Autor: Maestro Andreas

jueves, 23 de junio de 2011

Capítulo LIV

A pocos metros de la entrada un grupo de hombres, rodeados por siete imesebelen armados y con la expresión impasible del que espera la muerte como el final lógico de un guerrero, aguardaban la presencia de Omar para mostrarle a su amante amenazando su garganta con el filo de la espada del conde. Guzmán clavó los ojos en los de Nuño y adivinó la pasión desenfrenada desatada aún más por le miedo a perderlo, aunque la mirada del conde estuviese disfrazada de ira y un duro reproche que a cualquier otro le pondría los pelos de punta.
Omar gritó: “Hablad, conde. Qué os ha traído hasta aquí, amor o venganza”. “Ambas cosas, señor”, respondió Nuño con voz fuerte y atemorizadora. Y añadió: “Tenéis algo que es mío y voy a recuperarlo al precio que sea”. Omar calmó su voz arrogante y respondió: “Vos también os habéis apoderado de algo que me pertenece y veo que estáis dispuesto a todo antes de rendiros. Podría mataros con sólo mover un dedo y vuestro sacrificio sería inútil. Estáis rodeados y decenas de arqueros os apuntan con sus flechas”. Nuño acercó más la espada al cuello de Asir y gritó: “No niego que nos mataríais a todos, pero antes sentenciaríais a muerte a vuestro amigo”. Asir se agitó queriendo librarse de sus captores y gritó: “Matadlos, señor, y no dudéis en dejarme morir. Mi espíritu estará siempre con mi señor!”. El conde hizo callar a Asir y a Omar se le humedecieron los ojos viendo la entrega y el valor de su amado.
Y el príncipe volvió a decir en voz tan alta que se dejó oír por todo el entorno de la cueva: “Conde, nada me gustaría más que luchar con vos y daros muerte para quedarme con lo que es vuestro mayor tesoro. Aunque no descarto que fueseis vos el vencedor y en ese caso os suplicaría que no os quedaseis con el mío sino que le diéseis muerte conmigo. Ni yo podría vivir sin él ni él querría seguir con vida sin mí. Ese hombre que retenéis y amenazáis con la espada es lo que más me importa en este mundo. Por eso acepto vuestra amistad a cambio de que me entreguéis de nuevo el corazón”. “Qué fácil lo veis, príncipe. Creéis que así quedarían saldadas nuestras cuentas sin lucha a muerte?. Vos también tenéis cautiva mi vida y yo la reclamo para respirar de nuevo. Midamos nuestras fuerza y que la hoja de la espada diga cual de los dos ha de seguir en este mundo”, respondió el conde.

Entonces habló Guzmán: “Mi señor, no soy cautivo de este príncipe sino su huésped. Tanto mi persona como la de los muchachos capturados anteriormente han sido respetadas y estamos sanos y salvos gracias a su protección, sin que nadie haya osado rozarnos ni un pelo de la cabeza. Y quien lo ha intentado, aún sin conseguirlo, pagará con una horrible muerte su atrevimiento. Conde hemos de ir a Granada a negociar con el rey Mohamed algo que nos interesa a todos. Y sobre todo a nuestro Señor el rey de Castilla. Dejad libre al noble Asir y que cesen las muertes entre el bando del príncipe Omar y el nuestro, porque no debemos ser enemigos sino aliados”.

Nuño no daba crédito a lo que oía en boca de Guzmán, pero le sacó de su estupor Omar al decirle: “Cuanto dice el noble príncipe Muhammad Yusuf, mi señor, es cierto y soy su más humilde servidor. Su fama no le hace justicia ni en cuanto a hermosura ni mucho menos por lo que respecta a su inteligencia. Conde, tenéis el mayor tesoro que un hombre puede ambicionar. Protegerlo y cuidarlo con el celo y amor que su alteza os profesa”. Y dirigiéndose Guzmán añadió: “Mi príncipe, vuestro séquito necesita descanso antes de partir hacia Granada. Os ruego que aceptéis seguir disfrutando con ellos de mi hospitalidad. Ordenaré que preparen aposentos adecuados a todos ellos y por supuesto en especial para vos y el noble conde, cuya amistad espero y sabré apreciarla tanto como la vuestra, alteza”. Aldalahá se adelantó al grupo y pidiéndole a Nuño que envainase la espada y soltase al noble Asir, se dirigió con él hacia Omar y el mancebo para besar las manos de ambos príncipes.
Froilán no salía de su asombro, sobre todo al ver que también salían de la gruta los otros chavales con Ruper a la cabeza. Y su sentido estético le hizo apreciar lo guapos que estaban vestidos con túnicas de diferentes colores, según combinasen mejor con el tono de su piel y el del cabello. Nuño logró cerrar la boca, que se le había quedado abierta, y también se fijó en lo precioso que estaba su Guzmán vestido como un noble nazarí. Pero eso no le hizo desfruncir el ceño cuando se acercó también a él para verlo más de cerca.

