Autor: Maestro Andreas

martes, 21 de junio de 2011

Capítulo LIII

Al acercarse más a las grutas donde se refugiaban Omar y sus hombres, el conde y los suyos comprobaron la dificultad de su empresa, ante la cantidad de guerreros que servían al príncipe rebelde. Resultaba un suicidio plantearse un encuentro con todos ellos y Nuño consultó con Froilán y Aldalahá como debían actuar para no morir en cuanto asonasen las orejas y fuesen blanco de las flechas o de las cimitarras de los moros.

No parecía haber resquicio por donde entrar y poder dar dos pasos sin caer abatido antes de llegar a la cueva, que por el toldo que daba sombra a la entrada ya suponían que tendría que ser la de Omar. Y en eso, salió de ella un hombre joven y apuesto, vestido con más lujo que un simple soldado, y Nuño le preguntó a Aldalahá si ese era el príncipe renegado. El noble almohade se fijó en el joven y negó con la cabeza. Y dijo: “No es Omar, pero debe ser alguien importante entre su gente.
Viste como un noble nazarí y por su aspecto y altivez, podría ser el muchacho que huyó con él hace años. Dicen que es muy bello y al parecer es el amante del príncipe. Y hasta es posible que tuviese algo que ver con su enfrentamiento con el rey Mohamed, porque creo recordar que es el menor de los hijos del visir de Granada. Conde, una complicada historia entre dos jóvenes que terminaron por dejarlo todo para seguir juntos. El amor es así, mi buen amigo. Y vos lo sabéis muy bien”. “Sí. Sé que a veces es difícil mantener al ser amado a tu lado. Y más si es tan impulsivo como Guzmán”, respondió Nuño.

Y a Don Froilán se le ocurrió la idea de capturar vivo al joven y tomarlo como rehén para negociar con Omar una salida airosa al lío en que se habían metido para recuperar al doncel del rey. No era sencillo apoderarse del guerrero, pero tenían que intentarlo para obtener una baza que les diese una mínima posibilidad de salir vivos de La Alpujarra. Y sin demasiados preparativos, pero confiando más en la suerte que en la destreza, el conde y cuatro imesebelen se fueron a por Asir para cogerlo despistado y apresarlo.

Asir quiso resistirse e intentó sacar su cimitarra de la vaina, pero sus esfuerzos fueron inútiles y ni pudo contar con ayuda de los guerreros que estaban cerca de la entrada porque Froilán, con el resto de los inmisericordes matarifes, dio sobrada cuenta de sus gargantas sin que rechistasen. La misión había dado resultado y ya tenían maniatado y sometido al joven moro para solicitar una entrevista con el jefe de los rebeldes. Y Froilán fue el primero en apreciar de cerca la belleza del muchacho que dieron por sentado que se trataba del amante de Omar. El primo de la reina le habló amablemente y comprobó la educación y finura del nazarí, que no se cagó en sus muertos, ni le escupió al rostro, ni nada que se pareciese a un mal gesto, a pesar de verse atrapado como un conejo.
Y en el interior de la caverna, la partida de ajedrez entre Omar y Guzmán llegaba a su fin, tras un jaque a la reina dado por el príncipe y seguido de un definitivo jaque mate al rey que asombró a Omar al darse cuenta de la encerrona que le tendió el mancebo. Las partidas con Doña Sol, que era una experta invencible, le habían dado muy buenos frutos a Guzmán y no hizo más que repetir las jugadas que le enseñaba ella, aunque al final no le dejaba ganar nunca, pues la dama siempre se secaba otra nueva de la manga para matarle el rey. Le quedó claro que, jugando al ajedrez, Omar no le llegaba a la suela del zapato a la bella Doña Sol y se lo fue llevando al huerto como un corderito al matadero.
Cuando Omar entendió la jugada, ya era tarde y estaba en deuda con el doncel del rey de Castilla. Debía cumplir lo que éste le pidiese o su honor quedaría por los suelos. Y aunque nadie llegase a saberlo, bastaba conque lo supiese él, porque no en vano era un príncipe, en cuya familia siempre se dijo que descendían de los Omeyas cordobeses. Es decir de los más poderosos califas del islam, cuya gloria y dignidad no tenían parangón.

