Autor: Maestro Andreas

lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo L

Uno de los guerreros negros partió a galope tendido hacia Granada para llevar al rey moro un mensaje del conde. Le ponía al corriente de la situación y le pedía un ejército para asaltar La Alpujarra y rastrearla minuciosamente hasta dar con el escondite de Omar. El dolor de Nuño era tan intenso que ni podía pensar con lucidez, pero su alma le pedía a gritos venganza y recuperar a su amado a cualquier precio. Se despertaba de nuevo la ferocidad del conde y parecía necesitar un baño de sangre para calmarla.

Froilán y Aldalahá temían cualquier desatino de Nuño, pero secundaban su idea de peinar la zona donde se ocultaba el proscrito, ya que lo prioritario para todos era salvar a Guzmán de una suerte que ya les parecía inevitable a los dos. Lo eunucos lloraban en silencio y no se atrevían ni a respirar en presencia del conde por miedo a ser ellos los primeros en probar su justicia, ya que ni aún poniéndose desnudos a cuatro patas y con el culo latiendo de ganas de que los follara, la verga de Nuño, por primera vez en su vida, no estaba como para fiestas ni con ansia de meterse en ningún otro hueco que no fuese el escondite de Omar, donde, en el mejor de los casos, todavía estaría cautivo Guzmán.
Dentro del alma de Nuño se desarrollaba una lucha terrible entre la rabia por haberse ido Guzmán sin su permiso ni saberlo y la impotencia al no poder estar a su lado para defenderlo de cualquier peligro. Y se prometió que si volvía con vida el muchacho, lo descalabraría a tortazos y azotes hasta dejarlo medio muerto y esta vez por su propia mano. No le quedarían ganas de intentar otra hazaña en solitario en toda su vida, porque iba a estar encamado un mes de la tremenda paliza que iba a atizarle a ese mocoso de mierda que le tenía el corazón en un puño. Le iba a meter sus aires de príncipe por el culo, hasta que no le entrase ni un milímetro más de nobleza y señorío convertidos en la taladradora verga del conde.

Y Aldalahá quiso tranquilizarlo y le habló de Omar y sus refinados gustos y la tremenda pasión que despertaban en él los bellos mancebos, a los que nunca haría daño y los amaría con delicadeza, y eso era precisamente lo que le faltaba oír al conde para acabar de rematarlo. Ya vio a su Guzmán puesto boca a bajo y forzado por el moro que lo penetraría con su potente polla negruzca y descapullada hasta dejar el vientre de su amado ahíto de leche. Hasta veía como le resbalaba el semen por la parte trasera de los muslos y su ano, totalmente abierto y dilatado, aún no lograra cerrarse cuando volvía a llenarlo el moro con su carne dura y rígida. Un vicioso como el jodido proscrito, ante un culo como el del mancebo, sólo podía dar como resultado que a su amado lo partiese en dos de tanto follarlo o meterle hasta la mano entera por el recto.
Y nada sería peor que hallarlo muerto o torturado. Eso le hacía sudar sangre a Nuño y jurar que se vengaría sobre los muertos cuando ya no quedasen vivos con los que satisfacer su dolor y su tristeza. El conde quería que el mundo temblase y se abriese la tierra para tragarse a todo ser viviente si su amor volvía a dejarlo sin consuelo y obligado a vagar por la tierra vengando su muerte. Y ahora si sería verdad y mucho más terrible la leyenda del conde feroz, porque no quedaría criatura sobre la tierra que llevase una gota de sangre de sus verdugos sin sufrir las consecuencias del crimen contra su mancebo. Y su pérdida sería irreparable hasta que la muerte se apiadase de él y lo llevase junto a su amado. Ni Doña Sol ni un futuro hijo que le heredase lograrían sujetar su espada ni su deseo de dormir para siempre al lado de Guzmán.

Y Froilán también quiso consolarlo, pero prefirió callarse y no echar más leña al fuego que ya estaba bastante alimentado por el propio Nuño. Pero lo cierto es que muy poco podían hacer si no venían refuerzos desde Granada para intentar el asalto al cuartel general de Omar. Y por el momento lo más conveniente era descansar en un refugio de pastores que encontraron en un altozano y reponer fuerzas y aclarar la ideas para diseñar otra táctica para emprender la lucha contra Omar y que diese un resultado positivo.

