Autor: Maestro Andreas

domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo XIII

Le dieron de beber a los caballos y dejaron que paciesen cerca de la orilla, mientras ellos se disponían a darse un baño en un remanso de aguas más tranquilas y trasparentes. Nuño se quitó toda la ropa y el chico le obedeció librándose de la suya y se tiraron al río sin pensar si sus aguas eran frías o cálidas. Y estaban algo menos que templadas por el calor del sol y la sensación era muy refrescante y agradable. Guzmán se lanzó a nadar, moviendo los brazos y las piernas como una rana, y Nuño lo siguió alcanzándolo rápidamente. Sus brazadas eran más potentes y no le costaría demasiado esfuerzo superar al muchacho, pero se mantuvo a su lado hasta que rozaron el fondo con los pies.

Guzmán, casi por instinto, se abrazo al cuello del conde y éste lo agarró por la cintura, elevándolo para que rodease la suya con las piernas, y lo movía de abajo arriba jugando con él. Pero la cabeza de la polla de Nuño buscaba el ano del crío y lo alcanzó. Guzmán noto el roce del pene erecto en su esfínter y antes de desearlo ya estaba espetado como un pavo. Tenía la verga del conde dentro del culo y al menearlo en el agua se lo follaba plácidamente. El chico recostó la frente en el hombro de Nuño y se entregó al placer gimiendo como una perra ansiosa de macho. El señor estaba gozando con el contacto de cada partícula de recto que notaba en su polla y ese trozo de carne se derretía dentro del cuerpo del zagal.

Y el conde le preguntó al chico: “Tienes hambre?”. “Sí. mi señor, pero prefiero quedarme así más tiempo”, respondió el chaval. Y Nuño le dijo: “Te sacaré del agua sentado en mi verga, pero no descargaré dentro, porque te daré la leche en la boca para llenarte el estómago. No te apetece más eso?”. Guzmán se relamió de gusto y dijo: “Sí, mi amo. Ese regalo siempre lo deseo y ni la noche pasada ni esta mañana me habéis dado ni una sola gota de vuestro semen para saborearla y sentir como se desliza por mi garganta.
Mi señor dádmela cuanto antes porque estoy a punto de soltar la mía”. “Retén tu leche en los huevos un poco más, que ya salimos”, dijo el conde. Y corrió hacia la orilla chapoteando y llevando al mancebo puesto en la verga a modo de caperuza.

Y lo posó de rodillas en la yerba y Guzmán se prendió del teto repleto de savia para gozar mamándolo y succionando toda la leche contenida en los huevos de Nuño. El señor veía la espalda del crío reluciente en mil perlas de luz que escurrían hacia abajo dejando un reguero del sol sobre su piel. Y volvió a darse cuenta que adoraba al muchacho de ojos oscuros que ya era su mejor esclavo.

El chico se alimentó y el conde se relajó al vaciarse en él y se tumbaron a descansar bajo un olmo alto y robusto que los amparaba con su sombra. El muchacho se adormiló y Nuño dejó que descansase de tantas emociones vividas en pocas horas. Apenas en dos días conoció el doloroso placer de ser tomado por el culo y la experiencia terrible de dar muerte a otro hombre. Y esas dos vivencias las había superado como un verdadero hombre ya hecho y consciente de su condición de macho sometido a otro más fuerte y poderoso. Y no por la fuerza, sino por el amor y el deseo de servirle y ser quien diese sosiego y descanso a su amo y señor. A su hermoso amante y único dios que deseaba adorar postrado ante él para nutrirse con su energía y su semen.

Pero tenían que proseguir el viaje y volvieron a vestirse y a montar los caballos para galopar veloces hasta después del mediodía. Y recorrieron caminos y cruzaron prados y bosques, salvando ríos y vaguadas, hasta llegar a una aldea de campesinos donde compraron viandas y fruta fresca para comer y llevar reservas para el resto del camino hasta la puesta del sol.

Ya declinaban los últimos rayos del día cuando avistaron un castillo en la lontananza y Nuño espoleó el caballo para alcanzar cuanto antes la fortaleza. Ante las puertas le pidieron santo y seña, pero el conde se limitó a pedir asilo en atención a su condición de caballero y dignidad de noble señor y el puente bajó para dejar que accediese al interior del soberbio bastión de piedra.

Sobre la torre del homenaje hondeaban las armas del noble señor que lo ocupaba y reconoció en ellas las del barón de Ortios, amigo de su casa y su linaje. Y al verlo descender al patio, Nuño echó pie a tierra y se dio a conocer. El barón abrazó al amigo y ordenó que dispusiesen aposentos dignos de su rango, tanto para él como para el paje. Mas el conde le dijo que su paje se acomodaría en un rincón de su aposento y no era necesario otro camastro para el mancebo. Se arreglaría en el suelo al pie del lecho de su amo, porque le era más fiel que cualquier perro y, además, valiente y aguerrido como el mejor mastín, a pesar de ser tan joven aún. Añadió que siempre lo acompañaba y no abandonaba su dormitorio ni en su castillo.

El otro señor dio por buena la explicación de su amigo y dio instrucciones para preparar la cena y agasajar a su huésped conforme a su alcurnia. Pero antes, el conde pidió lo necesario para lavarse entero y, si era posible, otras ropas limpias y más cómodas para él y su paje.

La esposa del barón habló con la dueña de su casa, una mujer oronda y con un buche generoso como el de una tórtola, y ésta preparó lo necesario dejándolo presta sobre la cama que ocuparía el joven conde. Pero añadió un jergón y una manta para que el muchacho no durmiese en duro y se acomodase mejor junto al lecho de su señor, tapándose del frío durante la noche.

Cómo iban a imaginar todos que al chico lo cubriría su dueño y acomodaría su cabeza en el pecho de su amante después de gozar siendo follado por él. Si alguien pensase que Nuño pasaría una noche sin el calor de su amado y respirando su olor y sentir su adorable ternura, es que no conocían el placer que puede darle a un hombre el cuerpo de otro. Más si ambos están enamorados y encima son tan jóvenes todavía. Pero Nuño sí lo sabía y Guzmán lo había descubierto hacía muy poco, pero tan intensamente que su mente ya no concebía otra forma de gozar el sexo.

En el aposento, el paje bañó a su señor y el amante a su amado y los dos, limpios, frescos y hermosos, bajaron para compartir la cena con el señor del castillo, su esposa y el resto de sus deudos. Antes de sentarse a la mesa, Nuño le contó al barón que iba de camino a Sevilla para tratar con el rey asuntos importantes para el soberano y su egregio suegro el rey de Aragón, pero no mencionó nada de sus sospechas acerca de las maquinaciones del siniestro marqués de Asuerto.

El barón brindó por su amigo el conde, deseándole éxito en su misión, y éste agradeció su hospitalidad con más brindis, pero sin dejar de mirar a cada rato hacia la mesa donde comía Guzmán con otros muchachos y criados jóvenes del barón. Uno de los cuales, sentado frente al paje del conde, no le quitaba los ojos de encima y se deshacía por tenerlo bien atendido. A Nuño le hervía la sangre ante el descaro del osado joven y daría lo que fuese por sentarse al lado de su esclavo y acariciarle los muslos entre plato y plato, además de partirle los morros al puto cretino que lo asediaba. Pero eso no sería prudente y le quedaba toda la noche por delante para saciarse de él, si era posible que por mucho que estuviese con Guzmán, el conde pudiese llenar su vista con la imagen de aquel crío o su boca con sus besos y su sexo dijese basta por entrar en su cuerpo. Eso sí era muy poco probable, por no decir absolutamente imposible que llegase a ocurrir.



Al terminar la cena, el solícito mozo que tantas atenciones dedicara a Guzmán, le sugirió que sería bueno que fuesen a las cuadras a ver como estaban los caballos de su señor antes de retirarse a dormir. Y que si no quería quedarse con su amo, él le haría un hueco junto a su jergón. Guzmán declinó la oferta y el otro joven le preguntó si prestaba otros servicios a su señor además de los propios de un paje. Y Guzmán le respondió que servía a su señor como debía y satisfacía todas sus necesidades. Era su siervo además de su paje y el conde era su amo. Y cualquier otro pensamiento o desvarío sería traicionarlo.

Y esas palabras las oyó Nuño oculto detrás de un pilar y salió al quite para desembarazar a su esclavo del tenaz pretendiente. El conde hizo su aparición y como si acabase de llegar dijo: “Guzmán, vamos a ver como han atendido a mis caballos y luego sube a preparar mi lecho mientras le doy las buenas noches a mi anfitrión”. Y sin decir nada más salió hacia las caballerizas seguido de su paje.

Nuño era para Guzmán lo que el polen para la flor y el chico era para el joven noble el agua y el aire en donde se sumergía para vivir. Y esa noche volvió a hundir su tranca en el culo del mancebo y lo hizo saltar sentado de rodillas sobre sus muslos con la verga ensartada en su cuerpo, cachondo y ardiente como las brasas de una hoguera.
Y se amaron hasta pasada la media noche.

jueves, 24 de febrero de 2011

Capítulo XII

Mantuvieron el trote durante dos horas y el conde frenó el caballo, indicando a su esclavo que aminorase la marcha para darle resuello a las bestias y descanso al trasero del chico, que se resentía de las folladas que le había metido esa noche y también al alba antes de partir.

Guzmán no decía nada, pero llevaba el ojo del culo como un pimiento colorado y al poner al paso al caballo levantó las posaderas de la silla para ventilar un poco las nalgas. Le hubiera encantado ir desnudo para sentir el aire en el agujero, pero si bajaba las calzas le sería más incómodo ir sobre la montura sin poder descansar sentando a ratos en la silla. Aunque pudiera ser que al verle el culo, el conde quisiese follarlo otra vez. Lo cual no le desagradaba al chico, pero debía admitir que su ano no estaba para fiestas todavía. Nuño se dio cuenta de los movimientos del chaval y, aprovechando un claro cerca del río, le dijo que debían beber y dejar descansar a los animales.

