Autor: Maestro Andreas

martes, 8 de febrero de 2011

Capítulo V

Los rayos del mediodía deslumbraron los ojos de Guzmán y volvió a preguntarse si estaba despierto o aún soñaba. Bernardo estaba a su lado esperando silencioso que despertase y, al hacerlo, le habló con calma y le dijo que abandonase el lecho para bañarlo. Otra vez quería el joven señor que restregasen su cuerpo a penas sin haberlo manchado. Pero o era uno de sus caprichos o sencillamente deseaba que estuviese muy limpio antes de pasar a la otra vida.

Al no ver al joven noble, Guzmán le preguntó al criado por él y éste dudó en contestarle. Más, ante la insistencia del chico, Bernardo le dijo que se había ausentado para atender sus asuntos. El zagal pareció conformarse, pero quiso saber más sobre el extraño señor que lo tenía en la torre, sin saber aún si estaba cautivo o volvería a ver los campos y gozar del agua del río y del sol, y preguntó al siervo: “Llevas tiempo en esta torre?”. “Ya han pasado tres inviernos desde que me trajo mi amo y señor a este lugar”, respondió Bernardo. Y Guzmán preguntó de nuevo: “Y antes también servías a tu señor?”. Y el esclavo contestó: “Siempre. Ya en vida de su padre estaba a su servicio. En realidad lo he cuidado desde que era un niño y nunca me separaré de él mientras tenga los pies sobre la tierra. Así se lo juré a su madre, mi ama y señora, con la que vine a la casa del conde, siendo joven todavía..... Y no hagas tantas preguntas, chico, que saber no siempre es bueno. Vive el momento y deja que el tiempo corra en tu favor sin querer entender lo que no debes”.

Pero Guzmán era tenaz y no se arredraba ante casi nada. Y quería que Bernardo le dijese más cosas que atañesen al apuesto señor: “Dime, tiene familia tu señor?”. Bernardo estuvo a punto de atizarle un cachete, pero se contuvo recordando las palabras de su amo. Y le dijo: “No. No tuvo hermanos y los padres murieron. Mi señora siendo él todavía niño y su padre, mi señor el conde, unos días más de los que llevo en esta torre”. “Y no has vuelto a salir?”, preguntó sorprendido el chaval. “No”, respondió lacónicamente Bernardo. Y en esas, Guzmán ya estaba metido en la tina para que el siervo lo lavase con esmero y cuidado, como hacía con su amo y señor.

Y Bernardo le preguntó al chico: “De donde eres, rapaz?”, Guzmán no tenía ese dato muy claro, pero intentó explicarse: “Lo que puedo recordar, es una casa en el campo, en cuya cocina siempre había fuego y algo que comer. Mi madre me contaba cuentos de tierras al otro lado del mar y lujosos palacios con bellas mujeres y crueles soldados, pero nunca me dijo quien le contara esas historias a ella. Me decía que naciera al sur de una alta sierra, cuyas cumbres son blancas, y siendo un niño de teta me había traído a Castilla. Pero nunca me contó algo sobre su familia o mi padre. Sólo que tengo el color de su piel. En un lugar secreto tengo enterrados mis tesoros y entre ellos un anillo que tenía guardado mi madre y que me lo entregó antes de morir. Y eso es todo lo que tengo y sé”.


Bernardo miró hacia la ventana y dijo en voz baja: “Por mil truenos que no pareces un gañán!. Algo ha de haber que ignoras en el pasado de los tuyos que te da esa distinción y el embrujo conque te mueves y miras. Me recuerdas a otros nobles que vi en mi niñez por los que corría la sangre del califa. Pero en tu caso parece mezclada con otra también de alcurnia cristiana. Se diría que eres un mestizo con casta de reyes en las venas. Pero eso ahora no importa. Sólo eres un pobre rufián en poder de mi señor y tu suerte está en sus manos, porque de estos muros nadie escapa vivo si entró por furtivo. Una vez que entran es para siempre, a no ser que él te conceda el privilegio de ir atado al arzón de su silla como un fiel perro corriendo al lado de su caballo. Más de todo lo hablado yo no te he dicho nada. Comprendes?”. “Sí”, asintió Guzmán.

Y al chico se le heló la sonrisa después de oír al criado. Bernardo secó su cuerpo y lo cubrió con una camisa larga tejida en hilo muy fino y delicado que transparentaba la silueta del muchacho al contraluz. Su cabello suelto y bien cepillado, caía airosamente a los lados de sus mejillas enmarcando hermosamente el óvalo del rostro. Su mirada eran tizones con chispas de plata y oro según la luz que los hiciese brillar. Y Guzmán, de esa guisa, podía atraer y poner a sus pies al mundo entero. Era un bello doncel encerrado entre piedras gruesas y recias que nunca podría derribar por si mismo. Y la llave de esa prisión sólo la tenía el joven conde en su corazón de roca.

