Autor: Maestro Andreas

domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo XIII

Le dieron de beber a los caballos y dejaron que paciesen cerca de la orilla, mientras ellos se disponían a darse un baño en un remanso de aguas más tranquilas y trasparentes. Nuño se quitó toda la ropa y el chico le obedeció librándose de la suya y se tiraron al río sin pensar si sus aguas eran frías o cálidas. Y estaban algo menos que templadas por el calor del sol y la sensación era muy refrescante y agradable. Guzmán se lanzó a nadar, moviendo los brazos y las piernas como una rana, y Nuño lo siguió alcanzándolo rápidamente. Sus brazadas eran más potentes y no le costaría demasiado esfuerzo superar al muchacho, pero se mantuvo a su lado hasta que rozaron el fondo con los pies.

Guzmán, casi por instinto, se abrazo al cuello del conde y éste lo agarró por la cintura, elevándolo para que rodease la suya con las piernas, y lo movía de abajo arriba jugando con él. Pero la cabeza de la polla de Nuño buscaba el ano del crío y lo alcanzó. Guzmán noto el roce del pene erecto en su esfínter y antes de desearlo ya estaba espetado como un pavo. Tenía la verga del conde dentro del culo y al menearlo en el agua se lo follaba plácidamente. El chico recostó la frente en el hombro de Nuño y se entregó al placer gimiendo como una perra ansiosa de macho. El señor estaba gozando con el contacto de cada partícula de recto que notaba en su polla y ese trozo de carne se derretía dentro del cuerpo del zagal.

Y el conde le preguntó al chico: “Tienes hambre?”. “Sí. mi señor, pero prefiero quedarme así más tiempo”, respondió el chaval. Y Nuño le dijo: “Te sacaré del agua sentado en mi verga, pero no descargaré dentro, porque te daré la leche en la boca para llenarte el estómago. No te apetece más eso?”. Guzmán se relamió de gusto y dijo: “Sí, mi amo. Ese regalo siempre lo deseo y ni la noche pasada ni esta mañana me habéis dado ni una sola gota de vuestro semen para saborearla y sentir como se desliza por mi garganta.
Mi señor dádmela cuanto antes porque estoy a punto de soltar la mía”. “Retén tu leche en los huevos un poco más, que ya salimos”, dijo el conde. Y corrió hacia la orilla chapoteando y llevando al mancebo puesto en la verga a modo de caperuza.

Y lo posó de rodillas en la yerba y Guzmán se prendió del teto repleto de savia para gozar mamándolo y succionando toda la leche contenida en los huevos de Nuño. El señor veía la espalda del crío reluciente en mil perlas de luz que escurrían hacia abajo dejando un reguero del sol sobre su piel. Y volvió a darse cuenta que adoraba al muchacho de ojos oscuros que ya era su mejor esclavo.

El chico se alimentó y el conde se relajó al vaciarse en él y se tumbaron a descansar bajo un olmo alto y robusto que los amparaba con su sombra. El muchacho se adormiló y Nuño dejó que descansase de tantas emociones vividas en pocas horas. Apenas en dos días conoció el doloroso placer de ser tomado por el culo y la experiencia terrible de dar muerte a otro hombre. Y esas dos vivencias las había superado como un verdadero hombre ya hecho y consciente de su condición de macho sometido a otro más fuerte y poderoso. Y no por la fuerza, sino por el amor y el deseo de servirle y ser quien diese sosiego y descanso a su amo y señor. A su hermoso amante y único dios que deseaba adorar postrado ante él para nutrirse con su energía y su semen.

Pero tenían que proseguir el viaje y volvieron a vestirse y a montar los caballos para galopar veloces hasta después del mediodía. Y recorrieron caminos y cruzaron prados y bosques, salvando ríos y vaguadas, hasta llegar a una aldea de campesinos donde compraron viandas y fruta fresca para comer y llevar reservas para el resto del camino hasta la puesta del sol.

Ya declinaban los últimos rayos del día cuando avistaron un castillo en la lontananza y Nuño espoleó el caballo para alcanzar cuanto antes la fortaleza. Ante las puertas le pidieron santo y seña, pero el conde se limitó a pedir asilo en atención a su condición de caballero y dignidad de noble señor y el puente bajó para dejar que accediese al interior del soberbio bastión de piedra.

