Autor: Maestro Andreas

sábado, 26 de marzo de 2011

Capítulo XXII

Los gremios de los armeros y herreros estaban cerca de un mercado y el conde y su paje se detuvieron curioseando entre los puestos de tenderos, cuando un encapuchado se acercó a Nuño y le dijo en voz baja: “Señor, os esperan antes del último rezo en la puerta del monasterio de San Clemente para daros una importante información sobre el señor marqués de Asuerto. Id solo porque estáis entre amigos y no conviene que se sepa de este encuentro”. Y antes de que el conde pudiese reaccionar el individuo ya se había volatilizado entre la gente que hacía sus compras en el mercado y los mendigos y tramposos que andaban a a la caza de un puto pardillo al que esquilmar.

Guzmán no se dio cuenta de lo ocurrido, ya que veía unas sandalias de cuero de vaca, que se las compró el conde, y éste quiso ocultárselo para no preocupar al chico. Y, sobre todo, para poder escabullirse solo sin alertarlo ni ponerlo en peligro por si todo fuese una trampa urdida por el propio marqués. Llegados a la casa de uno de los más famosos armeros de la ciudad, Nuño encargó para él una armadura completa para romper lanzas en torneo, con espada y mandoble de acero toledano, y una cota de malla para Guzmán.

El muchacho se sorprendió del regalo de su señor y le preguntó en que justas pensaba competir. Y Nuño no le dijo toda la verdad, puesto que sólo le habló de las fiestas que se celebrarían en la ciudad por el cumpleaños de la reina, sin mencionar su intención de retar en duelo a muerte al marqués, si de otro modo no lograba desenmascarar sus manejos y sus aviesas intenciones. Y la explicación sobre la cota de malla para el crío, era que sería su escudero durante esos días en que los caballeros miden sus armas.
Guzmán quedó encantado por el honor que le hacía su señor y ya se veía luciendo en el pecho los colores y emblemas del linaje de su amo, preparando lanzas y mazas para que su señor mostrase ante toda la corte su destreza y valor. A lo que no se atrevió por el momento fue a pedirle al conde que le permitiese competir en los torneos de arqueros e hiciese él también alarde de su puntería y su habilidad con el arco. Pero eso ya se lo plantearía en otra ocasión más propicia. Tampoco era cuestión de agotar todos sus recursos en un instante y quedarse sin flechas de reserva en la aljaba. Quizás durante la noche el conde estuviese más receptivo a tal sugerencia después de haberle dado por el culo hasta saciarse.

En la cabeza de Nuño hervían demasiados problemas y preocupaciones, sin olvidar el proyectado viaje a Granada por encargo del rey. Eso era lo que le decía el soberano en la misiva que recibiera estando en la torre, antes de partir con Guzmán hacia Sevilla. Le encomendaba ir a la hermosa ciudad a orillas del Darro y el Genil con una embajada ante su buen amigo el rey Mohamed II. Y eso es lo que desconcertara al conde al leer otra carta del marqués a ese mismo monarca, refiriéndose a temas concernientes al rey Jaime I de Aragón, padre de la reina doña Violante. Lo único que tenía claro era que la encomienda sería peligrosa y el marqués enviaría secuaces para impedirle llevar a buen término su misión.

Al volver al palacio de su anfitrión, Nuño y Guzmán, asistidos por sus dos eunucos, realizaron las abluciones preceptivas al entrar en la casa y degustaron los manjares con que su buen amigo almohade los agasajó durante el almuerzo. Después se retiraron a sus aposentos y el conde gozó de su amado ante la presencia de los esclavos castrados, puesto que ya no tenía por qué guardar recato alguno con ellos, dado que sabían de sobra cuales eran las relaciones entre los dos jóvenes amantes. Además, también se beneficiaban de la potencia sexual del conde, que los follaba al menos una vez al día a cada uno y se complacía con ello, puesto que los dos jovencísimos muchachos tenían un cuerpo muy cuidado y unos culos preciosos, carnosos como manzanas, que apetecía mordérselos antes de penetrarlos.

