Autor: Maestro Andreas

martes, 8 de marzo de 2011

Capítulo XVI

Al séptimo día de su partida desde la torre, se toparon con una alta sierra y su travesía fue dura y costosa y en uno de los descansos para reponer energías, tanto ellos como los caballos, encontraron a un pastor que les habló de su mocedad y recordaba la gran batalla en la que perdió su poder el gran califa almohade de Al-Andalus, Muhammad An-Nasir, sin que apenas pudieran protegerle su fiera guardia personal, los despiadados imesebelen. Aseguraba haber visto como el rey Sancho de Navarra cortó las cadenas sarracenas que amarraban a esos fanáticos senegaleses, formando una barrera humana alrededor de la tienda de su rey y señor, y se hacía con el corán de tapa de oro adornada con una gran esmeralda. Guzmán lo escuchaba boquiabierto y no se perdía detalle de la gesta de aquellos guerreros capitaneados por otro rey Alfonso, el octavo de Castilla, antepasado del rey de su señor el conde.

A Nuño tampoco le eran desconocidas esas historias, puesto que su padre le había narrado sus vivencias en la famosa batalla llamada de las Navas de Tolosa, pero tampoco perdía el hilo de lo que contaba el anciano, sin interrumpirle aunque algún hecho o dato no fuese totalmente fidedigno. El conjunto valía y al joven Guzmán lo tenía fascinado.

El pastor les ofreció lo poco que llevaba para su sustento y ellos compartieron el suyo con el buen hombre y después de un largo reposo se despidieron de él y partieron otra vez, agudizando la vista y el oído para extremar la cautela cuanto más se acercaban a su destino, y tomaron un atajo que les indicó el anciano, advirtiéndoles que no tomasen la ruta habitual, ya que había visto cinco jinetes que iban muy deprisa y a su olfato de perro viejo le daba mala espina tanta premura. Nuño le agradeció el consejo y le dio unas monedas de plata, que para el pobre hombre eran una pequeña fortuna.

No habían caminado demasiado trecho cuando el chico le dijo al señor: “Mi madre también me habló alguna vez de una batalla que le contara a ella su madre y por lo que nos dijo ese hombre debe tratarse de la misma. Recuerdo algunas cosas muy similares, pero relatadas de otra forma y con diferente punto de vista”. “Puede que ese día tenga mucho que ver con tu estirpe, mi querido muchacho”, sentenció el conde.

Y se les echó la noche encima y debían encontrar un refugio seguro tanto a salvo de los lobos y otras alimañas, como de los esbirros del marqués. Y dieron con un modesto cenobio benedictino donde solicitaron cobijo para dormir a cubierto y tomar la frugal cena de los monjes, si todavía quedaba algo de ella. Ya que a esas horas los santos varones oraban sus últimos rezos del día antes de acostarse con las gallinas. El conde se colocó su sello en el dedo y rebeló su identidad e inmediatamente salió a recibirlo el prior con una representación de la comunidad.
El viejo tonsurado saludó al noble señor, bendiciéndolo, y se interesó por el motivo de su viaje. Nuño fue muy parco en explicaciones mientras comía con su paje unas sopas de ajo y algo de queso y le hizo notar al prior su cansancio a fin de que lo dejasen tranquilo con su paje hasta que tocasen a maitines antes de salir el sol. Pero tuvo que ponerse serio y mostrar su terquedad ante el empeño de otro monje más joven por llevarse a Guzmán al dormitorio de los novicios.

Ya sólo le faltaba que allí quisiesen tabicarle el culo a su muchacho delante de sus narices. Uno no podía fiarse ni de los monjes tratándose de un mancebo tan guapo como Guzmán. “A ver si voy a tener que rajar algún sayal esta noche y capar a más de uno que va de santurrón esperando metérsela al primer culito redondo y prieto que se le ponga a tiro”, pensaba Nuño para sus adentros, mirando de reojo a todos lados al ir por el claustro hacia el dormitorio que le habían designado para él y su paje, por supuesto. Cualquiera dejaba solo al chaval en ese sitio donde la mayoría eran hombres con ganas de aliviar la leche de sus pelotas. Y se le vino a la cabeza pensar en cómo tendrían el ano los novicios que aún no cumplieran los catorce años. Y los de algunos más también!. Menudas preas debía haber por el convento!, se dijo el conde.

Y le advirtió a Guzmán: “No te separes de mí ni para mear. Y esta noche en cuanto te folle te pones las calzas otra vez y duermes vestido. Está claro?”. “Sí, mi amo. Pero sólo me la vais a meter una vez?”, dijo el chico. “Bueno. Si me entran más ganas te las bajo otra vez y te la endiño otro rato. Pero tú pégate bien a mí y no te separes ni un ápice de mi cuerpo. Y al menor ruido que oigas me despiertas, que puede haber más que tormenta en el cenobio esta noche”, alegó el conde, Y el crío insistió: “Mi señor, creéis que pueden atacarnos estando aquí?”. “Quizás los sicarios del marqués no, pero andemos con ojo con otros lobos disfrazados de corderos. Al olor de la carne tierna se despiertan apetitos feroces. No lo olvides nunca, Guzmán, porque tú eres un corderillo que está en su punto para hincarle el diente. Debí dejarte en la torre con Bernardo. Allí, con ese eunuco, es donde más seguro estás”.

