Autor: Maestro Andreas

domingo, 19 de junio de 2011

Capítulo LII

Qué difíciles se les estaban poniendo las cosas a Guzmán el intrépido y no sólo para que no le rellenasen el culo sin pedirle permiso, sino para sujetar sus cojones y no correrse viendo asomarse fuera del agua el brillante glande de Omar. Aquella polla era un pecado de gula con sólo mirarla. Ni una hogaza recién horneada estaría tan apetitosa para morderla como ese cacho de carne mojada latiendo y emergiendo triunfante entre dos lotos pasmados de su envergadura.

Y a Guzmán se le ocurrió decirle al príncipe que debería ser un gran amante, porque bastaba con ver la cara de aquellos esclavos para adivinar la satisfacción que reflejaban mirando a su dueño. Omar rió abiertamente por la ocurrencia del chico y se dirigió al que no se separaba ni un palmo de su lado: “Has oído lo que ha dicho su alteza?”. “Sí, mi señor”, respondió el chiquillo sonriendo y con un repentino rubor en el rostro. Y Guzmán añadió: “Juraría que ese es vuestro favorito y el que os da más placer”. Omar miró con ternura al chico y añadió: “Mi príncipe, es verdad que Ali ocupa el primer lugar entre mis predilectos. Es muy bello, como podéis ver, y me ama más que ningún otro. Y entrar en su cuerpo es un delirio que tan sólo pensarlo me causa un gran placer. Pero luego está Calé, que es este otro joven tan delicado. Y también esos otros tres que no dejan de miraros. Pero al lado de vuestra hermosura palidecen como las estrellas al salir el sol. Son muy bellas mientras la luz plena del día no las anula y las esconde”.
Y Guzmán se atrevió a seguir su intento de distracción, diciendo: “Príncipe, todos los muchachos que secuestráis son dedicados únicamente a vuestro placer?”. Omar miró al mancebo y respondió: “No todos. Sólo los más bellos. El resto son meros esclavos”. “Y no los tocan vuestros hombres?”, preguntó Guzmán. Y Omar miró de nuevo a su esclavo y contestó: “Si yo no se lo regalo, no osan ponerle un dedo encima. Y si lo hacen el castigo es morir empalados. Como morirán mañana dos de los que atacaron a vuestros hombres por intentar abusar de dos de los muchachos que quedaron vivos. Antes de que yo decida cual es el destino de un joven, me pertenece absolutamente y si uno de mis hombres lo olvida, ordeno que le metan una estaca por el culo hasta que le salga por la boca. Y luego lo dejo clavado en el monte para que sirva de carroña a los buitres. Ahora esos dos cerdos esperan ser llevados al lugar donde los empalarán como escarmiento. Con mis propiedades no se juega ni se tocan sin mi permiso”.
A Guzmán le espeluznó el castigo, pero no mostró turbación alguna al oír hablar a Omar. Y le preguntó: “Príncipe, y ese otro joven que salió a recibirme, quién es?”. “Os gusta?”, preguntó Omar. “No en el sentido en que preguntáis, pero tiene buen porte y resulta atractivo, príncipe”, contestó Guzmán. “Omar miró hacia ninguna parte en concreto y dijo: “Es mi lugar teniente y mi primer amor. Y la causa de mi rebeldía contra Mohamed.... Es el hijo menor del Visir del rey y éste, no aprobando nuestras relaciones, intrigó contra mí ante Mohamed hasta indisponerlo de tal modo, a base de calumnias como que deseaba su corona e intentaba sublevar a todos los jóvenes nobles del reino, que primero me defendí ante el monarca, pero mandó prenderme y me condenó a muerte sin más juicio que la versión del visir y no escuchando mis alegatos. Asír me liberó una noche sin luna y tuvimos que huir. Más tarde no me quedó otro remedio que levantarme contra el rey y no volver a Granada con Asír, que también estaba proscrito y sentenciado a muerte”.

