Guzmán se arrojó al cuello de Nuño al verlo entrar en la alcoba y los eunucos, nerviosos, reían y lloraban viendo la emoción en la cara de su amo y la alegría del otro muchacho que lo besó en la boca transformando en dicha toda la angustia pasada esperándolo. El conde no dijo nada, pero su silencio y sus besos fueron mucho más elocuentes que el mejor de los discursos.
Pero Guzmán sí le habló a su amo: “Mi señor, por qué intentas que muera sin estar a tu lado?. No me protejas de ese modo, puesto que sabes que si tú no vuelves con vida, yo me la quitaré de inmediato. Así que deja que respire el último aliento contigo y si puedo evite tu muerte y la mía. Prefiero mil veces la pelea junto a mi amo que padecer otra vez esta desazón que me mata. Ni los cuidados y masajes de estos dos muchachos han podido calmar mi angustia, mi señor”.
El conde sonrió y le contestó: Así que mientras yo corría peligro te estaban metiendo mano estos dos putos castrados!. Venir aquí los dos que voy a dejaros el culo como un brasero por sobar a mi amado!”. Los eunucos se acurrucaron en un rincón de la estancia, miedosos de que el amo les zurrase con el mimbre, pero éste los agarró por un brazo a cada uno y los tumbó de bruces sobre los acolchados cojines y les puso el culo al aire, expuesto a una buena azotaina.
Guzmán se quedó serio y alarmado por el inminente castigo que le esperaba a los esclavos por su causa, pero no se dio cuenta que su amo sabía quitar hierro a una situación todavía tensa y trágica y sólo pretendía darles a los dos chicos el premio prometido antes de marcharse al monasterio.
Nuño se tumbó entre los dos muchachos , que temblaban, y les manoseó las nalgas al mismo tiempo diciéndoles: “Me gustan estos dos culos y os prometí doble ración de polla por cuidar a mi zagal. Y vuestro amo siempre cumple lo que promete. Así que empezaré por ti, Hassam, que tienes unas ancas recias, pero cómodas, y te voy a endiñar un polvo hasta dejarte el agujero como un comedero de pollos. Luego te tocará a ti, Abdul, que tus posaderas son como dos panes recién horneados y tostados en la corteza, pero tiernos y esponjosos en la miga. Te penetraré hasta llegar lo más hondo posible y te llenaré de leche que después se comerá Hassam en cuanto te saque la verga del culo... Y más tarde será al contrario y tú lamerás la savia que brote del ano de Hassam al terminar de follarlo, después de perforarte el agujero a ti otra vez.... Y tú, Guzmán, tendrás que aguardar a que me reponga y más tarde, antes de que cojas el sueño dándome tu espalda, te la meteré y te preñaré como cada noche. Pero no te separes de mi lado mientras cubro a estos dos, porque quiero sobarte y besarte para calentarme más y darles por el culo con más energía... Te quiero, Guzmán...Y perdona el miedo que pasaste por mi vida”.
Nunca antes el conde había pedido perdón a nadie por nada y ahora lo hacía por haber hecho que su amado sufriese por él. Guzmán le respondió: “Mi amo, sufro con gusto todo aquello que sea por el bien y la dicha de mi señor. Os amo y no hay más vida para mí que veros gozar y ser feliz. Ellos también os respetan y son fieles a vos como perros, por eso merecen la recompensa que le vais a dar, mi señor”.
Y el conde les dio a los eunucos su premio y Guzmán durmió caliente por dentro, como de costumbre, con las tripas encharcadas de semen y feliz entre los brazos de su amo. Y al despuntar el día aún permanecían dormidos los cuatro, agotados de tantas emociones y placer. Y fue el conde el que abrió los ojos primero y despertó a sus esclavos porque esa mañana debía volver a la corte.
Los patios y salas del alcázar ofrecían un brillante aspecto entre cortesanos, clérigos, prelados, damas, criados, funcionarios reales, soldados y bufones. El rey recibía en audiencia al primado de Toledo, acompañado del ordinario del lugar, el arzobispo de Sevilla, y los grandes maestres de las órdenes militares de Calatraba y Santiago. El conde vio la oportunidad de cumplir con Doña Sol y le dijo a Guzmán que lo acompañase a los aposentos de la dama, pero el chico le dijo: “Mi amo, iré donde me ordenéis, pero creo que esta vez es preferible que veáis a vuestra prometida sin mi compañía y le entreguéis el regalo. Yo esperaré en los jardines, junto a la fuente, y veré las flores y pájaros extraños que adornan esos hermosos lugares de este palacio”.
Al conde no le hacía ninguna gracia separarse ni un minuto del mancebo y menos en esa corte de buitres y carroñeros, pero comprendió la razón que apuntaba su amado y accedió de mala gana a dejarlo solo. Y nada más irse el conde, apareció Don Froilán, que vio al aguilucho desprotegido del águila y como un gavilán se presto a birlarle la cría o al menos a darle un muerdo.
El encantador y guapo primo de la reina se aproximó a Guzmán por la espalda y el chico dio un respingo al notar que una mano le tocaba en el hombro. Al girarse con rapidez, el chico se topó de frente con el apuesto caballero y se turbó enrojeciendo sin querer al recordar los piropos que le había dedicado la primera vez que se vieron.
Don Froilán lo saludó muy cortés y el chaval respondió respetuoso y sin mirarle a los ojos. Y el otro joven, más audaz y resabiado que el mancebo, le dijo: “Muchacho, tenéis calor aún a pesar del frescor de este chafariz?”. “No, señor”, negó Guzmán. Y el noble añadió: “Pues vuestras mejillas parecen indicar otra cosa. A no ser que se os suba la sangre al verme. Pero si es así, prefiero que sea otra cabeza la que riegue y enrojezca. Ese jubón deja ver vuestro bulto y no parece que sea esa cabeza la que se enardezca al mirarme. Será rubor de adolescente, entonces. Sea cual sea el motivo de vuestro sonrojo, estáis aún más hermoso que la primera vez que os vi con el conde.... Por cierto, dónde está vuestro señor y cómo os ha dejado tan solo?”. “Cumplimentando a su prometida, mi señora Doña Sol, señor”, contestó el mancebo. Y Don Froilán le dijo: “Las damas siempre reclaman lo que creen suyo, mi bello doncel. Tened cuidado, porque una mujer celosa puede ser letal. Y sería una pena que a un muchacho tan agraciado pudiese ocurrirle algo malo por no saber cuidarse de una mujer. Amad a vuestro conde, pero nunca mostréis ese amor ante ella. Es un consejo de amigo sino puedo ser otra cosa para vos, Guzmán. Esos ojos y esa boca merecen dedicarles una vida de adoración y pasión. Por no entrar en otros detalles de ese cuerpo que me fascina y recuerdo cada noche en la soledad de mi alcoba. Os cubriría de oro si me amaseis y toda la corte os respetaría. Vuestra mirada es un puñal que se clava en el cerebro y su herida nunca más cicatriza para no olvidar esos ojos como tizones abrasadores”. “Perdón, señor”, le interrumpió Guzmán y añadió: “No creo que podáis sentir de verdad todo cuanto dice vuestra boca. Ni me conocéis ni me habéis tratado lo suficiente como para esos excesos verbales y efusiones. Además, pertenezco a otro caballero, como ya sabéis, y es mi único dueño y señor para toda la vida. Las riquezas y honores no me servirían de nada porque sólo soy un esclavo del conde, señor. Os ruego que no me turbéis porque no pretendo despreciaros sino llegar a estimar vuestro afecto, ya que entendéis mi situación.”. Y Don Froilán le contestó algo triste: “La entiendo, sí. Y quiera el destino que me reserve un amor como el que vos sentís por el conde Don Nuño. Perdonar mis insinuaciones, pero sois demasiado hermoso para no intentarlo al menos. Qué suerte tiene el conde al gozaros!”.
Y antes de irse Don Froilán, otro personaje hizo su aparición en los jardines y se acercó a los dos jóvenes. El primo de la reina le saludó con respeto y familiaridad y le presentó a Guzmán diciendo: “Alteza, permitidme que os presente a este joven.... Su nombre es Guzmán y es un paje de Don Nuño. Pero, por su porte, bien pudiera ser un príncipe como vos, Don Alfonso”. El recién llegado le dio a besar su anillo al mancebo y le dijo: “Muchacho, los príncipes sólo somos hombres y los títulos los tenemos porque otros nos los dan y mantienen. Pero el verdadero mérito y grandeza sólo se lleva en el alma. Y eso no nos lo da nadie. Eso se gana haciéndolo uno mismo día a día. Y tú, aún sin títulos para unos, puedes ser un príncipe para otros. Para mí, eres un joven afortunado por tus prendas. Y no me refiero sólo a las del cuerpo, ya que mi Señora la reina, y su pupila, Doña Sol, me han hablado de ti”. “De mí, Señor?” Exclamó el chaval asustado. El infante sonrió y dijo: “Sí, de ti. Y no temas que no me han dicho nada malo. Lo que espero es conoceros mejor y juzgar por mi mismo. Os saludo a los dos y me retiro, ya que me espera mi sobrino, el rey”.
Guzmán no daba crédito a las palabras de aquel hombre y preguntó sorprendido a Don Froilán: “Señor, qué quiso decir este hombre?”. El otro se rió de la cara de susto del zagal y le contestó: “Guzmán, no pienses mal de todo el que alabe tu belleza. Este hombre, como tu dices, es Don Alfonso de Molina, infante de León y de Castilla, hermano del difunto rey Don Fernando III y tío de nuestro rey. Es una de las mejores personas de la corte y el más noble de los caballeros. Te conviene contar con su protección, aunque el conde, tu señor, ya cuenta con ella. Y ahora te dejo, que me reclaman mis ocupaciones cerca de la reina”. Y Don Froilán ya se despedía de Guzmán, cuando tres hombres de armas irrumpieron de pronto y, ante las narices del primo de la reina, sujetaron al chaval y se lo llevaron por la fuerza.
Don Froilán echó a correr y buscó desesperado a Nuño para advertirle del secuestro de su amado paje, lamentando que le rompiese el corazón la noticia, que incluso a él apenaba.
Era el señor. El amo de la vida y haciendas de sus vasallos. El joven Conde a quien en su feudo le apodaban "El Feroz"
miércoles, 30 de marzo de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
Capítulo XXIII
Durante la cena el conde no pudo ocultar su nerviosismo y Guzmán se recomía por dentro al no saber cual era la causa del estado de su señor. Incluso Aldalahá notó la desazón de Nuño y le preguntó si le ocurría algo o se encontraba indispuesto. Al conde, la pregunta de su anfitrión le proporcionó una buena excusa y contestó que efectivamente no se encontraba bien desde que habían ido al mercado, posiblemente por el exceso de sol en la cabeza, ya que no había ido cubierto con sombrero, y rogó que le excusase para retirarse a la alcoba nada más tomar los postres.
Guzmán lo siguió con los dos eunucos y nada más entrar en el aposento le preguntó muy serio: “Mi amo, qué ocurre?. No podéis estar indispuesto después de las folladas que recibieron nuestros culos durante el día. Por no mencionar la de esta tarde después de probar los caballos árabes. Todavía tengo el ano como una breva que estalla de puro madura”. “Desde cuando debo darte explicaciones de lo que me suceda, Guzmán?”, gritó el conde. “Nunca, mi amo, pero temo por vos, porque sé que os rondan vuestros enemigos, que también son los míos”, contestó el chaval. Y Nuño añadió: “Vamos, deja las preocupaciones para mí, que no son cosa de un zagal con tan pocos años. Necesito aire fresco esta noche, así que te quedarás con ellos y si te entra el sueño no importa, porque te despertaré al volver a tu lado y acostarme en esos almohadones que tanto saben ya de nosotros... Mi amor, no padezcas en vano por tu señor y bésame antes de dejarte en manos de estos dos encantadores sobones”. No era un beso de buenas noches, sino de no sé si te volveré a ver y Guzmán lo percibió de ese modo. El conde añadió mirando a los eunucos: “Cuidarlo bien, que os recompensaré con doble dosis a mi regreso”. Y se embozó en la capa y marchó dejando desolado a Guzmán.
Y Hassam le dijo a Guzmán: “El amo lleva una espada bajo la capa. El fresco que va a tomar puede ser mortal”. “Gracias, Hassam. No digas a nadie que salí tras el amo y dame el arco y mis flechas. Creo que esta noche tendré que afinar mi puntería”. Abdul quiso acompañarlo por si necesitaba su ayuda, pero Guzmán se lo agradeció y le dijo que no era necesario. El se bastaba para proteger al conde y también se embozó en una capa partiendo como un rayo para alcanzar a ver donde iba su señor armado y solo.
Pero ya llegaba a la puerta del palacio cuando una mano lo detuvo agarrándolo por un brazo. Guzmán se revolvió como un gato montés, mas la voz de Aldalahá hizo que no sacase el puñal de su vaina. El noble almohade le dijo: “No corras porque ya no podrías alcanzarlo. Se fue en su caballo y en cuanto salió de esta casa partió al galope. A no ser que sepas donde se dirige es inútil intentar seguirlo”.
A Guzmán se le abrió el suelo bajo los pies y suplicó casi llorando: “Está en peligro. Lo sé y él solo no podrá contra quienes pretenden su muerte. Debo encontrarlo y luchar a su lado dando mi vida por mi señor si es necesario. Por favor, soltadme y dejad que vaya en su busca”. Aldalahá sujetó al chico por ambos brazos y mirándole fijamente le dijo: “No temas, porque no estará solo. Sospeché que algo raro sucedía al verlo tan sumido en sus problemas durante la cena y aposté a cuatro de mis mejores y fieles criados en las cercanías de la puerta de mi casa, para vigilar si el conde salía, y les ordené que lo siguiesen y protegiesen a toda costa. Incluso con sus vidas como si se tratase de mi propia persona. Descienden de los imesebelen del califa y no hay mejores guerreros en el mundo. Está bien protegido y volverá sano y salvo. Vuelve a la alcoba y espera a que tu señor regrese. Y así no le habrás desobedecido”. “Gracias, señor, pero no estaré tranquilo hasta que vea a mi señor a mi lado otra vez. La espera me matará si se alarga demasiado, pero intentaré reunir fuerzas para no desfallecer y disimular en valor que me abandona a cada instante que pasa”.
