Autor: Maestro Andreas

domingo, 6 de febrero de 2011

Capítulo IV

Las antorchas tintineaban en los muros al paso del conde, que bajaba pesadamente la escalera que conducía a los sótanos de la torre. Bernardo esperaba a su señor al pie de los escalones, delante del arco de entrada a la sala de tortura, y le dijo: “Mi amo, los perros furtivos ya están colgados para ser escarmentados por su rapiña”. Nuño no abrió la boca y se apoyó en la piedra para no perder el equilibrio, dado que el vino le estaba pasando cuenta por el exceso.
Entró en el sótano abovedado y lúgubre y vio los cuerpos desnudos de los muchachos que pendían del techo por las muñecas. Eran dos jóvenes esbeltos y bien formados cuyos cuerpos se iluminaban con los retazos de luz que proyectaban los hachones que ardían adosados a las paredes. Tiró la tela que tapaba parte de su cuerpo y cogió un látigo. Se acercó a uno de los muchachos y agarrando con una mano su cara le dijo: “Por qué robas a tu señor, miserable?. No sabes que eso te costará la vida?”. “Piedad, señor”, imploró el chaval. El conde sonrió y añadió: “No eres muy valiente y te entregarás rápido a mi capricho..... Te voy a usar como a una puta ramera y te romperé el culo con mi verga. Si te entregas y te abres de patas como una perra sin resistirte no te azotaré. Pero si no lo haces voluntariamente flagelaré tu cuerpo y una vez desollado te violaré igualmente. Ruégame que te joda y dame tu virilidad a cambio de la pieza que has matado en mis tierras. Luego serás mi esclavo y nada te pertenecerá. Todo tu cuerpo y tu vida serán de mi propiedad para usarte o venderte”.

Y el chiquillo, llorando y soltando mocos imploró por su vida otra vez, pero suplicó al conde que tomase su cuerpo y lo usase como le pareciese mejor. Y Nuñó se la clavó untándole el ano con manteca de cerdo, excitado por los gritos de dolor del chaval. Cuando le sacó la polla sangraba por el culo y le escurría por las piernas un hilo de semen coloreado de rojo.

En un brasero con carbones encendidos chisporroteaban y humeaban unos hierros candentes y Bernardo sacó uno ardiente como un tizón para que el conde cauterizase el esfínter del crío por no haber opuesto resistencia, la muy zorra. Y Nuño le quemó la herida. El alarido resonó en la mazmorra y los pelos del otro que esperaba su turno se erizaron de terror. Ese culo nunca más volvería a rajarse al follarlo, pero el muchacho había perdido el conocimiento y su cabeza le colgaba sobre el pecho.

El conde le ordenó a su esclavo que descolgase al joven y curase la quemadura con ungüentos usados en tierras de moros, que pronto calmarían el ardor y la tirantez de la llaga. Y descansó para recuperar las fuerzas y las ganas de usar al otro. Los vapores del vino se iban diluyendo y sin levantarse de un escabel le habló al otro rapaz: “Y tú, también te entregarás como ese otro bribón?”. “No me hagáis eso mi señor. No soy mujer para que un hombre me use para satisfacer su sexo. Pedirme lo que queráis menos eso”. Nuño soltó una carcajada y añadió: “Pedirte, dices?. Ya eres mío y tu destino es la muerte o la esclavitud. Y puedo coger lo que me pertenece con sólo desearlo. No como tú, puto cabrón, que has tomado lo que no era de tu propiedad y has matado a un animal sin derecho alguno. Abre tu cuerpo a tu dueño o te lo abriré con mi espada, estiércol maloliente!....... Te resistes como una virgen?....... Eso me pone caliente y mi sangre se enerva...... Ya veremos cuantos azotes resistes sin rogar que te posea”. Y sin más preámbulos asió de nuevo el látigo y flageló al chico con una rudeza exagerada hasta romperle la piel de la espalda y los glúteos.

Al restallar por quincuagésima vez la tralla, el rapaz imploró piedad y Nuño lo agarró por detrás y se la calcó de golpe sin ponerle grasa. Pero el crío ya no tenía fuerzas ni para chillar al romperle el ano la enorme verga del señor y aflojó los músculos del culo para ser jodido por el conde que le rompió el agujero hasta hacerlo sangrar. Y también se lo desinfectó con el hierro incandescente como al otro que se lo taladró primero.

