Autor: Maestro Andreas

jueves, 23 de junio de 2011

Capítulo LIV

A pocos metros de la entrada un grupo de hombres, rodeados por siete imesebelen armados y con la expresión impasible del que espera la muerte como el final lógico de un guerrero, aguardaban la presencia de Omar para mostrarle a su amante amenazando su garganta con el filo de la espada del conde. Guzmán clavó los ojos en los de Nuño y adivinó la pasión desenfrenada desatada aún más por le miedo a perderlo, aunque la mirada del conde estuviese disfrazada de ira y un duro reproche que a cualquier otro le pondría los pelos de punta.
Omar gritó: “Hablad, conde. Qué os ha traído hasta aquí, amor o venganza”. “Ambas cosas, señor”, respondió Nuño con voz fuerte y atemorizadora. Y añadió: “Tenéis algo que es mío y voy a recuperarlo al precio que sea”. Omar calmó su voz arrogante y respondió: “Vos también os habéis apoderado de algo que me pertenece y veo que estáis dispuesto a todo antes de rendiros. Podría mataros con sólo mover un dedo y vuestro sacrificio sería inútil. Estáis rodeados y decenas de arqueros os apuntan con sus flechas”. Nuño acercó más la espada al cuello de Asir y gritó: “No niego que nos mataríais a todos, pero antes sentenciaríais a muerte a vuestro amigo”. Asir se agitó queriendo librarse de sus captores y gritó: “Matadlos, señor, y no dudéis en dejarme morir. Mi espíritu estará siempre con mi señor!”. El conde hizo callar a Asir y a Omar se le humedecieron los ojos viendo la entrega y el valor de su amado.
Y el príncipe volvió a decir en voz tan alta que se dejó oír por todo el entorno de la cueva: “Conde, nada me gustaría más que luchar con vos y daros muerte para quedarme con lo que es vuestro mayor tesoro. Aunque no descarto que fueseis vos el vencedor y en ese caso os suplicaría que no os quedaseis con el mío sino que le diéseis muerte conmigo. Ni yo podría vivir sin él ni él querría seguir con vida sin mí. Ese hombre que retenéis y amenazáis con la espada es lo que más me importa en este mundo. Por eso acepto vuestra amistad a cambio de que me entreguéis de nuevo el corazón”. “Qué fácil lo veis, príncipe. Creéis que así quedarían saldadas nuestras cuentas sin lucha a muerte?. Vos también tenéis cautiva mi vida y yo la reclamo para respirar de nuevo. Midamos nuestras fuerza y que la hoja de la espada diga cual de los dos ha de seguir en este mundo”, respondió el conde.

Entonces habló Guzmán: “Mi señor, no soy cautivo de este príncipe sino su huésped. Tanto mi persona como la de los muchachos capturados anteriormente han sido respetadas y estamos sanos y salvos gracias a su protección, sin que nadie haya osado rozarnos ni un pelo de la cabeza. Y quien lo ha intentado, aún sin conseguirlo, pagará con una horrible muerte su atrevimiento. Conde hemos de ir a Granada a negociar con el rey Mohamed algo que nos interesa a todos. Y sobre todo a nuestro Señor el rey de Castilla. Dejad libre al noble Asir y que cesen las muertes entre el bando del príncipe Omar y el nuestro, porque no debemos ser enemigos sino aliados”.

Nuño no daba crédito a lo que oía en boca de Guzmán, pero le sacó de su estupor Omar al decirle: “Cuanto dice el noble príncipe Muhammad Yusuf, mi señor, es cierto y soy su más humilde servidor. Su fama no le hace justicia ni en cuanto a hermosura ni mucho menos por lo que respecta a su inteligencia. Conde, tenéis el mayor tesoro que un hombre puede ambicionar. Protegerlo y cuidarlo con el celo y amor que su alteza os profesa”. Y dirigiéndose Guzmán añadió: “Mi príncipe, vuestro séquito necesita descanso antes de partir hacia Granada. Os ruego que aceptéis seguir disfrutando con ellos de mi hospitalidad. Ordenaré que preparen aposentos adecuados a todos ellos y por supuesto en especial para vos y el noble conde, cuya amistad espero y sabré apreciarla tanto como la vuestra, alteza”. Aldalahá se adelantó al grupo y pidiéndole a Nuño que envainase la espada y soltase al noble Asir, se dirigió con él hacia Omar y el mancebo para besar las manos de ambos príncipes.
Froilán no salía de su asombro, sobre todo al ver que también salían de la gruta los otros chavales con Ruper a la cabeza. Y su sentido estético le hizo apreciar lo guapos que estaban vestidos con túnicas de diferentes colores, según combinasen mejor con el tono de su piel y el del cabello. Nuño logró cerrar la boca, que se le había quedado abierta, y también se fijó en lo precioso que estaba su Guzmán vestido como un noble nazarí. Pero eso no le hizo desfruncir el ceño cuando se acercó también a él para verlo más de cerca.

Discretamente Omar cogió por un brazo a Aldalahá y a su lugarteniente, al que ya había besado en los labios para recuperarse del susto, e hizo una seña a Don Froilán para que también entrase con ellos y los chavales, apresurándose el primo de la reina en agarrar fuertemente a Ruper por si volvía a perderlo. Nuño y Guzmán quedaron solos frente a frente. Se miraron perforándose mutuamente, pero no sonreían. Guzmán sentía que perdía el sentido ante la dureza del rostro del conde, pero Nuño le ordenó: “Acércate!”.

El crío dudó, pero obedeció arriesgándose a todo, y Nuño le dijo: “Estás satisfecho?”. “No, mi amo. Y pido humildemente perdón por lo que hice”, respondió el muchacho bajando la cabeza como un crío que hubiese hecho una trastada. Y Nuño prosiguió: “Casi me matas. No te das cuenta del peligro que hemos corrido todos por tu culpa?”. “Sí, mi amo. Y vuelvo a suplicar perdón, totalmente arrepentido”, contestó el chaval con gesto contrito.

Nuño rió irónico y añadió: “Eso no me lo creo!...Eres incorregible y has de salirte siempre con la tuya. Pero esta vez vas a escarmentar y nunca olvidarás que no debes jugar conmigo de esta forma...No debía verte a la cara, pero no puedo evitar hacerlo y desearte y amarte con locura”. Y el conde agarró a Guzmán por los hombros y de un tirón lo estrujó contra su pecho.

Y el conde, casi llorando, le dijo al oído: “Mi niño...No vuelvas a irte sin mí ni a mear o te mato...Cabrón!...He muerto mil veces desde que te fuiste y aún no sé si esto es verdad o sólo estoy soñando”. Guzmán aplastado entre los brazos del conde farfulló: “Mi amo...casi no respiro. Yo creí que todo lo que hacía era para salvaros”. “Pues que te quede claro que quien ha de salvarte a ti soy yo y tú te estás quieto sin inventar otras aventuras por tu cuenta y riesgo. Me oyes?... Bésame”, le ordenó Nuño.

Eso era lo que esperaba escuchar Guzmán de labios de su amante y se lanzó a su boca como si fuese a entrar por ella en el cuerpo del conde. Y le confesó a su amante: “Mi amo, he pasado mucho miedo y tuve la impresión de que nunca volvería a ver a mi dueño”. “Pues verás que impresión te dejo en las nalgas cuando estemos solos. Esta vez no tendré piedad contigo y vas a pagar por todo lo que nos hiciste pasar tanto a tus amigos como a mí..... No me beses más y vayamos con los otros. Por cierto. Ya me explicarás despacio cómo conseguiste ser sólo un huésped de Omar y que es eso de negociar acuerdos con el rey moro. Y a que viene tanta condescendencia de ese príncipe contigo para llamarte mi señor, alteza y todas esas zarandajas. Menos mal que nos queda todavía un carro, porque vas a ir a Granada tumbado boca a bajo para que se te refresque el culo”.
Guzmán tembló por un momento, pero pronto se le pasó el susto puesto que si de alguien no debía temer ningún daño era de su amante. Cuando estuviesen solos los dos, se arrodillaría y postraría la frente en el suelo pidiendo clemencia y llorando su culpa y estaba convencido que eso sería suficiente para que Nuño le perdonase y lo llevase en brazos al lecho para amarlo y comérselo a besos antes de endilgarle un polvazo que lo dejase escocido, pero de gusto.

