Autor: Maestro Andreas

sábado, 2 de julio de 2011

Capítulo LV

Se les veía relajados, limpios, perfumados y vestidos con holgadas túnicas de tela fina en colores claros, sin otro adorno que el bordado en hilo en cada borde de la abertura delantera que dejaba al aire los pechos de todos ellos. Era una sugestiva visión ver los torsos de aquellos hombres jóvenes y bien constituidos, unos con la piel más oscura y alguno con vello sobre el pecho y un camino que iba a un bosquecillo en la parte inferior del pubis, anunciando un enérgico sexo que a veces apuntaba maneras asomando el glande por encima del ombligo.

Nuño estaba reclinado al lado de Omar y cada uno de ellos tenía apoyado en un muslo la cabeza de un muchacho más joven y hermoso como un efebo griego. En el de Nuño estaba la de Guzmán y sobre el de Omar era Ali quien se derretía con las caricias que su amo le hacía en el cabello. Y al otro lado de Omar, Asir reclinaba la cabeza en su hombro y miraba al esclavo favorito de su amante, sin rencor pero sin ninguna ternura hacia él.
Cerca de ellos, Froilán besaba a Ruper, sobándole el culo que lo mostraba desnudo al resto al levantarle su amante la túnica por detrás, y Aldalahá se dejaba acariciar por dos esclavos del príncipe destinados a atender a invitados con gustos refinados como los del anfitrión. Hassam y Abdul se mantenían casi pegados a sus amos, por si éstos necesitaban de sus servicios, y varios sirvientes atendían a los invitados del príncipe ofreciéndoles viandas muy elaboradas, dulces y frutos, sin vino, pero con diferentes infusiones y exquisitas bebidas refrescantes.

Omar hablaba con Nuño de cosas trascendentes a veces y en ocasiones solamente de banalidades, pero con una amable sonrisa y el acento propio de la amistad y comprensión entre ellos. Y aprovechando un receso para probar unos pastelillos de miel y almendra, muy ricos, el príncipe le preguntó al conde: “Señor, imagino el mal trago que habréis pasado al saber que vuestro amado había venido a verme. Supongo también que habréis pensado lo peor. Pero os aseguro que esa joya, cuyo pelo tenéis entre los dedos, ha sabido manejarme como jamás nadie lo ha conseguido. No os niego que mi intención era poseerlo a cualquier precio, puesto que ya me habían hablado de su belleza, pero, al verlo, la fuerza de su mirada me venció y fue dominándome como a un manso cordero. Ese muchacho puede ser más poderoso que todo un ejército. Y la prueba es evidente tan sólo con vernos sentados amigablemente como si fuésemos amigos desde siempre. De todos modos entiendo vuestros sentimientos, porque si hubiese sido Asir quien hiciese algo parecido, creo que no lo soportaría”. Omar besó a su amante en la boca y este le sujetó la mano conque acariciaba el cabello de Ali.

Y Nuño le dijo: “Mi enfado con este puto atrevido no es tanto por lo que vos le pudieseis haber hecho, sino por el dolor que me causó saber que estaba en peligro y no podía salvarlo a tiempo. La idea de su pérdida me trastornó, como me quita el sueño pensar que al volver a Sevilla su vida y la mía no podrán seguir el mismo camino. Su condición de príncipe lo llevará a un casamiento con una princesa extranjera y eso significa que se irá a un lejano reino. Y por su inconsciente valor, sin tener en cuenta a quien le quiere, he de castigarlo como se merece, aunque me duela hacerlo”. El conde apretó los dedos jalándole del pelo a Guzmán, que se quejó del tirón que le daba su amante, y Nuño añadió: “Vos como castigaríais a vuestro amado por algo parecido?”. Omar apretó con mucha fuerza la mano de Asir y respondió: “El sabe bien lo que le haría. Y en la cámara que mandé preparar para vos, hallaréis lo necesario para darle un escarmiento a vuestro amado. Nadie os molestará ni acudirá para molestaros. Y también encontraréis lo más conveniente para paliar y remediar los efectos físicos del castigo. Pero a mi no me temblaría la mano, conde. El dolor por un ser amado es excesivamente grande para perdonarle un desatino aunque no haya tenido consecuencias nocivas”. “No me temblará, príncipe. Y sé que sufriré tanto o más que él, pero lo haré”.

Guzmán no quería ni levantar la cabeza para no enfrentarse con la mirad de Nuño y aunque seguía tirándole del pelo no rechistó. Buscó con su boca el miembro del conde para besarlo, pero Nuño se lo impidió tirando más fuerte y ahora si chilló el mancebo. Las manos del crío se crisparon encima de la túnica del conde y se ladeó más ocultando el vientre para no dejar en evidencia que estaba totalmente empalmado. Saberse en manos de su macho lo excitaba, a pesar que sospechaba que esa noche lo pasaría muy mal por más que recurriese a sus encantos para impedir un merecido castigo, que le asustaba tanto como quizás deseaba sufrirlo por amor a su amo.

