marqués. Y Omar cargó contra el resto acabando con todos en una encarnizada lucha y pasándolos a cuchillo aún después de muertos. Al marqués lo cogió vivo, pero no le perdonó la vida mucho tiempo. Lo colgó por los pies de un poste y le cortó la lengua ladina, rompiéndole los dientes a golpes de maza. Y con el vientre rajado desde el pene al ombligo lo arrojó contra las piedras desde lo alto de una cortada. Y ese fue el fin del felón que odiaba al conde feroz y deseaba su muerte y la de su mancebo.
En pocos días, Nuño partiría a Granada tan sólo con dos eunucos y cuatro imesebelen, dado que los otros dos señores ya se habían marchado con otros cuatro guerreros negros y los muchachos supervivientes de la delegación del rey de Castilla.

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