Guzmán regresó a la alcoba y los eunucos lo miraron con extrañeza y miedo. Pero el chico los tranquilizó contándoles lo que le había dicho el señor de la casa. Y entonces Abdul le dijo: “No quisiera por nada del mundo enfrentarme a esos cuatro guerreros que ha mandado mi anterior amo para defender a mi señor. Nacieron para matar y son despiadados en el combate. No hay quien los venza en una lucha cuerpo a cuerpo. Manejan las cimitarras contra los hombres como un campesino la guadaña para segar el trigo y no queda ni una sola cabeza pegada al tronco. Guzmán recuéstate y deja que aliviemos la tensión de tu espíritu y Hassam y yo te haremos la vigilia más llevadera”. Y Guzmán se entregó a los delicados dedos de los habilidosos castrados, soñando en ver de nuevo a su amado señor.
Los cascos del alazán retumbaban sobre las piedras delante del monasterio de San Clemente y Nuño puso todos sus sentidos en guardia esperando percibir a tiempo cualquier ataque a traición. Y antes de poner pie a tierra, distinguió unas sombras sospechosas y desenvainó su espada presto a dar cuenta de sus agresores. Y salieron de la negrura cinco felones a caballo armados de espadas que arremetieron contra el conde espoleando sus monturas. Nuño se vio atrapado, ya que no tenía resquicio por donde salir si no era atacando a los cinco esbirros, pero sin titubear ni dar pábulo al miedo, picó espuelas al caballo y, encabritándolo, blandió su espada en el aire dispuesto a la pelea.
Y al primer choque de los aceros, aparecieron cuatro jinetes negros con ojos de fuego, cimitarra en mano, y en un abrir y cerrar de ojos rodaron por tierra cuatro cabezas cortadas de un solo tajo, sin que el miedo, al ver llegar cuatro furias lanzando destellos de ira, les dejase presentar batalla a los decapitados. Al quinto lo despachó el conde atravesándolo de parte a parte después de un combate corto y sin cuartel.
Los jinetes africanos se dirigieron al conde con respeto y uno de ellos le dijo: “Mi señor, nuestro amo nos ha ordenado protegeros y llevaros de nuevo a su casa. Sois su invitado y la hospitalidad exige cuidar también de vuestra vida. Cabalgaremos detrás de vos, señor conde”. Y volvieron grupas para recorrer otra vez el camino hasta la casa de Aldalahá, que los esperaba en la puerta intranquilo por la seguridad de su amigo el conde. Nuño le agradeció su protección y se lamentó de haber caído en una trampa tan burda, que sólo se justificaba por su ansia de poner en claro cuanto antes las artimañas del su enemigo el marqués.
Pero el noble Aldalahá le dijo: “Mi buen conde, sois demasiado impulsivo, quizás por vuestra juventud, pero eso lo curan los años. En una ciudad como esta se saben muchas cosas y una es el odio que el marqués tenía a vuestro padre y ahora a vos. Y también llegaron a mis oídos rumores de cierta carta muy confusa al rey de Granada y que vos debéis conocer. Como también sé que el rey de Castilla quiere casaros con la pupila de la reina, cosa que no conviene a vuestro enemigo. Y el rey también desea mantener la paz con el reino nazarí, dado que su rey y el nuestro son amigos y sus majestades no quieren romper esos lazos por intrigas de algún malintencionado. Y aunque mantengáis el secreto, también sé que vos seréis el embajador de Alfonso X ante la corte de Mohamed II. Sevilla sigue siendo en cierto modo almohade, conde, y tenemos fieles informadores tanto de lo que sucede en los reales alcázares como en los gremios y mercados. Ahora descansad, que os esperan inquietos vuestros servidores. Es valiente ese muchacho!. Y sensato también, aunque le costó lágrimas no salir detrás de vos para defenderos”. “Gracias por todo, mi noble amigo. Seré más sensato la próxima vez. Os lo prometo”, dijo el conde. “Seguiréis siendo igual de valiente que esta noche, querido conde. Sois muy joven para que vuestra sangre no bulla inquieta tanto para el amor como para la lucha”, añadió Aldalahá.
Y tras un fuerte abrazo entre los dos amigos, el conde corrió a sus aposentos, ansioso por estrechar a Guzmán y romperle el culo a pollazos después de comérselo a besos. Ese crío le hacía olvidar todos lo sinsabores que el mundo pudiese darle, ya fuese por envidias de otros o por los avatares no del todo afortunados de la vida.
Ese mancebo era todo lo que necesitaba para sentirse plenamente feliz y por eso lo adoraba, deseaba y amaba hasta los tuétanos. Guzmán era su alegría y el delirio de su placer.
sábado, 26 de marzo de 2011
Capítulo XXII
Los gremios de los armeros y herreros estaban cerca de un mercado y el conde y su paje se detuvieron curioseando entre los puestos de tenderos, cuando un encapuchado se acercó a Nuño y le dijo en voz baja: “Señor, os esperan antes del último rezo en la puerta del monasterio de San Clemente para daros una importante información sobre el señor marqués de Asuerto. Id solo porque estáis entre amigos y no conviene que se sepa de este encuentro”. Y antes de que el conde pudiese reaccionar el individuo ya se había volatilizado entre la gente que hacía sus compras en el mercado y los mendigos y tramposos que andaban a a la caza de un puto pardillo al que esquilmar.
Guzmán no se dio cuenta de lo ocurrido, ya que veía unas sandalias de cuero de vaca, que se las compró el conde, y éste quiso ocultárselo para no preocupar al chico. Y, sobre todo, para poder escabullirse solo sin alertarlo ni ponerlo en peligro por si todo fuese una trampa urdida por el propio marqués. Llegados a la casa de uno de los más famosos armeros de la ciudad, Nuño encargó para él una armadura completa para romper lanzas en torneo, con espada y mandoble de acero toledano, y una cota de malla para Guzmán.
El muchacho se sorprendió del regalo de su señor y le preguntó en que justas pensaba competir. Y Nuño no le dijo toda la verdad, puesto que sólo le habló de las fiestas que se celebrarían en la ciudad por el cumpleaños de la reina, sin mencionar su intención de retar en duelo a muerte al marqués, si de otro modo no lograba desenmascarar sus manejos y sus aviesas intenciones. Y la explicación sobre la cota de malla para el crío, era que sería su escudero durante esos días en que los caballeros miden sus armas.
Guzmán quedó encantado por el honor que le hacía su señor y ya se veía luciendo en el pecho los colores y emblemas del linaje de su amo, preparando lanzas y mazas para que su señor mostrase ante toda la corte su destreza y valor. A lo que no se atrevió por el momento fue a pedirle al conde que le permitiese competir en los torneos de arqueros e hiciese él también alarde de su puntería y su habilidad con el arco. Pero eso ya se lo plantearía en otra ocasión más propicia. Tampoco era cuestión de agotar todos sus recursos en un instante y quedarse sin flechas de reserva en la aljaba. Quizás durante la noche el conde estuviese más receptivo a tal sugerencia después de haberle dado por el culo hasta saciarse.
En la cabeza de Nuño hervían demasiados problemas y preocupaciones, sin olvidar el proyectado viaje a Granada por encargo del rey. Eso era lo que le decía el soberano en la misiva que recibiera estando en la torre, antes de partir con Guzmán hacia Sevilla. Le encomendaba ir a la hermosa ciudad a orillas del Darro y el Genil con una embajada ante su buen amigo el rey Mohamed II. Y eso es lo que desconcertara al conde al leer otra carta del marqués a ese mismo monarca, refiriéndose a temas concernientes al rey Jaime I de Aragón, padre de la reina doña Violante. Lo único que tenía claro era que la encomienda sería peligrosa y el marqués enviaría secuaces para impedirle llevar a buen término su misión.
Al volver al palacio de su anfitrión, Nuño y Guzmán, asistidos por sus dos eunucos, realizaron las abluciones preceptivas al entrar en la casa y degustaron los manjares con que su buen amigo almohade los agasajó durante el almuerzo. Después se retiraron a sus aposentos y el conde gozó de su amado ante la presencia de los esclavos castrados, puesto que ya no tenía por qué guardar recato alguno con ellos, dado que sabían de sobra cuales eran las relaciones entre los dos jóvenes amantes. Además, también se beneficiaban de la potencia sexual del conde, que los follaba al menos una vez al día a cada uno y se complacía con ello, puesto que los dos jovencísimos muchachos tenían un cuerpo muy cuidado y unos culos preciosos, carnosos como manzanas, que apetecía mordérselos antes de penetrarlos.
Pero el verdadero placer para Nuño pasaba por poseer a Guzmán y cada día los polvos que le metía al chico eran más intensos y cargados de fuerza y pasión. Casi siempre, una vez que le sacaba el pijo del culo, el agujero del mancebo necesitaba alguna pomada para calmar la irritación, aunque ese ardor y sentirse tan abierto y follado, ponía tremendamente cachondo al muchacho, que, aún corriéndose dos veces, le costaba conseguir que su cipote se le bajase. Cosa de la que también se aprovechaban los eunucos al permitirles el conde chupárselo y beneficiarse con su leche. Tanto Hassam como Abdul adoraban a Guzmán y respetaban a su señor el conde. Y el mancebo también les había tomado un gran aprecio a los dos eunucos que tanto esmero ponían en cuidarlo y mantenerlo siempre dispuesto para que su amo lo gozase y se complaciese a tope con él.
Podía asegurarse que aunque la felicidad de Guzmán era completa, las sombras de algo incierto planeaban sobre su cabeza y a ratos quedaba absorto mirando al infinito como intentando escudriñar el futuro que les esperaba a su señor y a él. E interrumpió su descanso un esclavo de la casa, diciendo que su amo esperaba al conde en el patio de las caballerizas para que montase los corceles árabes que le había regalado.
Nuño, acompañado por Guzmán, fue a reunirse con el noble almohade y quedó gratamente sorprendido al ver la estampa y pelaje de los dos caballos que pateaban y bufaban, girando sobres sus patas, sujetos por dos mozos de cuadras. Aldalahá, orgulloso de ambos ejemplares, advirtió al conde que los dos caballos eran briosos, pero el negro pecaba de ser más nervioso y sólo una mano muy diestra podría dominarlo. Nuño, que presumía de buen jinete, mirando de reojo a Guzmán, respondió que no sería un problema para él montarlo, pues desde muy joven domaba potros de todo tipo y los sometía haciendo de ellos mansos corderos. Y cuando se disponía a montarlo, el mancebo le dijo a su amo: “Mi señor, dejáis que yo pruebe primero el talante de ese bello animal?”. Tanto el noble anfitrión como su señor sonrieron por el atrevimiento del crío, pero Nuño le dijo: “Estás seguro de lo que pretendes?. Crees que podrías sujetarte encima de su lomo un minuto?”. “Sí, mi señor”, afirmó el mozalbete. Y el conde ordenó que ensillasen a Siroco, mas el zagal le dijo: “No, mi señor. Prefiero cabalgar a pelo sobre ese caballo. Estoy seguro que así nos entenderemos mejor”.”Cuando se trata de un buen potro, yo también prefiero hacerlo a pelo”, dijo el conde dedicándole una sonrisa cargada de intenciones al muchacho.
Ambos señores se miraron entre incrédulos y expectantes y el muchacho se acercó cautelosamente al animal, que no paraba de moverse y pifiar. Una vez a su lado, Guzmán lo sujetó por la cuerda y juntó su cara a la de Siroco, como si le hablase. Y el animal empezó a tranquilizarse y bajó la testuz como saludando el chaval. Así estuvo un rato, hasta que sin más lo liberó de la soga y acariciándole el lomo pegó un brinco y subió a horcajadas sobre el caballo.
El animal se levantó de manos, pero Guzmán amarró sus crines y le palmeó el pescuezo y, como por ensalmo, Siroco comenzó a trotar con alegría pero sin dar ningún requiebro que pudiese derribar al jinete. Guzmán cabalgó alrededor del patio y todos aplaudieron su hazaña hasta que descabalgó de un salto. Y sin sujetar a Siroco, el animal lo siguió como un perro faldero hasta donde se hallaban el conde y su anfitrión.
Aldalahá felicitó al chico, abrazándolo, y el conde le dijo: “Nunca terminarás de sorprenderme!. Cómo puede montar de ese modo alguien que no es un caballero?”. Y el mancebo respondió: “Mi señor, en los campos hay caballos que pacen a su aire y también los hay salvajes que si les hablas en su lengua te entienden y respetan. No es difícil comprender lo que sienten y desean, mi amo”. Nuño también abrazo a su paje, pero no como lo hiciera el otro señor. El conde lo estrechó con pasión y deseando follárselo allí mismo sujeto al cuello de Siroco. Pero se limitó a decirle: “Si a mi buen amigo no le ofende, te regalo ese caballo. Lo has merecido y creo que te desea a ti y no a otro”. Aldalahá añadió: “Mi estimado amigo, es para mi un honor que esa criatura de las marismas sea para un noble hijo de la sangre del califa. Nadie que en sus venas no corra la noble casta de esa dinastía podría dominar tan rotundamente a un pura sangre, cuyos antepasados vinieron del desierto como los suyos. Tanta es mi satisfacción, que te pido que me permitas regalarle los arreos y jaeces apropiados para tan noble animal. Guzmán, bendito seas y que tu vida sea venturosa y larga”.
Guzmán estaba anonadado por tanto elogio y la efusión conque los dos señores acogían su destreza con los caballos. Para él no era más que parte del juego conque tantas veces se había entretenido vagando por prados y montes, pero ahora eso parecía ser una hazaña digna de halago y le desconcertaba saber que era dueño de algo. Y más de un hermoso caballo como Siroco. Es verdad que el tordo que montaba podía considerarlo suyo también, pero su propietario era su amo, al que él también pertenecía.
Nuño montó a Brisa e hizo una exhibición de destreza ecuestre caracoleando y trotando con el caballo por el patio. Y al volver a quedarse solos él y Guzmán, éste le dijo: “Mi amo, yo no puedo usar nada que no sea vuestro. Os agradezco el regalo, pero ese caballo os pertenece lo mismo que yo”. Y Nuño respondió: “Lo sé, pero aún así quiero que seas tú quien lo monte y lo consideres como tuyo. Lo mismo que esos dos eunucos que tan bien te cuidan”. “También a vos si os dejáis , mi señor”, añadió el mancebo. Y el conde dijo: “Bueno. Dejemos eso y vayamos a descansar y vestirnos adecuadamente antes de reunirnos de nuevo con el noble Aldalahá. Por cierto. No le entregué el regalo a mi prometida. Lo llevaba, pero quizás por la tensión del momento se me olvidó dárselo. Y enviárselo por un criado me parece un tanto frío. No crees?”. Guzmán lo miró con los ojos muy abiertos y respondió: “Mi señor, no se lo deis por otra mano que no sea la vuestra. Le partiríais el corazón aún antes de casaros!”. “Tan bella te pareció que la defiendes de ese modo?”, objetó el conde. “Sólo me pongo en su lugar, mi amo”, contestó el chico. “Por esta vez te doy la razón. Qué pena sería que esa joven no llegue a saber lo generoso que es mi amado!. También te querría, aunque no tanto como yo, que además te deseo hasta ahogarme en el olor de tu cuerpo!”.
