Autor: Maestro Andreas

jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo XIX

Al atravesar uno de los patios para ir al salón en el que los aguardaba Aldalahá, les salió al paso una anciana dama con el rostro velado, que se apoyaba en dos fornidos esclavos, y clavando sus cansados ojos en los de Guzmán exclamó: ”Muhammad, el protector de los creyentes está en tu mirada!”. Y le flojearon las piernas llevándosela los dos siervos casi en volandas.

La escena sorprendió al conde y dejó perplejo al mancebo, pero no se dijeron nada y prosiguieron hacia el salón donde ya sonaban laudes, dolçainas y panderetas. Al entrar, su anfitrión se levantó de su lecho de almohadas y cogió a sus invitados de la mano para conducirlos hasta sendos y muelles lechos puestos al lado del suyo. Pero antes de soltar la diestra de Guzmán, el almohade también miró los ojos del chico y le dijo: “Mi madre dice que por tus venas corre la sangre del califa y tiene razón al afirmarlo”.
Entonces el conde le refirió el encuentro con la dama con el rostro medio cubierto por un delicado velo lila y el noble moro le explicó: “Esa es mi noble madre y os vio desde la celosía del harén, al llegar a mi casa, y los ojos de este joven le trajeron a la memoria la profunda mirada de Muhammad An-Nasir, el gran califa derrotado en las Navas por el bisabuelo del actual rey de Castilla, que también lo es de Sevilla. Si el destino no hubiese sido tan adverso entonces, este doncel podría ser un joven poderoso en esta ciudad y en toda Al-Andalus, mi estimado amigo. Ahora sólo es vuestro servidor, pero su porte y su belleza son de un verdadero príncipe almohade...Pero disfrutemos de la fiesta en vuestro honor y dejemos las cosas del pasado, aceptando lo que ahora tenemos”. Y se reclinaron en los cómodos almohadones de seda y plumas de ganso y el dueño de la casa hizo sonar las palmas para que diese comienzo el banquete.

A Guzmán le llamó la atención que junto al noble musulmán estuviesen sentados tres adolescentes muy guapos y adornados con plumas de colores en sus turbantes y con ropas de seda brillante y vistosas. Y, acostado con el señor, otro con cara casi femenina observaba a Guzmán al tiempo que su amo le hacía caricias y le besaba la boca.
Pronto comprendió que se trataba de otro eunuco y su misión era ser el juguete sexual de su dueño. Y pronto pudo comprobarlo más a las claras en cuanto el amo comenzó a tocarle el culo sin ningún tipo de reparo.

Los otros tres muchachos reían y bromeaban entre ellos, mientras que el cuarto era usado por el amo como una concubina más de su harén. Nuño se sonrió viendo la cara de estupefacción de Guzmán y le dijo: “No te asustes por nada de lo que veas esta noche. Seguramente yo también terminaré follándote sobre estos almohadones, dejando que nuestros dos eunucos te separen las nalgas para poder metértela mejor. Las mujeres danzarán repicando los crótalos y moviendo sus caderas y sus vientres nos calentarán las vergas para meterlas en los agujeros que vosotros, los bellos efebos adolescentes, tenéis en el culo esperando la tranca de un macho que sepa apreciar tanta hermosura. O prefieres ser tú quien se la meta a uno de ellos?. Realmente están para eso y deseando que se lo hagamos, porque es la forma de placer que les han enseñado. Igual que hice yo contigo. Ahora tu cuerpo vibra cuando te la meto y con más intensidad si te calco a fondo y hasta sientes daño al clavártela. No es verdad?”. “Sí, mi señor. Esta tarde me vi en la gloria cuando me follasteis con el agujero seco, aunque me dolió mucho al principio. Pero luego mereció la pena, mi amo. Cada vez que me entra vuestra verga siento un gozo mayor. Pero creo que también es porque os amo más que a mi vida”, le confesó el chaval al conde y le rogó con las mejillas encarnadas: “Sin embargo, mi señor, os suplico que no me penetréis delante de tantos ojos y lo hagáis después en la alcoba cuantas veces os apetezca”.
La fiesta se fue animando entre plato y plato con bayaderas meneándose con sus siete velos al son de la música y acróbatas que gustaron y divirtieron mucho a Guzmán. A esas alturas del sarao, cuando empezaban a servirles postres de almendra y miel y frutas frescas, el dueño de la casa ya tenía sentado en su verga al joven afeminado, que saltaba sobre su señor como si fuese en un caballo enano, pero con el trasero al aire. Y los otros tres mocitos, castrados también, sobaban al amo y lo besaban por todas partes recibiendo también sus caricias y besos. Y entonces el conde, muy empalmado, se tumbó al lado de Guzmán y le hizo señas a los dos eunucos que le daban servicio para que desnudasen de cintura para abajo al mancebo y a él. El culo de Guzmán quedó al descubierto y su amo se encargó de subirle la ropa por detrás hasta dejar al aire casi toda su atractiva espalda que la besó despacio. Y los dos esclavos, sin dejar de lamer la verga y los huevos del conde, comenzaron a sobar y manosear la polla del mancebo para vencer su timidez y ponerlo cachondo como un potro que husmea el rastro de una potranca en celo.