Descabalgaron y el conde pidió el pellejo con agua para dar un trago largo y se lo pasó al chaval para que bebiese también. Guzmán agradeció la parada y se refrescó la boca despacio sin apurar el sorbo. El conde sacó un estilete de su jubón y se lo tendió al muchacho diciéndole: “Toma. Este puñal es para que lo lleves colgado de la cintura. Como ves, en el puño no lleva las armas de mi casa, pero es de oro y está adornado con gemas de gran valor. Esa inscripción es en lengua árabe y dice, defiéndeme o siega mi vida. Fue el regalo que me hizo un día ese Yusuf que al oír su nombre te ha puesto celoso. Eramos muy jóvenes, como tú ahora, y nos amamos sin maliciar que nos espiaban. Y eso le costó la vida.

Cayó muerto mientras lo preñaba sentado en mi verga y desde entonces mi alma no tuvo consuelo hasta que vi tus ojos negros como los suyos. Bueno, no iguales, porque los que me miran ahora son más bellos y profundos y me han cautivado sin remedio. Guzmán me has devuelto la paz y te quiero por ello y por ese misterio que esconden tu figura y tu rostro. Y me atraes como nunca lo ha logrado ningún otro ser”.
حمايتي أو حياتي القص
Guzmán cogió el arma y se fijó en los signos que no entendía, pero que ya sabía lo que significaban, y le dio las gracias al conde por su regalo y por el amor que le daba a cambio de casi nada. Y Nuño le corrigió afirmando que él le estaba dando mucho más de lo que imaginaba, pues le entregaba su vida y su alma sin límite ni reserva alguna. El conde apretó la mano del crío y le declaró el amor que despertaba en su corazón. El zagal se sonrojó, pero respondió que él también sentía algo nuevo en su pecho y su cabeza no pensaba más que en estar abrazado a su señor. Los dos jóvenes empezaban a amarse sin medida y con la generosidad propia de una pasión sin prejuicios.

Cuatro encapuchados rondaban en torno suyo y tan ensimismados estaban que no se dieron cuenta que los acechaban tras unos matorrales. Los apostados observaban sus movimientos y parecía que esperaban el momento apropiado para saltar contra ellos y atacarlos por sorpresa. Pero el nerviosismo del alazán alertó al conde y llevándose el índice a los labios le ordenó silencio al chico. Y en voz muy baja le dijo: “No te muevas y disimula como que no hemos oído ni presentido nada. Dejemos que se confíen y que la suerte nos acompañe”. Nuño, apoyando la diestra en su daga, calibró la distancia hasta alcanzar la espada que llevaba en su montura y el chaval imitó su gesto aferrando el estilete con fuerza.

Y surgieron como por encanto dos figuras que saltaron sobre ellos. Pero esos ya no los sorprendían desarmados y el conde se revolvió como un tigre, rodando por el suelo e incorporándose de un salto para hacer frente al enemigo. Esa estratagema hizo que el atacante fallara el golpe mortal que esperaba asentarle a Nuño por la espalda y éste, como un rayo, se precipitó sobre él y le clavó la hoja del arma en el corazón.

Guzmán no se había arredrado y se zafó del ataque del contrario esquivándolo hacia un lado y al caer el otro delante suya lo remato por la espalda. Los otros dos salieron de entre el ramaje, pero al conde ya le había dado tiempo de alcanzar la espada colgada de la montura de su caballo y era él quien los atacaba. Y solo uno le hizo frente, mientras que el otro encapuchado corría hacia un caballo para salir como un gato escaldado a galope tendido.

Y ahí intervino de nuevo Guzmán, que como un gato montés saltó sobre su caballo y lo arrancó al galope tras el fugitivo, sin apoyarse en los estribos ni asir las bridas. Y tensó el arco disparando una certera flecha que atravesó al cobarde agresor abatiéndolo como un corzo en pleno salto.

Nuño dio cuenta de su oponente sin problemas, pero no lo remató de una estocada para averiguar quien los mandaba contra él. Y aunque en principio el felón se negaba a hablar, el conde, tras cortarle una oreja de cuajo y amenazarle con hacer otro tanto con sus cojones y la polla, le desató la lengua y cantó a quien servían. Se trataba de vulgares salteadores de caminos y no de mercenarios a sueldo del marqués como sospechó en un principio. Y eso no le libró al puto cabrón de morir allí mismo degollado por la mano del conde.

El saldo había sido favorable para los dos jóvenes y Nuño se admiró de la destreza de Guzmán manejando el arco a todo galope y su agilidad para escurrir el bulto y zafarse de un golpe que le hubiese costado la vida. El chico no pudo evitar lanzarse hacía el conde y abrazarse a su cuello estallando en lágrimas por la tensión de la refriega. Nuño lo abrazó también y le besó la cabeza, pero le dijo: “Vamos, muchacho!. Te defiendes como un jabato y ahora lloras como un niño asustado?..... Estoy orgulloso de ti y lo bien que has sabido usar el regalo que acababa de hacerte. Entiendes ahora su leyenda?”.

Guzmán entre hipos y sollozos contestó: “Sí, mi señor. Pero nunca había matado a un hombre. Me tiemblan las manos al pensarlo y sólo lo justifico por que creí peligrar vuestra vida y la mía. Y por eso mis nervios se han desatado en lágrimas. Me moriría si os perdiese. Y os juro que si algo fatal os ocurre, me quitaré la vida con este puñal que me habéis dado hoy. Siempre lo llevaré conmigo, mi amo”. El conde lo estrechó con toda su fuerza y le respondió: “Ten por seguro que si te sucede a ti algo funesto, será porque yo ya estaré muerto..... Pero nada nos pasará si permanecemos juntos para defender nuestras vidas de cualquier enemigo. Además para haberte estrenado como matarife lo has hecho estupendamente. No crees?”. Guzmán apretó la cara contra el pecho del conde y contestó: “No sé muy bien lo que hice, señor. Cuando rematé al primero fue como si lo hiciese con una alimaña. Y al segundo lo cacé como si en lugar de un ser humano fuese un corzo que huía mal herido y era necesario matarlo. Pero ahora soy consciente de que no eran animales sino hombres y eso me pesa, mi señor”. Nuño le levantó el rostro y mirándolo fijamente le dijo: “Has defendido tu vida y la mía y no tienes por qué estar apesadumbrado. Ellos nos hubiesen matado a nosotros tan sólo por robarnos lo poco que llevamos encima. Eres un valiente mi querido muchacho...... Vamos...... Refresquémonos en ese río para proseguir el viaje y agudicemos los sentidos para evitar más sobresaltos. Ahora nos ha librado mi caballo y debemos estarle agradecidos”. “Sí, mi señor. No descuidaré la guardia otra vez”, afirmó el mancebo.

El conde sonrió ante el arrojo del zagal y le aseguró que el primero que estaría alerta sería él, que debía protegerlo de cualquier peligro ya que era de su propiedad.

Y llevándolo agarrado por encima de los hombros se dirigieron despacio a la orilla del río sujetando a los caballos por las riendas.

martes, 22 de febrero de 2011

Capítulo XI

Con la tensión y el nerviosismo acumulado por el estreno del mancebo, a Nuño no le era posible conciliar el sueño y notar las nalgas del chico pegadas a su verga se la empalmó de forma contundente. Se la tocó y comprobó que estaba mojada por el sudor y pringada totalmente de suero viscoso, que le ayudarían a deslizarla dentro del culo del zagal mejor que con el más untuoso aceite. El conde sujetó la barriga del chaval con una mano y le acercó el capullo al esfínter, calcando hacia dentro al tiempo que atraía contra su cuerpo el del muchacho, y se la introdujo entera con menos esfuerzo del previsto.

Guzmán se espabiló con una sensación de sorpresa y gimió intentando retirar el culo para apartarlo de la polla del señor. Y éste le dijo: “Quieto!. No te muevas ni quites mi verga del culo, porque te voy a follar otra vez y te meteré más leche dentro de la tripa”. Guzmán no se movió, pero le dijo con voz lastimera: “Me escuece, mi señor. No es que me duela tanto como la otra vez, pero ahora me pica y noto que me arde mucho, mi señor”. Y el joven conde le explicó: “Es normal porque te di con fuerza y te dejé el ano muy dilatado e irritado. Pero tienes que ser fuerte y aguantar, puesto que deseo hacerlo y eso es lo único que cuenta.... Vamos, relájate y abre el culo para que te entre mejor y se mueva con más libertad en tu interior. Estás aprendiendo a llegar al placer por el dolor para que tu amo disfrute más al follarte”. “Sí, mi amo”, acató el chico y separó los glúteos con sus manos para que el conde se la clavase más a dentro todavía.
Y comenzó a estremecerse y su vello se erizó y la piel era todo sensibilidad y le ardía como si la fiebre se apoderase de su cuerpo. Nuño lo apretaba con fuerza y empujaba con sus riñones para calcársela cada vez más, pegándole completamente los cojones en el agujero, y no tardaron en volver a correrse al mismo tiempo los dos. Pero el conde no quería desclavársela y le ordenó que se durmiera con su verga empotrada en el culo. Y Guzmán se fue quedando dormido apretando el ano para no dejar de sentir la carne de su amo dentro de su cuerpo.

Seguramente se despertaría con el ojo del culo tan colorado y dolorido que apenas podría andar sin separar las piernas como si hubiese montado a caballo durante una semana sin desmontar ni para mear, pero esa noche y en ese instante era el ser más feliz del universo y el escozor que sentía le recordaba el gozoso placer vivido con su señor.