Y los cojines de raso y tafetán fueron testigos mudos del enorme deseo del conde por su paje, que sirvieron de caballo para que su amor galopara encima de ellos.
Guzmán no se dio cuenta de lo ocurrido, ya que veía unas sandalias de cuero de vaca, que se las compró el conde, y éste quiso ocultárselo para no preocupar al chico. Y, sobre todo, para poder escabullirse solo sin alertarlo ni ponerlo en peligro por si todo fuese una trampa urdida por el propio marqués. Llegados a la casa de uno de los más famosos armeros de la ciudad, Nuño encargó para él una armadura completa para romper lanzas en torneo, con espada y mandoble de acero toledano, y una cota de malla para Guzmán.
El muchacho se sorprendió del regalo de su señor y le preguntó en que justas pensaba competir. Y Nuño no le dijo toda la verdad, puesto que sólo le habló de las fiestas que se celebrarían en la ciudad por el cumpleaños de la reina, sin mencionar su intención de retar en duelo a muerte al marqués, si de otro modo no lograba desenmascarar sus manejos y sus aviesas intenciones. Y la explicación sobre la cota de malla para el crío, era que sería su escudero durante esos días en que los caballeros miden sus armas.
Guzmán quedó encantado por el honor que le hacía su señor y ya se veía luciendo en el pecho los colores y emblemas del linaje de su amo, preparando lanzas y mazas para que su señor mostrase ante toda la corte su destreza y valor. A lo que no se atrevió por el momento fue a pedirle al conde que le permitiese competir en los torneos de arqueros e hiciese él también alarde de su puntería y su habilidad con el arco. Pero eso ya se lo plantearía en otra ocasión más propicia. Tampoco era cuestión de agotar todos sus recursos en un instante y quedarse sin flechas de reserva en la aljaba. Quizás durante la noche el conde estuviese más receptivo a tal sugerencia después de haberle dado por el culo hasta saciarse.
En la cabeza de Nuño hervían demasiados problemas y preocupaciones, sin olvidar el proyectado viaje a Granada por encargo del rey. Eso era lo que le decía el soberano en la misiva que recibiera estando en la torre, antes de partir con Guzmán hacia Sevilla. Le encomendaba ir a la hermosa ciudad a orillas del Darro y el Genil con una embajada ante su buen amigo el rey Mohamed II. Y eso es lo que desconcertara al conde al leer otra carta del marqués a ese mismo monarca, refiriéndose a temas concernientes al rey Jaime I de Aragón, padre de la reina doña Violante. Lo único que tenía claro era que la encomienda sería peligrosa y el marqués enviaría secuaces para impedirle llevar a buen término su misión.
Al volver al palacio de su anfitrión, Nuño y Guzmán, asistidos por sus dos eunucos, realizaron las abluciones preceptivas al entrar en la casa y degustaron los manjares con que su buen amigo almohade los agasajó durante el almuerzo. Después se retiraron a sus aposentos y el conde gozó de su amado ante la presencia de los esclavos castrados, puesto que ya no tenía por qué guardar recato alguno con ellos, dado que sabían de sobra cuales eran las relaciones entre los dos jóvenes amantes. Además, también se beneficiaban de la potencia sexual del conde, que los follaba al menos una vez al día a cada uno y se complacía con ello, puesto que los dos jovencísimos muchachos tenían un cuerpo muy cuidado y unos culos preciosos, carnosos como manzanas, que apetecía mordérselos antes de penetrarlos.
Pero el verdadero placer para Nuño pasaba por poseer a Guzmán y cada día los polvos que le metía al chico eran más intensos y cargados de fuerza y pasión. Casi siempre, una vez que le sacaba el pijo del culo, el agujero del mancebo necesitaba alguna pomada para calmar la irritación, aunque ese ardor y sentirse tan abierto y follado, ponía tremendamente cachondo al muchacho, que, aún corriéndose dos veces, le costaba conseguir que su cipote se le bajase. Cosa de la que también se aprovechaban los eunucos al permitirles el conde chupárselo y beneficiarse con su leche. Tanto Hassam como Abdul adoraban a Guzmán y respetaban a su señor el conde. Y el mancebo también les había tomado un gran aprecio a los dos eunucos que tanto esmero ponían en cuidarlo y mantenerlo siempre dispuesto para que su amo lo gozase y se complaciese a tope con él.
Podía asegurarse que aunque la felicidad de Guzmán era completa, las sombras de algo incierto planeaban sobre su cabeza y a ratos quedaba absorto mirando al infinito como intentando escudriñar el futuro que les esperaba a su señor y a él. E interrumpió su descanso un esclavo de la casa, diciendo que su amo esperaba al conde en el patio de las caballerizas para que montase los corceles árabes que le había regalado.
Nuño, acompañado por Guzmán, fue a reunirse con el noble almohade y quedó gratamente sorprendido al ver la estampa y pelaje de los dos caballos que pateaban y bufaban, girando sobres sus patas, sujetos por dos mozos de cuadras. Aldalahá, orgulloso de ambos ejemplares, advirtió al conde que los dos caballos eran briosos, pero el negro pecaba de ser más nervioso y sólo una mano muy diestra podría dominarlo. Nuño, que presumía de buen jinete, mirando de reojo a Guzmán, respondió que no sería un problema para él montarlo, pues desde muy joven domaba potros de todo tipo y los sometía haciendo de ellos mansos corderos. Y cuando se disponía a montarlo, el mancebo le dijo a su amo: “Mi señor, dejáis que yo pruebe primero el talante de ese bello animal?”. Tanto el noble anfitrión como su señor sonrieron por el atrevimiento del crío, pero Nuño le dijo: “Estás seguro de lo que pretendes?. Crees que podrías sujetarte encima de su lomo un minuto?”. “Sí, mi señor”, afirmó el mozalbete. Y el conde ordenó que ensillasen a Siroco, mas el zagal le dijo: “No, mi señor. Prefiero cabalgar a pelo sobre ese caballo. Estoy seguro que así nos entenderemos mejor”.”Cuando se trata de un buen potro, yo también prefiero hacerlo a pelo”, dijo el conde dedicándole una sonrisa cargada de intenciones al muchacho.
Ambos señores se miraron entre incrédulos y expectantes y el muchacho se acercó cautelosamente al animal, que no paraba de moverse y pifiar. Una vez a su lado, Guzmán lo sujetó por la cuerda y juntó su cara a la de Siroco, como si le hablase. Y el animal empezó a tranquilizarse y bajó la testuz como saludando el chaval. Así estuvo un rato, hasta que sin más lo liberó de la soga y acariciándole el lomo pegó un brinco y subió a horcajadas sobre el caballo.
El animal se levantó de manos, pero Guzmán amarró sus crines y le palmeó el pescuezo y, como por ensalmo, Siroco comenzó a trotar con alegría pero sin dar ningún requiebro que pudiese derribar al jinete. Guzmán cabalgó alrededor del patio y todos aplaudieron su hazaña hasta que descabalgó de un salto. Y sin sujetar a Siroco, el animal lo siguió como un perro faldero hasta donde se hallaban el conde y su anfitrión.
Aldalahá felicitó al chico, abrazándolo, y el conde le dijo: “Nunca terminarás de sorprenderme!. Cómo puede montar de ese modo alguien que no es un caballero?”. Y el mancebo respondió: “Mi señor, en los campos hay caballos que pacen a su aire y también los hay salvajes que si les hablas en su lengua te entienden y respetan. No es difícil comprender lo que sienten y desean, mi amo”. Nuño también abrazo a su paje, pero no como lo hiciera el otro señor. El conde lo estrechó con pasión y deseando follárselo allí mismo sujeto al cuello de Siroco. Pero se limitó a decirle: “Si a mi buen amigo no le ofende, te regalo ese caballo. Lo has merecido y creo que te desea a ti y no a otro”. Aldalahá añadió: “Mi estimado amigo, es para mi un honor que esa criatura de las marismas sea para un noble hijo de la sangre del califa. Nadie que en sus venas no corra la noble casta de esa dinastía podría dominar tan rotundamente a un pura sangre, cuyos antepasados vinieron del desierto como los suyos. Tanta es mi satisfacción, que te pido que me permitas regalarle los arreos y jaeces apropiados para tan noble animal. Guzmán, bendito seas y que tu vida sea venturosa y larga”.
Guzmán estaba anonadado por tanto elogio y la efusión conque los dos señores acogían su destreza con los caballos. Para él no era más que parte del juego conque tantas veces se había entretenido vagando por prados y montes, pero ahora eso parecía ser una hazaña digna de halago y le desconcertaba saber que era dueño de algo. Y más de un hermoso caballo como Siroco. Es verdad que el tordo que montaba podía considerarlo suyo también, pero su propietario era su amo, al que él también pertenecía.
Nuño montó a Brisa e hizo una exhibición de destreza ecuestre caracoleando y trotando con el caballo por el patio. Y al volver a quedarse solos él y Guzmán, éste le dijo: “Mi amo, yo no puedo usar nada que no sea vuestro. Os agradezco el regalo, pero ese caballo os pertenece lo mismo que yo”. Y Nuño respondió: “Lo sé, pero aún así quiero que seas tú quien lo monte y lo consideres como tuyo. Lo mismo que esos dos eunucos que tan bien te cuidan”. “También a vos si os dejáis , mi señor”, añadió el mancebo. Y el conde dijo: “Bueno. Dejemos eso y vayamos a descansar y vestirnos adecuadamente antes de reunirnos de nuevo con el noble Aldalahá. Por cierto. No le entregué el regalo a mi prometida. Lo llevaba, pero quizás por la tensión del momento se me olvidó dárselo. Y enviárselo por un criado me parece un tanto frío. No crees?”. Guzmán lo miró con los ojos muy abiertos y respondió: “Mi señor, no se lo deis por otra mano que no sea la vuestra. Le partiríais el corazón aún antes de casaros!”. “Tan bella te pareció que la defiendes de ese modo?”, objetó el conde. “Sólo me pongo en su lugar, mi amo”, contestó el chico. “Por esta vez te doy la razón. Qué pena sería que esa joven no llegue a saber lo generoso que es mi amado!. También te querría, aunque no tanto como yo, que además te deseo hasta ahogarme en el olor de tu cuerpo!”.
Y los cojines de raso y tafetán fueron testigos mudos del enorme deseo del conde por su paje, que sirvieron de caballo para que su amor galopara encima de ellos.
miércoles, 23 de marzo de 2011
Capítulo XXI
Nuño, desnudo y tirado sobre los almohadones, observaba como los dos eunucos desnudaban a Guzmán para bañarlo y sobarlo y meterle mano por todo el cuerpo, aunque ellos llamasen a eso masaje, Y el chico le dijo: “Mi señor, son vuestros esclavos y no míos. Por qué no les dejáis que os atiendan y relajen vuestro cuerpo aliviando las tensiones de los músculos?. Resulta agradable y no lo hacen por sexo, sino por dejaros libre de dolores y con el ánimo dispuesto al placer”. Pero el conde respondió: “Son míos, pero su misión es mantener tu cuerpo terso y fresco con esos ungüentos y bálsamos que te dan por todas partes, para que yo goce al tocarte y besar tu piel. Espero que no te vuelvas tan afeminado como esa concubina del señor de esta casa, pero me gusta olerte y notar la suavidad de tu espalda y tus nalgas y miembros después que estos dos te toquetean a fondo”. Mi amo, no creo que esto sea la causa del afeminamiento de ese joven. Estos tratamientos sólo son para mantener los músculos en forma y vos deberíais probarlos, mi señor”.
Entonces uno de los eunucos cogió un mimbre muy fino y se dispuso a golpear la espalda y los glúteos del Guzmán, pero el conde lo detuvo con un grito: “Quieto!. Ni se te ocurra azotar a mi mancebo. Ese privilegio es mío nada más”. Y Hassam alegó: “Mi amo, no voy a castigarlo, sino a revitalizar sus carnes haciendo que circule su sangre. No le dolerá y todo su cuerpo quedará tonificado para serviros mejor, mi amo”. Y Nuño, algo incrédulo pero viendo la voluptuosa redondez del culo de Guzmán, añadió: “Pues si se trata de eso, dame a mi la vara que yo sé como ponerlo a tono para que me de más placer”. Y el eunuco le entrego el mimbre y el conde les dijo a los dos esclavos: “Ponerle varios cojines bajo el vientre hasta que quede a cuatro patas como una potra. Y tú, Hassan sujétalo por la muñecas mientras que Abdul le agarrará los pies”. Y en cuanto el chico estuvo con el culo en pompa y dispuesto como ordenó el amo. Éste le arreó unos varazos en las posaderas que se las dejó marcadas. Guzmán no chilló, pero abrió la boca ante el sorprendente y ardiente dolor que sintió en las nalgas y hundió el rostro en la seda de una almohada.
Y Hassam le dijo al amo: “Mi amo, así duele y eso sí es un castigo. Mirad los verdugones rojos en su carne!”. “Y tú mira como debe tener la polla de tiesa ahora. Debe estar tenso como el cimbel cuando el señuelo se muestra para atraer a la pieza!... Eso no es un castigo sino amor y locura por ese joven que me enerva sólo con respirar a mi lado...Voy a atarle las manos y vosotros ponerle alguna pomada en el culo y aceite en el agujero, que mientras los dos le mantenéis separadas las patas, yo lo voy a montar y preñar como a una yegua después de brearle las ancas por ser tan hermosa y provocadora. Y más tarde os premiaré con mi leche a vosotros por cuidar tan bien de la joya de mi casa”.
Y de qué manera lo montó!. Lo cabalgó con tal maestría y nervio que hasta los dos eunucos se excitaron como gatas y gemían como si los estuviese jodiendo a ellos. Fuese por el escozor de los varazos o la brusquedad de las clavadas del amo, Guzmán era un temblor incesante y su respiración jadeante era un claro síntoma de que entraba en un orgasmo brutal, sin que los eunucos pudiesen mantener quietas sus piernas. En el momento del clímax casi derriba a su jinete, que sólo su destreza lo mantuvo sobre el lomo del chaval, clavándose más adentro, y Nuño se derramó en el interior del vientre de su amado con un alarido de gozo que hizo estremecer los muros de la casa.
