Autor: Maestro Andreas

lunes, 11 de julio de 2011

Capítulo LVIII

Omar dio un banquete sin precedentes para despedir a Don Froilán y Aldalahá, al que asistieron también el conde y Guzmán, que casi podía sentarse, y todos festejaron la amistad sincera surgida entre ellos. Asir no dejaba de juguetear con su amado, ni le daba muchas ocasiones al favorito Ali para hacerle arrumacos a Omar. Se notaba que quizás ante la pasión de Nuño y el primo de la reina por sus amados, él también quería recuperar el protagonismo en el lugar que nunca abandonara en el corazón y el lecho del príncipe.

Aldalahá seguía gozando del cuerpo privilegiado de dos esclavos, que parecían ricos bollos amasados con trigo y centeno, de ahí el color de su piel después de horneada, pero aunque estaba muy entretenido, le advirtió a Froilán que dejase respirar un poco el culo de Ruper, porque al chiquillo le costaba juntar las piernas y al andar perdía su natural apostura. Froilán reconoció que estaba prendido del muchacho y más de sus preciosas nalgas, que parecían dos jugosas manzanas de carne dura y crujiente, y no podía evitar querer darle por el culo a todas horas.
El crío andaba irritado, lógicamente, pero le había entrado tal vicio por el nabo de su amante, que aún pasándolas jodidas al metérsela, se bajaba las calzas o levantaba la túnica y se doblaba, separándose las cachas con sus manos, para que Froilán le entrase a saco en cualquier sitio. Y durante esa fiesta, el salido Froilán se la metió un par de veces sentándolo en su regazo. Terminaba con la cabeza del capullo como una berenjena de morada de tanto rozarla dentro del crío, pero no se la había sacado todavía y ya estaba pensando en metérsela otra vez.
Guzmán escuchaba el aliento de Nuño en su nuca y el ronroneo de la lengua buscando el lóbulo de una de sus orejas para hacerle cosquillas. Y su pene manchaba las ricas ropas del príncipe porque se deshacía de gusto sabiendo que su amante lo deseaba. Se le erizaba el escaso e imperceptible vello que descendía por la parte posterior de su cuello y sentía escalofríos por el centro de la columna como si estuviese a la intemperie en una noche de frío invierno. Y, sin embargo, por dentro el calor lo sofocaba y sentía sudores entre las piernas que pasaban por el ano e iban por la raja del culo hasta encontrarse con un temblor en la base de la espalda. Guzmán estaba cachondo como una perra y necesitaba que la montase el macho hasta dejarla espatarrada y con el coño echando humo.
Era asombroso ver a unos hombres que mataban por instinto como fieras salvajes y odiaban y amaban con idéntica pasión, sangrando sentimientos y derramando lágrimas, acariciarse con una ternura propia de seres inmateriales. Eran hombres todavía jóvenes, pero curtidos en la lucha por la supervivencia en medio de un mundo hostil que los arrastraba implacable a una muerte prematura al menor descuido. Y, por eso, apuraban el vaso del placer y agotaban sus energías en un ansia insaciable de felicidad. En aquellos días que permanecieron con Omar y Asir, Nuño y Guzmán se olvidaron de todo aquello que no fuesen ellos mimos, sin que existiesen ni reinos ni condados, ni rangos ni títulos que se interpusiesen entre los dos.

Todavía no había caído el sol al entrar en la vega a orillas del Genil y ya deslumbraba altiva con los últimos rayos la alcazaba granadina. Encaramada sobre la ciudad, jugando con el Darro, lucía en lo alto de sus torres la enseña del rey Mohamed II. La hermosa al-Qal'a al-hamra. la fortaleza roja, la Alhambra, una medina fortificada que albergaba en su interior los palacios que iban construyendo los monarcas de la dinastía nazarí, se enseñoreaba de la ciudad surgiendo de la ribera del río.
Pero no era en ese alcázar donde estarían Froilán y Aldalahá esperándolos con el rey, puesto que residencia del monarca estaba todavía en el palacio real de los ziríes, en lo más alto de la colina del Albaicín, coronando Al Casba Cadima, o alcazaba vieja. Y ellos no subirían al palacio real hasta el día siguiente. Omar les había ofrecido como hospedaje el suyo, situado en el barrio de Hizn Mauror y conocido con el mismo nombre, Torres Bermejas, con tres torres, con puerta abierta entre dos de ellas, y un baluarte y aljibe de dos naves. En ese palacio ya los esperaban para atenderlos con los honores acordes a huéspedes tan distinguidos, sin olvidar que para todos los habitantes de ese reino, Guzmán era el príncipe Muhammad Yusuf, el descendiente directo del gran califa.

