Autor: Maestro Andreas

jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo LI

El emisario del conde volaba a Granada sin darse un respiro ni aflojar su marcha veloz, aún a riesgo de reventar al caballo, pero la encomienda era seria y sabía que la vida de su amo y señor estaba en serio peligro en manos de un rebelde, por más noble y culto que fuese ese príncipe oculto en los montes. Era verdad que no había en el mundo guerreros mas letales que ellos, los imsebelen, pero ocho no eran suficientes para vencer a un ejército de proscritos, Y eso desesperaba al temible guerrero que iba a trasmitir el mensaje del conde al rey nazarí, ya que su sitio estaba en la lucha protegiendo con su cuerpo al noble nieto del califa hasta verter toda la sangre brava que regaba su poderosa anatomía.

Y a unas leguas, Nuño y el resto del grupo picaban espuelas para ganar tiempo y llegar cuanto antes donde seguramente ya los esperaba el príncipe Omar para darles muerte a todos, tras acabar con el doncel y el resto de los muchachos, secuestrados después del asalto y la matanza de los soldados que sirvieran de señuelo para protegerlos a ellos de un ataque igual de mortal.

Pero lo que ocurría en La Alpujarra no era exactamente como se imaginaban el conde y sus amigos. Omar, al ver desnudo a Guzmán su excitación alcanzó tal estado de elevación y dureza, que le propuso al joven que tomase un baño de inmersión con él. Guzmán aceptó y sin ponerse nada sobre el cuerpo lo acompañó a otra cavidad horadada en la roca, en la que había una gran pileta de mármol rojo veteado en negro, llena de agua y flores que flotaban en ella. Al borde de ese estanque, varios jóvenes, también desnudos aguardaban a su señor sonrientes y alegres de verlo tan contento en compañía de un hermoso muchacho.
Dos esclavos muy guapos se acercaron a Omar y le quitaron sus ropas, dejándolo en cueros, y a Guzmán le entro un sudor frío al ver el espléndido cuerpo de aquel príncipe. El pecho, tan fuerte como el del conde, no tenía vello y brillaba como si fuese de bronce pulido. Los hombros eran muy anchos y los brazos, fornidos y largos, se remataban por dos manos huesudas y grandes que trasmitían seguridad y firmeza. El estómago y el vientre estaban totalmente planos y dejaban ver todos sus músculos y venas bajo una piel morena y que sólo tenía una fina hilera de vello en el centro que llegaba hasta el del pubis, justo encima de una verga oscura y gruesa, que tapaba en parte los testículos que se adivinaban grandes y potentes.

Ante los ojos penetrantes de Guzmán estaba un ejemplar de macho sin defectos visibles y aún sin verle todavía las nalgas, ya se apreciaba la dureza y prominencia de sus glúteos, a tenor del tamaño de los muslos y el resto de las piernas. Los esclavos le retiraron el tocado de la cabeza y un cabello negro y lustroso, muy rizado, cayó libre hasta los hombros de Omar, enmarcando su rostro anguloso, cuyo mentón lo perfilaba una recortada barba cuidada y que se unía también bajo la nariz, fina y recta, formando un delgado bigote oscuro que resaltaba sus labios carnosos y húmedos. Y sus ojos, tan oscuros como los del mancebo y sombreados por largas pestañas negras, protegidas por el dibujo perfecto de las cejas, herían la carne como acerados estiletes que se clavasen en las entrañas.

Era como ver a dos dioses en lugar de dos príncipes y Guzmán, notando que su polla se empalmaba, se sumergió en el baño y procuró ocultar sus partes blandas, que ya no lo eran todas, y observó como Omar, con la verga dura y enorme, se metía despacio dejando que sus esclavos lo ayudasen a sentarse dentro del agua. Cualquier muchacho tendría que ser de piedra para que su sangre no se calentase al ver a un hombre tan viril y guapo como Omar.
El príncipe se arrimó a Guzmán y éste tembló de pies a cabeza. Pero no podía claudicar ni dar lo que no era suyo y le dijo a Omar: “Príncipe, la naturaleza ha sido muy generosa con vos y es difícil resistirse a vuestro encanto. Mas, nadie puede dar lo que no tiene o ya pertenece a otro. El destino lo quiso así y ya estaba escrito desde antes de mi nacimiento que sería de otro hombre. El es el dueño de mi corazón y mi cuerpo y nada de lo que veis me pertenece. Y si lo tomaseis sería robar algo que nunca podrá ser legítimamente vuestro”. Omar rozó la mejilla de Guzmán con un dedo y el chico notó que la sangre le ardía en la entrepierna.