Y casi no habían transcurrido tres horas y la polla de Nuño quería acción y creció dentro del chico y se hizo de hierro y el conde volvió a darle por el culo a Guzmán, que estaba completamente dormido. Esta vez le dolió aún más, pero no rechistó y se limitó a dejarse poner boca a bajo y abrirse de patas para que el conde, montado encima suya, lo clavase contra la cama. Guzmán aprendía rápido y ya sabía que su posición con el conde era la de ser su fiel esclavo, tanto para amarlo como para albergar su enorme verga dentro del culo cuantas veces le apeteciese metérsela y darle con fuerza hasta preñarlo.

Con los primeros rayos del sol el conde se la endiñó otra vez. Y esta fue tumbado boca arriba con las patas en alto como una mujer al parir. Y Nuño volvió a preñarlo y a besarle la boca con más pasión que durante la noche. Y Guzmán también gozó más intensamente aunque su ano era de fuego y sólo el aire le hacía ver las estrellas. Pero su amo era lo único que le importaba y estaba dispuesto a dejar la vida dándole placer.
Al levantarse del lecho, la leche de Nuño escurría por los muslos de Guzmán y el vientre y estómago del muchacho estaban cubiertos de semen todavía fresco, pero encima de otras manchas ya resecas. La primera experiencia de Guzmán, con sodomía incluida, había sido muy intensa y su culo jamás olvidaría ni los polvos ni el tamaño y grosor de la verga que lo abrió, pero sin romperlo, Y que en adelante se clavaría todos los días en su carne para gozar el sexo a tope.
Bernardo le dijo a su señor que todo estaba dispuesto para que partiese a la corte y el conde echó un vistazo a su paje esclavo para convencerse que ya fuese desnudo o vestido, su belleza era un reto a la perfección misma. Guzmán lucia jubón, calzas y botas como un joven doncel y su cara no podía ocultar la grata sorpresa que le causaba su imagen en un espejo de bronce pulido. Y Nuño exclamó: “Es realmente guapo este crío!...... No lo crees así, Bernardo?”. Y el siervo afirmó: “Sí, mi amo...... Tened cuidado en la corte, mi señor. Habrá muchas damas y también caballeros que querrán y buscarán sus favores. Y no olvidéis que estará el primo de la reina Doña Violante, que no sólo es joven y hermoso, sino que le privan los efebos. Y no creo que haya muchos tan preciosos como vuestro Guzmán, mi amo”. Nuño abrazó al chico y dijo: “Es verdad. Pero antes dejaré que me corten un brazo que permitir que otra mano le roce un solo cabello a este mancebo. Bernardo, después de esta noche me moriría sin él. Ha sido mejor que con Yusuf”. Guzmán abrió los ojos y miró a su señor con estupefacción e interrogándolo con la mirada y éste le dijo: “No te celes!. Un esclavo no tiene derecho a sentir celos por lo que haga su dueño...Pero ya te contaré con calma esa historia, porque ya no sufrirá mi corazón al recordarla. Ahora te basta con saber que tú eres mi amado y mi capricho”.

El conde besó al chaval en la boca delante de su otro esclavo y le palpó el culo con ansia renovada de sexo, pero se hacía tarde para partir hacia Sevilla y les aguardaba un largo y arriesgado viaje por llanos y altas sierras en donde acechaban ladrones de mala ralea y otros malhechores de baja estofa.

Los caballos ya pifiaban en el patio y golpeaban el suelo de piedra con sus cascos recién herrados y dos esclavos sujetaban las riendas del alazán del conde y un tordo para Guzmán, también ensillado para viaje. Sujeto a la silla almohadillada, se veía un arco con carcaj y flechas y un cuchillo del monte en ambas monturas. Y, además, en la del conde, colgaba una espada y una rodela para escudarse si hubiese lucha en el trayecto.

Otro esclavo le entregó al chico un morral con provisiones y sendos pellejos con agua fresca y vino. Bernardo traía dos gruesas capas con capucha y las puso sobre la grupa de los corceles. Y ya estaba todo para que montasen los dos jinetes y se lanzasen al galope para cruzar las tierras del conde y adentrarse en otros predios y posesiones menos amigables e incluso hostiles.

El camino hasta Sevilla era peligroso para dos jóvenes cuya única protección era su valor y su habilidad con las armas. Sin embargo, Nuño confiaba tanto en su astucia como en la suerte. Más llevando a su lado al hermoso mancebo cuyo cuerpo ya conocía como el suyo y no podía dejar de pensar en volver a tenerlo en los brazos y poseerlo mil veces.
Guzmán casi no podía creer que además de salir con vida de la torre, lo hacía junto al altivo conde que para él no era feroz, sino el hombre a cuyo servicio deseaba dedicar toda su vida. El zagal se enamoraba de Nuño por momentos y el olor a hombre que despedía al moverse le enervaba de tal modo que notaba que los calzones se le aflojaban en la cintura queriendo caerse al suelo. En pocas palabras, se le caían del peso al mojarlos de gusto pensando que en cualquier momento del día su señor se los arrancaría de cuajo para darle por el culo, embistiéndole con toda su fuerza y bravura como un toro salvaje.

Los dos montaron sobre las cabalgaduras y el rastrillo se alzó para franquearles el paso y cruzar el puente de la torre para atravesar el popularmente temido bosque negro y partir a la aventura más peligrosa que Guzmán había vivido hasta entonces. Compartía una arriesgada misión al lado de su amo y señor.
Exponía la vida por acompañar a su amante y a su recién encontrado amor, al que ya adoraba aunque le doliese el culo sobre la silla.

domingo, 20 de febrero de 2011

Capítulo X

Entraron en el aposento del señor y Nuño rasgó la túnica de Guzmán dejándolo en pelotas. Al chico le entró un temblor repentino que le puso la piel de gallina y el señor, sin violencia, lo llevó hasta el borde del lecho donde lo tumbó decúbito prono. Con cuidado le separó las piernas y sin decir nada untó una rama de perejil en el aceite y se lo introdujo por el ojo del culo.

Guzmán no sintió casi nada al principio, pero al rato sus tripas empezaron a moverse y hacer ruidos retorciéndose y le entraron unas tremendas ganas de cagar. No se atrevía a decir ni una palabra pero el joven conde le dio la vuelta y con suavidad le apretó la barriga, con lo que aumentó su necesidad a ir de vientre. El chico no podía soportar el dolor en las tripas y suplicó al otro joven que lo dejase ir a defecar. Nuño sonrió y le indicó el orinal para que se sentase y vaciase cuanto llevaba en los intestinos. Y el chaval se quedó acuclillado en el recipiente de porcelana soltando mierda y pedos en cantidad.

Al rato ya no le salía nada más y el conde le dijo que se levantase y se acercase a él. Nuño llamó al esclavo y le ordenó llevarse el orinal, cuyo olor mareaba con un tufo a excrementos y perejil. El chaval estaba ruborizado y sus mejillas coloradas mostraban su timidez por haber cagado delante del apuesto conde, que lo miraba complacido como si acabase de ganarse un merecido premio por su buena conducta.

El conde vertió agua en la jofaina y lo agarró por una mano, poniéndolo boca abajo en sus rodillas. Y con un paño muy fino, mojado en el agua todavía tibia, le lavó el culo con delicadeza. Después lo incorporó de nuevo y le dijo: “Ahora échate sobre la cama con el culo hacia arriba y abre los brazos y separa las piernas cuanto sea posible.
Guzmán obedeció y el señor le ató las muñecas y los tobillos con un cordón grueso trenzado con seda, que lo amarró a las cuatro columnas que sostenían el dosel.

El muchacho quedó inmovilizado y el conde le colocó unos almohadones bajo el vientre para dejarle el culo más levantado. Y, sin comentario alguno, Nuño se mojó los dedos de la mano derecha en el aceite y le acarició los bordes del ano, pringándoselo por fuera antes de metérselos por el ojo del culo. Primero presionó con la punta del índice y lo deslizó hasta la mitad. Y Guzmán suspiró con agrado por la caricia que notó en el interior. Nuño sacó ese dedo y lo pasó otra vez por el óleo para clavarlo entero y moverlo de dentro afuera. Guzmán suspiró más fuerte y de manera sostenida y tomó aire abriendo bien al boca. Nuño le preguntó: “Te duele”. Y el chico respondió jadeando ligeramente: “No...mi... señor”. “Te gusta?”, preguntó el conde. “Sí...mi...señor”, contestó el chaval. “Voy a acariciarte por dentro”, añadió Nuño incorporando un dedo más para ir dilatando el ano del muchacho.

Con los dos dedos del conde dentro del culo, Guzmán estaba gozando una sensación nueva y extraña, pero placentera, y se lo hizo saber a su señor gimiendo como un gato que busca el calor y la caricia de su amo. El conde sonreía y miraba al chico con cariño, en contraste con la dureza conque su verga respondía a los respingos del chico y sus suspiros de gozo. El glande de Nuño relucía mojado de precum y el prepucio se había retirado totalmente mostrando en plenitud la fenomenal cabeza de su pletórica polla, que en breves minutos estaría perforando el culo del zagal.

El señor repitió la operación con los dedos varias veces y cuanto más gemía el chiquillo más adentro se los incrustaba y el cuerpo de Guzmán se estremecía como si un calambre recorriera su espina dorsal. Y ya no esperó más y se tumbó sobre el muchacho y le besó la espalda desde el culo al cuello. Y con su puntería proverbial, se la plantó en el ano calcando con fuerza para penetrarlo. Guzmán chilló al abrirle de golpe el agujero y notar que algo grande y muy duro se clavaba en él, pero el conde no le dio cuartel y empujó hasta pegar los huevos en el ano del mancebo. Guzmán resoplaba y casi no lograba controlar su respiración y se acordó del consejo que le había dado Bernardo y respiró todo lo hondo que pudo.