Una vez instalados como pudieron en el chamizo, Hassam hizo un último intento por calmar a su señor y sin hablar se acercó a él por detrás, jugándose el pellejo, y empezó a relajarle los músculos del cuello y los hombros con tal suavidad y delicadeza que el conde se dejó llevar y aceptó de buen grado los cuidados del eunuco.
Abdul, al ver el éxito de su compañero, también se animó a servir a su amo y lo descalzó y besó sus pies para lamerlos despacio como le hacían a su adorado Guzmán. Y tampoco encontró resistencia para ello. Nuño se entregaba a ellos como vacío de sensaciones y aparentemente falto de interés por nada que no fuesen sus propios pensamientos. Y el eunuco que le daba masaje en la parte superior de la espalda se arriesgó a más y comenzó a desnudarse para pedirle al conde que le permitiese tumbarse a su lado, ofreciéndole su cuerpo como alivio a su desasosiego. Nuño dudó y miró al chico sin ira en los ojos y entendió su oferta aceptándola. El conde se acostó junto a Hassam y lo abrazó con la misma fuerza que si fuese Guzmán y también le dijo a Abdul que se uniese a ellos, colocándose el crío al otro lado de Nuño, y también lo besó y abrazó. Y mientras esperaban refuerzos, les dio por el culo a los dos ante la mirada escrutadora de Froilán y Aldalahá.

Cómo desearía el primo de la reina tener ahora a su lado al gentil tamborilero. Sin poder remediarlo pensó en sus mejillas sonrosadas y en la dureza de sus glúteos al apretárselos para atraerlo contra su cuerpo. Recordó la otra noche sintiendo el calor del muchacho en su vientre, mientras le besaba la espalda y le mordía la nuca diciéndole que sería su querido mancebo y dormiría con él todas las noches. Y ahora estaba solo y el crío ya habría pasado por las manos de Omar. O mucho peor, por varios sucios secuaces de ese renegado, que lo habrían usado como a una ramera dejándole el ano sangrando y reventado. Sólo imaginar el sufrimiento del muchacho le hacía hervir la sangre y también juró vengarse de todos aquellos que tanto daño y dolor le estarían causando. El, que lo desvirgó con mimo y poniendo la mayor delicadeza en cada caricia y en cada beso, hasta ir dilatándole el ojo del culo y penetrarlo despacio para que casi no le doliese y gozase desde el primer instante en que comenzó a follarlo.
Aún notaba en sus labios los del chico y como le agradeció con las manos ese placer sobándole la verga después de sacársela del ano. Ruper era un chaval especial y tan sólo con unas horas de tenerlo entre los brazos, lo quería y añoraba, lamentando haberlo dejado marchar con la comitiva. Debió retenerlo ya entonces, como luego le aconsejó Guzmán para que no lo dejase escapar al llegar a Granada. Pero ahora posiblemente ya era tarde y ese mancebo podría haber sufrido una suerte parecida a la del doncel del rey.

Tendrían que esperar horas o puede que hasta una jornada entera antes de poder ir a buscar a Omar para ajustarle las cuentas con un ejército venido desde Granada. Y el conde no tenía tanta paciencia para eso, ni su temperamento le permitía quedarse todo ese tiempo de brazos cruzados. Y sí los tenía cruzados, pero sobre sus dos eunucos, puesto que acababa de darles unas buenas raciones de leche.
 Y reaccionó como se esperaba de un caballero que teme que su amado está en un inminente peligro. Se puso en pie y grito: “Levantaos y cojamos las armas para defender nuestro honor mancillado. Vamos a La Alpujarra y que la sangre lave nuestro orgullo aunque no pueda calmar nuestra rabia. A las armas y que sea lo que quiera el destino!”

Y los caballos levantaban las piedras haciendo retumbar la tierra como si una falla se abriese a su paso. Eran una docena de jinetes lanzados como huracanes contra la muerte por la desesperación y el dolor.

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