En un par de minutos al crío le borboteaba la sangre y su pene estaba más duro y tieso que una estaca para asaetear reos. Y Nuño, sin dejar de besar la boca de su amado y accediendo a su ruego, no esperó más y colocando boca abajo a uno de los eunucos le dio por el culo, palpando, además, las preciosas nalgas del otro que no paraba de toquetearlo por todas partes. Pero antes de correrse dentro del chico, le sacó el cipote del ano y le regaló la leche al otro sobón castrado que la agradeció y paladeó como el más dulce y mejor de los postres. Y no quedó ahí la recompensa, puesto que les ordenó que acercasen sus bocas al pene de Guzmán y lo ordeñaran para que también probasen la leche del zagal. Fue una pequeña orgía y terminó con regalos para el conde y su paje.
El noble Aldalahá ofreció como obsequió para el conde los dos eunucos que le atendían, Abdul y Hassam, y dos de los mejores pura sangres de raza árabe de sus cuadras. Uno blanco como las cumbres de la alta sierra granadina, fresca y nevada, llamado Brisa, y el otro con el pelaje negro y brillante como los ojos de Guzmán y de sangre ardiente como el viento del desierto, cuyo nombre era Siroco. Pero también tenía reservado un regalo para el muchacho y esto cogió por sorpresa al conde y todavía más a su esclavo.

El señor almohade pidió un cofre de tapas adornadas en damasquino y sacó de su interior un joyel de esmeraldas con una perla en el centro. Y le dijo al conde: “Mi estimado amigo, no es mi deseo ofenderte regalando al muchacho esta joya, pero permíteme que honre la casta que lleva en sus venas y deja que acepte este homenaje a la prosapia de la que seguro desciende. Noble Guzmán, que tu pecho o tu sombrero luzca este broche que perteneció al califa de Córdoba y dejadme, conde, que os bese a los dos las mejillas en señal de mi sincera amistad”. El conde hizo un ademán a su esclavo para que aceptase el regalo y le respondió al noble musulmán: “Fuisteis amigo de mi padre y lo sois mío también. Y aunque me abruma vuestra generosidad, no debo rechazar ni los presentes con que me honráis y mucho menos el de mi amado Guzmán, que os agradezco especialmente en su nombre y en el mío. Dadme un abrazo, noble amigo, y besad a mi joven doncel, pues os recordará siempre y llevará con orgullo ese broche que le ofrecéis”. Los tres se besaron en la cara y los dos señores se abrazaron estrechándose las manos en señal de hermanamiento.

Y ya en sus aposentos, los dos eunucos volvieron a bañar a los dos amantes y los prepararon para pasar la noche juntos sobre las suaves almohadas y alfombras de la más fina lana de Persia. Ellos se arrebujaron en la antesala y se hicieron los dormidos para escuchar los jadeos del conde y los suspiros y gemidos del mancebo que indicaban que se la estaba calcando su señor.
 Y con la calma después de desfogar sus ardores, el chico le dijo al amo: “Mi señor, por qué se empeña esta gente en confundirme con un noble y más de sangre principesca?. Sólo soy y quiero seguir siendo vuestro esclavo y esa joya es vuestra también como el resto de los obsequios que os hizo este noble amigo de vuestro padre. Yo no soy quien para llevar tales prendas ni arreos de tanto lujo, porque no soy más que vuestro humilde siervo, que desea ser el macho más valiente para dar la vida por vos y la hembra más caliente para daros el mayor placer posible, ya que no puedo parir vuestra descendencia, mi amo”. Y Nuño lo abrazó con todas sus fuerzas para decirle: “Sea quien fueren tus antepasados, para mí eres un verdadero príncipe y reinas en mi corazón. Te amo y nunca podré querer a nadie como a ti. Tú eres la joya más preciada que puedo desear tener entre mis tesoros”.
Y después de muchos besos los venció el sueño, mientras los dos eunucos también se besaban y acariciaban para sentir el placer a su modo.

3 comentarios:

  1. esta emocionante la historia, me ha fescinado bastante. Gracias por compartirla.

    ResponderEliminar
  2. Andreas la sensualidad de tus relatos me seduce..!
    Gracias y besos

    ResponderEliminar
  3. ME PARECE INTERESANTE EL RELATO..........EN LA PRIMERA OPORTUNDAD LO LEERE CON MAS CALMA.ME GUSTA ANALISAR.....SALUDOS

    ResponderEliminar