El chico confiaba demasiado en su suerte y sus dotes de persuasión para convencer a todo macho que tuviese delante, pero parecía olvidar que al conde no se le ablandaba tan fácilmente si estaba muy cabreado. Y esta vez lo estaba en grado sumo.
Nuño las había pasado putas temiendo por la suerte del mancebo y debía darle un castigo que no olvidase en mucho tiempo.

martes, 21 de junio de 2011

Capítulo LIII

Al acercarse más a las grutas donde se refugiaban Omar y sus hombres, el conde y los suyos comprobaron la dificultad de su empresa, ante la cantidad de guerreros que servían al príncipe rebelde. Resultaba un suicidio plantearse un encuentro con todos ellos y Nuño consultó con Froilán y Aldalahá como debían actuar para no morir en cuanto asonasen las orejas y fuesen blanco de las flechas o de las cimitarras de los moros.

No parecía haber resquicio por donde entrar y poder dar dos pasos sin caer abatido antes de llegar a la cueva, que por el toldo que daba sombra a la entrada ya suponían que tendría que ser la de Omar. Y en eso, salió de ella un hombre joven y apuesto, vestido con más lujo que un simple soldado, y Nuño le preguntó a Aldalahá si ese era el príncipe renegado. El noble almohade se fijó en el joven y negó con la cabeza. Y dijo: “No es Omar, pero debe ser alguien importante entre su gente.
Viste como un noble nazarí y por su aspecto y altivez, podría ser el muchacho que huyó con él hace años. Dicen que es muy bello y al parecer es el amante del príncipe. Y hasta es posible que tuviese algo que ver con su enfrentamiento con el rey Mohamed, porque creo recordar que es el menor de los hijos del visir de Granada. Conde, una complicada historia entre dos jóvenes que terminaron por dejarlo todo para seguir juntos. El amor es así, mi buen amigo. Y vos lo sabéis muy bien”. “Sí. Sé que a veces es difícil mantener al ser amado a tu lado. Y más si es tan impulsivo como Guzmán”, respondió Nuño.

Y a Don Froilán se le ocurrió la idea de capturar vivo al joven y tomarlo como rehén para negociar con Omar una salida airosa al lío en que se habían metido para recuperar al doncel del rey. No era sencillo apoderarse del guerrero, pero tenían que intentarlo para obtener una baza que les diese una mínima posibilidad de salir vivos de La Alpujarra. Y sin demasiados preparativos, pero confiando más en la suerte que en la destreza, el conde y cuatro imesebelen se fueron a por Asir para cogerlo despistado y apresarlo.

Asir quiso resistirse e intentó sacar su cimitarra de la vaina, pero sus esfuerzos fueron inútiles y ni pudo contar con ayuda de los guerreros que estaban cerca de la entrada porque Froilán, con el resto de los inmisericordes matarifes, dio sobrada cuenta de sus gargantas sin que rechistasen. La misión había dado resultado y ya tenían maniatado y sometido al joven moro para solicitar una entrevista con el jefe de los rebeldes. Y Froilán fue el primero en apreciar de cerca la belleza del muchacho que dieron por sentado que se trataba del amante de Omar. El primo de la reina le habló amablemente y comprobó la educación y finura del nazarí, que no se cagó en sus muertos, ni le escupió al rostro, ni nada que se pareciese a un mal gesto, a pesar de verse atrapado como un conejo.
Y en el interior de la caverna, la partida de ajedrez entre Omar y Guzmán llegaba a su fin, tras un jaque a la reina dado por el príncipe y seguido de un definitivo jaque mate al rey que asombró a Omar al darse cuenta de la encerrona que le tendió el mancebo. Las partidas con Doña Sol, que era una experta invencible, le habían dado muy buenos frutos a Guzmán y no hizo más que repetir las jugadas que le enseñaba ella, aunque al final no le dejaba ganar nunca, pues la dama siempre se secaba otra nueva de la manga para matarle el rey. Le quedó claro que, jugando al ajedrez, Omar no le llegaba a la suela del zapato a la bella Doña Sol y se lo fue llevando al huerto como un corderito al matadero.
Cuando Omar entendió la jugada, ya era tarde y estaba en deuda con el doncel del rey de Castilla. Debía cumplir lo que éste le pidiese o su honor quedaría por los suelos. Y aunque nadie llegase a saberlo, bastaba conque lo supiese él, porque no en vano era un príncipe, en cuya familia siempre se dijo que descendían de los Omeyas cordobeses. Es decir de los más poderosos califas del islam, cuya gloria y dignidad no tenían parangón.

Y Omar se inclinó ante Guzmán y le preguntó: “Cual es vuestro deseo, alteza?”. El mancebo, con una inclinación de cabeza, respondió: “Ha sido un placer jugar con vos... Pronto vendrá el conde y el resto de mi séquito, porque los conozco y sé de lo que son capaces de hacer por mí. Ahora entiendo en que situación los he puesto y la insensatez de mi proceder al venir solo sin saber como eráis en realidad. Me hablaran de vuestra gallardía y el gusto por la cultura y las cosas bellas, es cierto. Pero no podía saber hasta que punto eran verdad esas habladurías. Ahora lo sé y no puedo arrepentirme de haberos conocido. La realidad supera a la leyenda además de ser un verdadero príncipe cuyo honor está fuera de duda. Amigo mío, puesto que ya lo sois para siempre, mi deseo es ir a Granada para pedirle al rey Mohamed que se reconcilie con vos y todos los que os han seguido, sin excepción alguna. Y para ello necesito que me acompañe el conde y el resto de los que todavía están vivos. Ese es mi deseo, príncipe Omar”. “Vuestros deseos son órdenes, alteza. Pero no sé si eso os saldrá tan bien como lo que habéis conseguido aquí. Mohamed presume de ser muy hombre y no siente inclinación por los efebos. En mi caso reconozco que es casi una debilidad y por eso vuestro éxito ha sido absoluto conmigo”, acató el príncipe forajido. Y Guzmán objetó: “Todo eso puede ser verdad. Pero, podríais haber asegurado hace tan sólo unas horas que saldría de vuestro refugio sin ser ensartado por el culo por vuestra verga?. “No creáis que no me costó contenerme, alteza”, afirmó Omar.

Guzmán reprimió una sonrisa de triunfo y añadió: “Os creo, porque en ocasiones yo no lo tuve tan claro, señor. Entonces no me infravaloréis a priori y pongáis en duda de lo que soy capaz cuando me propongo algo. A pesar de vuestro atractivo y vuestra fuerza, no sólo conservo la vida sino también la integridad de mi ano, príncipe. Y eso es algo que nunca olvidaré...Y os ruego que partáis al medio una moneda de oro”. “Ya habéis agotado el deseo, alteza”, replicó Omar. “No es un deseo sino una petición. Hacedlo”, dijo Guzmán.
Y Omar partió en dos una moneda que le trajo uno de sus esclavos. Y preguntó: “Y ahora que debo hacer con estas mitades?”. Guzmán sonrió y respondió: “No se trata de otro juego, príncipe. Esta mitad me la quedo yo y la otra es para vos. Guardadla y si alguna vez necesitáis mi ayuda enviádmela y yo haré lo mismo si necesito de vos. Esa será la contraseña de que estamos necesitados el uno del otro. Y si no sabéis donde me hallo, enviádsela al conde, porque él sabrá que hacer para ayudaros. Y siempre habrá un pacto de amistad entre ambos, que también incluye al conde, mi amante”. “Ignoráis que tengo un acuerdo con su enemigo el marqués?”, dijo Omar. Y Guzmán soltó la lengua: “No. Pero sé que desde ahora se ha acabado vuestra alianza con un hombre que no merece vuestra confianza ni apoyo. El conde interceptó una carta de ese marqués dirigida al rey Mohamed, que al principio no entendió su significado e incluso creyó que se trataba de una maquinación contra el rey de Aragón. Pero ahora entiendo que pretendía el marqués... Le ofrecía vuestra cabeza a cambio de no aceptar un tratado de paz con Castilla, para arremeter después contra los intereses del rey aragonés en Valencia. Eso no tardaría en provocar una guerra entre el reino de Granada y los dos reyes más poderosos de estas tierras. Mi tío y su suegro. Ese hombre es un traidor sin escrúpulos, príncipe. Y si conoce este lugar buscad otro porque ya os habrá vendido a vuestro enemigo”. Omar quedó admirado por el desparpajo del crío y dijo: “O sois un visionario o estoy ante el mejor embajador de todos los reinos. El marqués me envió un mensaje para venir a verme, porque no conoce mi paradero exacto. Debería estar aquí ya, pero al parecer se retrasa por algún imprevisto de última hora”. “O por estar tramando su traición”, puntualizó Guzmán. Omar quedó pensativo y dijo: “Eso también puede ser...Me encargaré de ese detalle”. “Hacedlo, príncipe. Porque no me gustaría veros atrapado y en peligro”, repuso Guzmán.

