Autor: Maestro Andreas

domingo, 6 de marzo de 2011

Capítulo XV

La segunda noche evitaron todo signo de vida humana y acamparon a la intemperie bajo el tintineo de las estrellas y el resplandor de la luna, envidiosa de su propia luz reflejada en las pupilas de Guzmán. Y encendieron un fuego para asar unas liebres, cazadas esa tarde en el monte, y saborear unos higos secos que les había obsequiado la esposa del barón para comerlos con nueces.

Una vez repuestas las fuerzas con el alimento, Nuño quiso que el mancebo se sentase pegado a su cuerpo y el chico obedeció de buen grado adosándose literalmente al amo. El conde pasó un brazo por los hombros del chaval y lo atrajo más hacia él, para que posase la mejilla en la suya. Y le habló desnudando su alma: “Nos esperan días duros, Guzmán, pero sobreviviremos a todos los riesgos del negocio que nos lleva a ver al rey. Mi peor enemigo busca mi ruina ante el monarca y también medrar y lucrarse con mis bienes y títulos, puesto que mi casa no tiene asegurada la descendencia directa y él es primo tercero por parte de mi padre. Anda en tratos con los moros y aún no sé que pretende exactamente. Pero lo que sí sé seguro es que intenta impedir mis esponsales con la pupila de la reina y procurar mi muerte sin descendencia. El rey me ha otorgado la mano de Doña Sol y voy a Sevilla a formalizar el compromiso y conocer a mi futura esposa. Va bien dotada al matrimonio por la reina y sólo sé sobre ella que es muy joven y dicen que hermosa”.

El conde calló y Guzmán quiso reprimir un sollozo, pero sus palabras lo delataron al preguntarle a su amo si deseaba casarse y amar a una mujer. Nuño besó su pelo y le contestó: “Mi amor eres tú y nadie ocupará tu sitio en mi corazón. Pero he de casarme y tener hijos que den continuidad a mi dinastía. No deseo ni el sexo ni el amor de una mujer, sea o no joven y hermosa, pero no tengo más remedio que hacerlo”. Guzmán se apretaba contra su señor y le preguntó: “Es más joven que yo, mi señor?”. “Debéis andar por la misma edad”, contestó el conde.


Y el chico añadió: “La imagino mucho más bella y dulce que yo, mi amo”. El señor besó al crío y respondió: “Nadie puede ser más precioso y tierno que tú a mis ojos. Y esa boda no significa que permanezca al lado de ella más tiempo del necesario para preñarla y asegurar la sucesión del condado. El resto de mis días y mis noches serán para gozarlos contigo y tenerte a mi lado siempre que sea posible. Sólo será un casamiento de conveniencia, como suelen ser todos entre nobles. Y la verdadera unión carnal es entre nosotros dos, aunque no la bendiga clérigo alguno. A nosotros ya nos bendijo Yusuf, donde quiera que esté, porque él te trajo hasta mí para consolar mi dolor por su muerte. Y no es que te quiera menos que a él, sino al contrario, pues entonces mi amor era el de un niño todavía y este es el deseo y la pasión de un adulto que sabe y estima lo que quiere tener en su vida. Y ese deseo eres tú, Guzmán, y no Doña Sol. Lo siento por ella que no conocerá el amor de mi parte, porque en mi ya no cabe otro ser. La respetaré y protegeré como es mi deber de esposo y estará sometida a mi como mi mujer, pero nada más”. Y Guzmán puntualizó: “Mi señor, yo también estoy sometido a vos, no como mujer pero sí como vuestro esclavo y porque os quiero por dueño y os deseo como amante. Y vos me protegéis sin necesidad de respetarme, ya que sólo soy una miserable criatura. Un furtivo que sin vuestra bondad ya no viviría. Y a mí podéis pegarme sin miedo a herirme, que soy hombre y resistiré mejor que ella cualquier desventura o dolor. Por eso antes de que hagáis daño a esa joven dama al yacer con ella, hacédmelo a mí, señor y os dará más placer”. ”Ni a ella ni a ti querría haceros ningún mal, ni permitiré que nadie os lo haga. El sexo con ella será distinto y no se parecerá al que tenemos entre los dos. Y tú no eres un ser miserable, eres el objeto de mi delirio, pero sí eres mío y ella lo será muy pronto también. Y en cuanto la deje encinta descansaré contigo y yaceremos juntos todas las noches”, aseguró el conde. “Será como vos digáis, mi amo”, acató el esclavo con un punto de tristeza en la voz.