Nuño sacó la polla del culo del chico y éste suspiró aliviado, pero no suponía que sin terminar de hacerlo ya le endiñaba otro pollazo que se embutía en su cuerpo totalmente. Y gritó con fuerza y le saltaron las lágrimas por el agudo dolor que sintió en el vientre. Y el conde le habló al oído, tapándole la boca con una mano: “Ya está dentro..... Y ahora voy a joderte. Primero despacio para que se acostumbre tu cuerpo a tener el mío dentro y cuando ya no te duela te daré con fuerza por el culo para que sepas como follan dos machos. Porque tú no eres una hembra sino un joven macho al que monto y cabalgo sobre él para gozar juntos del sexo. Y así todas las noches y durante el día cada vez que mi polla reclame su derecho a meterse en tu carne. Porque eres mi esclavo y lo serás siempre aunque te ame...... Así, taladrándote a fondo es como quiero que me sientas y notes que mi verga llega hasta tu alma. Guzmán, mi joven zagal!. Mi polla me estaba volviendo loco por estar metida en tu culo!...... Me gustas y todo tú me estremeces tan sólo con sentir tu presencia..... Sé que aún te duele y si no gritas es porque mi mano te silencia, pero dejarás de tener ese dolor y sólo quedará el placer de ser follado por tu señor..... Voy a mitigar esa sensación rara besándote la boca y dejando que mi lengua juegue con al tuya”.

Fue un polvo largo y duro y el chico por momentos creía morirse de angustia y en otros, de intensa pasión de su señor, se le abría el cielo para ver un firmamento lleno de estrellas brillantes. Y al sentir la descarga de esa verga latiendo en su recto, el muchacho notó que su polla temblaba como movida por un rayo y sus huevos se vaciaban de repente. Se corrieron los dos juntos y Guzmán buscó los labios del conde para comerlos a besos al tiempo que gemía y jadeaba como un potro cansado de trotar por la pradera.

El conde desmontó y se dejó caer al lado de Guzmán, que lo miraba con los ojos brillantes de febril alegría y lágrimas. Y le dijo al señor: “Gracias, mi señor por haberos apiadado de mí y no romperme en dos cachos. Si queréis montarme otra vez no son necesarias las cuerdas, mi amo. Yo mismo abriré mis nalgas para que os sea más fácil penetrarme y darme por el culo...... Os pertenezco y vos sois mi dueño y mi único señor”.

El joven conde volvió a besar el chico y con una daga cortó los cordones que lo sujetaban a los extremos del lecho. Y le dijo: “Nunca más serán necesarios para joderte y preñarte, pero siempre los tendré a mano por si tengo que castigar alguna desobediencia. Que te desee no significa que no te trate como a un esclavo y te ame sin límite cuando estemos fuera de miradas indiscretas que no entenderían mi pasión por ti. Solos, los dos seremos un cuerpo con dos corazones”.

Guzmán se arrebujó junto al joven señor y buscó su abrazo, Y se quedó dormido protegido entre sus brazos. Nuño descansó su lujuria y sintió un profundo amor por aquel mancebo de ojos color del cielo iluminado por la luna. Era su nuevo amado y a éste nadie se lo arrebataría sin quitarle la vida a él también. Nuño no estaba dispuesto a perder por segunda vez lo que más amaba y deseaba.
Y privarle de él solamente sería pagando un precio muy caro. Su sangre, si era preciso, hasta agotarla y dejar secas sus venas.

viernes, 18 de febrero de 2011

Capítulo IX

Bernardo interrumpió la paz que gozaba su señor en compañía de Guzmán y tras disculparse, dijo: “Mi amo, debo hablaros”. “Habla”, inquirió el señor. “Es algo grave, mi señor”. “Habla”, repitió el conde. Y el siervo dijo: “Ese hombre no era un furtivo, mi señor... Entre sus ropas se ha encontrado un documento sellado por el marqués de Asuerto, el enemigo de vuestro padre”. Dame ese pergamino”, ordenó el conde. Y al abrirlo exclamó: “Va dirigido al rey moro de Granada... el contenido no se refiere a nuestro señor el rey de Castilla, pero sí a su suegro el rey Jaime, señor de Aragón y conde de Barcelona... Y qué le puede importar al granadino las apetencias de conquista en el levante del rey de Aragón?... Serán rencillas del moro de Granada con él sobre Valencia, o se trata de algún enredo del ambicioso marqués?”

Y sin mediar más palabras el conde bajó a los sótanos de la torre a ver el cadáver. Revisó sus ropas e intentó recordar de que le sonaba aquella cara ya pálida y sin rubor. Y le vino a su mente una tarde, no lejana, en la que viera al marqués en la corte acompañado de un hombre. “Es el mismo!”, exclamó Nuño. Y añadió en voz baja: “O sea que era un espía a su servicio y lo hizo pasar por su escudero. Qué pretendes, traidor! Qué artimañas urdes a mis espaldas para buscar la ruina de mi casa?. O sólo intentas una jugada en contra del rey Jaime o del moro indisponiéndolo contra mi rey? ”.

El conde salió de la celda ocupada por el muerto. Y, ya que estaba en las mazmorras, aprovechó para escarmentar a un furtivo todavía sin castigar. Ordenó que atado de pies y manos lo tumbasen boca abajo en una mesa de madera y sobre ella le azotó el culo y la espalda con un vergajo, dejándolo molido y bien breado. Luego lo montó y le dio por el culo sin piedad hasta romperle el ano. Pero antes de todo eso, le retorció los pezones con tenazas de hierro y también los cojones y le depiló los pelos del pecho y el vientre y el pubis con un hierro candente. Al conde le molestaban los jóvenes muy peludos, sobre todo por la zona del ano, y los pelaba a tirones o a fuego antes de follarlos.


Pero a este furtivo no hizo falta quemarle el esfínter, puesto que no sangró ni se le rajó al perforárselo. Así que se libró de más dolores que los estrictamente necesarios como castigo a su osadía y cazar en las tierras del conde feroz. Y sería de los pocos que no olerían a chamusquina después de ser jodidos por el señor y el semen del amo escurrió por sus muslos al ponerlo en pie y devolverlo a su jaula. Bernardo se encargó de retirar el muchacho y dejarlo en condiciones de volver a ser usado por su amo y le preguntó al conde si deseaba usar a otro perro más tarde. Pero el conde le dijo: “No, mi fiel Bernardo. Sólo aplaqué mi lascivia para resistir hasta más tarde sin entrar a saco en el culo del mancebo que está en mis aposentos. Quiero aguardar el momento más propicio, aunque confiese que no resistiré mucho más sin ver como mi verga entra por su estrecho esfínter.....Me gusta mucho ese joven y aunque no sea el que me quitaron de forma vil y traicionera, lo deseo y quiero que me ame y se entregue a mí como lo hacía el otro. Crees que será posible?”. Y el siervo le contestó: “Sí, mi amo. No sólo será posible, sino que os amará sin medida. Sólo hay que ver como os mira ya para saber hasta donde puede llegar la entrega de ese muchacho. Dará la vida por su amo si es preciso. Y, por supuesto, el culo, mi señor. Posiblemente le de miedo y tema al dolor, pero terminará abriéndose y deseando que lo folléis y dejéis vuestra semilla dentro de sus tripas. Se diría que ya os ama, mi señor”. Y Nuño le dijo: “Creo que sí, Bernardo. Y además busca mi cuerpo durante la noche y chupar mi polla supone un premio para él. Espero que muy pronto también lo sea tenerla dentro del culo, porque necesito follárselo cuanto antes”. El siervo se atrevió a decirle: “Pues tomarlo ya, mi señor, y no esperéis a que esté más maduro. Si vos me lo permitís yo me encargo de prepararlo para recibiros y …..”. Pero el conde lo interrumpió: “No.... No, ese culo sólo lo tocaré yo. Lo limpiaré yo mismo y le dilataré el agujero con calma y sin causarle excesivo daño. Tendré paciencia con él, pero lo taladraré con más fuerza que a ningún otro. Quiero atravesarlo de lado a lado con mi polla y que sienta como le da por el culo un macho que ha perdido el sentido por él. Empiezo a amar a ese crío más que a nada en el mundo y tiene que ser mi amado desde el momento en que se la meta y lo preñe”.

Al regresar a la antecámara. El conde le ordenó a su siervo que le sirviese algo de comer y trajese un buen vino para él y el chico. Y añadió: “Iré a Sevilla a ver a mi señor Don Alfonso...... Mañana al alba partiré”.
Guzmán miró a los dos hombres expectante y antes de retirarse el siervo dijo: “Señor, temo por vos. Dejar que os acompañe. Manejo bien el cuchillo y el arco y puedo ser útil a mi señor”. Nuño miró al chico y luego a su esclavo y exclamó: “Bernardo, crees que iré más protegido si me acompaña este mancebo?”. El siervo sonrió y respondió: “Al menos iríais muy bien acompañado, mi amo. Estoy convencido de ello”. Y el conde yendo hacia el criado, dijo sin pensarlo dos veces: “Ten Preparada ropa adecuada para el chico y que mañana ensillen dos caballos. Vendrá conmigo a la corte en calidad de paje... Sabes montar?”. “Sí, mi señor. A pelo si es preciso!”, respondió Guzmán.
Y cuando ya salía el siervo del aposento, Nuño le dijo en voz baja: “Ahora lleva a mi dormitorio una jofaina, una jarra con agua hirviendo, un orinal, un cuenco de aceite y unas ramas de perejil. Y paños limpios y perfumados. Y un frasco de absenta, por si acaso. Hazlo pronto”. “Sí, mi amo”, dijo el esclavo y salió con rapidez.