El conde y su mancebo bebían cada noche el néctar de sus cuerpos exudado por los poros al lamerse y besarse sin dejar resquicio en el que notar la vida del otro. Los dos querían olvidar por unas horas las perspectivas de futuro que les condenaba a la separación. Guzmán lloraba en silencio lo que parecía inevitable al volver a Sevilla, pero no quería que Nuño adivinase sus miedos, sin parecer darse cuenta que al conde le daba un tremendo pánico terminar el viaje a Granada.

Aún era temprano para ir al palacio del rey y los dos jóvenes, protegidos por cuatro fríos guerreros imsebelen, recorrieron el barrio de Al Casba para ir luego al Albaicín y dirigirse despacio a las puertas del palacio real. Granada era un hervidero de gentes variopintas a esas horas de la mañana, entre los que iban o volvían del zoco, o se ocupaban de sus negocios y asuntos visitando a otros mercaderes y artesanos de todo tipo. La algarabía alegraba el oído y el calor se hacía notar al avanzar el día.
Al llegar al palacio, un comité de bienvenida, presidido por el propio rey, salió a recibirlos al gran patio principal del recinto y nada más ver al chico, lo abrazó llamándolo hermano y proclamando en alta voz que se sentía honrado de recibir en su humilde casa a un príncipe por cuyas venas corría la sangre de tan nobles casa reales. Guzmán, ahora Muhammad Yusuf, agradeció al rey su amabilidad y abrazó a Froilán y Aldalahá, antes de ser presentado oficialmente a la corte de Mohamed II, entre los que se encontraba su visir y padre de Asir.

Se habían organizado festejos y banquetes con danzarinas, malabaristas y faquires, sin olvidar encantadores de serpientes de Asia y poetas y músicos de reconocido prestigio en el reino. Los jardines del palacio relucían al darle el sol a las cortezas de los diferentes árboles, porque estaban cubiertas de bronces y cobres, e incluso de plata y oro, para relumbrar tanto por el día como por la noche a la luz de las antorchas, que multiplicaban su brillo y el fantástico ambiente coreado por el murmullo de los chafariz que lanzaban el agua compitiendo en un dulce canto con otras fuentes. Por todas partes olía a jazmín y azahar, que querían superar a la rosas con sus perfumes, pero el incienso y otros esencias les hacían difícil dejarse notar sobre el resto.
Tras la celosía del harén se escuchaban rumores femeninos, probablemente comentando la apostura de ese joven príncipe y sus amigos, pero sólo la primera esposa y madre del heredero, aparecía en público junto al rey, llevando velado el rostro y rodeada de esclavas y eunucos. Y mientras comían y reían, deleitándose con la lucha entre dos hermosos jóvenes semidesnudos, Guzmán le habló de Omar y Asir a Mohamed y éste puso mala cara al principio, pero cambió el gesto y el tono de voz ante las persuasivas razones que le daba el mancebo. El conde también trato del asunto que le llevara hasta allí y no hubo problemas para que el rey nazarí firmase al siguiente día el documento, deseando larga vida y numerosa descendencia a su amigo el rey Alfonso de Castilla y León.

Lo importante para Guzmán era haber conseguido reconciliar al rey moro con el príncipe Omar, dejando a un lado sus viejas diferencias y el rencor del visir por haberle arrebatado a su hijo menor. Y la última noche que pasaron en Granada, hubo otra cena por todo lo alto, pero en el palacio de Omar, siendo él otra vez el anfitrión que agasajaba al conde y su amado compartiendo con ellos unas horas de dicha al lado de Asir, que volvía a sorprender al conde por la armónica constitución de su cuerpo.

Ya sólo restaba amarse en la intimidad de un lujoso aposento del palacio de Omar y partir con las primeras luces rumbo a Sevilla.
A la corte del rey Alfonso el sabio, el tío de Guzmán, para enfrentarse al destino que les esperaba a los dos jóvenes amantes.

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