Sobre la torre del homenaje hondeaban las armas del noble señor que lo ocupaba y reconoció en ellas las del barón de Ortios, amigo de su casa y su linaje. Y al verlo descender al patio, Nuño echó pie a tierra y se dio a conocer. El barón abrazó al amigo y ordenó que dispusiesen aposentos dignos de su rango, tanto para él como para el paje. Mas el conde le dijo que su paje se acomodaría en un rincón de su aposento y no era necesario otro camastro para el mancebo. Se arreglaría en el suelo al pie del lecho de su amo, porque le era más fiel que cualquier perro y, además, valiente y aguerrido como el mejor mastín, a pesar de ser tan joven aún. Añadió que siempre lo acompañaba y no abandonaba su dormitorio ni en su castillo.

El otro señor dio por buena la explicación de su amigo y dio instrucciones para preparar la cena y agasajar a su huésped conforme a su alcurnia. Pero antes, el conde pidió lo necesario para lavarse entero y, si era posible, otras ropas limpias y más cómodas para él y su paje.

La esposa del barón habló con la dueña de su casa, una mujer oronda y con un buche generoso como el de una tórtola, y ésta preparó lo necesario dejándolo presta sobre la cama que ocuparía el joven conde. Pero añadió un jergón y una manta para que el muchacho no durmiese en duro y se acomodase mejor junto al lecho de su señor, tapándose del frío durante la noche.

Cómo iban a imaginar todos que al chico lo cubriría su dueño y acomodaría su cabeza en el pecho de su amante después de gozar siendo follado por él. Si alguien pensase que Nuño pasaría una noche sin el calor de su amado y respirando su olor y sentir su adorable ternura, es que no conocían el placer que puede darle a un hombre el cuerpo de otro. Más si ambos están enamorados y encima son tan jóvenes todavía. Pero Nuño sí lo sabía y Guzmán lo había descubierto hacía muy poco, pero tan intensamente que su mente ya no concebía otra forma de gozar el sexo.

En el aposento, el paje bañó a su señor y el amante a su amado y los dos, limpios, frescos y hermosos, bajaron para compartir la cena con el señor del castillo, su esposa y el resto de sus deudos. Antes de sentarse a la mesa, Nuño le contó al barón que iba de camino a Sevilla para tratar con el rey asuntos importantes para el soberano y su egregio suegro el rey de Aragón, pero no mencionó nada de sus sospechas acerca de las maquinaciones del siniestro marqués de Asuerto.

El barón brindó por su amigo el conde, deseándole éxito en su misión, y éste agradeció su hospitalidad con más brindis, pero sin dejar de mirar a cada rato hacia la mesa donde comía Guzmán con otros muchachos y criados jóvenes del barón. Uno de los cuales, sentado frente al paje del conde, no le quitaba los ojos de encima y se deshacía por tenerlo bien atendido. A Nuño le hervía la sangre ante el descaro del osado joven y daría lo que fuese por sentarse al lado de su esclavo y acariciarle los muslos entre plato y plato, además de partirle los morros al puto cretino que lo asediaba. Pero eso no sería prudente y le quedaba toda la noche por delante para saciarse de él, si era posible que por mucho que estuviese con Guzmán, el conde pudiese llenar su vista con la imagen de aquel crío o su boca con sus besos y su sexo dijese basta por entrar en su cuerpo. Eso sí era muy poco probable, por no decir absolutamente imposible que llegase a ocurrir.



Al terminar la cena, el solícito mozo que tantas atenciones dedicara a Guzmán, le sugirió que sería bueno que fuesen a las cuadras a ver como estaban los caballos de su señor antes de retirarse a dormir. Y que si no quería quedarse con su amo, él le haría un hueco junto a su jergón. Guzmán declinó la oferta y el otro joven le preguntó si prestaba otros servicios a su señor además de los propios de un paje. Y Guzmán le respondió que servía a su señor como debía y satisfacía todas sus necesidades. Era su siervo además de su paje y el conde era su amo. Y cualquier otro pensamiento o desvarío sería traicionarlo.

Y esas palabras las oyó Nuño oculto detrás de un pilar y salió al quite para desembarazar a su esclavo del tenaz pretendiente. El conde hizo su aparición y como si acabase de llegar dijo: “Guzmán, vamos a ver como han atendido a mis caballos y luego sube a preparar mi lecho mientras le doy las buenas noches a mi anfitrión”. Y sin decir nada más salió hacia las caballerizas seguido de su paje.

Nuño era para Guzmán lo que el polen para la flor y el chico era para el joven noble el agua y el aire en donde se sumergía para vivir. Y esa noche volvió a hundir su tranca en el culo del mancebo y lo hizo saltar sentado de rodillas sobre sus muslos con la verga ensartada en su cuerpo, cachondo y ardiente como las brasas de una hoguera.
Y se amaron hasta pasada la media noche.

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