Nuño volvió junto al muchacho, que continuaba sentado en el suelo y lo levantó sujetándolo por las manos y lo estrechó contra él con fuerza oprimiéndole el cuerpo por la cintura y le dijo con ternura: “Quieres exponer tu vida conmigo por un rey que no es tu señor?”. Y el chico le respondió: “No, mi señor. No quiero que mi amo esté solo si le ocurre algo malo y prefiero sucumbir con él antes de volver a vivir sin nadie a quien querer”. “Entonces me quieres?”, preguntó el conde. “De diferente manera que a mi madre, pero creo que os quiero también”, respondió el chico. “El amor por mí debe ser distinto al que sentías por ella. Porque yo te quiero para mí y no como se quiere a un hijo, sino como se ama y desea a otro ser para estar dentro de su cuerpo y derramar en él la esencia de la vida que mantiene mi cuerpo. Así te quiero yo y no puedo aguardar más tiempo para poseerte..... Antes que vuelva a salir el sol habré entrado en ti”.


Guzmán se percató de la inminencia de que su virgo fuese historia y reclinó la cabeza sobre el pecho del conde rogándole: “Tened consideración de mí, señor. Eso que pretendéis hacer me dolerá mucho y no creo poder soportarlo. Vuestra verga es muy grande para mi culo, señor, que no se podrá abrir como el coño de una yegua y me romperéis en dos..... No me hagáis daño, mi señor. Os lo suplico..... Os lo haré con la boca, pero por detrás no, por piedad!”. El crío casi lloraba, pero el conde le dijo: “Es necesario y creo que será mejor que te ate al lecho para que no estropees el momento de enterar en tu cuerpo y dejarte preñado con mi leche. Sufrirás lo justo, pero más tarde me lo agradecerás.... Y no llores porque será lo mismo que lo aceptes con gusto o tenga que penetrarte por la fuerza. Empezaré a prepararte para recibir mi polla dentro de ti y esta noche dormirás pegado a mi cuerpo deseando que te vuelva a clavar la polla hasta que haga tope con los cojones en tu pequeño agujero.... Sé que pronto gozarás cuando te folle y notes que mi semen te llena el vientre..... Se un hombre de verdad y disfruta con mi carne en tu interior, porque ese es el mejor servicio que puedes darme en lugar de poner en peligro tu vida por mí”. “Haré lo que me digáis, mi señor, porque soy vuestro esclavo”, acató el chaval, sudando de miedo ante el dolor que le esperaba para tragarse por el ano la polla de su joven señor.

Y Bernardo volvió para decirle a su amo: “Ya está todo preparado en vuestra alcoba, mi señor”. Y el conde dijo: “Está bien..... Vamos Guzmán. Tenemos cosas que hacer en el dormitorio”. Y salieron los dos delante del siervo, que susurró al oído del chico: “No temas que no sufrirás demasiado. Relájate y respira hondo y todo irá bien. Eres un muchacho muy afortunado y te sonríe la suerte.

No la dejes escapar y ama a tu señor”. Y el chico le miró con los ojos todavía húmedos, pero esas palabras tranquilizaron su corazón de adolescente.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo VIII

Cuando Guzmán despertó y aún siendo temprano, no halló al conde a su lado se sobresaltó al verse solo en la cama del señor. Se estaba acostumbrando a sentir el calor de Nuño junto a su cuerpo y todavía tenía el regusto de las caricias y besos que se habían dado mutuamente durante la noche. Y no sólo eso, porque el otro joven le había dejado que se alimentase con su leche mamándosela directamente de la polla.

Había sido la primera mamada que hacía Guzmán y la sensación de tener llena la boca con la carne dura y cálida de Nuño, había supuesto una experiencia deliciosa para el chico. Y más al descargarle en la garganta tres andanadas de semen que le golpearon las amígdalas antes de tragársela. Le gustaba paladear la leche del joven conde y a éste le hervía la sangre mientras se la chupaba, lo mismo que saborear después algo de la que soltaba el chaval, que también vaciaba las bolas al mamársela. Nunca ninguno de sus perros le causara tanto placer y delicia como este mancebo casi inocente, que se entregaba al sexo aparentemente sin malicia ni percatarse del todo que se trataba de algo más que un juego entre dos machos jóvenes.
 El conde ya había partido con sus perros, que corrían junto al caballo del señor amarrados al arzón de la silla por largas correas sujetas a sus collares de hierro, y se disponía a comenzar la batida en los campos pasado el bosque negro. Soltó a los perros y aventaron el aire olfateando el rastro de la pieza. Nuño, atento a los movimientos y muestras de sus sabuesos, mantenía silencio para escuchar el crujir de cualquier matojo que descubriese la presencia del furtivo.


Un de los perros levantó la caza entre unas matas y un hombre se revolvió contra el sabueso clavándole un venablo en el corazón. El joven esclavo rodó ya sin vida y otros tres perros iban a lanzarse tras el vil fugitivo para atraparlo, pero, en ese instante, un dardo lanzado por el conde lo atravesó de aparte aparte dejándolo inerte en el suelo. Nuño echó pie a tierra y se acercó al furtivo para comprobar si aún vivía, pero expiró en el instante en que lo ponía boca arriba. Era un hombre que ya superaba la treintena, cuya estupidez le llevó a la muerte al herir gravemente a uno de los perros del señor. La partida de caza regresó a la torre condolida por la tragedia y llevando las dos víctimas a lomos de los perros para darle sepultura al pie de los muros de la fortaleza.

Nuño necesitaba olvidar el mal trago y volvió junto a Guzmán para consolar su alma dolida en compañía del muchacho que le quitaba las penas tan sólo con mirarle a los ojos. Guzmán no disimuló su contento al ver al señor tan pronto y se acercó a él queriendo descifrar el pesar que traslucía su rostro. El conde tomó asiento en un sillón de la antecámara y el chico se acuclilló a su lado, mirándolo insistentemente hasta que Nuño le habló: “Me gusta que estés aquí en este momento, porque acabo de dar muerte a un hombre. Era un furtivo, pero no le maté por eso, sino por revolverse contra mí y matar a uno de mis fieles perros”. Guzmán le dijo: “Sois un guerrero, señor. Acaso no habéis matado a otros hombres antes?”. El conde miró a un punto impreciso y contestó: “A muchos, pero en el fragor de una batalla es diferente. He peleado junto al rey Alfonso, siendo aún infante en vida de su padre Don Fernando, pero se lucha de frente y cuerpo a cuerpo midiendo tus armas con el enemigo. Y hoy abatí a un hombre cuando escapaba y sin cruzar las armas con él. El miedo los vuelve peligrosos y trastocan el ataque con una eficaz defensa para rehuir el enfrentamiento con la huida”. Pero el zagal replicó: “Señor, sólo defendisteis lo que era vuestro y eso justifica esa muerte con más razón que matar por lo que pertenece a otro o por ese rey”. “Ese rey es mi señor y el tuyo y no servirle sería traición”, aclaró el conde. Pero el chico le respondió: “Mi señor no es ese, sólo por ser el rey. Mi señor será quien yo respete como mi dueño y lo ame”. Nuño sonrió y dijo: “No quiero hablarte de esas cosas. Quiero estar contigo y verte sonreír con la mirada, como lo hacías la pasada noche jugando en la cama conmigo. Si todo fuese tan amable como tu compañía, todo sería distinto. Y no conviene que te expreses así, porque quien se revela contra el poder de su señor natural debe ser escarmentado con la muerte”. Y Guzmán añadió: “El señor natural es el que determina el corazón y no sólo su rango, mi señor”. El conde sostuvo la barbilla del crío y preguntó: “Soy yo tu señor natural?”. “Más que cualquier otro y por encima del rey, mi señor”, contestó Guzmán. Y Nuño dijo: “Eso es ofender al rey, pero no quiero que sirvas a nadie más que a mí. Tú eres mío solamente y sólo yo seré tu señor.....Ya se te ha ocurrido por donde puedo entrar en tu cuerpo?”.

Guzmán sonrió y le contestó: “Nunca he visto como se hace con una mujer, pero sí como monta el perro a la hembra o el garañón a una yegua. Y ellas tienen un agujero capaz de tragarse la verga del macho, que en el caballo es muy grande, señor. Pero yo sólo tengo un agujero y es muy pequeño para que entre por ahí un cipote como el vuestro, mi señor. A no ser que me rompáis el culo en dos al metérmelo”. “Crees que se romperá el ano si te la meto por el culo?”, preguntó el conde. “Sí, mi señor. No se puede abrir tanto como para que se meta todo eso dentro de mí.



Es muy gorda, además. Y me dolería mucho si me claváis semejante cacho de carne, mi señor. Casi seguro que me partiríais al medio”. “No te ocurrirá nada de eso. Te lo prometo”, le dijo el conde. Y añadió: “Una vez que te penetre y goces con ella moviéndose en tus tripas, tú mismo me la cogerás con la mano y te la meterás por el culo deseando tenerme dentro de tu cuerpo. Mientras tanto, hasta que no te dilate el ojo del culo, sólo jugaremos como lo hemos hecho hasta ahora y nuestras pollas se pondrán muy tiesas y se pringarán de babas antes de expulsar la leche para aliviar nuestros cojones”.

El señor pasó la mano por la espalda del chaval hasta el comienzo de los glúteos y añadió: “Pero no creo que tarde demasiado en tomarte aunque sea por la fuerza. Me excitas y me pones muy caliente para mantenerme sereno y seguir siendo paciente contigo. Te deseo ahora como hace tiempo me apeteció coger a otro hermoso mozo para estar dentro de su ser y no sólo quiero tu cuerpo sino tu alma. Busco el placer en ti, pero también el amor que me robó la desgracia, cuando aún tenía tu edad, para despertar mi corazón y volverlo a la vida.... Y al verte esos ojos serenos como una noche estrellada y tan profundos como los sentimientos de mi recuerdo, ha empezado a renacer el deseo de una vida plena de felicidad en mi pecho......... Recuesta la cabeza en mis piernas y huele la lujuria de mi sexo al tenerte tan cerca, que no es más fuerte de la que alberga mi alma. Tanto lo deseo como temo el momento de forzar esa estrecha entrada que tienes detrás, pero es necesario hacerlo cuanto antes o la ansiedad me volverá loco”.