Después reinó el silencio y cuatro cuerpos juntos, entre mullidas almohadas, recuperaban el resuello y traspiraban como potros cansados y extenuados tras la carrera, oliendo a almizcle, semen y sudor. Hassam y Abdul volvían a tener trabajo para asear y relajar a su amo y su bella cabalgadura. Y esta vez si le dieron un buen masaje al conde que cedió ante la insistencia de Guzmán y se entregó a la delicia de los cuidados de los dos lindos y expertos eunucos.
Y con la calma vinieron la preguntas del chico al conde y las dudas y resquemores que anidaban en su pecho. Y le habló muy pegado al rostro: “Mi amo, Es muy hermosa y os mira con pasión, como diciendo que seréis sólo para ella. Y debe ser tan delicada su piel y su cuerpo tan armonioso que vuestros ojos no podrán mirar a otro lado y las noches volverán a ser oscuras y solitarias para mí. Sé que ha de ser así y no debo lamentarlo, porque es por el bien de mi amo al que adoro. Pero mi cuerpo siempre os esperará, ya que mi alma no puede separarse de vos”.
Nuño besó al chiquillo con la mayor ternura y le respondió: “Tienes razón en parte, pero no en que dormirás solo. Porque aunque mis deberes conyugales me lleven a veces a la alcoba de Doña Sol, sólo será para fecundarla y ni veré y tocaré su cuerpo desnudo. Es que no sabes que una dama virtuosa no muestra su desnudez ni a su dueño y esposo?. Llevará siempre una camisa larga con una abertura en su sexo para penetrarla y terminado el acto marital la dejaré en su cama para volver contigo y darte el amor que sólo alberga mi corazón para ti. Tú eres la única hembra que gozaré porque eres el macho al que amo. Guzmán, no sufras por lo que no pasará jamás y dame fuerzas para sobrellevar la carga que me impone mi linaje”.
Guzmán rompió en sollozos y rogó a su dueño que lo tomase otra vez y con más fuerza que la anterior si eso fuese posible. Cuanto más dolor le ocasionaba la penetración de la contundente verga de Nuño, más disfrutaba el chico y tanto quería morir como gritar al mundo que ese cipote rompedor era su placer hecho carne. Mas no todo podía ser delirio y, como tenía que resolver otros asuntos en la ciudad, el conde ordenó a los eunucos que trajesen ropas discretas para él y su paje porque no quería llamar la atención ni lucir al chaval como un pavo real en época de apareamiento.
Con ropas sencillas como dos plebeyos, el conde y su paje se adentraron en el barrio judío de la ciudad y visitaron a un cambista, viejo conocido del padre de Nuño, que los recibió con afecto y se puso a disposición del conde para lo que fuese menester. Nuño precisaba crédito para realizar un viaje y no quería llevar encima tantas monedas en oro como necesitaba, por lo que el judío le entregó una carta con la que le avalaba ante otros banqueros colegas suyos de diferentes ciudades, para que le diesen todo el dinero que desease el conde. Y para garantizar la deuda que contraía con el prestamista, Nuño le otorgó una carta de pago contra los diezmos de sus señoríos.
Al abandonar la casa de Ibrahín, Guzmán quiso saber para que iba a necesitar tanto dinero su amo y éste le contestó: “No son asuntos que te importen, pero te diré que tengo que hacer un viaje y tú me esperarás con los eunucos abusando del hospedaje en la casa de mi buen amigo”. Guzmán no quiso saber nada más y soltó: “No pretenderéis ir solo y dejarme en Sevilla?”. “Es peligroso y no quiero exponer tu vida“, afirmó el conde. “Perdonad, mi señor. Mi vida sois vos y si os ocurre algo ya no tendré otra vida que guardar. Donde vayáis allí iré yo, mi amo. O no recordáis que casi os salvé cuando nos atacaron?”, replicó el zagal. “No lo olvido ni tú dejas que lo haga. Quién te oiga pensará que te batiste con un ejército para rescatarme. Pero reconozco tu valor y tu hombría como se merecen, aunque te use como a una perra en la cama... Está bien!. No pongas esa cara de mártir que sólo te falta hacer pucheros como un niño de teta. Vendrás conmigo a Granada. Y no se hable más!. Ahora tenemos que hacer otros encargos. Así que camina y calla”.
Y continuaron callejeando por los barrios de Sevilla en dirección al de los armeros.
Entonces uno de los eunucos cogió un mimbre muy fino y se dispuso a golpear la espalda y los glúteos del Guzmán, pero el conde lo detuvo con un grito: “Quieto!. Ni se te ocurra azotar a mi mancebo. Ese privilegio es mío nada más”. Y Hassam alegó: “Mi amo, no voy a castigarlo, sino a revitalizar sus carnes haciendo que circule su sangre. No le dolerá y todo su cuerpo quedará tonificado para serviros mejor, mi amo”. Y Nuño, algo incrédulo pero viendo la voluptuosa redondez del culo de Guzmán, añadió: “Pues si se trata de eso, dame a mi la vara que yo sé como ponerlo a tono para que me de más placer”. Y el eunuco le entrego el mimbre y el conde les dijo a los dos esclavos: “Ponerle varios cojines bajo el vientre hasta que quede a cuatro patas como una potra. Y tú, Hassan sujétalo por la muñecas mientras que Abdul le agarrará los pies”. Y en cuanto el chico estuvo con el culo en pompa y dispuesto como ordenó el amo. Éste le arreó unos varazos en las posaderas que se las dejó marcadas. Guzmán no chilló, pero abrió la boca ante el sorprendente y ardiente dolor que sintió en las nalgas y hundió el rostro en la seda de una almohada.
Y Hassam le dijo al amo: “Mi amo, así duele y eso sí es un castigo. Mirad los verdugones rojos en su carne!”. “Y tú mira como debe tener la polla de tiesa ahora. Debe estar tenso como el cimbel cuando el señuelo se muestra para atraer a la pieza!... Eso no es un castigo sino amor y locura por ese joven que me enerva sólo con respirar a mi lado...Voy a atarle las manos y vosotros ponerle alguna pomada en el culo y aceite en el agujero, que mientras los dos le mantenéis separadas las patas, yo lo voy a montar y preñar como a una yegua después de brearle las ancas por ser tan hermosa y provocadora. Y más tarde os premiaré con mi leche a vosotros por cuidar tan bien de la joya de mi casa”.
Y de qué manera lo montó!. Lo cabalgó con tal maestría y nervio que hasta los dos eunucos se excitaron como gatas y gemían como si los estuviese jodiendo a ellos. Fuese por el escozor de los varazos o la brusquedad de las clavadas del amo, Guzmán era un temblor incesante y su respiración jadeante era un claro síntoma de que entraba en un orgasmo brutal, sin que los eunucos pudiesen mantener quietas sus piernas. En el momento del clímax casi derriba a su jinete, que sólo su destreza lo mantuvo sobre el lomo del chaval, clavándose más adentro, y Nuño se derramó en el interior del vientre de su amado con un alarido de gozo que hizo estremecer los muros de la casa.
Después reinó el silencio y cuatro cuerpos juntos, entre mullidas almohadas, recuperaban el resuello y traspiraban como potros cansados y extenuados tras la carrera, oliendo a almizcle, semen y sudor. Hassam y Abdul volvían a tener trabajo para asear y relajar a su amo y su bella cabalgadura. Y esta vez si le dieron un buen masaje al conde que cedió ante la insistencia de Guzmán y se entregó a la delicia de los cuidados de los dos lindos y expertos eunucos.
Y con la calma vinieron la preguntas del chico al conde y las dudas y resquemores que anidaban en su pecho. Y le habló muy pegado al rostro: “Mi amo, Es muy hermosa y os mira con pasión, como diciendo que seréis sólo para ella. Y debe ser tan delicada su piel y su cuerpo tan armonioso que vuestros ojos no podrán mirar a otro lado y las noches volverán a ser oscuras y solitarias para mí. Sé que ha de ser así y no debo lamentarlo, porque es por el bien de mi amo al que adoro. Pero mi cuerpo siempre os esperará, ya que mi alma no puede separarse de vos”.
Nuño besó al chiquillo con la mayor ternura y le respondió: “Tienes razón en parte, pero no en que dormirás solo. Porque aunque mis deberes conyugales me lleven a veces a la alcoba de Doña Sol, sólo será para fecundarla y ni veré y tocaré su cuerpo desnudo. Es que no sabes que una dama virtuosa no muestra su desnudez ni a su dueño y esposo?. Llevará siempre una camisa larga con una abertura en su sexo para penetrarla y terminado el acto marital la dejaré en su cama para volver contigo y darte el amor que sólo alberga mi corazón para ti. Tú eres la única hembra que gozaré porque eres el macho al que amo. Guzmán, no sufras por lo que no pasará jamás y dame fuerzas para sobrellevar la carga que me impone mi linaje”.
Guzmán rompió en sollozos y rogó a su dueño que lo tomase otra vez y con más fuerza que la anterior si eso fuese posible. Cuanto más dolor le ocasionaba la penetración de la contundente verga de Nuño, más disfrutaba el chico y tanto quería morir como gritar al mundo que ese cipote rompedor era su placer hecho carne. Mas no todo podía ser delirio y, como tenía que resolver otros asuntos en la ciudad, el conde ordenó a los eunucos que trajesen ropas discretas para él y su paje porque no quería llamar la atención ni lucir al chaval como un pavo real en época de apareamiento.
Con ropas sencillas como dos plebeyos, el conde y su paje se adentraron en el barrio judío de la ciudad y visitaron a un cambista, viejo conocido del padre de Nuño, que los recibió con afecto y se puso a disposición del conde para lo que fuese menester. Nuño precisaba crédito para realizar un viaje y no quería llevar encima tantas monedas en oro como necesitaba, por lo que el judío le entregó una carta con la que le avalaba ante otros banqueros colegas suyos de diferentes ciudades, para que le diesen todo el dinero que desease el conde. Y para garantizar la deuda que contraía con el prestamista, Nuño le otorgó una carta de pago contra los diezmos de sus señoríos.
Al abandonar la casa de Ibrahín, Guzmán quiso saber para que iba a necesitar tanto dinero su amo y éste le contestó: “No son asuntos que te importen, pero te diré que tengo que hacer un viaje y tú me esperarás con los eunucos abusando del hospedaje en la casa de mi buen amigo”. Guzmán no quiso saber nada más y soltó: “No pretenderéis ir solo y dejarme en Sevilla?”. “Es peligroso y no quiero exponer tu vida“, afirmó el conde. “Perdonad, mi señor. Mi vida sois vos y si os ocurre algo ya no tendré otra vida que guardar. Donde vayáis allí iré yo, mi amo. O no recordáis que casi os salvé cuando nos atacaron?”, replicó el zagal. “No lo olvido ni tú dejas que lo haga. Quién te oiga pensará que te batiste con un ejército para rescatarme. Pero reconozco tu valor y tu hombría como se merecen, aunque te use como a una perra en la cama... Está bien!. No pongas esa cara de mártir que sólo te falta hacer pucheros como un niño de teta. Vendrás conmigo a Granada. Y no se hable más!. Ahora tenemos que hacer otros encargos. Así que camina y calla”.
Y continuaron callejeando por los barrios de Sevilla en dirección al de los armeros.
domingo, 20 de marzo de 2011
Capítulo XX
El conde sabía donde podía encontrar y adquirir lo necesario para salir del paso satisfactoriamente, en cuanto al vestuario acorde para la ocasión, y sin perder tiempo se dirigió con su esclavo a casa de un comerciante venido de Damasco, que traía mercancías de diferentes puntos del mundo conocido y especialmente paños de Flandes, brocados, damascos, rasos y telas bordadas en oro y plata, mantos de púrpura y ricas sedas de países del lejano oriente como la India o China y otras exquisitas piezas venidas desde Venecia y Bizancio, sin faltar cordobanes de la ciudad sultana que fue cabeza del gran califato de su mismo nombre, cuya grandeza recuerdan los siglos unida a la memoria de la dinastía Omeya y del gran califa Abderramán III.
En un par de días le confeccionaron y acomodaron un vestuario digno de un príncipe y los dos eunucos adornaron a Guzmán, más como a un doncel que como a un simple paje, prendiendo en su sombreo plumas de faisán con el broche regalado por Aldalahá y colgando de su breve cintura el puñal de puño de oro engarzado de piedras preciosas. Y los dos estaban elegantes y sobre todo tan hermosos que seguramente levantarían comentarios y pasiones de diferente signo en los salones del alcázar. Y muchas miradas los escrutarían después de volver la cabeza hacia ellos cuando el camarero del rey anunciase la presencia ante el soberano del señor conde de Alguízar, más conocido por el pueblo llano de sus dominios como el conde feroz.
Y por fin comparecieron en la corte de Alfonso X, ataviados como correspondía al evento y naturaleza del personaje. A Guzmán no se le cerraba la boca al ver tanto lujo y riqueza y aquellos patios de azulejos azules y salas tapizadas con suras en sus paredes y adornadas con objetos valiosos y de gran belleza estética. Era el perfecto escenario para la corte califal, cuyo confort y grandeza ahora disfrutaba el rey castellano y Nuño pensó en Yusuf, cuyos pies también pisaran aquellos enlosados.
En la antecámara se encontraron con el apuesto primo de la reina, Don Froilán, que clavó sus ojos en el mancebo y saludando ceremoniosamente al conde le dijo: “Mi estimado señor, que bien acompañado os veo!. Puedo saber quién es ese bello doncel que lleváis a vuestro lado?”. Nuño le hubiese dado un estacazo, pero le respondió: “Es mi paje y escudero, noble señor”. Y el otro caballero añadió: “Tan joven y ya es hombre de armas, conde?”. Y Nuño alegó: “Cierto que es joven, pero en la pelea es un tigre y no quisiera yo probar sus garras, porque maneja el arco como el mejor arquero de estos reinos, señor. Que no os confunda su aspecto y su cara todavía imberbe, puesto que si le provocan sabe bien como defenderse con ese estilete que lleva al cinto. Y más si se trata de una ofensa a su señor”. El noble aragonés sonrió sin dejar de observar al mancebo y contestó: “Os agradezco la advertencia, pero nada más lejos que provocarle a él u ofenderos a vos, mi estimado conde. Y espero que halagar su hermosura y elegancia no os suponga un agravio”. “Por supuesto que no, amable señor. Y os agradezco la deferencia hacia mi joven paje”, respondió el conde. Y el noble Froilán preguntó: “Conocéis ya a vuestra prometida, conde?”. “No. Todavía no tuve ese honor y lo espero ansioso, señor”, contestó Nuño. Y el otro añadió: “Es tan bella como celosa e inteligente. Supongo que ella también sabrá apreciar la donosura de este joven que os sirve, Don Nuño”. “Espero que así sea, Don Froilán”, respondió el conde.