Pero nada más terminar de hablar ambos príncipes, entró un guerrero muy perturbado y se postró ante Omar, diciendo: “Mi señor, unos guerreros han apresado al noble Mulei Asir y exigen parlamentar con vos”. Omar dirigiéndose a Guzmán, dijo: “Mi príncipe, ya está aquí vuestro séquito....
Vayamos a ver que desea vuestro conde.... Después de vos, alteza”. Y ambos salieron al encuentro del conde y sus amigos.

domingo, 19 de junio de 2011

Capítulo LII

Qué difíciles se les estaban poniendo las cosas a Guzmán el intrépido y no sólo para que no le rellenasen el culo sin pedirle permiso, sino para sujetar sus cojones y no correrse viendo asomarse fuera del agua el brillante glande de Omar. Aquella polla era un pecado de gula con sólo mirarla. Ni una hogaza recién horneada estaría tan apetitosa para morderla como ese cacho de carne mojada latiendo y emergiendo triunfante entre dos lotos pasmados de su envergadura.

Y a Guzmán se le ocurrió decirle al príncipe que debería ser un gran amante, porque bastaba con ver la cara de aquellos esclavos para adivinar la satisfacción que reflejaban mirando a su dueño. Omar rió abiertamente por la ocurrencia del chico y se dirigió al que no se separaba ni un palmo de su lado: “Has oído lo que ha dicho su alteza?”. “Sí, mi señor”, respondió el chiquillo sonriendo y con un repentino rubor en el rostro. Y Guzmán añadió: “Juraría que ese es vuestro favorito y el que os da más placer”. Omar miró con ternura al chico y añadió: “Mi príncipe, es verdad que Ali ocupa el primer lugar entre mis predilectos. Es muy bello, como podéis ver, y me ama más que ningún otro. Y entrar en su cuerpo es un delirio que tan sólo pensarlo me causa un gran placer. Pero luego está Calé, que es este otro joven tan delicado. Y también esos otros tres que no dejan de miraros. Pero al lado de vuestra hermosura palidecen como las estrellas al salir el sol. Son muy bellas mientras la luz plena del día no las anula y las esconde”.
Y Guzmán se atrevió a seguir su intento de distracción, diciendo: “Príncipe, todos los muchachos que secuestráis son dedicados únicamente a vuestro placer?”. Omar miró al mancebo y respondió: “No todos. Sólo los más bellos. El resto son meros esclavos”. “Y no los tocan vuestros hombres?”, preguntó Guzmán. Y Omar miró de nuevo a su esclavo y contestó: “Si yo no se lo regalo, no osan ponerle un dedo encima. Y si lo hacen el castigo es morir empalados. Como morirán mañana dos de los que atacaron a vuestros hombres por intentar abusar de dos de los muchachos que quedaron vivos. Antes de que yo decida cual es el destino de un joven, me pertenece absolutamente y si uno de mis hombres lo olvida, ordeno que le metan una estaca por el culo hasta que le salga por la boca. Y luego lo dejo clavado en el monte para que sirva de carroña a los buitres. Ahora esos dos cerdos esperan ser llevados al lugar donde los empalarán como escarmiento. Con mis propiedades no se juega ni se tocan sin mi permiso”.
A Guzmán le espeluznó el castigo, pero no mostró turbación alguna al oír hablar a Omar. Y le preguntó: “Príncipe, y ese otro joven que salió a recibirme, quién es?”. “Os gusta?”, preguntó Omar. “No en el sentido en que preguntáis, pero tiene buen porte y resulta atractivo, príncipe”, contestó Guzmán. “Omar miró hacia ninguna parte en concreto y dijo: “Es mi lugar teniente y mi primer amor. Y la causa de mi rebeldía contra Mohamed.... Es el hijo menor del Visir del rey y éste, no aprobando nuestras relaciones, intrigó contra mí ante Mohamed hasta indisponerlo de tal modo, a base de calumnias como que deseaba su corona e intentaba sublevar a todos los jóvenes nobles del reino, que primero me defendí ante el monarca, pero mandó prenderme y me condenó a muerte sin más juicio que la versión del visir y no escuchando mis alegatos. Asír me liberó una noche sin luna y tuvimos que huir. Más tarde no me quedó otro remedio que levantarme contra el rey y no volver a Granada con Asír, que también estaba proscrito y sentenciado a muerte”.

Omar mantuvo unos instantes de silencio, como recordando otros días en que todo fuera felicidad, y prosiguió: “Desnudo es mucho más hermoso que cualquiera de estos esclavos y me supera a mí en fuerza y musculatura. Su nombre es Asír Mustafá al-Mulei y todavía le amo como el primer día que lo besé”. “Y por qué no lo tenéis a vuestro lado ahora?”, objetó Guzmán. Y Omar dijo: “Deja que yo disfrute de estos jóvenes y cuando deseo amarlo pasa la noche conmigo para follar sin testigos. No le agrada ver como gozo de otros cuerpos. Y aunque no se queja ni me dice nada, sé que sufriría viéndolo”. “Es celoso”, preguntó el mancebo. “Me considera suyo. Eso es todo, alteza”, contestó el príncipe.
Y Guzmán apostó todo su capital de recursos: “Príncipe, me gustaría ver como os complacéis con vuestro favorito”. Omar puso cara de asombro, pero reaccionó rápidamente, como si exhibirse follando fuese un divertimento más, y dijo: “Queréis saber si os complacería a vos al poseeros?... No está mal la idea. Y tratándose de alguien tan especial y preeminente como vos, no tengo problema alguno en hacerlo aquí mismo... Acércate más, Ali. Quiero mostrar a su alteza como gozas con tu señor”. Y el chico obedeció en el acto y se entregó a su amo con una pasión y unas ansias de sexo que le pusieron la carne de gallina a Guzmán, que de inmediato le vino a la mente la verga de Nuño y pudo calibrar con más exactitud las ganas que tenía de que el conde se la metiese por el culo hasta notarla en los calcañales.

Ali quedó envuelto en los brazos de su amo y éste besó y mordisqueó al crío por todo el cuello y los pechos, jugando más con sus pezones oscuros y erizados, y bajó por la piel del esclavo hasta el vientre, apretándole las nalgas con las manos, y con un giro rápido lo volteó y se hizo con su espalda, subiendo por ella con la lengua, después de comerle el agujero, y, apretándolo fuertemente contra su cuerpo, todos se dieron cuenta que acababa de penetrarlo a tope. Duró bastante tiempo el forcejeo de Omar por llegar más adentro, mientras el chico se abría de piernas y su vientre se movía como empujado por el cipote de Omar. Con el mete saca el culo de Ali se esponjaba como una breva madura, hasta que el crío bramó dulcemente como una gacela atravesada por el mortífero dardo, pero no se acababa su vida sino que renacía a un mundo de dicha infinita, envuelto un un halo de gozo con olor a lascivia y semen, al que lo llevaba su dueño con el rugido de un fiera salvaje al fecundar a su hembra.
Luego, el silencio se escuchaba en todos los corazones que presenciaron el apareamiento de Omar y su favorito. Porque de eso se trató aquel polvo intenso y fogoso que le metió el príncipe a su esclavo. Y Guzmán añoró más todavía al conde y se le humedecieron los ojos al ver la cara de plácido gozo de Ali al recostar la cabeza en el hombro de su señor. ¿Quién podría separar a ese muchacho de un hombre que lo trasportaba al paraíso montándolo en su polla? Sólo arrastrándolo después de matarlo serían capaces de separarlo de Omar.

Ali continuaba clavado por la tranca del amo y Guzmán preguntó al príncipe: “Estáis tan agotado que no podéis levantarlo?”. Omar festejó la gracia y contestó: “No es eso, alteza. Siempre le meto dos seguidos sin sacársela y ahora espera que vuelva a menearla dentro de su barriga para llenarlo con más leche. Para eso, este muchacho es muy glotón y le quiero demasiado para dejarlo medio vacío. No tardará en repetir la cabalgada sobre mis muslos y hacer que mis cojones disparen su carga en sus entrañas. Y luego ya sólo nos quedará jugar a otras cosas, mi príncipe. Al menos por un buen rato”.
Guzmán había dado con la tabla que le salvase del naufragio. Sin leche en los testículos, el príncipe era como un gato sin uñas. No podría arañarlo ni hacerle otra cosa que simples cosquillas. Y esa tranquilidad se reflejó en la polla de Guzmán que recuperó su estado de flacidez y dejó de intentar ver lo que pasaba fuera del agua. Al terminar la jodienda, salieron del estanque y Omar se vistió con una túnica de seda color azul añil, sin bordados, y a Guzmán le pusieron otra de hilo blanco, que destacaba el color de su piel y las facciones todavía adolescentes de su rostro. Y viendo un tablero de ajedrez con las fichas dispuestas en formación de ataque, le propuso a Omar jugar una partida cuyo vencedor exigiría del otro lo que desease, sin vuelta atrás ni faltar a la palabra de aceptar el resultado del juego. Omar, sonriente y seguramente seguro de sus facultades y conocimientos para ganar al mancebo, aceptó. Y comenzaron el juego abriendo el príncipe con las blancas.
Y a poca distancia de las cuevas unos hombres se arrastraban sigilosamente para coger por sorpresa a los guardianes que vigilaban la entrada a la guarida de Omar. Los guerreros negros ya habían despachado a los primeros vigías, degollándolos sin hacer el menor ruido, y los tres señores, se aprestaban a dar cuenta de cuantos les impidiesen conseguir su objetivo.
Hasta los dos eunucos se pertrecharon para luchar y sin duda darían la vida por su amado Guzmán si fuese necesario.

jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo LI

El emisario del conde volaba a Granada sin darse un respiro ni aflojar su marcha veloz, aún a riesgo de reventar al caballo, pero la encomienda era seria y sabía que la vida de su amo y señor estaba en serio peligro en manos de un rebelde, por más noble y culto que fuese ese príncipe oculto en los montes. Era verdad que no había en el mundo guerreros mas letales que ellos, los imsebelen, pero ocho no eran suficientes para vencer a un ejército de proscritos, Y eso desesperaba al temible guerrero que iba a trasmitir el mensaje del conde al rey nazarí, ya que su sitio estaba en la lucha protegiendo con su cuerpo al noble nieto del califa hasta verter toda la sangre brava que regaba su poderosa anatomía.

Y a unas leguas, Nuño y el resto del grupo picaban espuelas para ganar tiempo y llegar cuanto antes donde seguramente ya los esperaba el príncipe Omar para darles muerte a todos, tras acabar con el doncel y el resto de los muchachos, secuestrados después del asalto y la matanza de los soldados que sirvieran de señuelo para protegerlos a ellos de un ataque igual de mortal.

Pero lo que ocurría en La Alpujarra no era exactamente como se imaginaban el conde y sus amigos. Omar, al ver desnudo a Guzmán su excitación alcanzó tal estado de elevación y dureza, que le propuso al joven que tomase un baño de inmersión con él. Guzmán aceptó y sin ponerse nada sobre el cuerpo lo acompañó a otra cavidad horadada en la roca, en la que había una gran pileta de mármol rojo veteado en negro, llena de agua y flores que flotaban en ella. Al borde de ese estanque, varios jóvenes, también desnudos aguardaban a su señor sonrientes y alegres de verlo tan contento en compañía de un hermoso muchacho.
Dos esclavos muy guapos se acercaron a Omar y le quitaron sus ropas, dejándolo en cueros, y a Guzmán le entro un sudor frío al ver el espléndido cuerpo de aquel príncipe. El pecho, tan fuerte como el del conde, no tenía vello y brillaba como si fuese de bronce pulido. Los hombros eran muy anchos y los brazos, fornidos y largos, se remataban por dos manos huesudas y grandes que trasmitían seguridad y firmeza. El estómago y el vientre estaban totalmente planos y dejaban ver todos sus músculos y venas bajo una piel morena y que sólo tenía una fina hilera de vello en el centro que llegaba hasta el del pubis, justo encima de una verga oscura y gruesa, que tapaba en parte los testículos que se adivinaban grandes y potentes.

Ante los ojos penetrantes de Guzmán estaba un ejemplar de macho sin defectos visibles y aún sin verle todavía las nalgas, ya se apreciaba la dureza y prominencia de sus glúteos, a tenor del tamaño de los muslos y el resto de las piernas. Los esclavos le retiraron el tocado de la cabeza y un cabello negro y lustroso, muy rizado, cayó libre hasta los hombros de Omar, enmarcando su rostro anguloso, cuyo mentón lo perfilaba una recortada barba cuidada y que se unía también bajo la nariz, fina y recta, formando un delgado bigote oscuro que resaltaba sus labios carnosos y húmedos. Y sus ojos, tan oscuros como los del mancebo y sombreados por largas pestañas negras, protegidas por el dibujo perfecto de las cejas, herían la carne como acerados estiletes que se clavasen en las entrañas.

Era como ver a dos dioses en lugar de dos príncipes y Guzmán, notando que su polla se empalmaba, se sumergió en el baño y procuró ocultar sus partes blandas, que ya no lo eran todas, y observó como Omar, con la verga dura y enorme, se metía despacio dejando que sus esclavos lo ayudasen a sentarse dentro del agua. Cualquier muchacho tendría que ser de piedra para que su sangre no se calentase al ver a un hombre tan viril y guapo como Omar.
El príncipe se arrimó a Guzmán y éste tembló de pies a cabeza. Pero no podía claudicar ni dar lo que no era suyo y le dijo a Omar: “Príncipe, la naturaleza ha sido muy generosa con vos y es difícil resistirse a vuestro encanto. Mas, nadie puede dar lo que no tiene o ya pertenece a otro. El destino lo quiso así y ya estaba escrito desde antes de mi nacimiento que sería de otro hombre. El es el dueño de mi corazón y mi cuerpo y nada de lo que veis me pertenece. Y si lo tomaseis sería robar algo que nunca podrá ser legítimamente vuestro”. Omar rozó la mejilla de Guzmán con un dedo y el chico notó que la sangre le ardía en la entrepierna.

Y el príncipe le respondió: “Sé todo sobre vos y ese conde que tiene la suerte de que le améis. Me gustaría conocerlo y ver con mis propios ojos cuales son sus cualidades para merecer el corazón de un ser divino como vos, alteza. Me cuesta no poseeros aunque me fuese la vida al hacerlo. Pero me gustaría que os entregaseis sin que tenga que ser por la fuerza. No deseo dañar ese cuerpo cuya imagen jamás podré olvidar, mi señor. Y por otro lado me da miedo obtener el privilegio de estar dentro de vos, porque ya no habrá otra fruta que logre saciarme después. Sois como ese fruto prohibido del que se habla en la biblia. Y por ello resultáis más apetecible que ningún otro ”.

A Guzmán le subió el rubor a la cara y sintió un sensación extraña en el estómago, pero se repuso y contestó: “Si no puedo daros mi corazón como a un amante, mi cuerpo estará vacío y sólo será carne hueca, que morirá después. Pero si sois mi amigo y renunciáis a gozar de mi cuerpo, estaréis en mi alma para siempre... Dadme la mano, Omar, y sellemos ahora nuestra amistad sin más pretensiones”. Omar, tendió su mano al mancebo, pero se la agarró con fuerza como queriendo cogerle también el espíritu, y le contestó: “Me gustaría ser capaz de prometeros esa amistad que me ofrecéis, mi señor. Pero acaso se le puede pedir al lobo hambriento que no devore a un tierno corderillo que ya está en sus fauces?. No sería tanto como querer que con un acto tan noble muera por falta de alimento?. Mi príncipe, no me condenéis a esa desesperación ni a tal tortura!. Mirad mi pene y entenderéis lo que digo, más si el vuestro no está menos empalmado que el mío”. Y el príncipe le echó la otra mano a la verga de Guzmán y la apretó notando como la sangre del crío se apelotonaba en sus venas, sintiendo también el palpitar de sus testículos, que enviaban ondas libidinosas a su esfínter para mojarlo por dentro sin que se le hubiese metido ni una gota de agua del estanque.
El mancebo estaba perdido, pues ya no podía negar que su sexo reclamaba gozar el fogoso ímpetu de aquel hombre ya hecho y con los huevos maduros por la leche acumulada en ellos. Su aparente entereza se desmoronaba y, aún estando en agua tibia solamente, sudaba por todos los poros. Y también lo hacía Omar y el olor de ese príncipe llegó al olfato del chico y embotó su mente como si su fragancia fuese una pérfida droga que lo hipnotizase y resquebrajase sus defensas. Hasta el aroma del cuerpo de ese macho era fascinante y poderosamente atrayente.

Y Guzmán probó sujetarse a una tabla de salvación y dijo: “Príncipe, me interesa saber más cosas sobre vos y vuestros gustos. Os importa que os pregunte cosas tan personales como que os causa mayor placer al gozar a otro hombre?”. Omar dudó un instante y amainó su acoso para contestar: “Mi príncipe, que podría darme más gozo que fecundar un vientre tan precioso como el vuestro?. Y, sin embargo, no es eso sólo lo que me place, porque tratándose de alguien tan bello y con un pene tan bien hecho, disfrutaría paladeando su leche y recrearme sintiendo como baja por mi garganta. Alteza, vuestra sabia tiene que ser un manjar de dioses que alimente cualquier espíritu exquisito”.