Y Nuño sujetó la cabeza del crío sobre su pene erecto revolviéndole el pelo con los dedos. El muchacho no podía ver su mirada y por ello no se daba cuenta de su ternura y la tranquilidad que emanaba de los ojos del conde al verlo a sus pies y reclinado en sus piernas como un cariñoso lebrel.


Guzmán apretó la nariz contra el paquete de Nuño y comprobó la dureza de su verga embutida en las calzas de fieltro. Y le preguntó al señor: “De verás desearé tanto teneros dentro que yo mismo me clavare en vuestra polla, mi señor?”. Y Nuño respondió: “Lo harás y antes de lo que supones. Tu cuerpo pide a gritos el gozo que yo puedo darte con mi verga encastrada en tu culo. Sólo tiene que madurar más ese deseo en ti y tu carne estará dispuesta a recibirme sin causarte el menor daño. El cielo es caprichoso y quiso que nacieses para ser mío, compensándome de otra pérdida que agotó mi corazón de sufrimiento. Pero llegó el momento de volver a vivir y apurar la copa de la pasión y del placer..... Pero dejemos esto para más tarde, que ahora sólo deseo tocar tu cabello y verlo apoyado en mi regazo como si todavía fueses un tierno infante”. “Mi señor, dejé de serlo hace tiempo y ya se me van disipando algunos recuerdos de esos años de mi vida. Aunque no haya catado hembra, ya tengo vello en los cojones y sobre la verga, mi señor!. Y vos mismo habéis comprobado como se me levanta y se pone dura al estar a vuestro lado en la cama”. “Y sin estar en la cama, también. Como ahora, que ya la tienes tiesa notando la mía en tu mejilla. Estoy seguro que estás derramando suero por el capullo”, objetó el conde. “Sí, mi señor”, admitió el joven.

Guzmán restregaba la boca sobre la tela ajustada a los genitales del conde y su mano se fue hasta la polla para apreciarla mejor. Estaba enorme y tan recia que podría rasgar el tejido para liberarse y salir al aire buscando la lengua del muchacho. Y Guzmán la apretó con los dientes imaginándosela ya jugosa y generosa a la hora de darle su leche. Seguramente su juventud necesitaba aquel alimento para compartir la fuerza y energía del hombre que ya admiraba por su belleza y altiva apostura.

Y Nuño precisaba dárselo casi a todas horas, puesto que no paraba de fabricarlo en el par de huevos que lucia colgados del potente pene.

lunes, 14 de febrero de 2011

Capítulo VII

Los dos se habían quedado dormidos sin despegarse y el que primero abrió los ojos fue Guzmán. Una de sus manos estaba sobre el antebrazo de Nuño y el chaval rozó el vello con las yemas de los dedos, notando que su pene se empinaba de nuevo, y en todo su espalda y sus nalgas sentía el calor del otro cuerpo provocándole una agradable sensación de bienestar. Hubiera querido permanecer así indefinidamente y no pensar más en su suerte en manos del hombre dormido que lo abrazaba. Pero de vez en vez acudían a su mente las palabras de Bernardo insinuando que algo extraño podría ocurrirle en la torre.

Veía la luz del día y su estómago reclamaba alimento, pero por nada del mundo rompería la estrecha unión con el señor. Y, sin esperarlo, unas palabras susurradas en su oído le dijeron: “Has descansado?”. El crío no volvió la vista y sonriendo de comodidad respondió: “Nunca descansé mejor, mi señor”. “Te doy demasiado calor?”, preguntó el conde. “No, mi señor. Es el justo para estar como volando en el cielo”, contestó el chaval. Y Nuño le confesó: “Me gusta tenerte en mis brazos y sentir el calor de tu espalda en mi pecho. Y todavía me gusta más notar tus nalgas calientes y húmedas en mi vientre. Me invitan a entrar en ti y quedarme dentro de tu cuerpo”. El chico sonrió ante lo que tomó como una broma del conde y exclamó: “Señor, no cabéis en mí!. Vos sois mucho más grande que yo. Y, además por donde queréis entrar?. Mi boca no se puede abrir tanto!”. Nuño soltó una carcajada y apretó contra sí al crío diciendo: “Realmente eres encantador, Guzmán. Hablo de una manera figurada, ya que ni abriéndote en canal cabría dentro de ti. Y, además rajado desde la cabeza al pito, ya no me servirías de nada!. Para entrar en ti no necesito meter todo mi cuerpo dentro del tuyo. Basta con introducir una cosa y será como si estuviese metido entero en tu cuerpo”. “Y cómo es eso, mi señor?, preguntó Guzmán. “Lo sabrás cuando llegue el momento en que desee entrar para estar más unido a ti. Ahora me basta con tenerte así, muy pegado a mi piel y mezclar tu sudor con el mío.... Voy a a ordenar que nos sirvan de comer y beber y luego iré a inspeccionar la torre”. Y el conde llamó a Bernardo para que los atendiese con prontitud.

A media tarde, el conde bajó a las mazmorras y echó un vistazo a las jaulas en las que los furtivos esperaban su turno para ser escarmentados y a los calabozos donde encerraba a aquellos que ya los había convertido en perros y todavía estaban en período de adiestramiento.


En otra sala abovedada, previa a los lúgubres celdas, había media docena de jóvenes, cuyo único atuendo era una argolla de hierro al cuello y ya entrenados como perros, con los que salía a la caza de furtivos pertrechado de armas y cuerdas. Y al aparecer el señor se elevó un murmullo entre los dóciles sabuesos y a todos les acarició la cabeza con un gesto de deferencia por su fiel entrega.

Todos ellos habían superado la dura fase de entrenamiento a que los sometía su dueño para servirle adecuadamente en su jauría y sacarlos al bosque para rastrear otros furtivos, que, si daban la talla y podían ser de utilidad al señor, engrosarían la perrera. O, en caso contrario, quizás los dedicase a otros usos más adecuados para el ejemplar en cuestión. Ya que en contadas ocasiones terminaba por deshacerse de una captura por no ser aprovechable de algún modo. Y ningún mancebo atrapado cazando en las tierras del conde quedaba sin rendirle alguna utilidad.

Pero lo anormal hasta esa fecha, no sólo era el modo de haber apresado a Guzmán, mientras cabalgaba escapando de sus recuerdos y no yendo de cacería, sino también la situación en la que lo mantenía. Y sólo Bernardo sabía el motivo del trato diferente hacia el muchacho que seguía encerrado en los aposentos de su amo. Solamente le faltaba encadenarlo por una pata a una percha para parecer un pájaro exótico, como los que acostumbraban a tener algunas nobles damas en sus habitaciones para alegrarles la vista durante las horas muertas de aburrimiento esperando recibir los favores de su dueño y señor. Sus esposos, que de amantes solían tener muy poco para ellas. Y de ausentarse de la casa por largo tiempo, las dejaban cautivas con un cinturón de hierro en sus partes pudendas, cuya llave se llevaban ellos colgada del cuello.

La diferencia estaba en que para Nuño, su ave tenía un color mucho más vistoso que cualquier plumaje por brillante y colorido que fuese. Ser dueño de Guzmán iba camino de ser algo muy especial en la vida del joven conde si la suerte le era propicia al crío.

Nuño inspeccionó a todos y cada uno de los perros, que lo rodeaban buscando su mirada o alguna otra señal de afecto, y les anunció que irían de caza al día siguiente, nada más romper el alba. Pues al volver a la torre, había visto señales inequívocas de que algún merodeador andaba suelto por sus dominios.

Era habitual, asimismo, que Bernardo acompañase a su amo en las visitas a los sótanos de la torre, pero en esa ocasión le había ordenado que atendiese a Guzmán, que más que un furtivo capturado por el conde, parecía el huésped de honor de su casa. Más al esclavo ya le estaba cayendo bien el chaval y se esmeraba más de lo previsto en cuidarlo y hacer que su vida fuese lo más agradable posible durante el tiempo que permaneciese cautivo en las estancias nobles que ocupaba su señor.

Antes de abandonar el subterráneo, el conde comprobó el estado de los jóvenes allí encerrados , revisándoles las señales de los azotes y el ojo del culo a todos ellos , para ver si las heridas cicatrizaban adecuadamente sin problemas de infección o inflamaciones que provocasen daños irreparables que los inutilizasen para servirle. Si algo le importaba a Nuño era la salud y el estado físico de sus esclavos. Sobre todo de aquellos que podían ser destinados a la caza y captura de otros furtivos. Y a pesar del rigor de los castigos por sus torpezas o renuncios y el dolor al ser desvirgados o la dureza del adiestramiento, una vez sometidos, ninguno de ellos deseaba abandonar la torre y dejar de pertenecer a su amo, el joven conde feroz. Y, contrariamente a lo que pudiera pensarse, el peor castigo para esos perros era no volver a ser usados sexualmente por el señor. Que era lo que lógicamente le sucedía a la mayoría de ellos, dado que una vez catados y acostumbrados a ser sodomizados, normalmente no volvían a ser follados por el conde ni por nadie, si continuaban en su poder, puesto que acabada la tensión del estreno y pasada la novedad de probar sus cuerpos, prefería dedicar su potencia sexual a romper otros culos recién capturados y aún enteros. Pero a ninguno le había dedicado tantos miramientos ni cuidados como a Guzmán. La suya constituía una situación inusual y seguramente irrepetible, que solamente justificaba la luminosa noche de sus ojos en la que a Nuño le parecía ver reflejado a Yusuf.

