Autor: Maestro Andreas

miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo XIV

A primera hora del alba partieron del castillo del barón, el conde y su paje y volvieron a resonar los cascos de sus caballos en la tierra reseca de los caminos. Nuño abría la marcha seguido de Guzmán que mantenía el fogoso tordo que montaba a un palmo de la cola del alazán de su amo.

Llevaban provisiones para hacer una larga jornada sin detenerse a buscar quien les diese comida o bebida, y el satisfecho culo de Guzmán ni sentía el cansancio de la cabalgada después de la intensa caña que le había metido su señor durante la mitad de la pasada noche. Porque después de follarlo sentado de rodillas sobre el cipote, el conde le metió otro polvo en cuclillas sobre su vientre y lo terminó clavándosela a cuatro patas como a una perra y azotándole las nalgas como un primer aviso para que no coquetease nunca más con ningún otro joven.
Guzmán se defendía diciendo a su señor que no había provocado a aquel eventual pretendiente ni a nadie de los que estaban en la cena, pero Nuño, que lo que deseaba era sentir el calor de la carne del chico en sus piernas para excitarse aún más, le increpaba y le arreaba con más fuerza dejando la marca de sus dedos en las preciosas carnes del mancebo. Y ahora la silla de montar le pasaba cuenta a los doloridos glúteos del chaval a cada salto o rebote que le provocaba el galope. Pero Guzmán era feliz y volvería a padecer otra zurra aún más fuerte si con ello aumentaba el placer de su señor al darle por el culo.

Lo que no sospechaba el crío eran los pensamientos en los que concentraba la mente el conde. Nuño pensaba en que pasaría en al corte de Sevilla donde tantos hermosos donceles pululaban por sus salones y antecámaras y otros nobles señores, ojo avizor, los rastreaban para caer sobre ellos y darles caza, llevándoselos a sus aposentos y sodomizarlos de grado o por fuerza. Guzmán iba a ser un apetecible bocado para más de uno, fuese mancebo o no, y temía que alguien le rozase un solo pelo porque lo mataría por su osadía. No cabría mayor afrenta para él que otro hombre mancillase el cuerpo de su amado muchacho y el osado lo pagaría con su vida. Fuese quien fuese, incluido el propio rey, su señor, si imprevisiblemente gustase de carne de su mismo sexo al ver la provocadora belleza de su esclavo.

Y el mayor problema era el primo de doña Violante, su señora la reina, que era de todos conocida su afición por el culo de los adolescentes, llegando a violarlos sin el menor pudor ni arrepentimiento aunque tuviese que dejarlos medio muertos a golpes. Y Guzmán sería para ese puto cabrón una sabrosa guinda que rematase el pastel de una de sus acostumbradas orgías de sexo y violencia.

Pero aunque Nuño estaba dispuesto y preparado para cualquier eventualidad de ese tipo, si no le quedaba otro remedio, encerraría al mozo en su aposento durante toda su estancia en los reales alcázares de Sevilla. Y de ese modo ya no sería una tentación para otro macho hambriento de carne joven y hermosa. A Guzmán nadie lo sobaría sin pasar antes por encima del cadáver del conde. Y eso lo juraba Nuño por todo lo más sagrado de este mundo.

El chico era ajeno a esos temores de su señor y sólo alentaba su corazón el amor hacia él, que crecía sin parar y sin temor a nada, ya que estando al lado de Nuño no podía haber más que alegría y placer. Por su cabeza no pasaba ni la menor intención de fijarse en otro macho, porque no concebía que hubiese otro mejor que el que ya lo montaba, además de sentir una atracción por el conde que le absorbía todo el fogoso deseo de su floreciente adolescencia. Si algo tenía claro el chico es que nunca sería de otro dueño ni otro ser gozaría de su cuerpo aparte de su señor. Porque, para evitarlo llevaba el puñal moro en su cintura si fuese preciso usarlo contra el abusador o hundirlo en su pecho si no tenía otra escapatoria. Y el chico también lo juraba por su amo y señor, que era su dios.