“Bernardo está capado, señor?”, preguntó asombrado el chico mientras le quitaba las botas a su amo. “Sí”, afirmó el señor. “Pero su voz no es de pito como en otros que yo conocí, señor”, dijo el chiquillo. Y el conde le aclaró: “No, porque se lo hicieron siendo ya un hombre hecho..... Al venir con mi madre a la casa de mi padre, lo capó mi abuelo, su señor hasta entonces, para poder acompañarla y estar con ella y protegerla en ausencia de su marido. Se suele hacer con esclavos destinados a hacer compañía a las damas de alta alcurnia. Los que tu conociste serían los castrados que cantan en las catedrales y sus voces son finas y agudas como las de las mujeres, porque los capan siendo niños aún”. “Me parece muy cruel, mi señor”, objetó el chaval. “Lo es, aunque sea una costumbre”, admitió el conde.

Pero al chico no le parecía una buena solución encerrarlo en la torre con Bernardo, al que ya apreciaba, y le dijo al señor al desnudarse para meterse en el lecho con él: “Mi amo, os soy más útil con vos que no encerrado en una torre por segura que sea. Si en este viaje fueseis solo quién os ayudaría a defenderos de los ataques que hemos sufrido?. Y cuando vuestros cojones se llenan en dónde ibais a descargarlos si no tenéis mi boca y mi culo a mano, mi señor?”.

Nuño se echó a reír y respondió: “Tienes toda la razón, mi valiente y amado mancebo. Si no llega a ser por tu ayuda seguro que ya no estaría en este mundo. Y no sólo por salvar mi vida de enemigos, sino fundamentalmente por evitar que mis pelotas estallen al no descargar tanta leche como fabrican..... Lo que no dices es que de tanta producción eres tú el culpable con ese culito tan hermoso y duro conque te parió tu madre. Por no mencionar ese par de ojazos que me privan del sentido. Entrá en la cama ya, que quiero penetrarte”. “Mi señor, antes he de andar con el perejil y el aceite para estar limpio. Vuelvo enseguida, mi amo”, dijo el chico. Pero Nuño no se fiaba de nadie en ese lugar y saltó de la cama de un salto, diciendo: “No importa como estés. Ven aquí enseguida!”. “Mi señor, así no debo ofrecerme a vos. Dejad que me asee, mi amo”, objetó Guzmán. “Está bien. Vete pero lleva la daga por si las moscas. Y no dudes en usarla si alguien te violenta”, dijo el conde.

El crío fue al establo y al encontrarse con un joven monje le dio como excusa que iba a ver a los caballos y se apuró por desaparecer del claustro. Los dos corceles ya estaban descansando, pero se agitaron al oler al chico y éste los calmo de nuevo y se metió por el culo un tallo de perejil mojado en aceite, tal y como se le enseñara su amo para vaciar las tripas. Y cuando estaba cagando apareció el joven monje preguntándole si necesitaba algo. Guzmán se sonrojó al saber que otro tío lo miraba haciendo de vientre y se levantó nada más notar que ya no salía nada por su ano. Se limpió en un abrir y cerrar de ojos y salió por pies hacia la celda donde le esperaba su señor. Pero el monje lo detuvo agarrándolo por un brazo y quiso besarlo en la boca. El crío se revolvió contra el otro como un tigre y sacando su acerado puñal lo amenazó con tal furia que el monje se acojonó y se largó corriendo del establo.

Y en cuanto entró en el reducido aposento preparado para su amo, éste le preguntó. “Algún problema?”. “Nada que no solventase yo solo, mi señor”, respondió el zagal. Y el amo le ordenó: “Ven a la cama”. Lo tapó con la manta y le dijo: “Acércate más y pega el culo a mi polla que te va a entrar en un par de segundos......

Tienes el culo frío. Te lo lavaste con agua helada?”. Y el crío contestó: “No, mi amo. Pero la noche no es demasiado calurosa y desde la cuadra hasta aquí se me ha enfriado un poco al no ponerme las calzas. Pero lo he dejado muy limpio para vos, mi amo”. El conde le metió un dedo y exclamó: “Huele muy bien, desde luego..... Me encanta notar como te entra!. Tenía ganas de tenerte así y sentir el latido de tu vida en la mía..... Voy a follarte despacio para deleitarme en cada embestida.... Y luego ponte las calzas que esta noche no duermes con el culo al aire por si acaso nos asaltan”.

Pero el crío no pudo vestirse de nuevo las calzas, porque su amo se quedó dormido estrechándolo en sus brazos y sin despegar la verga de su agujero.

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