Y Omar se inclinó ante Guzmán y le preguntó: “Cual es vuestro deseo, alteza?”. El mancebo, con una inclinación de cabeza, respondió: “Ha sido un placer jugar con vos... Pronto vendrá el conde y el resto de mi séquito, porque los conozco y sé de lo que son capaces de hacer por mí. Ahora entiendo en que situación los he puesto y la insensatez de mi proceder al venir solo sin saber como eráis en realidad. Me hablaran de vuestra gallardía y el gusto por la cultura y las cosas bellas, es cierto. Pero no podía saber hasta que punto eran verdad esas habladurías. Ahora lo sé y no puedo arrepentirme de haberos conocido. La realidad supera a la leyenda además de ser un verdadero príncipe cuyo honor está fuera de duda. Amigo mío, puesto que ya lo sois para siempre, mi deseo es ir a Granada para pedirle al rey Mohamed que se reconcilie con vos y todos los que os han seguido, sin excepción alguna. Y para ello necesito que me acompañe el conde y el resto de los que todavía están vivos. Ese es mi deseo, príncipe Omar”. “Vuestros deseos son órdenes, alteza. Pero no sé si eso os saldrá tan bien como lo que habéis conseguido aquí. Mohamed presume de ser muy hombre y no siente inclinación por los efebos. En mi caso reconozco que es casi una debilidad y por eso vuestro éxito ha sido absoluto conmigo”, acató el príncipe forajido. Y Guzmán objetó: “Todo eso puede ser verdad. Pero, podríais haber asegurado hace tan sólo unas horas que saldría de vuestro refugio sin ser ensartado por el culo por vuestra verga?. “No creáis que no me costó contenerme, alteza”, afirmó Omar.

Guzmán reprimió una sonrisa de triunfo y añadió: “Os creo, porque en ocasiones yo no lo tuve tan claro, señor. Entonces no me infravaloréis a priori y pongáis en duda de lo que soy capaz cuando me propongo algo. A pesar de vuestro atractivo y vuestra fuerza, no sólo conservo la vida sino también la integridad de mi ano, príncipe. Y eso es algo que nunca olvidaré...Y os ruego que partáis al medio una moneda de oro”. “Ya habéis agotado el deseo, alteza”, replicó Omar. “No es un deseo sino una petición. Hacedlo”, dijo Guzmán.
Y Omar partió en dos una moneda que le trajo uno de sus esclavos. Y preguntó: “Y ahora que debo hacer con estas mitades?”. Guzmán sonrió y respondió: “No se trata de otro juego, príncipe. Esta mitad me la quedo yo y la otra es para vos. Guardadla y si alguna vez necesitáis mi ayuda enviádmela y yo haré lo mismo si necesito de vos. Esa será la contraseña de que estamos necesitados el uno del otro. Y si no sabéis donde me hallo, enviádsela al conde, porque él sabrá que hacer para ayudaros. Y siempre habrá un pacto de amistad entre ambos, que también incluye al conde, mi amante”. “Ignoráis que tengo un acuerdo con su enemigo el marqués?”, dijo Omar. Y Guzmán soltó la lengua: “No. Pero sé que desde ahora se ha acabado vuestra alianza con un hombre que no merece vuestra confianza ni apoyo. El conde interceptó una carta de ese marqués dirigida al rey Mohamed, que al principio no entendió su significado e incluso creyó que se trataba de una maquinación contra el rey de Aragón. Pero ahora entiendo que pretendía el marqués... Le ofrecía vuestra cabeza a cambio de no aceptar un tratado de paz con Castilla, para arremeter después contra los intereses del rey aragonés en Valencia. Eso no tardaría en provocar una guerra entre el reino de Granada y los dos reyes más poderosos de estas tierras. Mi tío y su suegro. Ese hombre es un traidor sin escrúpulos, príncipe. Y si conoce este lugar buscad otro porque ya os habrá vendido a vuestro enemigo”. Omar quedó admirado por el desparpajo del crío y dijo: “O sois un visionario o estoy ante el mejor embajador de todos los reinos. El marqués me envió un mensaje para venir a verme, porque no conoce mi paradero exacto. Debería estar aquí ya, pero al parecer se retrasa por algún imprevisto de última hora”. “O por estar tramando su traición”, puntualizó Guzmán. Omar quedó pensativo y dijo: “Eso también puede ser...Me encargaré de ese detalle”. “Hacedlo, príncipe. Porque no me gustaría veros atrapado y en peligro”, repuso Guzmán.

Pero nada más terminar de hablar ambos príncipes, entró un guerrero muy perturbado y se postró ante Omar, diciendo: “Mi señor, unos guerreros han apresado al noble Mulei Asir y exigen parlamentar con vos”. Omar dirigiéndose a Guzmán, dijo: “Mi príncipe, ya está aquí vuestro séquito....
Vayamos a ver que desea vuestro conde.... Después de vos, alteza”. Y ambos salieron al encuentro del conde y sus amigos.

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