A media jornada Nuño buscó un lugar tranquilo y solitario para descansar un rato y entraron en un bosque de encinas. Guzmán ató los caballos a un tronco y sacó del morral pan y queso para calmar el hambre de su dueño y tapar el agujero que parecía tener en su estómago reclamando algo que llevarse a la boca. Se sentaron con la espalda apoyada en un árbol centenario, que les alcanzaba como respaldo a los dos jóvenes, y tranquilamente degustaron el refrigerio, añadiendo también algo de jamón metido en lonchas entre dos rebanadas de pan con aceite.

El crío estaba cansado y su cabeza se deslizó hacia el hombro de Nuño y éste dejó que descabezase un corto sueño antes de proseguir el camino. Lo miró dormido y no pudo dejar de desear el amor del mancebo.

Era tan precioso su rostro y su cabello tan brillante, que por fuerza la imagen del chico traía a la mente el recuerdo de un príncipe de otras tierras y costumbres. Sin embargo debía de estar bautizado en la fe cristiana, al no estar circuncidado, lo que tiraba por tierra cualquier presunción sobre su exótico origen regio. De todos modos la natural elegancia del muchacho y su apostura le daban el más alto rango a los ojos de su amante. A Nuño le babeaba la polla tan sólo con imaginarlo desnudo y si no tuviese más cosas que hacer, lo tendría con el culo en pompa todo el día para beneficiárselo cada dos por tres, en todas las posturas. En tan pocos días, el culo de Guzmán debía ser ya el más follado del reino de Castilla, en función del breve espacio de tiempo pasado desde que lo desvirgara su amo.

Y antes de volver a montar el brioso tordo que lo llevaba a Sevilla, su culo iba a ser usado de nuevo por el conde. Pero esta vez amarrado contra la vieja encina y con las calzas bajadas hasta las rodillas. Nuño, nada más despertarse el chaval, lo sujetó bien al tronco y dejándole el culo al aire le arreó con el cinto que ceñía su cintura y lo clavó con las nalgas ardiendo por los veinte azotes que le atizó.


Y al sacársela le dijo pegado a su oído: “Quiero que el ardor de tu carne, por dentro y por fuera, no te deje olvidar ni un sólo segundo a quien perteneces. Te quiero demasiado para no poner de mi parte todos lo medios para evitarte tentaciones. La corte es traidora y los vicios que albergan sus muros son muchos y de todo tipo. Y tú eres demasiado joven y tierno para no correr el riesgo de sucumbir a los halagos y trampas que pretendan tenderte para desarmar tu virtud”.

El chico no se quejó por el castigo ni mucho menos por el dolor infringido a sus glúteos al calcarle a fondo mientras lo follaba su dueño, pero sí le dijo: “Mi señor, cómo dudáis de mí?. Si la zurra es porque os place, bendita sea. Pero si me pegáis por no estar seguro de mi fidelidad y amor por vos, prefiero que me deis muerte aquí mismo, mi señor. Soy vuestro para todo y ante todo y no son necesarias amenazas ni castigos para desearos con todo el alma y no querer a nadie más. Si ya sabéis que os amo, mi señor, por qué ponéis en duda que ninguna artimaña lograría que me entregase a otro hombre?”.

Y Nuño lo besó en la boca y lo soltó diciendo: “No dudo de ti sino que temo por el resto que mire tu hermosura e intenten forzarte. Y si te caliento el culo antes de joderte es más por vicio que por castigo, pero también por prevención y que no puedas dejar de tenerme presente aún sin verme. Allí no podré estar a todas horas contigo y quiero que sólo tengas pensamientos para mí”. “Así será, mi amo”, acató el chiquillo, notando la leche del amo en el vientre.
Y volvieron a cabalgar en dirección a la corte del rey de Castilla, de León, Galicia y Sevilla, entre otros reinos y títulos de Alfonso X.

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