Omar mantuvo unos instantes de silencio, como recordando otros días en que todo fuera felicidad, y prosiguió: “Desnudo es mucho más hermoso que cualquiera de estos esclavos y me supera a mí en fuerza y musculatura. Su nombre es Asír Mustafá al-Mulei y todavía le amo como el primer día que lo besé”. “Y por qué no lo tenéis a vuestro lado ahora?”, objetó Guzmán. Y Omar dijo: “Deja que yo disfrute de estos jóvenes y cuando deseo amarlo pasa la noche conmigo para follar sin testigos. No le agrada ver como gozo de otros cuerpos. Y aunque no se queja ni me dice nada, sé que sufriría viéndolo”. “Es celoso”, preguntó el mancebo. “Me considera suyo. Eso es todo, alteza”, contestó el príncipe.
Y Guzmán apostó todo su capital de recursos: “Príncipe, me gustaría ver como os complacéis con vuestro favorito”. Omar puso cara de asombro, pero reaccionó rápidamente, como si exhibirse follando fuese un divertimento más, y dijo: “Queréis saber si os complacería a vos al poseeros?... No está mal la idea. Y tratándose de alguien tan especial y preeminente como vos, no tengo problema alguno en hacerlo aquí mismo... Acércate más, Ali. Quiero mostrar a su alteza como gozas con tu señor”. Y el chico obedeció en el acto y se entregó a su amo con una pasión y unas ansias de sexo que le pusieron la carne de gallina a Guzmán, que de inmediato le vino a la mente la verga de Nuño y pudo calibrar con más exactitud las ganas que tenía de que el conde se la metiese por el culo hasta notarla en los calcañales.

Ali quedó envuelto en los brazos de su amo y éste besó y mordisqueó al crío por todo el cuello y los pechos, jugando más con sus pezones oscuros y erizados, y bajó por la piel del esclavo hasta el vientre, apretándole las nalgas con las manos, y con un giro rápido lo volteó y se hizo con su espalda, subiendo por ella con la lengua, después de comerle el agujero, y, apretándolo fuertemente contra su cuerpo, todos se dieron cuenta que acababa de penetrarlo a tope. Duró bastante tiempo el forcejeo de Omar por llegar más adentro, mientras el chico se abría de piernas y su vientre se movía como empujado por el cipote de Omar. Con el mete saca el culo de Ali se esponjaba como una breva madura, hasta que el crío bramó dulcemente como una gacela atravesada por el mortífero dardo, pero no se acababa su vida sino que renacía a un mundo de dicha infinita, envuelto un un halo de gozo con olor a lascivia y semen, al que lo llevaba su dueño con el rugido de un fiera salvaje al fecundar a su hembra.
Luego, el silencio se escuchaba en todos los corazones que presenciaron el apareamiento de Omar y su favorito. Porque de eso se trató aquel polvo intenso y fogoso que le metió el príncipe a su esclavo. Y Guzmán añoró más todavía al conde y se le humedecieron los ojos al ver la cara de plácido gozo de Ali al recostar la cabeza en el hombro de su señor. ¿Quién podría separar a ese muchacho de un hombre que lo trasportaba al paraíso montándolo en su polla? Sólo arrastrándolo después de matarlo serían capaces de separarlo de Omar.

Ali continuaba clavado por la tranca del amo y Guzmán preguntó al príncipe: “Estáis tan agotado que no podéis levantarlo?”. Omar festejó la gracia y contestó: “No es eso, alteza. Siempre le meto dos seguidos sin sacársela y ahora espera que vuelva a menearla dentro de su barriga para llenarlo con más leche. Para eso, este muchacho es muy glotón y le quiero demasiado para dejarlo medio vacío. No tardará en repetir la cabalgada sobre mis muslos y hacer que mis cojones disparen su carga en sus entrañas. Y luego ya sólo nos quedará jugar a otras cosas, mi príncipe. Al menos por un buen rato”.
Guzmán había dado con la tabla que le salvase del naufragio. Sin leche en los testículos, el príncipe era como un gato sin uñas. No podría arañarlo ni hacerle otra cosa que simples cosquillas. Y esa tranquilidad se reflejó en la polla de Guzmán que recuperó su estado de flacidez y dejó de intentar ver lo que pasaba fuera del agua. Al terminar la jodienda, salieron del estanque y Omar se vistió con una túnica de seda color azul añil, sin bordados, y a Guzmán le pusieron otra de hilo blanco, que destacaba el color de su piel y las facciones todavía adolescentes de su rostro. Y viendo un tablero de ajedrez con las fichas dispuestas en formación de ataque, le propuso a Omar jugar una partida cuyo vencedor exigiría del otro lo que desease, sin vuelta atrás ni faltar a la palabra de aceptar el resultado del juego. Omar, sonriente y seguramente seguro de sus facultades y conocimientos para ganar al mancebo, aceptó. Y comenzaron el juego abriendo el príncipe con las blancas.
Y a poca distancia de las cuevas unos hombres se arrastraban sigilosamente para coger por sorpresa a los guardianes que vigilaban la entrada a la guarida de Omar. Los guerreros negros ya habían despachado a los primeros vigías, degollándolos sin hacer el menor ruido, y los tres señores, se aprestaban a dar cuenta de cuantos les impidiesen conseguir su objetivo.
Hasta los dos eunucos se pertrecharon para luchar y sin duda darían la vida por su amado Guzmán si fuese necesario.

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