Pero Nuño era sensible a los pesares de su amado y le dijo: “Quiero amarte ahora..... desnúdate porque voy a besarte todo el cuerpo y lamerte como una loba que cura las heridas a su lobezno. Aunque las tuyas no sean del cuerpo sino del alma, sabré aliviarlas con mi pasión y mi amor..... Quitémonos todo lo que nos estorbe y túmbate sobre las capas para gozar conmigo, porque esta noche te lo haré con cuidado y mimo. Quiero darte gusto y provocarte el orgasmo más intenso que hayas tenido en tu vida. Ven que te coma a pequeños mordiscos y deja tu placer en mis manos.


Un cielo de estrellas y la coqueta luna vieron la ascensión de Guzmán a la cima del éxtasis en brazos de su amante y señor. Y la tierra pareció temblar con el mal sofocado gemido que lanzó el muchacho desde el fondo de sus entrañas. El conde quedó rendido pero satisfecho y más que sudar se derretía en jugos y agua. Ambos cuerpos se derramaron dos veces sin solución de continuidad, haciendo gala de sus pocos años, su capacidad de recuperación sexual y física y su potencia amatoria. Y se durmieron desnudos y clavados el uno en el otro.

Un regato les sirvió para su aseo por la mañana, cubiertos de niebla y llenos de amor, y comieron algo antes de emprender la marcha de nuevo. Pero a pocas leguas les esperaba un buen susto. Tres embozados les cerraron el paso y éstos no eran simples ladrones sino guerreros bien armados. Nuño detuvo el caballo y pensó con rapidez una estrategia para afrontar la pelea y Guzmán esperó las indicaciones de su señor para acometer a los que se interponían en su camino.

Al menos se prestaban a una lucha abierta y de frente y eso le daba ventaja a un avezado caballero de armas como el conde. Nuño desenvainó la espada, protegiéndose el flanco con la rodela, y le gritó al muchacho. Arma el arco y dispara certero sobre mi cabeza y líbrame de uno de ellos. A los otros dos me los cargo yo solo”. Y espoleó el caballo lanzándose al ataque como un trueno devastador. Guzmán, sin nervios y con un aplomo impropio de un chiquillo, tenso la cuerda sujetando el emplumado de halcón y con el ojo puesto en la punta, siguiendo la línea del astil, apuntó al cielo calculando mentalmente el arco que debería seguir la trayectoria de la flecha para hacer blanco en uno de los atacantes que ya venían contra ellos a galope tendido.


Y por fortuna acertó de lleno en el cuello del que ocupaba el centro cayendo por tierra sin vida. El conde entrechocó el acero con el del enemigo que topó primero con él y con tal fuerza descargó el arma sobre el otro que le seccionó un brazo de cuajo. El tercero se fue a por Nuño y éste caracoleó con el alazán esquivando el primer golpe, pero el enemigo recortó por la derecha y quedó a espaldas del conde en una posición ventajosa para asestarle un mortífero golpe y decapitarlo.

Guzmán no titubeó ni dudó respecto a lo que debía hacer y picando espuelas se lanzó desenfrenado a por el guerrero lanzándose encima suya desde el caballo. Los dos rodaron por el suelo y el otro hombre, recuperando la espada, se revolvió para acabar con el bravo crío, sin ver que ya tenía encima suya al conde que, al galope de su caballo, le cortó la cabeza de un tajo. Luego fue a rematar al otro que estaba tendido mordiendo el polvo con un solo brazo.

Esta vez lo habían visto más negro que con los rufianes que pretendía robarles, pero de nuevo la suerte y el coraje les había salvado de una muerte segura. Y el chico ya no tembló ni le pesó haber matado a otro hombre para salvar a su amo. Ya se sentía un hombre capaz de arriesgar la vida por lo que amaba y eso le hizo sentirse en paz consigo mismo.

Nuño lo levantó del suelo y comprobó que no estaba herido y después lo abrazó izándolo del suelo como a un niño chico. El conde le llevaba media cabeza y abusaba un poco de su envergadura en comparación con la del muchacho. Pero en esta ocasión no perdieron más tiempo y apretaron el paso en dirección a la sierra.
 Ya tendría tiempo más tarde de compensarlo por el esfuerzo cuando estuviesen más seguros, porque estos soldados sí servían al puto y ambicioso marqués.

1 comentario:

  1. Pero este lobo feroz se ha convertido en un corderito con el niño!
    Andreas, quiero conocer esa corte de Sevilla de su mano. Besos

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