A Guzmán se le abrió una posible puerta por la que salir indemne y sin perder el culo de la situación comprometida en que se había metido por insensato. Pero tampoco era como para aplaudir y verse libre de ser taladrado como un panal de miel atravesado por un clavo al rojo vivo. Estaba en desventaja y en una posición crítica. Y eso que dentro del agua no se notaban las babas que escurrieran de su cipote al sobárselo Omar con tanta decisión y descarado atrevimiento. Si salía entero y vivo de esta, indudablemente sería un milagro y habría que admitir que estaba tocado de una gracia especial, o que un hada buena lo protegía contra todo peligro. Si es que ser follado por Omar era un peligro, naturalmente. Otra cosa sería si después lo mataba o él mismo se quitaba la vida por ofender a su amado conde.

Y el conde y sus acompañantes se acercaban ya a La Alpujarra, echando fuego por los ojos y bufando como toros antes de embestir mortalmente a quien se pusiese ante sus afiladas astas.

lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo L

Uno de los guerreros negros partió a galope tendido hacia Granada para llevar al rey moro un mensaje del conde. Le ponía al corriente de la situación y le pedía un ejército para asaltar La Alpujarra y rastrearla minuciosamente hasta dar con el escondite de Omar. El dolor de Nuño era tan intenso que ni podía pensar con lucidez, pero su alma le pedía a gritos venganza y recuperar a su amado a cualquier precio. Se despertaba de nuevo la ferocidad del conde y parecía necesitar un baño de sangre para calmarla.

Froilán y Aldalahá temían cualquier desatino de Nuño, pero secundaban su idea de peinar la zona donde se ocultaba el proscrito, ya que lo prioritario para todos era salvar a Guzmán de una suerte que ya les parecía inevitable a los dos. Lo eunucos lloraban en silencio y no se atrevían ni a respirar en presencia del conde por miedo a ser ellos los primeros en probar su justicia, ya que ni aún poniéndose desnudos a cuatro patas y con el culo latiendo de ganas de que los follara, la verga de Nuño, por primera vez en su vida, no estaba como para fiestas ni con ansia de meterse en ningún otro hueco que no fuese el escondite de Omar, donde, en el mejor de los casos, todavía estaría cautivo Guzmán.
Dentro del alma de Nuño se desarrollaba una lucha terrible entre la rabia por haberse ido Guzmán sin su permiso ni saberlo y la impotencia al no poder estar a su lado para defenderlo de cualquier peligro. Y se prometió que si volvía con vida el muchacho, lo descalabraría a tortazos y azotes hasta dejarlo medio muerto y esta vez por su propia mano. No le quedarían ganas de intentar otra hazaña en solitario en toda su vida, porque iba a estar encamado un mes de la tremenda paliza que iba a atizarle a ese mocoso de mierda que le tenía el corazón en un puño. Le iba a meter sus aires de príncipe por el culo, hasta que no le entrase ni un milímetro más de nobleza y señorío convertidos en la taladradora verga del conde.

Y Aldalahá quiso tranquilizarlo y le habló de Omar y sus refinados gustos y la tremenda pasión que despertaban en él los bellos mancebos, a los que nunca haría daño y los amaría con delicadeza, y eso era precisamente lo que le faltaba oír al conde para acabar de rematarlo. Ya vio a su Guzmán puesto boca a bajo y forzado por el moro que lo penetraría con su potente polla negruzca y descapullada hasta dejar el vientre de su amado ahíto de leche. Hasta veía como le resbalaba el semen por la parte trasera de los muslos y su ano, totalmente abierto y dilatado, aún no lograra cerrarse cuando volvía a llenarlo el moro con su carne dura y rígida. Un vicioso como el jodido proscrito, ante un culo como el del mancebo, sólo podía dar como resultado que a su amado lo partiese en dos de tanto follarlo o meterle hasta la mano entera por el recto.
Y nada sería peor que hallarlo muerto o torturado. Eso le hacía sudar sangre a Nuño y jurar que se vengaría sobre los muertos cuando ya no quedasen vivos con los que satisfacer su dolor y su tristeza. El conde quería que el mundo temblase y se abriese la tierra para tragarse a todo ser viviente si su amor volvía a dejarlo sin consuelo y obligado a vagar por la tierra vengando su muerte. Y ahora si sería verdad y mucho más terrible la leyenda del conde feroz, porque no quedaría criatura sobre la tierra que llevase una gota de sangre de sus verdugos sin sufrir las consecuencias del crimen contra su mancebo. Y su pérdida sería irreparable hasta que la muerte se apiadase de él y lo llevase junto a su amado. Ni Doña Sol ni un futuro hijo que le heredase lograrían sujetar su espada ni su deseo de dormir para siempre al lado de Guzmán.

Y Froilán también quiso consolarlo, pero prefirió callarse y no echar más leña al fuego que ya estaba bastante alimentado por el propio Nuño. Pero lo cierto es que muy poco podían hacer si no venían refuerzos desde Granada para intentar el asalto al cuartel general de Omar. Y por el momento lo más conveniente era descansar en un refugio de pastores que encontraron en un altozano y reponer fuerzas y aclarar la ideas para diseñar otra táctica para emprender la lucha contra Omar y que diese un resultado positivo.

Una vez instalados como pudieron en el chamizo, Hassam hizo un último intento por calmar a su señor y sin hablar se acercó a él por detrás, jugándose el pellejo, y empezó a relajarle los músculos del cuello y los hombros con tal suavidad y delicadeza que el conde se dejó llevar y aceptó de buen grado los cuidados del eunuco.
Abdul, al ver el éxito de su compañero, también se animó a servir a su amo y lo descalzó y besó sus pies para lamerlos despacio como le hacían a su adorado Guzmán. Y tampoco encontró resistencia para ello. Nuño se entregaba a ellos como vacío de sensaciones y aparentemente falto de interés por nada que no fuesen sus propios pensamientos. Y el eunuco que le daba masaje en la parte superior de la espalda se arriesgó a más y comenzó a desnudarse para pedirle al conde que le permitiese tumbarse a su lado, ofreciéndole su cuerpo como alivio a su desasosiego. Nuño dudó y miró al chico sin ira en los ojos y entendió su oferta aceptándola. El conde se acostó junto a Hassam y lo abrazó con la misma fuerza que si fuese Guzmán y también le dijo a Abdul que se uniese a ellos, colocándose el crío al otro lado de Nuño, y también lo besó y abrazó. Y mientras esperaban refuerzos, les dio por el culo a los dos ante la mirada escrutadora de Froilán y Aldalahá.

Cómo desearía el primo de la reina tener ahora a su lado al gentil tamborilero. Sin poder remediarlo pensó en sus mejillas sonrosadas y en la dureza de sus glúteos al apretárselos para atraerlo contra su cuerpo. Recordó la otra noche sintiendo el calor del muchacho en su vientre, mientras le besaba la espalda y le mordía la nuca diciéndole que sería su querido mancebo y dormiría con él todas las noches. Y ahora estaba solo y el crío ya habría pasado por las manos de Omar. O mucho peor, por varios sucios secuaces de ese renegado, que lo habrían usado como a una ramera dejándole el ano sangrando y reventado. Sólo imaginar el sufrimiento del muchacho le hacía hervir la sangre y también juró vengarse de todos aquellos que tanto daño y dolor le estarían causando. El, que lo desvirgó con mimo y poniendo la mayor delicadeza en cada caricia y en cada beso, hasta ir dilatándole el ojo del culo y penetrarlo despacio para que casi no le doliese y gozase desde el primer instante en que comenzó a follarlo.
Aún notaba en sus labios los del chico y como le agradeció con las manos ese placer sobándole la verga después de sacársela del ano. Ruper era un chaval especial y tan sólo con unas horas de tenerlo entre los brazos, lo quería y añoraba, lamentando haberlo dejado marchar con la comitiva. Debió retenerlo ya entonces, como luego le aconsejó Guzmán para que no lo dejase escapar al llegar a Granada. Pero ahora posiblemente ya era tarde y ese mancebo podría haber sufrido una suerte parecida a la del doncel del rey.

Tendrían que esperar horas o puede que hasta una jornada entera antes de poder ir a buscar a Omar para ajustarle las cuentas con un ejército venido desde Granada. Y el conde no tenía tanta paciencia para eso, ni su temperamento le permitía quedarse todo ese tiempo de brazos cruzados. Y sí los tenía cruzados, pero sobre sus dos eunucos, puesto que acababa de darles unas buenas raciones de leche.
 Y reaccionó como se esperaba de un caballero que teme que su amado está en un inminente peligro. Se puso en pie y grito: “Levantaos y cojamos las armas para defender nuestro honor mancillado. Vamos a La Alpujarra y que la sangre lave nuestro orgullo aunque no pueda calmar nuestra rabia. A las armas y que sea lo que quiera el destino!”