Aquel juego cortesano sobrepasaba a Guzmán, en cuanto se separaron del otro joven le preguntó a su amo: “Mi señor, Qué quería ese noble?”. “Tu culo, Guzmán”, contestó Nuño sin mirarlo. Y el siguiente asalto corrió a cargo de un obispo. El prelado también saludo al conde con cortesía y tuvo una clara deferencia hacía el muchacho cuando Nuño se lo presentó como su paje. Al punto que lo beso en las mejillas después que el chico besase su anillo por indicación de su señor. Y volvió a preguntar a su amo: “El obispo también quiere lo mismo que el otro señor?”. “Me temo que sí, Guzmán... Ese par de eunucos te pusieron como un pavo real y veo muchas miradas que desean devorarte”, dijo el conde. Y exclamó: “Sólo faltaría que hasta el rey se fijase en tus nalgas tan bien embutidas en esas calzas, que las realzan aún más y su redondez levanta las piedras!. Verás lo que te espera al volver a casa de mi amigo Aldalahá. Te voy a poner el culo como un horno de pan y el agujero te va a echar humo hasta que los putos eunucos te metan en el baño y te refresquen con sus ungüentos y pomadas. En cada mirada que te echo me encandilas más y me pones como un burro mordiéndome la cabeza de la pija!. Voy a perder la vida extenuado de tanto darte por el culo, pero prefiero un minuto de placer contigo a todo un siglo llorando tu ausencia”. Gracias, mi señor. Sólo deseo daros placer”, respondió el mancebo.
Y por fin les llegó el turno de ver al rey y pasaron a otra sala, cuyas puertas guardaban los monteros reales. Don Alfonso estaba de pie en el centro de la sala, junto a una mesa llena de legajos, códices y pergaminos, y al entrar el conde y su paje se volvió hacia ellos y dijo: “Acércate Nuño. Cuánto tiempo hace que no nos vemos? . Bueno, es igual. Vayamos a nuestros asuntos. Nos hemos decidido que os caséis con la pupila de mi señora la reina. Y Doña Violante, mi amada esposa, está encantada con la elección de marido para Doña Sol. Os lleváis una buena dote, conde!. La reina ha sido muy generosa con esa joven dama. Y mientras aguardamos a que se reunan con nosotros, hablemos de otras cosas. Por cierto quién es ese noble muchacho que va a vuestro lado?”. “Mi paje y escudero, Señor”, contestó el conde. Y el monarca añadió: “Cuídalo bien, conde, porque nadie ignora que en mi corte hay apetitos carnales desbocados. Y ese doncel es muy goloso, Nuño!”. “Aún es muy joven, Señor, y no es vicioso en ningún sentido”, replicó el conde.
Y en eso, hizo acto de presencia la reina acompañada por una jovencísima dama de pelo color de fuego y ojos dorados como la miel, cuyo recato no dejaba apreciar debidamente la extraordinaria hermosura de su rostro, acompañada por su aya, otra dama de mediana edad con velos negros y ropas en tonos oscuros, llamada Doña Petra. Doña Violante tendió la mano al conde con el dorso hacía arriba para recibir su beso y le dedicó palabras amables de bienvenida a los reales alcázares, pasando a presentarle a su joven pupila, para formalizar su compromiso de bodas, en espera de los esponsales que se celebrarían antes de las primeras nieves.
Casi sin fijarse en la joven, Nuño firmó el contrato matrimonial, refrendado por el soberano ante el escribano mayor del reino de Castilla, que se unió al acto tras las presentaciones formales de los futuros esposos, y Don Alfonso mandó servir vino para brindar con el conde por el feliz enlace. Y por primera vez escuchó Nuño la voz suave y delicada de la que sería su mujer: “Mi señor, sois más galán que lo que me imaginaba y espero daros muchos descendientes que aseguren vuestro linaje que ya es el mío. Y veo también que sabéis rodearos de servidores tan hermosos como vos, ya que vuestro paje es un muchacho muy agraciado en cuanto a su físico”. Sí que lo es!”, exclamó la reina. Y recalcó dirigiéndose a su marido: “No lo creéis así, mi Señor”. “Sí, Señora. Vuestra alteza siempre sabe ver la belleza que está a su alrededor. Mi querido conde, la reina es una amante de todo lo hermoso. Y eso es un halago para mí, ya que alaba mis poesías, por lo que he de entender que también son tan bellas como ese doncel que tanto le gusta a nuestras damas”, dijo el monarca poeta. Y dando por finiquitado el asunto añadió: “Nos estamos muy complacidos con el compromiso entre Don Nuño, conde de Alguízar, y la pupila real Doña Sol. Podéis retiraros, conde”. Y todos menos la reina abandonaron la sala.
El conde estaba tenso por la presencia de su prometida y ésta le sonreía intentando atraer su atención y acaparar su mirada, pero a Nuño le preocupaban más el gesto y el rictus melancólico de Guzmán que la luminosa alegría de la joven dama. Doña Sol, cuyo nombre hacía juego con su cabello y el resplandor de su mirada inteligente, se dirigió al joven paje con amabilidad y le dijo: “Cual es tu nombre?”. “Guzmán, señora”, respondió el conde, Pero ella insistió: “Mi señor, dejad que sea él quien me responda. O acaso es mudo?”. “No lo es, señora.... Habla a tu señora, Guzmán”, dijo Nuño. Y el chico volvió a decir: “Mi nombre es Guzmán, mi señora, como ya os dijo mi señor”. “Que edad tenéis, Guzmán?”, preguntó la dama. “Creo que unos dieciséis, mi señora”, respondió el mancebo. “Mi señor, él y yo somos de la misma edad”, dijo doña Sol mirando al conde. Y éste contestó: “Sí, señora. Y ambos sois muy hermosos. Y él os servirá con la misma lealtad que a mí. Es mi siervo más querido, señora”.
Doña Sol se fue con su aya y el conde volvió al palacio del noble musulmán nervioso y muy cabreado por no poder hablar con el rey del asunto que más le importaba y que no era otro que la carta del marqués al rey de Granada. Y por si fuera poco eso, al salir de la antecámara real, se cruzó con el puñetero marqués, mirándose ambos sin saludarse y amenazándose con los ojos. “Qué intrigas estará urdiendo ese felón?”, se preguntó para sí el conde. Y Guzmán que leía el pensamiento de su amo como un libro abierto, le preguntó: “Ese es vuestro enemigo, mi señor?”. “Sí”, respondió Nuño. Y el chico añadió: “ Os veo demasiado obsesionado con él, pero no pongáis nuestra vida en peligro, mi amo”. “Sera la mía!”, exclamó el conde. “La de los dos, mi señor.
Vos mismo me distéis este puñal y lo usaré contra quien os desee algún mal, pero también para acompañaros al otro mundo si os matan antes que a mí, mi amo”, respondió el valeroso zagal.
En un par de días le confeccionaron y acomodaron un vestuario digno de un príncipe y los dos eunucos adornaron a Guzmán, más como a un doncel que como a un simple paje, prendiendo en su sombreo plumas de faisán con el broche regalado por Aldalahá y colgando de su breve cintura el puñal de puño de oro engarzado de piedras preciosas. Y los dos estaban elegantes y sobre todo tan hermosos que seguramente levantarían comentarios y pasiones de diferente signo en los salones del alcázar. Y muchas miradas los escrutarían después de volver la cabeza hacia ellos cuando el camarero del rey anunciase la presencia ante el soberano del señor conde de Alguízar, más conocido por el pueblo llano de sus dominios como el conde feroz.
Y por fin comparecieron en la corte de Alfonso X, ataviados como correspondía al evento y naturaleza del personaje. A Guzmán no se le cerraba la boca al ver tanto lujo y riqueza y aquellos patios de azulejos azules y salas tapizadas con suras en sus paredes y adornadas con objetos valiosos y de gran belleza estética. Era el perfecto escenario para la corte califal, cuyo confort y grandeza ahora disfrutaba el rey castellano y Nuño pensó en Yusuf, cuyos pies también pisaran aquellos enlosados.
En la antecámara se encontraron con el apuesto primo de la reina, Don Froilán, que clavó sus ojos en el mancebo y saludando ceremoniosamente al conde le dijo: “Mi estimado señor, que bien acompañado os veo!. Puedo saber quién es ese bello doncel que lleváis a vuestro lado?”. Nuño le hubiese dado un estacazo, pero le respondió: “Es mi paje y escudero, noble señor”. Y el otro caballero añadió: “Tan joven y ya es hombre de armas, conde?”. Y Nuño alegó: “Cierto que es joven, pero en la pelea es un tigre y no quisiera yo probar sus garras, porque maneja el arco como el mejor arquero de estos reinos, señor. Que no os confunda su aspecto y su cara todavía imberbe, puesto que si le provocan sabe bien como defenderse con ese estilete que lleva al cinto. Y más si se trata de una ofensa a su señor”. El noble aragonés sonrió sin dejar de observar al mancebo y contestó: “Os agradezco la advertencia, pero nada más lejos que provocarle a él u ofenderos a vos, mi estimado conde. Y espero que halagar su hermosura y elegancia no os suponga un agravio”. “Por supuesto que no, amable señor. Y os agradezco la deferencia hacia mi joven paje”, respondió el conde. Y el noble Froilán preguntó: “Conocéis ya a vuestra prometida, conde?”. “No. Todavía no tuve ese honor y lo espero ansioso, señor”, contestó Nuño. Y el otro añadió: “Es tan bella como celosa e inteligente. Supongo que ella también sabrá apreciar la donosura de este joven que os sirve, Don Nuño”. “Espero que así sea, Don Froilán”, respondió el conde.
Aquel juego cortesano sobrepasaba a Guzmán, en cuanto se separaron del otro joven le preguntó a su amo: “Mi señor, Qué quería ese noble?”. “Tu culo, Guzmán”, contestó Nuño sin mirarlo. Y el siguiente asalto corrió a cargo de un obispo. El prelado también saludo al conde con cortesía y tuvo una clara deferencia hacía el muchacho cuando Nuño se lo presentó como su paje. Al punto que lo beso en las mejillas después que el chico besase su anillo por indicación de su señor. Y volvió a preguntar a su amo: “El obispo también quiere lo mismo que el otro señor?”. “Me temo que sí, Guzmán... Ese par de eunucos te pusieron como un pavo real y veo muchas miradas que desean devorarte”, dijo el conde. Y exclamó: “Sólo faltaría que hasta el rey se fijase en tus nalgas tan bien embutidas en esas calzas, que las realzan aún más y su redondez levanta las piedras!. Verás lo que te espera al volver a casa de mi amigo Aldalahá. Te voy a poner el culo como un horno de pan y el agujero te va a echar humo hasta que los putos eunucos te metan en el baño y te refresquen con sus ungüentos y pomadas. En cada mirada que te echo me encandilas más y me pones como un burro mordiéndome la cabeza de la pija!. Voy a perder la vida extenuado de tanto darte por el culo, pero prefiero un minuto de placer contigo a todo un siglo llorando tu ausencia”. Gracias, mi señor. Sólo deseo daros placer”, respondió el mancebo.
Y por fin les llegó el turno de ver al rey y pasaron a otra sala, cuyas puertas guardaban los monteros reales. Don Alfonso estaba de pie en el centro de la sala, junto a una mesa llena de legajos, códices y pergaminos, y al entrar el conde y su paje se volvió hacia ellos y dijo: “Acércate Nuño. Cuánto tiempo hace que no nos vemos? . Bueno, es igual. Vayamos a nuestros asuntos. Nos hemos decidido que os caséis con la pupila de mi señora la reina. Y Doña Violante, mi amada esposa, está encantada con la elección de marido para Doña Sol. Os lleváis una buena dote, conde!. La reina ha sido muy generosa con esa joven dama. Y mientras aguardamos a que se reunan con nosotros, hablemos de otras cosas. Por cierto quién es ese noble muchacho que va a vuestro lado?”. “Mi paje y escudero, Señor”, contestó el conde. Y el monarca añadió: “Cuídalo bien, conde, porque nadie ignora que en mi corte hay apetitos carnales desbocados. Y ese doncel es muy goloso, Nuño!”. “Aún es muy joven, Señor, y no es vicioso en ningún sentido”, replicó el conde.
Y en eso, hizo acto de presencia la reina acompañada por una jovencísima dama de pelo color de fuego y ojos dorados como la miel, cuyo recato no dejaba apreciar debidamente la extraordinaria hermosura de su rostro, acompañada por su aya, otra dama de mediana edad con velos negros y ropas en tonos oscuros, llamada Doña Petra. Doña Violante tendió la mano al conde con el dorso hacía arriba para recibir su beso y le dedicó palabras amables de bienvenida a los reales alcázares, pasando a presentarle a su joven pupila, para formalizar su compromiso de bodas, en espera de los esponsales que se celebrarían antes de las primeras nieves.
Casi sin fijarse en la joven, Nuño firmó el contrato matrimonial, refrendado por el soberano ante el escribano mayor del reino de Castilla, que se unió al acto tras las presentaciones formales de los futuros esposos, y Don Alfonso mandó servir vino para brindar con el conde por el feliz enlace. Y por primera vez escuchó Nuño la voz suave y delicada de la que sería su mujer: “Mi señor, sois más galán que lo que me imaginaba y espero daros muchos descendientes que aseguren vuestro linaje que ya es el mío. Y veo también que sabéis rodearos de servidores tan hermosos como vos, ya que vuestro paje es un muchacho muy agraciado en cuanto a su físico”. Sí que lo es!”, exclamó la reina. Y recalcó dirigiéndose a su marido: “No lo creéis así, mi Señor”. “Sí, Señora. Vuestra alteza siempre sabe ver la belleza que está a su alrededor. Mi querido conde, la reina es una amante de todo lo hermoso. Y eso es un halago para mí, ya que alaba mis poesías, por lo que he de entender que también son tan bellas como ese doncel que tanto le gusta a nuestras damas”, dijo el monarca poeta. Y dando por finiquitado el asunto añadió: “Nos estamos muy complacidos con el compromiso entre Don Nuño, conde de Alguízar, y la pupila real Doña Sol. Podéis retiraros, conde”. Y todos menos la reina abandonaron la sala.