Pero el verdadero placer para Nuño pasaba por poseer a Guzmán y cada día los polvos que le metía al chico eran más intensos y cargados de fuerza y pasión. Casi siempre, una vez que le sacaba el pijo del culo, el agujero del mancebo necesitaba alguna pomada para calmar la irritación, aunque ese ardor y sentirse tan abierto y follado, ponía tremendamente cachondo al muchacho, que, aún corriéndose dos veces, le costaba conseguir que su cipote se le bajase. Cosa de la que también se aprovechaban los eunucos al permitirles el conde chupárselo y beneficiarse con su leche. Tanto Hassam como Abdul adoraban a Guzmán y respetaban a su señor el conde. Y el mancebo también les había tomado un gran aprecio a los dos eunucos que tanto esmero ponían en cuidarlo y mantenerlo siempre dispuesto para que su amo lo gozase y se complaciese a tope con él.

Podía asegurarse que aunque la felicidad de Guzmán era completa, las sombras de algo incierto planeaban sobre su cabeza y a ratos quedaba absorto mirando al infinito como intentando escudriñar el futuro que les esperaba a su señor y a él. E interrumpió su descanso un esclavo de la casa, diciendo que su amo esperaba al conde en el patio de las caballerizas para que montase los corceles árabes que le había regalado.

Nuño, acompañado por Guzmán, fue a reunirse con el noble almohade y quedó gratamente sorprendido al ver la estampa y pelaje de los dos caballos que pateaban y bufaban, girando sobres sus patas, sujetos por dos mozos de cuadras. Aldalahá, orgulloso de ambos ejemplares, advirtió al conde que los dos caballos eran briosos, pero el negro pecaba de ser más nervioso y sólo una mano muy diestra podría dominarlo. Nuño, que presumía de buen jinete, mirando de reojo a Guzmán, respondió que no sería un problema para él montarlo, pues desde muy joven domaba potros de todo tipo y los sometía haciendo de ellos mansos corderos. Y cuando se disponía a montarlo, el mancebo le dijo a su amo: “Mi señor, dejáis que yo pruebe primero el talante de ese bello animal?”. Tanto el noble anfitrión como su señor sonrieron por el atrevimiento del crío, pero Nuño le dijo: “Estás seguro de lo que pretendes?. Crees que podrías sujetarte encima de su lomo un minuto?”. “Sí, mi señor”, afirmó el mozalbete. Y el conde ordenó que ensillasen a Siroco, mas el zagal le dijo: “No, mi señor. Prefiero cabalgar a pelo sobre ese caballo. Estoy seguro que así nos entenderemos mejor”.”Cuando se trata de un buen potro, yo también prefiero hacerlo a pelo”, dijo el conde dedicándole una sonrisa cargada de intenciones al muchacho.
Ambos señores se miraron entre incrédulos y expectantes y el muchacho se acercó cautelosamente al animal, que no paraba de moverse y pifiar. Una vez a su lado, Guzmán lo sujetó por la cuerda y juntó su cara a la de Siroco, como si le hablase. Y el animal empezó a tranquilizarse y bajó la testuz como saludando el chaval. Así estuvo un rato, hasta que sin más lo liberó de la soga y acariciándole el lomo pegó un brinco y subió a horcajadas sobre el caballo.

El animal se levantó de manos, pero Guzmán amarró sus crines y le palmeó el pescuezo y, como por ensalmo, Siroco comenzó a trotar con alegría pero sin dar ningún requiebro que pudiese derribar al jinete. Guzmán cabalgó alrededor del patio y todos aplaudieron su hazaña hasta que descabalgó de un salto. Y sin sujetar a Siroco, el animal lo siguió como un perro faldero hasta donde se hallaban el conde y su anfitrión.

