Autor: Maestro Andreas

domingo, 20 de marzo de 2011

Capítulo XX

El conde sabía donde podía encontrar y adquirir lo necesario para salir del paso satisfactoriamente, en cuanto al vestuario acorde para la ocasión, y sin perder tiempo se dirigió con su esclavo a casa de un comerciante venido de Damasco, que traía mercancías de diferentes puntos del mundo conocido y especialmente paños de Flandes, brocados, damascos, rasos y telas bordadas en oro y plata, mantos de púrpura y ricas sedas de países del lejano oriente como la India o China y otras exquisitas piezas venidas desde Venecia y Bizancio, sin faltar cordobanes de la ciudad sultana que fue cabeza del gran califato de su mismo nombre, cuya grandeza recuerdan los siglos unida a la memoria de la dinastía Omeya y del gran califa Abderramán III.

En un par de días le confeccionaron y acomodaron un vestuario digno de un príncipe y los dos eunucos adornaron a Guzmán, más como a un doncel que como a un simple paje, prendiendo en su sombreo plumas de faisán con el broche regalado por Aldalahá y colgando de su breve cintura el puñal de puño de oro engarzado de piedras preciosas. Y los dos estaban elegantes y sobre todo tan hermosos que seguramente levantarían comentarios y pasiones de diferente signo en los salones del alcázar. Y muchas miradas los escrutarían después de volver la cabeza hacia ellos cuando el camarero del rey anunciase la presencia ante el soberano del señor conde de Alguízar, más conocido por el pueblo llano de sus dominios como el conde feroz.

Y por fin comparecieron en la corte de Alfonso X, ataviados como correspondía al evento y naturaleza del personaje. A Guzmán no se le cerraba la boca al ver tanto lujo y riqueza y aquellos patios de azulejos azules y salas tapizadas con suras en sus paredes y adornadas con objetos valiosos y de gran belleza estética. Era el perfecto escenario para la corte califal, cuyo confort y grandeza ahora disfrutaba el rey castellano y Nuño pensó en Yusuf, cuyos pies también pisaran aquellos enlosados.
En la antecámara se encontraron con el apuesto primo de la reina, Don Froilán, que clavó sus ojos en el mancebo y saludando ceremoniosamente al conde le dijo: “Mi estimado señor, que bien acompañado os veo!. Puedo saber quién es ese bello doncel que lleváis a vuestro lado?”. Nuño le hubiese dado un estacazo, pero le respondió: “Es mi paje y escudero, noble señor”. Y el otro caballero añadió: “Tan joven y ya es hombre de armas, conde?”. Y Nuño alegó: “Cierto que es joven, pero en la pelea es un tigre y no quisiera yo probar sus garras, porque maneja el arco como el mejor arquero de estos reinos, señor. Que no os confunda su aspecto y su cara todavía imberbe, puesto que si le provocan sabe bien como defenderse con ese estilete que lleva al cinto. Y más si se trata de una ofensa a su señor”. El noble aragonés sonrió sin dejar de observar al mancebo y contestó: “Os agradezco la advertencia, pero nada más lejos que provocarle a él u ofenderos a vos, mi estimado conde. Y espero que halagar su hermosura y elegancia no os suponga un agravio”. “Por supuesto que no, amable señor. Y os agradezco la deferencia hacia mi joven paje”, respondió el conde. Y el noble Froilán preguntó: “Conocéis ya a vuestra prometida, conde?”. “No. Todavía no tuve ese honor y lo espero ansioso, señor”, contestó Nuño. Y el otro añadió: “Es tan bella como celosa e inteligente. Supongo que ella también sabrá apreciar la donosura de este joven que os sirve, Don Nuño”. “Espero que así sea, Don Froilán”, respondió el conde.

Aquel juego cortesano sobrepasaba a Guzmán, en cuanto se separaron del otro joven le preguntó a su amo: “Mi señor, Qué quería ese noble?”. “Tu culo, Guzmán”, contestó Nuño sin mirarlo. Y el siguiente asalto corrió a cargo de un obispo. El prelado también saludo al conde con cortesía y tuvo una clara deferencia hacía el muchacho cuando Nuño se lo presentó como su paje. Al punto que lo beso en las mejillas después que el chico besase su anillo por indicación de su señor. Y volvió a preguntar a su amo: “El obispo también quiere lo mismo que el otro señor?”. “Me temo que sí, Guzmán... Ese par de eunucos te pusieron como un pavo real y veo muchas miradas que desean devorarte”, dijo el conde. Y exclamó: “Sólo faltaría que hasta el rey se fijase en tus nalgas tan bien embutidas en esas calzas, que las realzan aún más y su redondez levanta las piedras!. Verás lo que te espera al volver a casa de mi amigo Aldalahá. Te voy a poner el culo como un horno de pan y el agujero te va a echar humo hasta que los putos eunucos te metan en el baño y te refresquen con sus ungüentos y pomadas. En cada mirada que te echo me encandilas más y me pones como un burro mordiéndome la cabeza de la pija!. Voy a perder la vida extenuado de tanto darte por el culo, pero prefiero un minuto de placer contigo a todo un siglo llorando tu ausencia”. Gracias, mi señor. Sólo deseo daros placer”, respondió el mancebo.
Y por fin les llegó el turno de ver al rey y pasaron a otra sala, cuyas puertas guardaban los monteros reales. Don Alfonso estaba de pie en el centro de la sala, junto a una mesa llena de legajos, códices y pergaminos, y al entrar el conde y su paje se volvió hacia ellos y dijo: “Acércate Nuño. Cuánto tiempo hace que no nos vemos? . Bueno, es igual. Vayamos a nuestros asuntos. Nos hemos decidido que os caséis con la pupila de mi señora la reina. Y Doña Violante, mi amada esposa, está encantada con la elección de marido para Doña Sol. Os lleváis una buena dote, conde!. La reina ha sido muy generosa con esa joven dama. Y mientras aguardamos a que se reunan con nosotros, hablemos de otras cosas. Por cierto quién es ese noble muchacho que va a vuestro lado?”. “Mi paje y escudero, Señor”, contestó el conde. Y el monarca añadió: “Cuídalo bien, conde, porque nadie ignora que en mi corte hay apetitos carnales desbocados. Y ese doncel es muy goloso, Nuño!”. “Aún es muy joven, Señor, y no es vicioso en ningún sentido”, replicó el conde.