El conde estaba tenso por la presencia de su prometida y ésta le sonreía intentando atraer su atención y acaparar su mirada, pero a Nuño le preocupaban más el gesto y el rictus melancólico de Guzmán que la luminosa alegría de la joven dama. Doña Sol, cuyo nombre hacía juego con su cabello y el resplandor de su mirada inteligente, se dirigió al joven paje con amabilidad y le dijo: “Cual es tu nombre?”. “Guzmán, señora”, respondió el conde, Pero ella insistió: “Mi señor, dejad que sea él quien me responda. O acaso es mudo?”. “No lo es, señora.... Habla a tu señora, Guzmán”, dijo Nuño. Y el chico volvió a decir: “Mi nombre es Guzmán, mi señora, como ya os dijo mi señor”. “Que edad tenéis, Guzmán?”, preguntó la dama. “Creo que unos dieciséis, mi señora”, respondió el mancebo. “Mi señor, él y yo somos de la misma edad”, dijo doña Sol mirando al conde. Y éste contestó: “Sí, señora. Y ambos sois muy hermosos. Y él os servirá con la misma lealtad que a mí. Es mi siervo más querido, señora”.
Doña Sol se fue con su aya y el conde volvió al palacio del noble musulmán nervioso y muy cabreado por no poder hablar con el rey del asunto que más le importaba y que no era otro que la carta del marqués al rey de Granada. Y por si fuera poco eso, al salir de la antecámara real, se cruzó con el puñetero marqués, mirándose ambos sin saludarse y amenazándose con los ojos. “Qué intrigas estará urdiendo ese felón?”, se preguntó para sí el conde. Y Guzmán que leía el pensamiento de su amo como un libro abierto, le preguntó: “Ese es vuestro enemigo, mi señor?”. “Sí”, respondió Nuño. Y el chico añadió: “ Os veo demasiado obsesionado con él, pero no pongáis nuestra vida en peligro, mi amo”. “Sera la mía!”, exclamó el conde. “La de los dos, mi señor.
Vos mismo me distéis este puñal y lo usaré contra quien os desee algún mal, pero también para acompañaros al otro mundo si os matan antes que a mí, mi amo”, respondió el valeroso zagal.
jueves, 17 de marzo de 2011
Capítulo XIX
Al atravesar uno de los patios para ir al salón en el que los aguardaba Aldalahá, les salió al paso una anciana dama con el rostro velado, que se apoyaba en dos fornidos esclavos, y clavando sus cansados ojos en los de Guzmán exclamó: ”Muhammad, el protector de los creyentes está en tu mirada!”. Y le flojearon las piernas llevándosela los dos siervos casi en volandas.
La escena sorprendió al conde y dejó perplejo al mancebo, pero no se dijeron nada y prosiguieron hacia el salón donde ya sonaban laudes, dolçainas y panderetas. Al entrar, su anfitrión se levantó de su lecho de almohadas y cogió a sus invitados de la mano para conducirlos hasta sendos y muelles lechos puestos al lado del suyo. Pero antes de soltar la diestra de Guzmán, el almohade también miró los ojos del chico y le dijo: “Mi madre dice que por tus venas corre la sangre del califa y tiene razón al afirmarlo”.
Entonces el conde le refirió el encuentro con la dama con el rostro medio cubierto por un delicado velo lila y el noble moro le explicó: “Esa es mi noble madre y os vio desde la celosía del harén, al llegar a mi casa, y los ojos de este joven le trajeron a la memoria la profunda mirada de Muhammad An-Nasir, el gran califa derrotado en las Navas por el bisabuelo del actual rey de Castilla, que también lo es de Sevilla. Si el destino no hubiese sido tan adverso entonces, este doncel podría ser un joven poderoso en esta ciudad y en toda Al-Andalus, mi estimado amigo. Ahora sólo es vuestro servidor, pero su porte y su belleza son de un verdadero príncipe almohade...Pero disfrutemos de la fiesta en vuestro honor y dejemos las cosas del pasado, aceptando lo que ahora tenemos”. Y se reclinaron en los cómodos almohadones de seda y plumas de ganso y el dueño de la casa hizo sonar las palmas para que diese comienzo el banquete.
A Guzmán le llamó la atención que junto al noble musulmán estuviesen sentados tres adolescentes muy guapos y adornados con plumas de colores en sus turbantes y con ropas de seda brillante y vistosas. Y, acostado con el señor, otro con cara casi femenina observaba a Guzmán al tiempo que su amo le hacía caricias y le besaba la boca.
Pronto comprendió que se trataba de otro eunuco y su misión era ser el juguete sexual de su dueño. Y pronto pudo comprobarlo más a las claras en cuanto el amo comenzó a tocarle el culo sin ningún tipo de reparo.
Los otros tres muchachos reían y bromeaban entre ellos, mientras que el cuarto era usado por el amo como una concubina más de su harén. Nuño se sonrió viendo la cara de estupefacción de Guzmán y le dijo: “No te asustes por nada de lo que veas esta noche. Seguramente yo también terminaré follándote sobre estos almohadones, dejando que nuestros dos eunucos te separen las nalgas para poder metértela mejor. Las mujeres danzarán repicando los crótalos y moviendo sus caderas y sus vientres nos calentarán las vergas para meterlas en los agujeros que vosotros, los bellos efebos adolescentes, tenéis en el culo esperando la tranca de un macho que sepa apreciar tanta hermosura. O prefieres ser tú quien se la meta a uno de ellos?. Realmente están para eso y deseando que se lo hagamos, porque es la forma de placer que les han enseñado. Igual que hice yo contigo. Ahora tu cuerpo vibra cuando te la meto y con más intensidad si te calco a fondo y hasta sientes daño al clavártela. No es verdad?”. “Sí, mi señor. Esta tarde me vi en la gloria cuando me follasteis con el agujero seco, aunque me dolió mucho al principio. Pero luego mereció la pena, mi amo. Cada vez que me entra vuestra verga siento un gozo mayor. Pero creo que también es porque os amo más que a mi vida”, le confesó el chaval al conde y le rogó con las mejillas encarnadas: “Sin embargo, mi señor, os suplico que no me penetréis delante de tantos ojos y lo hagáis después en la alcoba cuantas veces os apetezca”.
La fiesta se fue animando entre plato y plato con bayaderas meneándose con sus siete velos al son de la música y acróbatas que gustaron y divirtieron mucho a Guzmán. A esas alturas del sarao, cuando empezaban a servirles postres de almendra y miel y frutas frescas, el dueño de la casa ya tenía sentado en su verga al joven afeminado, que saltaba sobre su señor como si fuese en un caballo enano, pero con el trasero al aire. Y los otros tres mocitos, castrados también, sobaban al amo y lo besaban por todas partes recibiendo también sus caricias y besos. Y entonces el conde, muy empalmado, se tumbó al lado de Guzmán y le hizo señas a los dos eunucos que le daban servicio para que desnudasen de cintura para abajo al mancebo y a él. El culo de Guzmán quedó al descubierto y su amo se encargó de subirle la ropa por detrás hasta dejar al aire casi toda su atractiva espalda que la besó despacio. Y los dos esclavos, sin dejar de lamer la verga y los huevos del conde, comenzaron a sobar y manosear la polla del mancebo para vencer su timidez y ponerlo cachondo como un potro que husmea el rastro de una potranca en celo.
En un par de minutos al crío le borboteaba la sangre y su pene estaba más duro y tieso que una estaca para asaetear reos. Y Nuño, sin dejar de besar la boca de su amado y accediendo a su ruego, no esperó más y colocando boca abajo a uno de los eunucos le dio por el culo, palpando, además, las preciosas nalgas del otro que no paraba de toquetearlo por todas partes. Pero antes de correrse dentro del chico, le sacó el cipote del ano y le regaló la leche al otro sobón castrado que la agradeció y paladeó como el más dulce y mejor de los postres. Y no quedó ahí la recompensa, puesto que les ordenó que acercasen sus bocas al pene de Guzmán y lo ordeñaran para que también probasen la leche del zagal. Fue una pequeña orgía y terminó con regalos para el conde y su paje.
El noble Aldalahá ofreció como obsequió para el conde los dos eunucos que le atendían, Abdul y Hassam, y dos de los mejores pura sangres de raza árabe de sus cuadras. Uno blanco como las cumbres de la alta sierra granadina, fresca y nevada, llamado Brisa, y el otro con el pelaje negro y brillante como los ojos de Guzmán y de sangre ardiente como el viento del desierto, cuyo nombre era Siroco. Pero también tenía reservado un regalo para el muchacho y esto cogió por sorpresa al conde y todavía más a su esclavo.
El señor almohade pidió un cofre de tapas adornadas en damasquino y sacó de su interior un joyel de esmeraldas con una perla en el centro. Y le dijo al conde: “Mi estimado amigo, no es mi deseo ofenderte regalando al muchacho esta joya, pero permíteme que honre la casta que lleva en sus venas y deja que acepte este homenaje a la prosapia de la que seguro desciende. Noble Guzmán, que tu pecho o tu sombrero luzca este broche que perteneció al califa de Córdoba y dejadme, conde, que os bese a los dos las mejillas en señal de mi sincera amistad”. El conde hizo un ademán a su esclavo para que aceptase el regalo y le respondió al noble musulmán: “Fuisteis amigo de mi padre y lo sois mío también. Y aunque me abruma vuestra generosidad, no debo rechazar ni los presentes con que me honráis y mucho menos el de mi amado Guzmán, que os agradezco especialmente en su nombre y en el mío. Dadme un abrazo, noble amigo, y besad a mi joven doncel, pues os recordará siempre y llevará con orgullo ese broche que le ofrecéis”. Los tres se besaron en la cara y los dos señores se abrazaron estrechándose las manos en señal de hermanamiento.
Y ya en sus aposentos, los dos eunucos volvieron a bañar a los dos amantes y los prepararon para pasar la noche juntos sobre las suaves almohadas y alfombras de la más fina lana de Persia. Ellos se arrebujaron en la antesala y se hicieron los dormidos para escuchar los jadeos del conde y los suspiros y gemidos del mancebo que indicaban que se la estaba calcando su señor.
Y con la calma después de desfogar sus ardores, el chico le dijo al amo: “Mi señor, por qué se empeña esta gente en confundirme con un noble y más de sangre principesca?. Sólo soy y quiero seguir siendo vuestro esclavo y esa joya es vuestra también como el resto de los obsequios que os hizo este noble amigo de vuestro padre. Yo no soy quien para llevar tales prendas ni arreos de tanto lujo, porque no soy más que vuestro humilde siervo, que desea ser el macho más valiente para dar la vida por vos y la hembra más caliente para daros el mayor placer posible, ya que no puedo parir vuestra descendencia, mi amo”. Y Nuño lo abrazó con todas sus fuerzas para decirle: “Sea quien fueren tus antepasados, para mí eres un verdadero príncipe y reinas en mi corazón. Te amo y nunca podré querer a nadie como a ti. Tú eres la joya más preciada que puedo desear tener entre mis tesoros”.
Y después de muchos besos los venció el sueño, mientras los dos eunucos también se besaban y acariciaban para sentir el placer a su modo.
La escena sorprendió al conde y dejó perplejo al mancebo, pero no se dijeron nada y prosiguieron hacia el salón donde ya sonaban laudes, dolçainas y panderetas. Al entrar, su anfitrión se levantó de su lecho de almohadas y cogió a sus invitados de la mano para conducirlos hasta sendos y muelles lechos puestos al lado del suyo. Pero antes de soltar la diestra de Guzmán, el almohade también miró los ojos del chico y le dijo: “Mi madre dice que por tus venas corre la sangre del califa y tiene razón al afirmarlo”.
Entonces el conde le refirió el encuentro con la dama con el rostro medio cubierto por un delicado velo lila y el noble moro le explicó: “Esa es mi noble madre y os vio desde la celosía del harén, al llegar a mi casa, y los ojos de este joven le trajeron a la memoria la profunda mirada de Muhammad An-Nasir, el gran califa derrotado en las Navas por el bisabuelo del actual rey de Castilla, que también lo es de Sevilla. Si el destino no hubiese sido tan adverso entonces, este doncel podría ser un joven poderoso en esta ciudad y en toda Al-Andalus, mi estimado amigo. Ahora sólo es vuestro servidor, pero su porte y su belleza son de un verdadero príncipe almohade...Pero disfrutemos de la fiesta en vuestro honor y dejemos las cosas del pasado, aceptando lo que ahora tenemos”. Y se reclinaron en los cómodos almohadones de seda y plumas de ganso y el dueño de la casa hizo sonar las palmas para que diese comienzo el banquete.
A Guzmán le llamó la atención que junto al noble musulmán estuviesen sentados tres adolescentes muy guapos y adornados con plumas de colores en sus turbantes y con ropas de seda brillante y vistosas. Y, acostado con el señor, otro con cara casi femenina observaba a Guzmán al tiempo que su amo le hacía caricias y le besaba la boca.
Pronto comprendió que se trataba de otro eunuco y su misión era ser el juguete sexual de su dueño. Y pronto pudo comprobarlo más a las claras en cuanto el amo comenzó a tocarle el culo sin ningún tipo de reparo.
Los otros tres muchachos reían y bromeaban entre ellos, mientras que el cuarto era usado por el amo como una concubina más de su harén. Nuño se sonrió viendo la cara de estupefacción de Guzmán y le dijo: “No te asustes por nada de lo que veas esta noche. Seguramente yo también terminaré follándote sobre estos almohadones, dejando que nuestros dos eunucos te separen las nalgas para poder metértela mejor. Las mujeres danzarán repicando los crótalos y moviendo sus caderas y sus vientres nos calentarán las vergas para meterlas en los agujeros que vosotros, los bellos efebos adolescentes, tenéis en el culo esperando la tranca de un macho que sepa apreciar tanta hermosura. O prefieres ser tú quien se la meta a uno de ellos?. Realmente están para eso y deseando que se lo hagamos, porque es la forma de placer que les han enseñado. Igual que hice yo contigo. Ahora tu cuerpo vibra cuando te la meto y con más intensidad si te calco a fondo y hasta sientes daño al clavártela. No es verdad?”. “Sí, mi señor. Esta tarde me vi en la gloria cuando me follasteis con el agujero seco, aunque me dolió mucho al principio. Pero luego mereció la pena, mi amo. Cada vez que me entra vuestra verga siento un gozo mayor. Pero creo que también es porque os amo más que a mi vida”, le confesó el chaval al conde y le rogó con las mejillas encarnadas: “Sin embargo, mi señor, os suplico que no me penetréis delante de tantos ojos y lo hagáis después en la alcoba cuantas veces os apetezca”.