Cuando el señor entró de nuevo en su aposento, el rapaz aguardaba sentado en un escabel mirando la arboleda que se extendía frente a la torre. Y le dijo: “Añoras la libertad de un jilguero?”. Pero el chico volvió la cabeza hacia él, miró al suelo y no respondió. Y el conde le preguntó otra vez: “Te sientes enjaulado?”. “No, mi señor. Pero echo de menos el aire en mi cara y el ruido del agua al correr por el río”, contestó Guzmán. Nuño lo abrazó por detrás y le besó el pelo. Y lo levantó para besarle la frente solamente, pero el chico le pidió más desde el fondo de los ojos y Nuño le besó la boca con más pasión y vehemencia que la primera vez. Y sin dejar de mezclar la saliva e introducirle la lengua, lo llevó al lecho tumbándose sobre el muchacho que cayó de espaldas sobre los almohadones.

El círculo se cerraba cada vez más y estaba resultando ser una trampa en la que caían tanto el cazador como su presa, sin percibir hasta donde llegaban jugando con un afecto que se hacía más intenso y ardiente a cada paso que daban en su ritual de acercamiento previo al apareamiento que tendría que venir.

Y Bernardo sólo aguardaba acontecimientos y órdenes de su amo.

sábado, 12 de febrero de 2011

Capítulo VI

Volvió a lucir el sol y Guzmán lo recibió despierto. Esa noche apenas pudo conciliar el sueño y a cada momento le sobresaltaba algo incorpóreo pero fantasmal y buscaba a su lado el cuerpo desnudo del señor queriendo protegerse a su amparo. Es que acaso esa miedosa reacción de su subconsciente no la provocaba precisamente lo que Bernardo le había dicho respecto al joven conde?.

Los espectros del muchacho no tenían ni forma ni cara ni se asociaban en su cabeza con la imagen de un cuerpo tan proporcionadamente bello como el de Nuño. Y le parecía ver su imagen con la cabellera al viento azotando el aire camino de la torre. Y quizás fuese premonición, pero en ese instante las cadenas del puente crujieron al descender y chirrió el rastrillo al elevarse para dejar paso al noble señor. El conde volvía a la torre cubierto de polvo y a la grupa de un caballo sudoroso y sediento.

El crío no veía el patio desde la alcoba, pero notó agitación fuera de ella y supuso que algo pasaba. Y lo probable era que el acontecimiento fuese la llegada del señor. Cuando aún estaba en la cama, se abrió la puerta apareciendo el apuesto joven seguido de Bernardo. Guzmán hizo ademán de levantarse, pero la voz del señor resonó con energía: “Tú, quieto donde estás..... Y tú, Bernardo, manda que preparen el baño..... Necesito quitarme toda este mierda de encima cuanto antes. Ayúdeme a desnudarme...... Se lo digo a Bernardo no a ti. Tú estate quieto en la cama mientras no te ordene lo contrario”. El zagal permaneció sentado a medio tapar y la polla se le puso tiesa dejando ver el glande brillante y henchido de sangre que lo hacía palpitar.

Dos esclavos trajeron la tina y otros cuatro venían con cántaros de agua caliente y la vertían en ella hasta mediarla. Nuño, ya en pelotas, esperaba mostrando su pletórica anatomía ante los ojos muy abiertos del crío y Guzmán notaba que crecía su excitación, pero pudo cubrirse algo mejor para que no lo viesen así los esclavos del conde. Y por qué tenía que darle vergüenza que otros viesen su miembro erecto, si no se sonrojaba de ello ante el otro joven?. Y Nuño lo miró al taparse y al sentarse en el agua él también estaba empalmado. Pero solamente Bernardo podía verle la polla al ocultarlo del resto con su espalda. Y el esclavo sabía de sobra cuales eran los gustos y aficiones de su amo y, sobre todo, que hacía con los jóvenes furtivos.

Guzmán se recostó en los almohadones y aguardó nervioso a que el señor le dijese algo, pero después de que Bernardo lo secase y peinase los cabellos, se dirigió hacia el lecho y se tumbo boca abajo casi pegado al chico. Guzmán dejó deslizar sus ojos por la espalda y los glúteos de Nuño y se dio cuenta que le gustaba poder admirarlo y algo en su interior le empujaba a pegarse a él. El conde despidió al esclavo y sin dejar de observar al muchacho le preguntó: “Te ha tratado bien?”. “Si, mi señor. Aunque no pude salir de esta alcoba”, respondió el crío. Y Nuño dijo: “Lo sé, porque así se lo ordené a Bernardo. Un pájaro de plumaje tan bello no ha de exponerse a que un gato roce sus plumas o lo mate sólo por jugar con él. Debe permanecer en una jaula aunque merezca que sea de oro...... Estás cómodo en mi lecho?”. “Sí, mi señor..... Nuca había reposado en algo tan blando y que oliese tan bien”, afirmó el chico. “Ese olor es el tuyo”, añadió el conde. “El mío, señor?”, exclamó Guzmán. “Sí. Pero sin mugre y por eso huele a aire fresco y a campo en primavera cuando la lluvia moja la yerba. Ese es el aroma de tu cuerpo y el del pelo, que mueves con tanta gracia al hablar....... Mírame a los ojos...... Ahora te da vergüenza?”. “No, mi señor.... Pero no sé si debo mirarlo con insistencia”, repuso el crío. Y Nuño le aclaró destapándolo: “Me refería si te sonrojaba que te la vea así y no que me mirases a la cara”. El zagal se puso como un tomate y balbuceo: “Mi señor!...... No puedo evitar que crezca así y por eso la tapo”. “Y por qué no la cubriste la otra noche?. También se puso así de dura!”, replicó el conde. “La vuestra también lo estaba, señor”, se defendió el chaval. “Pues ahora también”, dijo Nuño dándose la vuelta para enseñar su verga grande y gorda como una maza.

A Guzmán se le erizaron los pelos de todo el cuerpo al verle el cipote al conde. Era más grande de lo que recordaba y su cabeza brillaba como si fuese de metal bruñido. Al chico se le puso mucho más tiesa todavía y empezaron a dolerle los huevos por la presión y la calentura, sin poder evitar que sus mejillas se encendiesen como guindas. Nuño miraba al chaval sonriéndole y le dijo: “A mi también me excita verte desnudo porque eres muy hermoso. Y esa verga que tienes tan dura y bonita, hace que crezca la mía y se ponga como un barrote de hierro candente. Mira mis cojones...... Están llenos de leche y van a explotar si no los vacío. Lo mismo que los tuyos que también necesitan desahogo........ Te duelen?”. El muchacho contestó: “Sí, mi señor.... Mucho. Y ya empieza a salirme leche aguada por la punta de la polla..... Nunca se me había puesto así ni me habían dolido tanto las bolas, mi señor”. Y el conde comenzó a masturbarse sin quitarle la vista de encima a Guzmán. Y le ordenó: “Cáscatela conmigo.... Eso que te sale sólo es babilla y quiero ver cuanta leche almacenas en esos cojoncillos...Y tu verás la que puedo soltar por mi cipote... Quien eche más, gana... Venga, dale,... dale... Quiero ver como te corres de gusto al mismo tiempo que yo... Avísame cuando te vaya a salir para hacerlo juntos”.
Y no necesitaron mucho tiempo para que brotasen del orificio de la uretra unos abundantes chorros de semen disparados hacia arriba con fuerza. El esperma de ambos cayó sobre sus cuerpos y al recobrar el aliento y el sosiego, el conde se inclinó sobre el chaval y con los dedos recogió parte de la lechada diciendo: “No está mal para un joven adolescente, pero he ganado yo..... Mira cuanta cubre mi pecho y mi estómago. Incluso me saltó a la cara..... Acércate y observala bien”. Guzmán se incorporó y acercó la cara al cuerpo del señor y también quiso recoger el semen imitándole a él. Y Nuño añadió: “Cual te parece más densa?”. “La vuestra, señor”, admitió el muchacho. Y el conde dijo: “Pero la tuya también es espesa y muy agradable al tacto..... Me gusta tenerla en los dedos. La has probado alguna vez?”.

Guzmán tardó unos segundos en responder pero confesó: “La noche pasada la probé, mi señor”. “Te masturbaste en mi cama?”, pregunto Nuño. “Sí, mi señor”, admitió el chaval algo sonrojado. Y el conde dijo: “Pues estabas muy cargado para haberte corrido hace poco!..... Te gustó tu leche?”. “Sí, mi señor”, afirmó Guzmán. Y Nuño recogió del pecho algo de la suya y se la acercó a los labios al rapaz, diciéndole: “Prueba la mía ahora”. Y el crío no dudó en abrir la boca y meterse en ella los dedos de Nuño chupándolos para lamer el semen que le daba.

“Te gusta?, le preguntó el señor. “Sí, mi señor”, respondió el chico. Y el conde le otorgó el privilegio de lamerle todo el estómago y el pecho para saborear el resto del esperma.
Al acabar de limpiarle la piel al conde, éste le dijo: “Ahora puedes lamerme la cara y dejármela tan limpia como el resto. Lo has hecho muy bien”. El chico tampoco lo pensó dos veces y pegó sus labios a la mejilla de Nuño para lamerle la leche que le había salpicado el rostro y el señor le ordenó: “Cuando limpies las mejillas y mi frente haz lo mismo en mis labios. Ahí también tengo restos”. Pero al hacerlo, el crío se los besó por un impulso instintivo sin ser consciente que estaba dando el primer beso de su vida en otra boca y no era la de una mujer.