Y los caballos levantaban las piedras haciendo retumbar la tierra como si una falla se abriese a su paso. Eran una docena de jinetes lanzados como huracanes contra la muerte por la desesperación y el dolor.

sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo XLIX

La desolación se adueñó de los tres señores al darse cuenta que Guzmán había ido solo a meterse en al guarida de Omar. Con qué intención, se preguntaba Froilán, ya que el conde no podía ni pensar por la desesperación. Pero Aldalahá tenía la respuesta. Guzmán conocía la fama de Omar y su debilidad por los bellos mancebos y también que como noble príncipe granadino, era refinado y educado y amante de las cosas hermosas de la vida. Y sin calibrar suficientemente las consecuencias, Guzmán elaboró su propio plan al margen del que debatieran a iniciativa de Nuño.

Aprovechando la atención de los otros a las explicaciones y respuestas del conde, silenciosamente y con la agilidad que le diera su vida de furtivo, se escabulló reptando por el suelo hasta llegar a su caballo. No se montó, sino que le habló para que no pifiara ni patease el suelo y lo condujo despacio fuera del alcance de los guerreros negros de su escolta. Y cuando ya no podían verlo se subió al noble bruto, pero caminaron despacio para no hacer ruido, hasta que la distancia fue suficiente para trotar y cabalgar después en dirección al cuartel general de Omar.
No hizo más que aproximarse a La Alpujarra y unos hombres armados le salieron al paso. Eran cuatro y si bien pudiera enfrentarse a ellos y hasta matarlos, eso no estaba en sus planes por el momento y les dijo quien era y que deseaba ver a su jefe el príncipe Omar. Los guerreros inclinaron la cabeza ante él al oír su nombre árabe y conocer su condición de nieto de un califa y lo escoltaron piedras arriba, por caminos de cabras, hasta llegar a una especie de poblado de grutas habitadas. Y en la entrada de una de ellas, adornada con un toldo sostenido por barras de bronce, se detuvieron indicándole al guardián que el deseado príncipe Muhammad Yusuf An-Mustansir, nieto del gran Muhammad An-Nasir, califa de al-Andalus, venía a ver al príncipe Omar Ben Jasit, heredero del reino de Granada.

Casi al mismo tiempo un hombre todavía joven apareció en la entrada, vestido con moderación pero elegante dentro del estilo propio de Granada, y se inclinó ante Guzmán saludándolo al modo árabe. Y acercándose después para sujetar las riendas del pura sangre, dijo: “Alteza, mi señor tendrá un inmenso placer al recibiros en su casa”. El mancebo correspondió con el mismo ademán respondiendo al saludo y de un brinco se apeó de Siroco.
Y acompañado por aquel hombre entró en la cueva, donde las antorchas jugaban sobre los muros imaginando mil figuras extrañas y a veces algo sobrecogedoras. Caminaron un trecho bien iluminado y llegaron a una cavidad amplia decorada como el salón de un gran palacio. Y allí se levantó de su poltrona de mullidos cojines otro joven, que por su aspecto no cumpliera aún los treinta años, y llegando hasta Guzmán lo saludó con respeto, tratándolo más que a un igual: “Mi señor, permitirme acogeros en mi humilde casa y dar la bienvenida a un descendiente directo del gran califa de al-Andalus. Alteza, no deseo ser insolente, pero quiero deciros que sois muy valiente viniendo sin escolta y sin saber cuales puedan ser mis intenciones hacia vuestra persona. Pero os agradezco el gesto de hacerlo así y os aseguro que nadie tocará de forma irreverente ni un solo pelo de vuestra cabeza. Sentaos conmigo alteza”. Pero antes de hacerlo, Guzmán añadió: “Os agradezco esas palabras y no creo que fuese imprudente viniendo a veros, puesto que doy por sentada la generosa hospitalidad de un príncipe hacía su igual. Señor, nada temo de un espíritu culto y refinado como el que sé que tiene mi anfitrión. Y no esperaría otra cosa de un príncipe de vuestra estirpe, que el trato más generoso y atento que esté a vuestro alcance”. Y dando la mano a Omar, los dos se acomodaron en la amplia poltrona.

Y Omar preguntó: “Decidme, mi señor, que os trajo hasta mi casa?”. “Ante todo conoceros”, respondió Guzmán. Y Omar contestó: “Eso me halaga, alteza. Y además de eso?”. Guzmán no titubeó y dijo: “Y a reclamaros los seis jóvenes de mi séquito que os trajisteis como esclavos. Uno de ellos es especialmente estimado para mí”. “Sólo eso, mi señor?”, preguntó Omar. “No”, respondió Guzmán. Y añadió: Príncipe, no tengo nada en contra del rey Mohamed, ni sé si su derecho al trono es mejor o peor que el vuestro. Ni tampoco cual es el origen verdadero de vuestra disputa. Pero me duele que un hombre de vuestra valía se alíe con gente indeseable y emprenda una aventura que no prosperará ni llegará a buen fin. Os enfrentáis a Castilla, príncipe. Y eso no os conviene para vuestros intereses en Granada. Aldalahá me habló sobre vos y creo conocer vuestra sabiduría y delicadeza para apreciar la belleza de las cosas”. Omar sonrió y contestó: “Y también de los hombres, alteza. Vuestra fama no os hace justicia, porque sois más bello que lo que pudiera imaginar antes de veros. Señor, conquistaría para vos todos los tronos del mundo con una sola palabra de vuestra boca”. Guzmán lo miró penetrándolo con su mirada de fuego y le preguntó: “Tan sólo con una palabra?. Eso bastaría para teneros a mis pies, príncipe?. Yo no deseo coronas reales, pero si buenos amigos que sepan disfrutar de la hermosura de la vida como yo”. “Disfrutar con vos sería mi dicha, alteza. Y después de veros en persona sólo podría ser vuestro esclavo. Sois tan hermoso!”, dijo Omar, admirando al chico con devoción casi religiosa.
Y Omar alargó la diestra para tomar la mano del chico y éste se la ofreció y el otro la besó con tal respeto y delicadeza que conmovería a cualquier dama de la corte de Sevilla por más refinada y exquisita que fuera. Luego la soltó y fijó los ojos en los de Guzmán esperando algún deseo del muchacho. Y el mancebo le dijo: “Quisiera quitarme estas ropas de guerra y ponerme algo más cómodo para estar en vuestra compañía”. El otro, loco de contento, se levantó para llevarlo a otro aposento más apropiado, donde sus esclavos le servirían y atenderían en cuanto desease. Y el chico lo siguió y entraron en un habitáculo abovedado en el que unos jóvenes esclavos aguardaban al amo, pero que al ver a Guzmán se postraron pegando la frente al suelo y permanecieron así hasta que Omar les dijo que se alzasen y cuidasen a su invitado con más esmero que a él mismo.

Omar retrocedió para salir, sin darle la espalda a Guzmán, pero éste le dijo: “Quedaos, príncipe, y espero que no os asuste mi desnudez”. Omar creyó estar en el paraíso al ver como las ropas caían del cuerpo del joven y dejaban al descubierto su perfección, que en su opinión era casi divina. Guzmán se mostró tal y como era, sin ningún atavío ni adornos, y Omar cerró los ojos para conservar en sus pupilas su imagen. Y Guzmán reclamó su atención diciendo que quería ver a sus seis servidores. Al tiempo que se ponía de espaldas dejando verle su precioso culo tan redondo y duro que hasta sin tocarlo se apreciaba su consistencia. El mancebo provocaba la lujuria de Omar, consciente de su atractivo, pero arriesgando el poder dominarlo y salir airoso del trance en que se había metido.
Omar hizo venir a los seis muchachos, ya bañados y vestidos al uso de un esclavo, pero todavía enteros y sin ser tocados por nadie. Y le dijo a Guzmán: “Mi señor, permitirme que además de devolveros a estos jóvenes, os regale todos los esclavos que os gusten para serviros, alteza”. Pero Guzmán le respondió: “He leído en sus caras que no sería justo privarles de su amo, ni a vos de ellos, cuando tanto os aman y adoran. Estos esclavos no son como los otros, ni tampoco simples servidores, y deben estar al lado de su señor, porque para ellos es su vida y el aire que necesitan para respirar. Y, además, tener que darse a otro sería traicionar al hombre que más amaron”. “Vos amáis también, mi señor?”, pregunto Omar. “Sí. Amo y jamás podré amar a otro ser por hermoso y atractivo que sea”, afirmó Guzmán.