La fiesta se fue animando entre plato y plato con bayaderas meneándose con sus siete velos al son de la música y acróbatas que gustaron y divirtieron mucho a Guzmán. A esas alturas del sarao, cuando empezaban a servirles postres de almendra y miel y frutas frescas, el dueño de la casa ya tenía sentado en su verga al joven afeminado, que saltaba sobre su señor como si fuese en un caballo enano, pero con el trasero al aire. Y los otros tres mocitos, castrados también, sobaban al amo y lo besaban por todas partes recibiendo también sus caricias y besos. Y entonces el conde, muy empalmado, se tumbó al lado de Guzmán y le hizo señas a los dos eunucos que le daban servicio para que desnudasen de cintura para abajo al mancebo y a él. El culo de Guzmán quedó al descubierto y su amo se encargó de subirle la ropa por detrás hasta dejar al aire casi toda su atractiva espalda que la besó despacio. Y los dos esclavos, sin dejar de lamer la verga y los huevos del conde, comenzaron a sobar y manosear la polla del mancebo para vencer su timidez y ponerlo cachondo como un potro que husmea el rastro de una potranca en celo.
En un par de minutos al crío le borboteaba la sangre y su pene estaba más duro y tieso que una estaca para asaetear reos. Y Nuño, sin dejar de besar la boca de su amado y accediendo a su ruego, no esperó más y colocando boca abajo a uno de los eunucos le dio por el culo, palpando, además, las preciosas nalgas del otro que no paraba de toquetearlo por todas partes. Pero antes de correrse dentro del chico, le sacó el cipote del ano y le regaló la leche al otro sobón castrado que la agradeció y paladeó como el más dulce y mejor de los postres. Y no quedó ahí la recompensa, puesto que les ordenó que acercasen sus bocas al pene de Guzmán y lo ordeñaran para que también probasen la leche del zagal. Fue una pequeña orgía y terminó con regalos para el conde y su paje.
El noble Aldalahá ofreció como obsequió para el conde los dos eunucos que le atendían, Abdul y Hassam, y dos de los mejores pura sangres de raza árabe de sus cuadras. Uno blanco como las cumbres de la alta sierra granadina, fresca y nevada, llamado Brisa, y el otro con el pelaje negro y brillante como los ojos de Guzmán y de sangre ardiente como el viento del desierto, cuyo nombre era Siroco. Pero también tenía reservado un regalo para el muchacho y esto cogió por sorpresa al conde y todavía más a su esclavo.
El señor almohade pidió un cofre de tapas adornadas en damasquino y sacó de su interior un joyel de esmeraldas con una perla en el centro. Y le dijo al conde: “Mi estimado amigo, no es mi deseo ofenderte regalando al muchacho esta joya, pero permíteme que honre la casta que lleva en sus venas y deja que acepte este homenaje a la prosapia de la que seguro desciende. Noble Guzmán, que tu pecho o tu sombrero luzca este broche que perteneció al califa de Córdoba y dejadme, conde, que os bese a los dos las mejillas en señal de mi sincera amistad”. El conde hizo un ademán a su esclavo para que aceptase el regalo y le respondió al noble musulmán: “Fuisteis amigo de mi padre y lo sois mío también. Y aunque me abruma vuestra generosidad, no debo rechazar ni los presentes con que me honráis y mucho menos el de mi amado Guzmán, que os agradezco especialmente en su nombre y en el mío. Dadme un abrazo, noble amigo, y besad a mi joven doncel, pues os recordará siempre y llevará con orgullo ese broche que le ofrecéis”. Los tres se besaron en la cara y los dos señores se abrazaron estrechándose las manos en señal de hermanamiento.
Y ya en sus aposentos, los dos eunucos volvieron a bañar a los dos amantes y los prepararon para pasar la noche juntos sobre las suaves almohadas y alfombras de la más fina lana de Persia. Ellos se arrebujaron en la antesala y se hicieron los dormidos para escuchar los jadeos del conde y los suspiros y gemidos del mancebo que indicaban que se la estaba calcando su señor.
Y con la calma después de desfogar sus ardores, el chico le dijo al amo: “Mi señor, por qué se empeña esta gente en confundirme con un noble y más de sangre principesca?. Sólo soy y quiero seguir siendo vuestro esclavo y esa joya es vuestra también como el resto de los obsequios que os hizo este noble amigo de vuestro padre. Yo no soy quien para llevar tales prendas ni arreos de tanto lujo, porque no soy más que vuestro humilde siervo, que desea ser el macho más valiente para dar la vida por vos y la hembra más caliente para daros el mayor placer posible, ya que no puedo parir vuestra descendencia, mi amo”. Y Nuño lo abrazó con todas sus fuerzas para decirle: “Sea quien fueren tus antepasados, para mí eres un verdadero príncipe y reinas en mi corazón. Te amo y nunca podré querer a nadie como a ti. Tú eres la joya más preciada que puedo desear tener entre mis tesoros”.
Y después de muchos besos los venció el sueño, mientras los dos eunucos también se besaban y acariciaban para sentir el placer a su modo.
lunes, 14 de marzo de 2011
Capítulo XVIII
Desde la puerta de la ciudad, por la que entraron el conde y su esclavo, hasta la entrada de los reales alcázares, donde se instalara la corte del rey Don Alfonso, las calles eran un hervidero de actividad y vida. Sevilla era una hermosa e importante ciudad que mantenía todavía el esplendor de los tiempos del último califa que mantuvo su corte en ella.
Pero el conde no quiso dirigirse al palacio ya que deseaba presentarse ante su rey con decoro y un atuendo adecuado a su noble cuna. Y pensó que sería más apropiado alojarse en la casa de un noble almohade, que fuera amigo de su padre, y tomarse su tiempo para hacerse con ropajes más dignos tanto para él como para el supuesto paje que lo acompañaba. Debía estar presentable para conocer a su prometida, la pupila de la reina, y, además, moverse en palacio sin la compostura y pompa necesaria para ocupar su puesto entre la alta nobleza y el resto de los cortesanos, no le convenía para resolver los asuntos que le llevaran a la corte.
Su enemigo, el marqués, era un hombre influyente dentro del círculo que rodeaba al soberano, y no era fácil eludir el poder que mantenía en el Consejo Real. En tales circunstancias, un noble de su alcurnia tenía que vestir como un gran señor y mostrar su poder incluso ante el propio monarca. No era ningún secreto que la hacienda del conde era una de las mayores del país, pero no bastaba con tenerla sino se hacía gala de ella cuando la ocasión imponía exhibir la grandeza de su casa y dinastía.
Nuño fue muy bien recibido en el palacio del noble musulmán, llamado Aldalahá Ben-Ismahá, y toda su casa se volcó para atender con todo merecimiento y honor al distinguido huésped y a su joven acompañante. Se le alojó en unas regias habitaciones, dignas de un príncipe del islam, y Nuño, tras las ceremonias previas de cortesía por la acogida de su anfitrión, se retiró a ellas con Guzmán para lavarse y descansar del viaje hasta la hora de festejar su visita y ser agasajado por el dueño y señor de la casa.
Dos jovencitos de pelo brillante, piel color canela y mirada almendrada, calzando babuchas y vestidos con bombachos blancos de lino muy fino y un chaleco corto de color grana bordado en oro que dejaba ver sus ombligos, los acompañaron a los aposentos dispuestos al rededor de un fresco patio, enlosado hasta media altura de sus paredes en azulejos de tonos añil y amarillo, en donde un chafariz canturreaba salpicando de agua el piso del que brotaban cuatro naranjos para escoltarlo.
El conde intentó despedir a los dos muchachos moros, pero éstos le rogaron que no lo hiciese, dado que habían sido destinados por su amo para atenderlos y cuidar que no les faltase nada mientras permaneciesen en el palacio de su señor. Ese nada comprendía cualquier servicio que un joven eunuco pudiera dar a un hombre para satisfacer sus necesidades, tanto para procurar su comodidad como su placer. Pero Nuño no deseaba otros gozos que no fuese estar a solas con su esclavo y follárselo sin más testigos que sus vergas y sus cojones. Sin embargo accedió a que ellos los bañasen a ambos en agua de azahar y les frotasen el cuerpo con esencias exóticas. Al salir del baño de mármol, donde se sumergió con Guzmán, los dos jóvenes esclavos los cubrieron con túnicas de hilo de algodón blanco, muy anchas y ligeras, que al contraluz trasparentaban sus cuerpos y los hacían aún más sugestivos de lo que ya eran desnudos.
Los eunucos se insinuaron para que los tomasen si les apetecía gozar de sus culos, pero el conde sólo aceptó que ambos le chupasen los huevos y la polla, mientras él besaba a su amado y le acariciaba los muslos por debajo de la fina túnica. Uno de los esclavos quiso mamar la polla de Guzmán, pero Nuño se lo impidió diciendo que sólo él era el señor al que tenían que complacer. El dijo que el otro joven sólo era una especie de favorito y tanto sus genitales como el resto del cuerpo estaban reservados para su deleite ya que era su dueño y señor.
La pareja de bellos eunucos entendieron el problema al que se enfrentaban de seguir intentando seducir al hermoso joven que acompañaba al amigo de su amo y, sin mediar señal ni orden alguna, dispusieron un confortable lecho de almohadones de tafetán de varios colores y tamaños y le indicaron al señor que se recostase con el otro joven para descansar antes de la fiesta que les tenía preparada su noble amo. Y prudentemente se retiraron a otra sala cercana por si eran llamados a prestar algún otro servicio.
Nuño se subió sobre Guzmán y le levantó las piernas para dejar al alcance de su polla el ano del chaval. Lo besó como si le fuera la vida en ello y empezó a penetrarlo sin lubricarle el agujero para sentir mejor como le perforaba el culo. El conde estaba salido como un toro bravo y necesitaba preñar al muchacho como si fuese una joven ternera que todavía no había parido nunca. Guzmán, abrazado al cuello de Nuño, se quejaba de los empellones que le daba, que parecía querer romperle el esfínter, pero gemía y jadeaba como jamás lo había hecho hasta entonces. Y gozó temblando como una puta perra al fecundarla su macho.
Y volvieron a entrar los dos esclavos con jofainas y jarras de plata y con un esmero exquisito les limpiaron las partes íntimas al conde y su paje. Y esta vez el conde les permitió que ellos lavasen también el ojo del culo a Guzmán que aún chorreaba restos de semen.
Los eunucos los perfumaron y vistieron con ropas lujosas al estilo árabe y los condujeron al salón donde se celebraría la fiesta en su honor.
Pero el conde no quiso dirigirse al palacio ya que deseaba presentarse ante su rey con decoro y un atuendo adecuado a su noble cuna. Y pensó que sería más apropiado alojarse en la casa de un noble almohade, que fuera amigo de su padre, y tomarse su tiempo para hacerse con ropajes más dignos tanto para él como para el supuesto paje que lo acompañaba. Debía estar presentable para conocer a su prometida, la pupila de la reina, y, además, moverse en palacio sin la compostura y pompa necesaria para ocupar su puesto entre la alta nobleza y el resto de los cortesanos, no le convenía para resolver los asuntos que le llevaran a la corte.
Su enemigo, el marqués, era un hombre influyente dentro del círculo que rodeaba al soberano, y no era fácil eludir el poder que mantenía en el Consejo Real. En tales circunstancias, un noble de su alcurnia tenía que vestir como un gran señor y mostrar su poder incluso ante el propio monarca. No era ningún secreto que la hacienda del conde era una de las mayores del país, pero no bastaba con tenerla sino se hacía gala de ella cuando la ocasión imponía exhibir la grandeza de su casa y dinastía.
Nuño fue muy bien recibido en el palacio del noble musulmán, llamado Aldalahá Ben-Ismahá, y toda su casa se volcó para atender con todo merecimiento y honor al distinguido huésped y a su joven acompañante. Se le alojó en unas regias habitaciones, dignas de un príncipe del islam, y Nuño, tras las ceremonias previas de cortesía por la acogida de su anfitrión, se retiró a ellas con Guzmán para lavarse y descansar del viaje hasta la hora de festejar su visita y ser agasajado por el dueño y señor de la casa.
Dos jovencitos de pelo brillante, piel color canela y mirada almendrada, calzando babuchas y vestidos con bombachos blancos de lino muy fino y un chaleco corto de color grana bordado en oro que dejaba ver sus ombligos, los acompañaron a los aposentos dispuestos al rededor de un fresco patio, enlosado hasta media altura de sus paredes en azulejos de tonos añil y amarillo, en donde un chafariz canturreaba salpicando de agua el piso del que brotaban cuatro naranjos para escoltarlo.
El conde intentó despedir a los dos muchachos moros, pero éstos le rogaron que no lo hiciese, dado que habían sido destinados por su amo para atenderlos y cuidar que no les faltase nada mientras permaneciesen en el palacio de su señor. Ese nada comprendía cualquier servicio que un joven eunuco pudiera dar a un hombre para satisfacer sus necesidades, tanto para procurar su comodidad como su placer. Pero Nuño no deseaba otros gozos que no fuese estar a solas con su esclavo y follárselo sin más testigos que sus vergas y sus cojones. Sin embargo accedió a que ellos los bañasen a ambos en agua de azahar y les frotasen el cuerpo con esencias exóticas. Al salir del baño de mármol, donde se sumergió con Guzmán, los dos jóvenes esclavos los cubrieron con túnicas de hilo de algodón blanco, muy anchas y ligeras, que al contraluz trasparentaban sus cuerpos y los hacían aún más sugestivos de lo que ya eran desnudos.
Los eunucos se insinuaron para que los tomasen si les apetecía gozar de sus culos, pero el conde sólo aceptó que ambos le chupasen los huevos y la polla, mientras él besaba a su amado y le acariciaba los muslos por debajo de la fina túnica. Uno de los esclavos quiso mamar la polla de Guzmán, pero Nuño se lo impidió diciendo que sólo él era el señor al que tenían que complacer. El dijo que el otro joven sólo era una especie de favorito y tanto sus genitales como el resto del cuerpo estaban reservados para su deleite ya que era su dueño y señor.
La pareja de bellos eunucos entendieron el problema al que se enfrentaban de seguir intentando seducir al hermoso joven que acompañaba al amigo de su amo y, sin mediar señal ni orden alguna, dispusieron un confortable lecho de almohadones de tafetán de varios colores y tamaños y le indicaron al señor que se recostase con el otro joven para descansar antes de la fiesta que les tenía preparada su noble amo. Y prudentemente se retiraron a otra sala cercana por si eran llamados a prestar algún otro servicio.
Nuño se subió sobre Guzmán y le levantó las piernas para dejar al alcance de su polla el ano del chaval. Lo besó como si le fuera la vida en ello y empezó a penetrarlo sin lubricarle el agujero para sentir mejor como le perforaba el culo. El conde estaba salido como un toro bravo y necesitaba preñar al muchacho como si fuese una joven ternera que todavía no había parido nunca. Guzmán, abrazado al cuello de Nuño, se quejaba de los empellones que le daba, que parecía querer romperle el esfínter, pero gemía y jadeaba como jamás lo había hecho hasta entonces. Y gozó temblando como una puta perra al fecundarla su macho.