El fiel esclavo cumplió su cometido y retiró al chico después de abandonar el sótano su señor. Nuño volvió para ver si Guzmán seguía dormido, pero lo encontró sentado en la cama sin cubrirse el cuerpo con nada. El zagal miró al conde y éste le dijo: “Ya no tienes sueño?”. Guzmán respondió: “Algo me despertó y al verme aquí en este lecho tan blando creí que soñaba. Pero al veros, señor, sé que estoy despierto y no comprendo nada de lo que está pasando” . Nuño se recostó al lado del muchacho y le dijo: “No tienes que entender sino obedecerme en todo lo que yo te ordene y todo te irá bien en esta torre. Acuéstate

El señor rozó la mejilla del zagal y le dijo: “Eres muy hermoso para ser un vulgar plebeyo. No sabes quien fue tu padre?”. “No, señor. Pero recuerdo que mi madre era muy bella. Yo heredé sus ojos y su cabello”, contestó Guzmán. “Y el color de la piel, seguramente”, añadió Nuño. “A veces me decía que ese color no me lo diera ella, pero nunca habló ni me contó nada más referente a mi padre, señor”, aclaró el chaval.

Y Nuño ya estaba empalmado de nuevo, pero no se movió ni tocó al chico, que vio el miembro erecto sin asustarse ni perturbar la tranquilidad que sentía junto al apuesto joven que lo contemplaba al resplandor de la luna. Y su pene también se puso tieso sin darse cuenta, pero tampoco se ruborizó por eso ni se agitó. Sólo le brillaban las pupilas y esa luz se clavaba en el corazón de Nuño como una saeta de fuego.

“Duérmete”, dijo el conde. Y el chico bajó los párpados respirando suavemente al compás de su corazón adolescente. Nuño quiso imitarlo pero no fue capaz. Seguía sin apartar la vista del fino rostro de aquel muchacho que le hacía recordar a Yusuf. Y las horas lo fueron venciendo hasta quedarse dormido también. Nadie diría que Guzmán corría peligro en poder del conde feroz.

Ya entrado el día, Bernardo entró en el aposento y despertó a su señor. “Qué pasa?”, preguntó el conde. Y el esclavo dijo: “Llegó una paloma desde el castillo, mi señor”. “Dame el mensaje”, ordenó Nuño. Desenrolló el pequeño pergamino y mandó a su criado que ensillasen su caballo porque tenía que partir de inmediato hacía la fortaleza de su señorío.


Y el esclavo preguntó: “Qué hago con este zagal, mi amo?”. Nuño lo miró sonriendo y dijo: “Que no le falta de nada hasta mi regreso. Y luego ya veré cual es su destino. Ahora no quiero pensar en eso. Bernardo, date prisa que el tiempo apremia y tráeme ropa adecuada para atender las obligaciones de mi rango”. Y el criado preguntó también: “He de vestirlo o seguirá desnudo, señor?”. “Con un blusón que le cubra hasta las rodillas es suficiente. Así hay menos que quitar..... Que me sirvan fruta y leche en la sala y deja que se harte de dormir..... Cuanto más lo miro más bello me parece aunque no sea Yusuf”. Bernardo inclinó la cabeza ante su amo y añadió: “Lo es, mi señor. Y cuidaré que a vuestro regreso luzca todavía más hermoso y estará preparado si vos lo deseáis, mi amo”. “Seré yo quien lo prepare cuando llegue el momento. Tú cuídalo solamente y que nadie más se acerque a él”.

No había pasado una hora cuando Nuño cruzaba al trote el puente levadizo rumbo a su castillo, mientras Guzmán continuaba inmerso en sueños fantásticos que le hacían poner una mueca risueña en los labios.

Hasta el regreso del conde estaba seguro.

1 comentario:

  1. Vaya. En Gallego, que no tiene tiempos compuestos, el pretérito anterior o el pluscuamperfecto del verbo "dar" sería "diera", pero en Castellano actual el pretérito anterior de "dar" es "haber dado". Me acuerdo de la frase de Rodrigo Díaz de Vivar: "Dios, que buen vasallo, si oviesse buen señor" y ahora leyendo esta frase del relato, pues me suscita la duda sobre si el Castellano antiguo y el Galaico portugués tuviesen más cosas en común de las que el Castellano y el Gallego tienen hoy en día:

    A veces me decía que ese color no me lo diera ella, pero nunca habló ni me contó nada más referente a mi padre, señor”,

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