Discretamente Omar cogió por un brazo a Aldalahá y a su lugarteniente, al que ya había besado en los labios para recuperarse del susto, e hizo una seña a Don Froilán para que también entrase con ellos y los chavales, apresurándose el primo de la reina en agarrar fuertemente a Ruper por si volvía a perderlo. Nuño y Guzmán quedaron solos frente a frente. Se miraron perforándose mutuamente, pero no sonreían. Guzmán sentía que perdía el sentido ante la dureza del rostro del conde, pero Nuño le ordenó: “Acércate!”.

El crío dudó, pero obedeció arriesgándose a todo, y Nuño le dijo: “Estás satisfecho?”. “No, mi amo. Y pido humildemente perdón por lo que hice”, respondió el muchacho bajando la cabeza como un crío que hubiese hecho una trastada. Y Nuño prosiguió: “Casi me matas. No te das cuenta del peligro que hemos corrido todos por tu culpa?”. “Sí, mi amo. Y vuelvo a suplicar perdón, totalmente arrepentido”, contestó el chaval con gesto contrito.

Nuño rió irónico y añadió: “Eso no me lo creo!...Eres incorregible y has de salirte siempre con la tuya. Pero esta vez vas a escarmentar y nunca olvidarás que no debes jugar conmigo de esta forma...No debía verte a la cara, pero no puedo evitar hacerlo y desearte y amarte con locura”. Y el conde agarró a Guzmán por los hombros y de un tirón lo estrujó contra su pecho.

Y el conde, casi llorando, le dijo al oído: “Mi niño...No vuelvas a irte sin mí ni a mear o te mato...Cabrón!...He muerto mil veces desde que te fuiste y aún no sé si esto es verdad o sólo estoy soñando”. Guzmán aplastado entre los brazos del conde farfulló: “Mi amo...casi no respiro. Yo creí que todo lo que hacía era para salvaros”. “Pues que te quede claro que quien ha de salvarte a ti soy yo y tú te estás quieto sin inventar otras aventuras por tu cuenta y riesgo. Me oyes?... Bésame”, le ordenó Nuño.

Eso era lo que esperaba escuchar Guzmán de labios de su amante y se lanzó a su boca como si fuese a entrar por ella en el cuerpo del conde. Y le confesó a su amante: “Mi amo, he pasado mucho miedo y tuve la impresión de que nunca volvería a ver a mi dueño”. “Pues verás que impresión te dejo en las nalgas cuando estemos solos. Esta vez no tendré piedad contigo y vas a pagar por todo lo que nos hiciste pasar tanto a tus amigos como a mí..... No me beses más y vayamos con los otros. Por cierto. Ya me explicarás despacio cómo conseguiste ser sólo un huésped de Omar y que es eso de negociar acuerdos con el rey moro. Y a que viene tanta condescendencia de ese príncipe contigo para llamarte mi señor, alteza y todas esas zarandajas. Menos mal que nos queda todavía un carro, porque vas a ir a Granada tumbado boca a bajo para que se te refresque el culo”.
Guzmán tembló por un momento, pero pronto se le pasó el susto puesto que si de alguien no debía temer ningún daño era de su amante. Cuando estuviesen solos los dos, se arrodillaría y postraría la frente en el suelo pidiendo clemencia y llorando su culpa y estaba convencido que eso sería suficiente para que Nuño le perdonase y lo llevase en brazos al lecho para amarlo y comérselo a besos antes de endilgarle un polvazo que lo dejase escocido, pero de gusto.

El chico confiaba demasiado en su suerte y sus dotes de persuasión para convencer a todo macho que tuviese delante, pero parecía olvidar que al conde no se le ablandaba tan fácilmente si estaba muy cabreado. Y esta vez lo estaba en grado sumo.
Nuño las había pasado putas temiendo por la suerte del mancebo y debía darle un castigo que no olvidase en mucho tiempo.

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