Autor: Maestro Andreas

viernes, 10 de junio de 2011

CapítuloXLVIII

La comitiva levantó el campamento y reanudó la marcha y al poco de hacerlo, al atravesar un bosque de encinas, catorce caballos se separaron formando un grupo aparte que tomó un atajo sin que casi nadie se diese cuenta de ello. Guzmán y sus acompañantes seguirían otro camino, pero esta vez dejarían que se adelantase la caravana y ellos marcharían por senderos paralelos y a retaguardia. El conde era quien fijaba la estrategia de la marcha y ya había establecido el nuevo punto donde se encontrarían de nuevo para entrar en Granada con todos los pendones desplegados y los honores propios a tan altos señores que representaban a un poderoso rey.

El conde y los suyos cabalgaban con calma dando ventaja a la comitiva de carros y soldados, pero sin perder tiempo para no rezagarse demasiado. Aldalahá se acercó al conde y le comentó los recelos que tenía por el hecho de que no encontrasen ningún contratiempo en el camino, ni hubiesen sufrido alguna escaramuza, pero el conde lo tranquilizó diciendo que quizás la tropa que supuestamente los escoltaba, aunque en los carros no fuesen ellos, había disuadido al marqués y sus compinches. De todos modos ambos coincidían en que tenían que estar prevenidos para cualquier eventualidad desagradable, ya que el marqués no podía permitirles llegar a Granada.

Guzmán, que montaba a Siroco al lado del caballo de Froilán y seguido por los dos eunucos, le habló en voz baja al primo de la reina: “Me pareció oír gemidos esta noche en vuestra tienda... No estabais solo?”. Froilán lo miró con complicidad y respondió: “Mi señor, esta noche encontré en el campamento a una criatura preciosa que animó mi soledad con su calor y la suave piel de sus nalgas. Es un muchacho muy joven, pero sabe bien lo que quiere y le gusta de otro hombre.
Se alimentó con mi leche como un buen mamón y me dormí sin sacarle la verga del culo. Me dio pena despedirme de él esta mañana. Pero lo incluiré en mi séquito en cuanto estemos en Granada y puede que lo conserve a mi servicio después, estando ya en la corte. Me gustó el chico y es muy cariñoso cuando lo besas”. Guzmán sonrió y añadió: “Puede que sea el mancebo que tanto ansiáis. Como se llama?”. “Ruperto, pero le llaman Ruper solamente”, contestó Froilán. Y el doncel lo animó diciendo: “Pronto volveréis a verlo y os aconsejo que no os separéis de él y lo mantengáis a vuestro lado. Creo que ese chaval os gusta demasiado para perderlo”. Y, sin más, Guzmán apretó el paso a Siroco para alcanzar al conde y a Aldalahá.

Y Aldalahá fue el primero en hablarle al mancebo: “Mi príncipe, parecéis contento esta mañana. Quizás la noche fue placentera y el sueño os ha dado tanta felicidad, mi señor?”. Guzmán rió abiertamente mirando de reojo al conde y respondió al almohade: “Mi buen amigo, mis noches siempre son placenteras y gozosas desde que las comparto con el hombre al que amo. Pero ahora sonrío porque Don Froilán parece haber encontrado a un joven que le alegra la vista y logra que sus noches también sean un paraíso. Y me da lástima que vos no hayáis traído a nadie que os acompañe o no lo buscaseis en el campamento como hizo Don Froilán”. Aldalahá le sonrió a Guzmán y contestó: “Mi señor, a mi edad se atempera el ansia del placer y puedo resistir sin gozar de un joven hasta que regresemos a Sevilla. Pero de todos modos, quizás en Granada encuentre algún eunuco que me relaje y sepa liberar mis tensiones. Y os agradezco vuestra preocupación por mí persona”. “Os aprecio, noble amigo, y todo lo que os atañe me preocupa y deseo vuestro bienestar”, puntualizó Guzmán. Y el almohade se retrasó para dejar solos al doncel y al conde, precedidos por cuatro imesebelen y seguidos por el resto de sus acompañantes.
Habían recorrido varias leguas y en un escarpado cerro divisaron un hombre que se arrastraba penosamente. El conde espoleó el caballo, imitado por Guzmán y tres guerreros negros, y lo que vio no le gustó y le puso los pelos de punta. Era uno de los soldados de la comitiva que caía al suelo rendido y sangrando por varias heridas y todos saltaron a tierra el unísono para asistirlo y saber la causa del temido desastre.