Omar se entristeció, pero admiró la franqueza del joven príncipe que ni en peligro de perder su vida abjuraba de sus sentimientos ni mentía sobre lo que le dictaba su corazón. Omar vio en él la sinceridad y nobleza propias de un alto príncipe real y su sentido del honor y dignidad lo cautivaron perdidamente. Hubiese matado por conseguir los favores del muchacho, pero también se hubiese matado antes de lograrlos por la fuerza y violar el cuerpo del joven doncel del rey de Castilla y heredero de un califa.
Y, sin embargo, por mucha deferencia que mantuviese con el muchacho, no cabía duda que por el momento estaba cautivo e indefenso en sus manos y totalmente a su merced para hacer con él lo que le saliese de la punta de la polla.

viernes, 10 de junio de 2011

CapítuloXLVIII

La comitiva levantó el campamento y reanudó la marcha y al poco de hacerlo, al atravesar un bosque de encinas, catorce caballos se separaron formando un grupo aparte que tomó un atajo sin que casi nadie se diese cuenta de ello. Guzmán y sus acompañantes seguirían otro camino, pero esta vez dejarían que se adelantase la caravana y ellos marcharían por senderos paralelos y a retaguardia. El conde era quien fijaba la estrategia de la marcha y ya había establecido el nuevo punto donde se encontrarían de nuevo para entrar en Granada con todos los pendones desplegados y los honores propios a tan altos señores que representaban a un poderoso rey.

El conde y los suyos cabalgaban con calma dando ventaja a la comitiva de carros y soldados, pero sin perder tiempo para no rezagarse demasiado. Aldalahá se acercó al conde y le comentó los recelos que tenía por el hecho de que no encontrasen ningún contratiempo en el camino, ni hubiesen sufrido alguna escaramuza, pero el conde lo tranquilizó diciendo que quizás la tropa que supuestamente los escoltaba, aunque en los carros no fuesen ellos, había disuadido al marqués y sus compinches. De todos modos ambos coincidían en que tenían que estar prevenidos para cualquier eventualidad desagradable, ya que el marqués no podía permitirles llegar a Granada.

Guzmán, que montaba a Siroco al lado del caballo de Froilán y seguido por los dos eunucos, le habló en voz baja al primo de la reina: “Me pareció oír gemidos esta noche en vuestra tienda... No estabais solo?”. Froilán lo miró con complicidad y respondió: “Mi señor, esta noche encontré en el campamento a una criatura preciosa que animó mi soledad con su calor y la suave piel de sus nalgas. Es un muchacho muy joven, pero sabe bien lo que quiere y le gusta de otro hombre.
Se alimentó con mi leche como un buen mamón y me dormí sin sacarle la verga del culo. Me dio pena despedirme de él esta mañana. Pero lo incluiré en mi séquito en cuanto estemos en Granada y puede que lo conserve a mi servicio después, estando ya en la corte. Me gustó el chico y es muy cariñoso cuando lo besas”. Guzmán sonrió y añadió: “Puede que sea el mancebo que tanto ansiáis. Como se llama?”. “Ruperto, pero le llaman Ruper solamente”, contestó Froilán. Y el doncel lo animó diciendo: “Pronto volveréis a verlo y os aconsejo que no os separéis de él y lo mantengáis a vuestro lado. Creo que ese chaval os gusta demasiado para perderlo”. Y, sin más, Guzmán apretó el paso a Siroco para alcanzar al conde y a Aldalahá.

Y Aldalahá fue el primero en hablarle al mancebo: “Mi príncipe, parecéis contento esta mañana. Quizás la noche fue placentera y el sueño os ha dado tanta felicidad, mi señor?”. Guzmán rió abiertamente mirando de reojo al conde y respondió al almohade: “Mi buen amigo, mis noches siempre son placenteras y gozosas desde que las comparto con el hombre al que amo. Pero ahora sonrío porque Don Froilán parece haber encontrado a un joven que le alegra la vista y logra que sus noches también sean un paraíso. Y me da lástima que vos no hayáis traído a nadie que os acompañe o no lo buscaseis en el campamento como hizo Don Froilán”. Aldalahá le sonrió a Guzmán y contestó: “Mi señor, a mi edad se atempera el ansia del placer y puedo resistir sin gozar de un joven hasta que regresemos a Sevilla. Pero de todos modos, quizás en Granada encuentre algún eunuco que me relaje y sepa liberar mis tensiones. Y os agradezco vuestra preocupación por mí persona”. “Os aprecio, noble amigo, y todo lo que os atañe me preocupa y deseo vuestro bienestar”, puntualizó Guzmán. Y el almohade se retrasó para dejar solos al doncel y al conde, precedidos por cuatro imesebelen y seguidos por el resto de sus acompañantes.
Habían recorrido varias leguas y en un escarpado cerro divisaron un hombre que se arrastraba penosamente. El conde espoleó el caballo, imitado por Guzmán y tres guerreros negros, y lo que vio no le gustó y le puso los pelos de punta. Era uno de los soldados de la comitiva que caía al suelo rendido y sangrando por varias heridas y todos saltaron a tierra el unísono para asistirlo y saber la causa del temido desastre.

El hombre ya agonizaba pero pudo decir: “Mi señor... nos tendieron una emboscada...en un angosto paso... y han... perecido casi todos... Me dieron por muerto y pude arrastrarme... hasta esconderme en unos...matojos mientras remataban al resto... y saqueaban los carros. Buscaban algo...Y... el moro que los mandaba... se enfureció...Esperaba... encontrar ...algo... señor”. El conde le dio agua y al acercarse también Don Froilán y Aldalahá. Éste se ofreció a atender al herido, pero al poco tiempo expiró sin terminar de vendarlo.

Aldalahá, imaginando que era obra de Omar, les dijo a los otros señores que el paso no estaba lejos y que debían aumentar las precauciones. Ahora el enemigo ya sabía que en la caravana no iban ellos y los atacarían en cualquier momento, dado que seguramente ya los estaban acechando. El proscrito era un hombre aguerrido y no abandonaría la empresa hasta obtener los frutos deseados.

Y a galope tendido se dirigieron al estrecho paso y al llegar sus ojos se espantaron. Cadáveres masacrados en charcos de sangre y cubiertos de moscas indicaban la cruenta lucha que se había desatado unas horas antes. Comprobaron si todavía quedaba alguno con vida, pero ya era demasiado tarde y lo único que quedaba sobre la tierra eran despojos humanos y restos de los carros calcinados. De todos menos uno. Guzmán se dio cuenta que faltaba un carromato, así como los caballos y mulas que no habían sucumbido al ataque y Froilán también se percató que entre los muertos no estaban los más jóvenes del escuadrón de soldados.

Serían media docena de muchachos, casi todos músicos, incluido el del tambor, y eso enfureció al noble primo de la reina, dado que no hacía falta ser muy espabilado para saber por qué Omar no dio muerte a esos muchachos, cuando no había respetado la vida a ningún otro que no fuese muy joven y lo suficientemente apetitoso para llevárselo vivo y supuestamente catarlo tranquilamente en su guarida.
 Esa noche, Omar se daría un festín de culos vírgenes y también de algún otro usado recientemente, como el de Ruper, sin importarle el dolor y pesar de Froilán por su tamborilero. Y Guzmán, abrazándolo por los hombros, consoló a su amigo y le juró que esa afrenta no quedaría impune. Lo primero que se habían propuesto todos era liberar a los chicos y darle su merecido al renegado de La Alpujarra.

Y por lo tanto había cambio de planes y retrasaban su ida a Granada para rescatar a los jóvenes rehenes. Bueno. Para Omar no lo eran, sino sólo parte del botín obtenido en la razia y engrosaría con ellos su recua de esclavos para gozarlos como le diese la gana. El conde, después de enterrar a los muertos, se reunió con los otros señores y discutieron la mejor manera de atacar al proscrito en su propia guarida, sin darle opción a que los acosase a ellos. No eran suficientes para hacerle frente en una pelea cuerpo a cuerpo, ni podrían soportar un ataque por sorpresa, ya que el moro contaba con fuerzas superiores a las suyas.