Aldalahá felicitó al chico, abrazándolo, y el conde le dijo: “Nunca terminarás de sorprenderme!. Cómo puede montar de ese modo alguien que no es un caballero?”. Y el mancebo respondió: “Mi señor, en los campos hay caballos que pacen a su aire y también los hay salvajes que si les hablas en su lengua te entienden y respetan. No es difícil comprender lo que sienten y desean, mi amo”. Nuño también abrazo a su paje, pero no como lo hiciera el otro señor. El conde lo estrechó con pasión y deseando follárselo allí mismo sujeto al cuello de Siroco. Pero se limitó a decirle: “Si a mi buen amigo no le ofende, te regalo ese caballo. Lo has merecido y creo que te desea a ti y no a otro”. Aldalahá añadió: “Mi estimado amigo, es para mi un honor que esa criatura de las marismas sea para un noble hijo de la sangre del califa. Nadie que en sus venas no corra la noble casta de esa dinastía podría dominar tan rotundamente a un pura sangre, cuyos antepasados vinieron del desierto como los suyos. Tanta es mi satisfacción, que te pido que me permitas regalarle los arreos y jaeces apropiados para tan noble animal. Guzmán, bendito seas y que tu vida sea venturosa y larga”.
Guzmán estaba anonadado por tanto elogio y la efusión conque los dos señores acogían su destreza con los caballos. Para él no era más que parte del juego conque tantas veces se había entretenido vagando por prados y montes, pero ahora eso parecía ser una hazaña digna de halago y le desconcertaba saber que era dueño de algo. Y más de un hermoso caballo como Siroco. Es verdad que el tordo que montaba podía considerarlo suyo también, pero su propietario era su amo, al que él también pertenecía.

Nuño montó a Brisa e hizo una exhibición de destreza ecuestre caracoleando y trotando con el caballo por el patio. Y al volver a quedarse solos él y Guzmán, éste le dijo: “Mi amo, yo no puedo usar nada que no sea vuestro. Os agradezco el regalo, pero ese caballo os pertenece lo mismo que yo”. Y Nuño respondió: “Lo sé, pero aún así quiero que seas tú quien lo monte y lo consideres como tuyo. Lo mismo que esos dos eunucos que tan bien te cuidan”. “También a vos si os dejáis , mi señor”, añadió el mancebo. Y el conde dijo: “Bueno. Dejemos eso y vayamos a descansar y vestirnos adecuadamente antes de reunirnos de nuevo con el noble Aldalahá. Por cierto. No le entregué el regalo a mi prometida. Lo llevaba, pero quizás por la tensión del momento se me olvidó dárselo. Y enviárselo por un criado me parece un tanto frío. No crees?”. Guzmán lo miró con los ojos muy abiertos y respondió: “Mi señor, no se lo deis por otra mano que no sea la vuestra. Le partiríais el corazón aún antes de casaros!”. “Tan bella te pareció que la defiendes de ese modo?”, objetó el conde. “Sólo me pongo en su lugar, mi amo”, contestó el chico. “Por esta vez te doy la razón. Qué pena sería que esa joven no llegue a saber lo generoso que es mi amado!. También te querría, aunque no tanto como yo, que además te deseo hasta ahogarme en el olor de tu cuerpo!”.
Y los cojines de raso y tafetán fueron testigos mudos del enorme deseo del conde por su paje, que sirvieron de caballo para que su amor galopara encima de ellos.

2 comentarios:

  1. Andreas me fascina el clima que consigue usted en esta historia! Y tu gráfica cuidada también Stephan!
    Besos a los dos

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  2. Me teneis bien prendido en la historia. Reviso la pagina cada 12 horas por si habeis publicado el siguiente episodio... la intriga acerca de lo que a continuacion ha de pasar es muy fuerte... tanto como el deseo de conocer a los dos amantes en persona.

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