Y el príncipe le respondió: “Sé todo sobre vos y ese conde que tiene la suerte de que le améis. Me gustaría conocerlo y ver con mis propios ojos cuales son sus cualidades para merecer el corazón de un ser divino como vos, alteza. Me cuesta no poseeros aunque me fuese la vida al hacerlo. Pero me gustaría que os entregaseis sin que tenga que ser por la fuerza. No deseo dañar ese cuerpo cuya imagen jamás podré olvidar, mi señor. Y por otro lado me da miedo obtener el privilegio de estar dentro de vos, porque ya no habrá otra fruta que logre saciarme después. Sois como ese fruto prohibido del que se habla en la biblia. Y por ello resultáis más apetecible que ningún otro ”.

A Guzmán le subió el rubor a la cara y sintió un sensación extraña en el estómago, pero se repuso y contestó: “Si no puedo daros mi corazón como a un amante, mi cuerpo estará vacío y sólo será carne hueca, que morirá después. Pero si sois mi amigo y renunciáis a gozar de mi cuerpo, estaréis en mi alma para siempre... Dadme la mano, Omar, y sellemos ahora nuestra amistad sin más pretensiones”. Omar, tendió su mano al mancebo, pero se la agarró con fuerza como queriendo cogerle también el espíritu, y le contestó: “Me gustaría ser capaz de prometeros esa amistad que me ofrecéis, mi señor. Pero acaso se le puede pedir al lobo hambriento que no devore a un tierno corderillo que ya está en sus fauces?. No sería tanto como querer que con un acto tan noble muera por falta de alimento?. Mi príncipe, no me condenéis a esa desesperación ni a tal tortura!. Mirad mi pene y entenderéis lo que digo, más si el vuestro no está menos empalmado que el mío”. Y el príncipe le echó la otra mano a la verga de Guzmán y la apretó notando como la sangre del crío se apelotonaba en sus venas, sintiendo también el palpitar de sus testículos, que enviaban ondas libidinosas a su esfínter para mojarlo por dentro sin que se le hubiese metido ni una gota de agua del estanque.
El mancebo estaba perdido, pues ya no podía negar que su sexo reclamaba gozar el fogoso ímpetu de aquel hombre ya hecho y con los huevos maduros por la leche acumulada en ellos. Su aparente entereza se desmoronaba y, aún estando en agua tibia solamente, sudaba por todos los poros. Y también lo hacía Omar y el olor de ese príncipe llegó al olfato del chico y embotó su mente como si su fragancia fuese una pérfida droga que lo hipnotizase y resquebrajase sus defensas. Hasta el aroma del cuerpo de ese macho era fascinante y poderosamente atrayente.

Y Guzmán probó sujetarse a una tabla de salvación y dijo: “Príncipe, me interesa saber más cosas sobre vos y vuestros gustos. Os importa que os pregunte cosas tan personales como que os causa mayor placer al gozar a otro hombre?”. Omar dudó un instante y amainó su acoso para contestar: “Mi príncipe, que podría darme más gozo que fecundar un vientre tan precioso como el vuestro?. Y, sin embargo, no es eso sólo lo que me place, porque tratándose de alguien tan bello y con un pene tan bien hecho, disfrutaría paladeando su leche y recrearme sintiendo como baja por mi garganta. Alteza, vuestra sabia tiene que ser un manjar de dioses que alimente cualquier espíritu exquisito”.

A Guzmán se le abrió una posible puerta por la que salir indemne y sin perder el culo de la situación comprometida en que se había metido por insensato. Pero tampoco era como para aplaudir y verse libre de ser taladrado como un panal de miel atravesado por un clavo al rojo vivo. Estaba en desventaja y en una posición crítica. Y eso que dentro del agua no se notaban las babas que escurrieran de su cipote al sobárselo Omar con tanta decisión y descarado atrevimiento. Si salía entero y vivo de esta, indudablemente sería un milagro y habría que admitir que estaba tocado de una gracia especial, o que un hada buena lo protegía contra todo peligro. Si es que ser follado por Omar era un peligro, naturalmente. Otra cosa sería si después lo mataba o él mismo se quitaba la vida por ofender a su amado conde.

Y el conde y sus acompañantes se acercaban ya a La Alpujarra, echando fuego por los ojos y bufando como toros antes de embestir mortalmente a quien se pusiese ante sus afiladas astas.

1 comentario:

  1. Joder! Con una descrición como la de Omar, cómo resistir y no entregarse a un macho tan espetacularmente caliente? A cada nuevo capítulo me quedo más cautivo de esta tan buena saga. Gracias, desde brasil

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