Y en eso, hizo acto de presencia la reina acompañada por una jovencísima dama de pelo color de fuego y ojos dorados como la miel, cuyo recato no dejaba apreciar debidamente la extraordinaria hermosura de su rostro, acompañada por su aya, otra dama de mediana edad con velos negros y ropas en tonos oscuros, llamada Doña Petra. Doña Violante tendió la mano al conde con el dorso hacía arriba para recibir su beso y le dedicó palabras amables de bienvenida a los reales alcázares, pasando a presentarle a su joven pupila, para formalizar su compromiso de bodas, en espera de los esponsales que se celebrarían antes de las primeras nieves.
Casi sin fijarse en la joven, Nuño firmó el contrato matrimonial, refrendado por el soberano ante el escribano mayor del reino de Castilla, que se unió al acto tras las presentaciones formales de los futuros esposos, y Don Alfonso mandó servir vino para brindar con el conde por el feliz enlace. Y por primera vez escuchó Nuño la voz suave y delicada de la que sería su mujer: “Mi señor, sois más galán que lo que me imaginaba y espero daros muchos descendientes que aseguren vuestro linaje que ya es el mío. Y veo también que sabéis rodearos de servidores tan hermosos como vos, ya que vuestro paje es un muchacho muy agraciado en cuanto a su físico”. Sí que lo es!”, exclamó la reina. Y recalcó dirigiéndose a su marido: “No lo creéis así, mi Señor”. “Sí, Señora. Vuestra alteza siempre sabe ver la belleza que está a su alrededor. Mi querido conde, la reina es una amante de todo lo hermoso. Y eso es un halago para mí, ya que alaba mis poesías, por lo que he de entender que también son tan bellas como ese doncel que tanto le gusta a nuestras damas”, dijo el monarca poeta. Y dando por finiquitado el asunto añadió: “Nos estamos muy complacidos con el compromiso entre Don Nuño, conde de Alguízar, y la pupila real Doña Sol. Podéis retiraros, conde”. Y todos menos la reina abandonaron la sala.

El conde estaba tenso por la presencia de su prometida y ésta le sonreía intentando atraer su atención y acaparar su mirada, pero a Nuño le preocupaban más el gesto y el rictus melancólico de Guzmán que la luminosa alegría de la joven dama. Doña Sol, cuyo nombre hacía juego con su cabello y el resplandor de su mirada inteligente, se dirigió al joven paje con amabilidad y le dijo: “Cual es tu nombre?”. “Guzmán, señora”, respondió el conde, Pero ella insistió: “Mi señor, dejad que sea él quien me responda. O acaso es mudo?”. “No lo es, señora.... Habla a tu señora, Guzmán”, dijo Nuño. Y el chico volvió a decir: “Mi nombre es Guzmán, mi señora, como ya os dijo mi señor”. “Que edad tenéis, Guzmán?”, preguntó la dama. “Creo que unos dieciséis, mi señora”, respondió el mancebo. “Mi señor, él y yo somos de la misma edad”, dijo doña Sol mirando al conde. Y éste contestó: “Sí, señora. Y ambos sois muy hermosos. Y él os servirá con la misma lealtad que a mí. Es mi siervo más querido, señora”.
Doña Sol se fue con su aya y el conde volvió al palacio del noble musulmán nervioso y muy cabreado por no poder hablar con el rey del asunto que más le importaba y que no era otro que la carta del marqués al rey de Granada. Y por si fuera poco eso, al salir de la antecámara real, se cruzó con el puñetero marqués, mirándose ambos sin saludarse y amenazándose con los ojos. “Qué intrigas estará urdiendo ese felón?”, se preguntó para sí el conde. Y Guzmán que leía el pensamiento de su amo como un libro abierto, le preguntó: “Ese es vuestro enemigo, mi señor?”. “Sí”, respondió Nuño. Y el chico añadió: “ Os veo demasiado obsesionado con él, pero no pongáis nuestra vida en peligro, mi amo”. “Sera la mía!”, exclamó el conde. “La de los dos, mi señor.
Vos mismo me distéis este puñal y lo usaré contra quien os desee algún mal, pero también para acompañaros al otro mundo si os matan antes que a mí, mi amo”, respondió el valeroso zagal.

2 comentarios:

  1. adoro seus contos mas este amo esta mais pra escravo,pis é completaete apaixonado pelo jovem esta saga parece romance gay

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  2. Así es la verdad, quien el amo quien el esclavo, dos hombres atadados uno con el otro. Y el cuento es bello, grazie.

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