Lo que parecía claro es que debían aprovechar la oscuridad de la noche y cogerlos desprevenidos, no imaginando su audacia de ir a meterse en la boca del lobo ellos solos. Pero, según el conde, era la mejor estrategia y la única con posibilidades de éxito. Todos dieron su conformidad a la idea de Nuño y sólo restaba perfilar los detalles para poner en marcha la iniciativa del caballero. Y Nuño, terminada la discusión y establecidos los pormenores del asunto, fue preguntando uno a uno si veían algún reparo, pero de pronto se dieron cuenta que Guzmán ya no estaba. Con el entusiasmo de los últimos minutos, no se percataron de su marcha y Froilán la justificó diciendo que lo más probable es que hubiese ido a mear entre unas matas.
Pero Nuño se intranquilizó como presintiendo algo malo y se levantó del suelo yendo disparado hacia donde indicaba Froilán. Y allí no estaba el mancebo, ni quedaban rastros de sus orines. Un escalofrío le recorrió la columna y la nuca se le puso rígida de pronto. Gritó el nombre del chico, desesperado, pero no hubo respuesta. Y al preguntarle Aldalahá a los imsebelen por el príncipe, ninguno lo había visto alejarse a ningún sitio. Ni tampoco lo vieran los dos eunucos y, sin embargo Siroco tampoco estaba con los demás caballos.
El doncel se había ido, ya que parecía difícil que los hombres de Omar lo secuestrasen molestándose en llevarse también su caballo.

jueves, 2 de junio de 2011

Capítulo XLVII

No había amanecido y catorce sombras oscuras salían de Sevilla por un portillo discreto abierto en una de sus murallas. Ocho de ellos eran figuras de carnes férreas y aceradas y los seis restantes se ocultaban bajo capas con capuchas. Cuatro parecían caballeros y dos sólo daban la impresión de ser unos críos no demasiado fuertes ni avezados en el manejo de las armas.

Y algo más tarde, por otra de las principales puertas de la ciudad, se veía traspasar el arco una comitiva compuesta por veinte soldados del rey que escoltaban a sus emisarios hacia el camino de Granada. En esta había oficiales y algún alférez, pero no se distinguían caballeros eminentes, a no ser que fuesen dentro de unos carromatos que marchaban en el centro de la formación y que los guerreros custodiaban como si llevasen algún valioso tesoro en su interior.

Sin embargo, si enarbolaban los pendones de Castilla y León y, también, los del conde de Alguízar y Don Froilán, así como uno encarnado con el blasón del nuevo Señor de La Dehesa. Por lo que había que suponer que tales nobles señores se acomodaban en muelles asientos en dichos carros de mulas, para hacer más llevadero el viaje a la ciudad a orillas del río Genil y del Darro.

Doña Sol quedaba en los reales alcázares, con algún que otro mareo que podían alertar sobre un estado de embarazo, y doña Petra, encantada ante la posible gran noticia, aumentaba los desvelos por su señora como si ya estuviese a punto de dar a luz. La dama iba a extrañar a sus dos hombres ahora que la tenían tan bien cubierta y no le faltaba nunca una buena dosis de leche fresca para merendar, pues desde hacía unas semanas sólo le apetecía ese tipo de alimento y no los otros que se empeñaba en darle su aya. El viaje no es que fuese por muchos días, pero siempre se presentaban imprevistos o había que cambiar de planes sobre la marcha, ignorando al partir la fecha del regreso, que sólo podía calcularse de forma aproximada.
La condesa era de las pocas personas que sabían que en la vistosa comitiva no iban los caballeros comisionados por el rey, sino que éstos eran los jinetes que salieran antes del alba, discretamente y sin ruido ni fanfarrias, para evitar que los enemigos, siempre al acecho, les tendiesen alguna trampa mortal o fuesen capturados como rehenes. En el discreto grupo, sólo iban Guzmán, el conde, Don Froilán, el noble Aldalahá, los dos eunucos, Hassam y Abdul y ocho imesebelen armados hasta los dientes. Y todos sobre nobles corceles árabes, entre los que destacaban uno negro como la noche profunda y oscura y otro blanco como las nieves de la sierra de Granada, que montaban Guzmán y el conde, respectivamente.

Cabalgaban rápido y sin apenas pararse para descansar a no ser el tiempo justo para que abrevasen los caballos en un arroyo. Y si no fuese por la premura y la seguridad, al conde le hubiese apetecido darse un chapuzón sin cota de malla ni armas colgadas de su cintura, abrazando el cuerpo desnudo de su amado para verlo brillar por el sol reflejado en las múltiples gotas de agua que escurrirían por su piel. Y también a Froilán le agradaría hacerlo y ver desnudo al mancebo, pero debían continuar el camino y no dar oportunidad a sus enemigos de dar con ellos.

Y antes de abandonar las tierras del reino del rey castellano, como por arte de magia aparecieron Guzmán y los otros caballeros entre la comitiva oficial como si durante todo el tiempo hubiesen viajado con ellos. Y no era una ilusión verlos, porque simplemente sabían de antemano en que punto debían encontrarse y mezclarse sin levantar sospechas a otros ojos extraños. Tenían que hacer creer que sólo era una la caravana y en un recodo entre dos cerros, flanqueado por peñascos, que daba paso a un llano despejado en el que acamparían para pasar la noche, la avanzadilla de los catorce jinetes se unió con rapidez a los otros como si decidieran cabalgar un rato antes de caer la tarde.
Se montaron tiendas espaciosas para los nobles y también otras menos lujosas para la soldadesca y los señores quisieron compartir su cena con todos, excepto los imesebelen, que no descansaban ni abandonaban la guardia para proteger a su amo y príncipe. Aldalahá si participó con sus amigos y se divirtió mientras comía con los cantos y cuentos de los jóvenes soldados. Y más tarde, el noble almohade vio como los más jóvenes bebían alegres y jugaban a los dados cuando no les tocaba hacer guardia, seguramente deseando llevarse a su tienda a alguno de ellos para pasar una noche menos solitaria.

Lo mismo que le ocurría a Froilán, pero que éste supo arreglárselas mejor que Aldalahá y engatusó a un jovencito que tocaba el tambor, al que le iba a tocar él las nalgas y no con redobles solamente. El culo de ese músico amanecería tan tocado como el parche que hacía sonar al acercarse a un poblado para anunciar la llegada de la comitiva, pero, además, abierto en el centro como si lo perforasen con el mazo conque golpeaba rítmicamente el instrumento de percusión.
Al conde y a Guzmán no les hacía falta otra compañía que la de sus dos eunucos, pero no para follarlos sino para que les limpiasen las dos pollas y el culo del chico después de ser montado por Nuño. Esa noche ellos no sólo se amaron sino que charlaron en serio del cambio en sus vidas por los honores recibidos por el mancebo y lo difícil que se ponía mantener su vida como hasta ese momento.

Nuño abrazó al chico y le dijo: “Mi amor, todo lo que ha sucedido en tan poco tiempo, desde que llegamos a Sevilla, ha provocado un vuelco total en nuestra situación. Ahora tú eres el más notable de los dos y te debes a tu posición y rango en la corte...No me interrumpas y deja que hable... He oído que el rey quiere casarte con la hija de otro rey de un país en el centro de Europa. Y eso, además de estar muy lejos, supone el fin del placer que sentimos al estar juntos. Ya que, aunque yo fuese parte de tu séquito, no sería fácil que follásemos a diario y menos dormir en la misma cama. Entiendes lo que te digo, Guzmán?”. El mancebo tenía los ojos húmedos y respondió: “Sí, lo entiendo, pero no lo acepto. Me moriré sin el amor del hombre que amo sobre todas las cosas y no puedo vivir separado de ti. Nuño, eres mi amo y señor y la única posición que merezco es la de un esclavo ante su dueño. No me casaré con nadie ni me apartarán de tu lado, porque antes debes matarme o lo haré yo mismo con el puñal que me regalaste y que nunca me separo de ese fiel amigo.
No deseo nada más que ser feliz contigo y el resto no me sirve de nada ni lo quiero”. Nuño lo apretó contra el pecho y añadió: “No digas eso, porque si tú mueres yo también moriré de pena. Y no podría matarte tampoco. Esa no es la solución. Antes me quitaré la vida yo mismo y te dejaré libre para vivir de acuerdo a tu condición de príncipe”. “Guzmán lo besó en la boca y respondió: “Te olvidas de Sol y del niño que seguramente te de muy pronto?. No puedes dejarlos solos. Ni a mí tampoco. Así que piensa como resolver este lío en que nos han metido con eso de mi parecido con un hermano del rey que nunca conocí”. Nuño sonrió y exclamó: “Si no fueses tan hermoso ni tan valiente quizás nadie hubiese reparado tan pronto que tus venas tienen estirpe de reyes. Pero algún día saldría a la luz esa verdad y todo sería como ahora. Siento que vivo mis últimos días contigo y me arrebatan lo que más quiero. Una vez me dejó solo la muerte de un príncipe y ahora es la vida de otro la que me va a quitar el corazón..... Voy a poseerte otra vez para creer que así conjuro al destino y te retendré a mi lado para siempre”.
Y se besaron con pasión y se amaron sin medida. Pero no podían pensar en otra cosa que no fuese en ese futuro que se empeñaba en volverse contra ellos para impedir que su amor fuese para toda la vida, dado que eterno ya lo era y lo sería siempre.