Se separó de Nuño como un relámpago y se turbó al darse cuenta de lo que había hecho, pero el otro lo agarró por la nuca y lo acercó de nuevo a su boca para corresponderle con otro beso mucho más caliente e intenso. Guzmán no se retiró esta vez ni opuso resistencia para juntar su boca a la del señor. Y al separarse ya no estaba colorado de vergüenza sino por el calor de la pasión. Le hervía la sangre en la cara y notaba un vapor que le ascendía desde el pene al cerebro nublándole la vista. Estaba mareado y su cabeza cayó de golpe en la almohada como si hubiese recibido un fuerte golpe en la nuca.

Nuño se arrimó a él y lo abrazó con fuerza pegándolo a su cuerpo como si quisiese acunarlo y dormirlo. Y Guzmán olvidó todo cuanto le había dicho el esclavo el día anterior. Se convenció de que aquel hermoso joven jamás podría causarle daño alguno después de haberle besado de ese modo.

Ahora no sólo no podía temerle sino que se encontraba seguro entre sus fuertes brazos.

martes, 8 de febrero de 2011

Capítulo V

Los rayos del mediodía deslumbraron los ojos de Guzmán y volvió a preguntarse si estaba despierto o aún soñaba. Bernardo estaba a su lado esperando silencioso que despertase y, al hacerlo, le habló con calma y le dijo que abandonase el lecho para bañarlo. Otra vez quería el joven señor que restregasen su cuerpo a penas sin haberlo manchado. Pero o era uno de sus caprichos o sencillamente deseaba que estuviese muy limpio antes de pasar a la otra vida.

Al no ver al joven noble, Guzmán le preguntó al criado por él y éste dudó en contestarle. Más, ante la insistencia del chico, Bernardo le dijo que se había ausentado para atender sus asuntos. El zagal pareció conformarse, pero quiso saber más sobre el extraño señor que lo tenía en la torre, sin saber aún si estaba cautivo o volvería a ver los campos y gozar del agua del río y del sol, y preguntó al siervo: “Llevas tiempo en esta torre?”. “Ya han pasado tres inviernos desde que me trajo mi amo y señor a este lugar”, respondió Bernardo. Y Guzmán preguntó de nuevo: “Y antes también servías a tu señor?”. Y el esclavo contestó: “Siempre. Ya en vida de su padre estaba a su servicio. En realidad lo he cuidado desde que era un niño y nunca me separaré de él mientras tenga los pies sobre la tierra. Así se lo juré a su madre, mi ama y señora, con la que vine a la casa del conde, siendo joven todavía..... Y no hagas tantas preguntas, chico, que saber no siempre es bueno. Vive el momento y deja que el tiempo corra en tu favor sin querer entender lo que no debes”.

Pero Guzmán era tenaz y no se arredraba ante casi nada. Y quería que Bernardo le dijese más cosas que atañesen al apuesto señor: “Dime, tiene familia tu señor?”. Bernardo estuvo a punto de atizarle un cachete, pero se contuvo recordando las palabras de su amo. Y le dijo: “No. No tuvo hermanos y los padres murieron. Mi señora siendo él todavía niño y su padre, mi señor el conde, unos días más de los que llevo en esta torre”. “Y no has vuelto a salir?”, preguntó sorprendido el chaval. “No”, respondió lacónicamente Bernardo. Y en esas, Guzmán ya estaba metido en la tina para que el siervo lo lavase con esmero y cuidado, como hacía con su amo y señor.

Y Bernardo le preguntó al chico: “De donde eres, rapaz?”, Guzmán no tenía ese dato muy claro, pero intentó explicarse: “Lo que puedo recordar, es una casa en el campo, en cuya cocina siempre había fuego y algo que comer. Mi madre me contaba cuentos de tierras al otro lado del mar y lujosos palacios con bellas mujeres y crueles soldados, pero nunca me dijo quien le contara esas historias a ella. Me decía que naciera al sur de una alta sierra, cuyas cumbres son blancas, y siendo un niño de teta me había traído a Castilla. Pero nunca me contó algo sobre su familia o mi padre. Sólo que tengo el color de su piel. En un lugar secreto tengo enterrados mis tesoros y entre ellos un anillo que tenía guardado mi madre y que me lo entregó antes de morir. Y eso es todo lo que tengo y sé”.


Bernardo miró hacia la ventana y dijo en voz baja: “Por mil truenos que no pareces un gañán!. Algo ha de haber que ignoras en el pasado de los tuyos que te da esa distinción y el embrujo conque te mueves y miras. Me recuerdas a otros nobles que vi en mi niñez por los que corría la sangre del califa. Pero en tu caso parece mezclada con otra también de alcurnia cristiana. Se diría que eres un mestizo con casta de reyes en las venas. Pero eso ahora no importa. Sólo eres un pobre rufián en poder de mi señor y tu suerte está en sus manos, porque de estos muros nadie escapa vivo si entró por furtivo. Una vez que entran es para siempre, a no ser que él te conceda el privilegio de ir atado al arzón de su silla como un fiel perro corriendo al lado de su caballo. Más de todo lo hablado yo no te he dicho nada. Comprendes?”. “Sí”, asintió Guzmán.

Y al chico se le heló la sonrisa después de oír al criado. Bernardo secó su cuerpo y lo cubrió con una camisa larga tejida en hilo muy fino y delicado que transparentaba la silueta del muchacho al contraluz. Su cabello suelto y bien cepillado, caía airosamente a los lados de sus mejillas enmarcando hermosamente el óvalo del rostro. Su mirada eran tizones con chispas de plata y oro según la luz que los hiciese brillar. Y Guzmán, de esa guisa, podía atraer y poner a sus pies al mundo entero. Era un bello doncel encerrado entre piedras gruesas y recias que nunca podría derribar por si mismo. Y la llave de esa prisión sólo la tenía el joven conde en su corazón de roca.

Todo lo que estaba viviendo le parecía con menos sentido todavía, puesto que su destino parecía escrito en el momento que pisó el puente de la torre. Jamás saldría libre y lo probable es que no durase mucho tiempo vivo en aquella fortaleza. La misteriosa y profunda mirada del orgulloso joven que lo tenía retenido, lo absorbía en una atmósfera casi mágica y no le asustaba. Y, sin embargo, a decir del criado no podía esperar nada bueno de ese hombre poderoso.

Pero le gustaba estar con él y tenerlo cerca como cuando estuvo tendido en la cama a su lado. Y tampoco sabía el por qué de esa sensación agradable y al mismos tiempo tensa y excitante. Tuvo ganas de tocarse el pene al ver como crecía sin quererlo, pero el señor tampoco se tocó el suyo que ya se le había puesto duro antes que a él. Si le ocurría eso estando solo, se la meneaba hasta soltar leche por la punta, pero no debía estar bien hacerlo delante de otro hombre o el joven señor se la hubiese cascado aunque él estuviese mirándolo.

Guzmán estaba confuso y sumergido en un mar de dudas y presagios. Y aunque tuviese miedo a un futuro próximo e incierto, deseaba que volviese el altivo joven para verlo desnudo otra vez. Su cuerpo le parecía hermoso y el sexo grande y tieso le había fascinado sin poder entender el motivo. Y de repente sólo pensó en la cantidad de leche que podría salir de un carajo tan grueso. Era la primera vez que se le ocurría semejante cosa, porque ni siquiera se había parado a pensar en los chorros que solían salir de su polla al masturbarse.

Bernardo le sirvió una comida abundante y sabrosa, como jamás antes la había probado, pero esta vez le puso en la copa agua fresca en lugar de vino. Guzmán comía con apetito, más no dejaba de pensar en que sería de él en cuanto regresase el señor. En la torre no se oía ni un ruido y le daba la impresión que estaba solo con el criado dentro de ella, ya que ignoraba lo que guardaban los sótanos y los vigilantes ojos apostados tras las almenas de la muralla.

Y qué podía hacer para escaparse de un habitáculo grande para ser un mero dormitorio, pero agobiante comparado con la amplitud de los bosques y los campos. El, que era libre como un gorrión, ahora lo cercaba una jaula sin barrotes pero igual de infranqueable para servir de prisión.


Pero llegó la noche y el joven señor no regresó. Y Bernardo le indicó que se tumbase en el lecho para descansar de no hacer nada y esperar un nuevo día que trajese la vuelta del orgulloso y poderoso noble señor. Y Guzmán volvió a preguntarle: “Donde ha ido tu señor?”. “A su castillo”, contestó el siervo. “No es esta torre?”, preguntó el chaval. “Es suya también, pero no es el castillo donde habita. Ese es más grande y confortable y allí hay una corte con caballeros, mayordomos, criados y lacayos. Y muchos soldados que sirven a los intereses de mi señor. Y a resolver asuntos de su feudo fue mi amo. El resto no nos compete a ninguno de sus esclavos. Y tú ya eres uno de ellos”.

Guzmán le replicó: “Yo soy su prisionero pero no su esclavo. Soy un hombre libre que no tiene amo”. Y El esclavo se rió diciendo: “Tú no eres dueño ni de tu vida. Ahora le perteneces a él como cualquier otro de los que están en esta torre y yo mismo. Sí eres un esclavo!. Uno de los esclavos de mi amo, que también es el tuyo. Y así deberás asumirlo y acatarlo como amo cuando vuelvas a verlo. Póstrate ante sus pies y muéstrale sumisión y respeto antes de que siegue tu vida”. Ya sólo depende de su capricho que sigas en este mundo”.

Y el criado lo dejó solo y a oscuras con sus miedos y pensamientos. Pero no había pegado un ojo cuando el recuerdo de la verga del señor, le obligó ansiosamente a cascarse una paja con la excusa de ver cuanta leche soltaba su duro cipote. Y soltó mucha. Y el zagal la probó por primera vez para ver si sabía como la leche, pero no era lo mismo y le supo salada.
Y ese olor fuerte le entró por la nariz al paladear su semen, aunque no le disgustó el sabor.