El hombre ya agonizaba pero pudo decir: “Mi señor... nos tendieron una emboscada...en un angosto paso... y han... perecido casi todos... Me dieron por muerto y pude arrastrarme... hasta esconderme en unos...matojos mientras remataban al resto... y saqueaban los carros. Buscaban algo...Y... el moro que los mandaba... se enfureció...Esperaba... encontrar ...algo... señor”. El conde le dio agua y al acercarse también Don Froilán y Aldalahá. Éste se ofreció a atender al herido, pero al poco tiempo expiró sin terminar de vendarlo.

Aldalahá, imaginando que era obra de Omar, les dijo a los otros señores que el paso no estaba lejos y que debían aumentar las precauciones. Ahora el enemigo ya sabía que en la caravana no iban ellos y los atacarían en cualquier momento, dado que seguramente ya los estaban acechando. El proscrito era un hombre aguerrido y no abandonaría la empresa hasta obtener los frutos deseados.

Y a galope tendido se dirigieron al estrecho paso y al llegar sus ojos se espantaron. Cadáveres masacrados en charcos de sangre y cubiertos de moscas indicaban la cruenta lucha que se había desatado unas horas antes. Comprobaron si todavía quedaba alguno con vida, pero ya era demasiado tarde y lo único que quedaba sobre la tierra eran despojos humanos y restos de los carros calcinados. De todos menos uno. Guzmán se dio cuenta que faltaba un carromato, así como los caballos y mulas que no habían sucumbido al ataque y Froilán también se percató que entre los muertos no estaban los más jóvenes del escuadrón de soldados.

Serían media docena de muchachos, casi todos músicos, incluido el del tambor, y eso enfureció al noble primo de la reina, dado que no hacía falta ser muy espabilado para saber por qué Omar no dio muerte a esos muchachos, cuando no había respetado la vida a ningún otro que no fuese muy joven y lo suficientemente apetitoso para llevárselo vivo y supuestamente catarlo tranquilamente en su guarida.
 Esa noche, Omar se daría un festín de culos vírgenes y también de algún otro usado recientemente, como el de Ruper, sin importarle el dolor y pesar de Froilán por su tamborilero. Y Guzmán, abrazándolo por los hombros, consoló a su amigo y le juró que esa afrenta no quedaría impune. Lo primero que se habían propuesto todos era liberar a los chicos y darle su merecido al renegado de La Alpujarra.

Y por lo tanto había cambio de planes y retrasaban su ida a Granada para rescatar a los jóvenes rehenes. Bueno. Para Omar no lo eran, sino sólo parte del botín obtenido en la razia y engrosaría con ellos su recua de esclavos para gozarlos como le diese la gana. El conde, después de enterrar a los muertos, se reunió con los otros señores y discutieron la mejor manera de atacar al proscrito en su propia guarida, sin darle opción a que los acosase a ellos. No eran suficientes para hacerle frente en una pelea cuerpo a cuerpo, ni podrían soportar un ataque por sorpresa, ya que el moro contaba con fuerzas superiores a las suyas.

Lo que parecía claro es que debían aprovechar la oscuridad de la noche y cogerlos desprevenidos, no imaginando su audacia de ir a meterse en la boca del lobo ellos solos. Pero, según el conde, era la mejor estrategia y la única con posibilidades de éxito. Todos dieron su conformidad a la idea de Nuño y sólo restaba perfilar los detalles para poner en marcha la iniciativa del caballero. Y Nuño, terminada la discusión y establecidos los pormenores del asunto, fue preguntando uno a uno si veían algún reparo, pero de pronto se dieron cuenta que Guzmán ya no estaba. Con el entusiasmo de los últimos minutos, no se percataron de su marcha y Froilán la justificó diciendo que lo más probable es que hubiese ido a mear entre unas matas.
Pero Nuño se intranquilizó como presintiendo algo malo y se levantó del suelo yendo disparado hacia donde indicaba Froilán. Y allí no estaba el mancebo, ni quedaban rastros de sus orines. Un escalofrío le recorrió la columna y la nuca se le puso rígida de pronto. Gritó el nombre del chico, desesperado, pero no hubo respuesta. Y al preguntarle Aldalahá a los imsebelen por el príncipe, ninguno lo había visto alejarse a ningún sitio. Ni tampoco lo vieran los dos eunucos y, sin embargo Siroco tampoco estaba con los demás caballos.
El doncel se había ido, ya que parecía difícil que los hombres de Omar lo secuestrasen molestándose en llevarse también su caballo.

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