Todo lo que estaba viviendo le parecía con menos sentido todavía, puesto que su destino parecía escrito en el momento que pisó el puente de la torre. Jamás saldría libre y lo probable es que no durase mucho tiempo vivo en aquella fortaleza. La misteriosa y profunda mirada del orgulloso joven que lo tenía retenido, lo absorbía en una atmósfera casi mágica y no le asustaba. Y, sin embargo, a decir del criado no podía esperar nada bueno de ese hombre poderoso.

Pero le gustaba estar con él y tenerlo cerca como cuando estuvo tendido en la cama a su lado. Y tampoco sabía el por qué de esa sensación agradable y al mismos tiempo tensa y excitante. Tuvo ganas de tocarse el pene al ver como crecía sin quererlo, pero el señor tampoco se tocó el suyo que ya se le había puesto duro antes que a él. Si le ocurría eso estando solo, se la meneaba hasta soltar leche por la punta, pero no debía estar bien hacerlo delante de otro hombre o el joven señor se la hubiese cascado aunque él estuviese mirándolo.

Guzmán estaba confuso y sumergido en un mar de dudas y presagios. Y aunque tuviese miedo a un futuro próximo e incierto, deseaba que volviese el altivo joven para verlo desnudo otra vez. Su cuerpo le parecía hermoso y el sexo grande y tieso le había fascinado sin poder entender el motivo. Y de repente sólo pensó en la cantidad de leche que podría salir de un carajo tan grueso. Era la primera vez que se le ocurría semejante cosa, porque ni siquiera se había parado a pensar en los chorros que solían salir de su polla al masturbarse.

Bernardo le sirvió una comida abundante y sabrosa, como jamás antes la había probado, pero esta vez le puso en la copa agua fresca en lugar de vino. Guzmán comía con apetito, más no dejaba de pensar en que sería de él en cuanto regresase el señor. En la torre no se oía ni un ruido y le daba la impresión que estaba solo con el criado dentro de ella, ya que ignoraba lo que guardaban los sótanos y los vigilantes ojos apostados tras las almenas de la muralla.

Y qué podía hacer para escaparse de un habitáculo grande para ser un mero dormitorio, pero agobiante comparado con la amplitud de los bosques y los campos. El, que era libre como un gorrión, ahora lo cercaba una jaula sin barrotes pero igual de infranqueable para servir de prisión.


Pero llegó la noche y el joven señor no regresó. Y Bernardo le indicó que se tumbase en el lecho para descansar de no hacer nada y esperar un nuevo día que trajese la vuelta del orgulloso y poderoso noble señor. Y Guzmán volvió a preguntarle: “Donde ha ido tu señor?”. “A su castillo”, contestó el siervo. “No es esta torre?”, preguntó el chaval. “Es suya también, pero no es el castillo donde habita. Ese es más grande y confortable y allí hay una corte con caballeros, mayordomos, criados y lacayos. Y muchos soldados que sirven a los intereses de mi señor. Y a resolver asuntos de su feudo fue mi amo. El resto no nos compete a ninguno de sus esclavos. Y tú ya eres uno de ellos”.

Guzmán le replicó: “Yo soy su prisionero pero no su esclavo. Soy un hombre libre que no tiene amo”. Y El esclavo se rió diciendo: “Tú no eres dueño ni de tu vida. Ahora le perteneces a él como cualquier otro de los que están en esta torre y yo mismo. Sí eres un esclavo!. Uno de los esclavos de mi amo, que también es el tuyo. Y así deberás asumirlo y acatarlo como amo cuando vuelvas a verlo. Póstrate ante sus pies y muéstrale sumisión y respeto antes de que siegue tu vida”. Ya sólo depende de su capricho que sigas en este mundo”.

Y el criado lo dejó solo y a oscuras con sus miedos y pensamientos. Pero no había pegado un ojo cuando el recuerdo de la verga del señor, le obligó ansiosamente a cascarse una paja con la excusa de ver cuanta leche soltaba su duro cipote. Y soltó mucha. Y el zagal la probó por primera vez para ver si sabía como la leche, pero no era lo mismo y le supo salada.
Y ese olor fuerte le entró por la nariz al paladear su semen, aunque no le disgustó el sabor.

1 comentario:

  1. Muy interesante el planteo inicial, estoy atrapado por la anecdota.
    Felicitaciones

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