Y fueron desfilando a sus respectivos aposentos, primero Aldalahá con los solícitos esclavos que ya le habían puesto la polla durísima, luego le tocó el turno a Froilán, casi llevándose puesto a Ruper en la verga, y Omar y el conde decidieron retirase al mismo tiempo, pero Omar aún llevándose a cuatro de sus esclavos y yendo del bracete de Ali, esa noche dormiría solamente con su amado Asir. El príncipe necesitaba empaparse del sudor y de los jugos de se amado para mantener presente que era él por quien latía su corazón.
El conde entró en el aposento que le había reservado y tras él iba Guzmán feliz pero tembloroso sin saber bien que le esperaba, pero pronto se disiparon sus dudas y supo cual era el castigo que recibiría por su insensata aventura. Casi en el centro de la estancia, se veía un artefacto de madera, parecido a un banco, pero más alto que los destinados a servir de asiento, que en un extremo terminaba en un cepo para sujetar el cuello y las muñecas de un condenado a la pena de azotes. Nuño tumbó boca abajo al crío sobre el soporte de tablas y desgarró la túnica por la espalda hasta dejarlo desnudo. Y al lado de ese potro, colgaba un látigo con mango de plata labrada del que salía una lengüeta de cuero de cuatro dedos de ancho y tres cuartas de largo, atemorizando al chico que de repente le entraron unas irresistibles ganas de mear.

Guzmán suplicó que le dejase orinar antes de apresarlo con el cepo y separarle las piernas para atarlas por los tobillos con correas de cuero, pero el conde, implacable, le dijo: “Méate encima si no puedes controlar tu miedo. Demuestra lo valiente que eres y asume las consecuencias de tus actos”. Y ya no dijo nada más. En cuanto terminó de amarrar bien el crío, empuñó el azotador y resonó en la bóveda el primer golpe sobre la carne del chaval, dejando un rastro silbante en el aire. Guzmán no quiso gritar ni gemir por el ardiente dolor que laceró sus nalgas, pero las lágrimas ya asomaban a sus ojos por el castigo y el remordimiento por infringirle tal sufrimiento a su dueño y señor. Hassam y Abdul estaban sentados a la puerta del aposento y desde el primer azote que oyeron se abrazaron para llorar en silencio y tragándose los mocos de pena y lástima por el dolor de su amado príncipe Muhammad.

Fue de tal naturaleza y ensañamiento la flagelación de Guzmán, que con pocos lametazos de la correa, su piel saltaba despegándose de la carne roja y entumecida de tanta quemazón como sentían los glúteos del chaval. Pero al conde no le bastaba con eso y apretó el ritmo y la fuerza conque descargaba el látigo sobre el trasero de su amado. Y sordo a los quejidos y súplicas de Guzmán continuó zurrándole con toda su alma hasta que no le dejó ni una brizna de piel en el culo. Ya estaba en carne viva y la sangre salía de las brechas producidas en la carne, cubriendo de rojo las nalgas y notando tanta quemazón en ellas que el chico casi pierde la consciencia.
El conde soltó la fusta de Omar y levantó la cabeza de Guzmán para verle el rostro lleno de lágrimas, mocos y babeando por la boca como un toro herido. El chico con los ojos vidriosos y medio cerrados por le agudo dolor, balbuceó suplicante que le perdonase y se apiadase de él. Y Nuño no le habló ni le beso, sino que se colocó detrás del chico y dejó caer el peso de su cuerpo sobre su espalda para darle por el culo, apretando bien su cuerpo contra la carne macerada y sanguinolenta del mancebo. Los chillidos debieron oírse hasta en Granada, pero Nuño siguió montado sobre Guzmán hasta que lo llenó de leche dos veces seguidas. Y el crío se desmayó al correrse sólo una vez con la primera descarga del conde.
Entonces Nuño abrió la puerta y dejó pasar a los eunucos, hechos un mar de llanto, y les ordenó que atendiesen a Guzmán y le pusiesen apósitos en el culo con ungüentos suavizantes y árnica. Y sobre todo que le limpiasen bien la sangre y arrancasen los restos de piel para que volviese a salirle otra nueva y limpia que nadie hubiese tocado antes. Guzmán tardó en recuperar el sentido y volver a estar entre los vivos. Y, al hacerlo, lo primero que vio fue a su amante que vigilaba su estado.
Y nada más abrir los ojos a la luz, lo besó en la boca diciéndole que lo amaba hasta perder la razón por tenerlo a su lado.

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