Y volvieron a entrar los dos esclavos con jofainas y jarras de plata y con un esmero exquisito les limpiaron las partes íntimas al conde y su paje. Y esta vez el conde les permitió que ellos lavasen también el ojo del culo a Guzmán que aún chorreaba restos de semen.
Los eunucos los perfumaron y vistieron con ropas lujosas al estilo árabe y los condujeron al salón donde se celebraría la fiesta en su honor.
viernes, 11 de marzo de 2011
Capítulo XVII
Cuando llevaban recorrido algunas leguas lejos del convento, Guzmán le contó al amo lo sucedido en los establos la noche anterior y quiso volver grupas para cortarle los huevos al puto monje de la mierda. Pero el chico lo calmó y de entrada le pareció que quedaba convencido de que el asunto no merecía mayor importancia que unas carcajadas por el susto que se llevara el joven acosador al ver las garras del chico convertidas en un afilado estilete.
Pero la cosa no le había gustado al conde y mucho menos el silencio del chaval ocultándoselo hasta entonces. Cierto que el crío quiso evitar el cabreo del amo y que montase un cirio en el cenobio, haciendo correr la sangre del atrevido monje, mas a Nuño le fastidiaba no saber todo lo que pasaba en su entorno y de repente le ordenó al zagal que detuviese el caballo y se apeara de inmediato. El mancebo obedeció sin abrir la boca para nada y el conde le gritó que se acercase hasta él.
Guzmán se fijó en los ojos de ira de su señor y temió lo peor. Se aproximó al alazán y al llegar al alcance de la mano del amo, éste descargó sobre él un hostiazo en la cara y le dijo: “No vuelvas a reservarte nada de lo que te ocurra sin decírmelo en el acto, porque la próxima vez que lo hagas te arranco la piel a latigazos. Agradece que sólo te golpee con mi mano y bésala en señal de arrepentimiento”. El chico, con los ojos llenos de lágrimas, más por el enfado de su amo que por el tortazo, le dio las gracias y besando la mano de su dueño le rogó perdón y compasión por su torpeza.
Nuño descabalgó también y levantó al crío del suelo que se había plantado de hinojos llorando con desconsuelo. Y le dijo: “Guzmán, no sólo me disgusta que me ocultes las cosas que te pasen, aunque las creas irrelevantes, sino que temo por tu seguridad y la mía. Por eso no debes volver a callarte nada aunque sea con la mejor intención de tu parte como en este caso. Crees que no me doy cuenta que lo hiciste por evitar que yo me cargase al puto monje salido?. Te quiero mucho, mi joven muchacho, y no podría soportar que te ocurriese algo malo... Anda, deja que te limpie esos mocos y no llores más”.
Pero el chico hipaba como un niño y el conde lo besó con fuerza en los labios. Mas, estando de camino y sin un alma al rededor, el conde vio la oportunidad de echarle el polvo que se guardó en los huevos al despertarse esa mañana y se lo metió parapetado entre los dos caballos. Sencillamente, le puso las manos al crío sobre la montura y le bajó las calzas hasta descubrirle el culo y lo empaló allí mismo. Y hasta los caballos se pusieron cachondos al ver y oler el semen que manaba de la polla del chico y el que después le salía por el ano en cuanto el señor le sacó la verga del culo. “Y ahora sigamos nuestro camino”, dijo el conde montando de nuevo el alazán.
A Guzmán ya no le escocía la cara y el regusto que le dejó su amo en el culo le compensaba con creces las lágrimas vertidas. Y aún así le dijo al señor: “Mi amo, añoro el sabor de vuestra leche”. Y el conde le respondió: “La tendrás en la próxima parada que hagamos. Te daré doble ración para tenerte bien alimentado... Seguro que todavía tienes que crecer algunos centímetros más y aumentar la fuerza de tus brazos.... Pero ahora sube al caballo y démonos prisa en llegar a Sevilla”. Y salieron a todo galope como dos exhalaciones.
A media jornada alcanzaron a un buhonero que con su reata de mulas también se dirigía a la bella ciudad del Guadalquivir para comerciar con las variadas mercancías que transportaba a lomos de la sufrida recua. Entre otras cosas llevaba telas preciosas y alhajas, además de calzado y un abundante surtido de adornos y armas, Y Nuño le compró unos aretes con piedras preciosas, engarzadas en oro, como presente para Doña Sol, la dama que sería su esposa.
El conde le preguntó a su esclavo: “Te gustan?”. “Sí, mi amo, aunque no entiendo mucho de joyas. Ni sé apreciar su valor”, respondió el chico. “Has visto alguna vez algo parecido?”, inquirió el conde. Guzmán hizo un esfuerzo para poder hablar del pasado sin emocionarse demasiado y dijo: “Mi madre guardaba algo parecido, pero lo vendió a un hombre como ese unos meses antes de morir. Quería dejarme algún dinero, pero me duró poco, porque siendo todavía un niño se aprovecharon de mí gentes sin escrúpulos y me engañaron para quitármelo. Luego aprendí a no confiar en nadie mi señor. Bueno, eso era hasta que me encontrasteis en vuestras tierras y me convertisteis en vuestro esclavo. Ahora vos sois mi amo y confío en vuestra protección, mi señor... Lo único que guardo de ella es un anillo que tengo escondido a buen recaudo, mi amo”. “Lo sé. Ya me lo había dicho Bernardo... Y cuando concluya lo que nos trae a la corte iremos a buscar tus tesoros para que los tengas de tu mano”, añadió el señor. Y el mancebo dijo: “Ahora son vuestros, mi señor. Yo sólo soy una propiedad más de las muchas que poseéis”. Y el conde añadió: “Tú eres lo mejor que tengo y lo que más vale. Tú eres mi amado y mi corazón al que estoy esclavizado por tu causa”. Y sin reparar en la cercana presencia del comerciante besó en la boca a su esclavo.
El resto del viaje transcurrió sin demasiados incidentes dignos de mención especial y la noche anterior a entrar en Sevilla la pasaron en una posada donde encontraron alojamiento y cobijo para no dormir al raso. El conde quiso desnudar personalmente al mancebo y le quitó despacio la ropa hasta dejarlo en cueros. Había pedido varios jarros de agua caliente y un barreño grande donde poder lavarse antes de acostarse a dormir y metió dentro al esclavo, limpiándolo con esmero y mimo. A Nuño le gustaba deleitarse viendo el cuerpo del chaval mojado, porque el brillo del agua destacaba más el tono y suavidad de su piel y jugaba persiguiendo con los dedos las gotas que corrían hacia abajo por su espalda o sus muslos.
Nuño, con sus dos manos, sostuvo los testículos del chaval y los besó. Y el muchacho se empalmó al instante. Le dijo a Guzmán que saliese del baño y lo envolvió en un paño blanco para secarlo. Y a continuación fue él quien entró para que el chico lo lavase también. El esclavo lo hizo con mucho cuidado y llevado por un impulso irreprimible le besó la espada y fue descendiendo con la lengua hasta los glúteos de su señor y los separó para comerle el culo. Sin saber muy bien la reacción de su amo, Guzmán le metió la lengua por el esfínter y Nuño emitió un prolongado gemido que asombró al muchacho. El conde volvía a sentir lo que ya casi tenía olvidado desde la muerte de Yusuf y al notar que su polla se humedecía y pringaba de babas, entre estertores y jadeos le grito: “Basta!... Basta... No sigas que me corro y esta leche que casi no puedo contener debe ser para alimentarte antes de dormirnos esta noche. Guzmán, me has hecho revivir gozos ya pasados que creí perdidos para siempre, pero el placer en el ano ha de ser para ti. Sécame y acostémonos cuanto antes que te voy a llenar el estómago con mi esencia”.
Y el zagal se arrodilló encima del lecho con las rodillas a cada lado de las piernas de su amo y se inclinó hasta alcanzarle la verga y se la mamó sin parar ni respirar apenas hasta obtener su premio. La blanca, espesa y tibia sustancia que su señor guardaba en los cojones para él y que le llenaba el paladar de un gusto saldo y fuerte que le hacía relamerse los labios. Y con la primera luz del día tomaron camino para entrar en la ciudad sin apurar el trote de sus monturas.
A lo lejos relucían las torres de Sevilla y ya se adivina el trajín en sus calles y plazas. En las puertas de la ciudad se veían gentes de ropajes multicolores y al estilo de distintas usanzas que iban a la urbe o salían de ella a otros destinos, a pie o montados en carros, acémilas o impetuosos corceles enjaezados, pero todos decididos a llevar a buen fin el negocio que les motivase a ello.
Lo mismo que el conde había puesto su empeño en alcanzar sus puertas para cumplir en el palacio de los antiguos califas la misión que le llevó hasta allí con su amado esclavo, disfrazado de paje y ya estaba a un paso de conseguirlo.
Pero la cosa no le había gustado al conde y mucho menos el silencio del chaval ocultándoselo hasta entonces. Cierto que el crío quiso evitar el cabreo del amo y que montase un cirio en el cenobio, haciendo correr la sangre del atrevido monje, mas a Nuño le fastidiaba no saber todo lo que pasaba en su entorno y de repente le ordenó al zagal que detuviese el caballo y se apeara de inmediato. El mancebo obedeció sin abrir la boca para nada y el conde le gritó que se acercase hasta él.
Guzmán se fijó en los ojos de ira de su señor y temió lo peor. Se aproximó al alazán y al llegar al alcance de la mano del amo, éste descargó sobre él un hostiazo en la cara y le dijo: “No vuelvas a reservarte nada de lo que te ocurra sin decírmelo en el acto, porque la próxima vez que lo hagas te arranco la piel a latigazos. Agradece que sólo te golpee con mi mano y bésala en señal de arrepentimiento”. El chico, con los ojos llenos de lágrimas, más por el enfado de su amo que por el tortazo, le dio las gracias y besando la mano de su dueño le rogó perdón y compasión por su torpeza.
Nuño descabalgó también y levantó al crío del suelo que se había plantado de hinojos llorando con desconsuelo. Y le dijo: “Guzmán, no sólo me disgusta que me ocultes las cosas que te pasen, aunque las creas irrelevantes, sino que temo por tu seguridad y la mía. Por eso no debes volver a callarte nada aunque sea con la mejor intención de tu parte como en este caso. Crees que no me doy cuenta que lo hiciste por evitar que yo me cargase al puto monje salido?. Te quiero mucho, mi joven muchacho, y no podría soportar que te ocurriese algo malo... Anda, deja que te limpie esos mocos y no llores más”.
Pero el chico hipaba como un niño y el conde lo besó con fuerza en los labios. Mas, estando de camino y sin un alma al rededor, el conde vio la oportunidad de echarle el polvo que se guardó en los huevos al despertarse esa mañana y se lo metió parapetado entre los dos caballos. Sencillamente, le puso las manos al crío sobre la montura y le bajó las calzas hasta descubrirle el culo y lo empaló allí mismo. Y hasta los caballos se pusieron cachondos al ver y oler el semen que manaba de la polla del chico y el que después le salía por el ano en cuanto el señor le sacó la verga del culo. “Y ahora sigamos nuestro camino”, dijo el conde montando de nuevo el alazán.
A Guzmán ya no le escocía la cara y el regusto que le dejó su amo en el culo le compensaba con creces las lágrimas vertidas. Y aún así le dijo al señor: “Mi amo, añoro el sabor de vuestra leche”. Y el conde le respondió: “La tendrás en la próxima parada que hagamos. Te daré doble ración para tenerte bien alimentado... Seguro que todavía tienes que crecer algunos centímetros más y aumentar la fuerza de tus brazos.... Pero ahora sube al caballo y démonos prisa en llegar a Sevilla”. Y salieron a todo galope como dos exhalaciones.
A media jornada alcanzaron a un buhonero que con su reata de mulas también se dirigía a la bella ciudad del Guadalquivir para comerciar con las variadas mercancías que transportaba a lomos de la sufrida recua. Entre otras cosas llevaba telas preciosas y alhajas, además de calzado y un abundante surtido de adornos y armas, Y Nuño le compró unos aretes con piedras preciosas, engarzadas en oro, como presente para Doña Sol, la dama que sería su esposa.
El conde le preguntó a su esclavo: “Te gustan?”. “Sí, mi amo, aunque no entiendo mucho de joyas. Ni sé apreciar su valor”, respondió el chico. “Has visto alguna vez algo parecido?”, inquirió el conde. Guzmán hizo un esfuerzo para poder hablar del pasado sin emocionarse demasiado y dijo: “Mi madre guardaba algo parecido, pero lo vendió a un hombre como ese unos meses antes de morir. Quería dejarme algún dinero, pero me duró poco, porque siendo todavía un niño se aprovecharon de mí gentes sin escrúpulos y me engañaron para quitármelo. Luego aprendí a no confiar en nadie mi señor. Bueno, eso era hasta que me encontrasteis en vuestras tierras y me convertisteis en vuestro esclavo. Ahora vos sois mi amo y confío en vuestra protección, mi señor... Lo único que guardo de ella es un anillo que tengo escondido a buen recaudo, mi amo”. “Lo sé. Ya me lo había dicho Bernardo... Y cuando concluya lo que nos trae a la corte iremos a buscar tus tesoros para que los tengas de tu mano”, añadió el señor. Y el mancebo dijo: “Ahora son vuestros, mi señor. Yo sólo soy una propiedad más de las muchas que poseéis”. Y el conde añadió: “Tú eres lo mejor que tengo y lo que más vale. Tú eres mi amado y mi corazón al que estoy esclavizado por tu causa”. Y sin reparar en la cercana presencia del comerciante besó en la boca a su esclavo.
El resto del viaje transcurrió sin demasiados incidentes dignos de mención especial y la noche anterior a entrar en Sevilla la pasaron en una posada donde encontraron alojamiento y cobijo para no dormir al raso. El conde quiso desnudar personalmente al mancebo y le quitó despacio la ropa hasta dejarlo en cueros. Había pedido varios jarros de agua caliente y un barreño grande donde poder lavarse antes de acostarse a dormir y metió dentro al esclavo, limpiándolo con esmero y mimo. A Nuño le gustaba deleitarse viendo el cuerpo del chaval mojado, porque el brillo del agua destacaba más el tono y suavidad de su piel y jugaba persiguiendo con los dedos las gotas que corrían hacia abajo por su espalda o sus muslos.
Nuño, con sus dos manos, sostuvo los testículos del chaval y los besó. Y el muchacho se empalmó al instante. Le dijo a Guzmán que saliese del baño y lo envolvió en un paño blanco para secarlo. Y a continuación fue él quien entró para que el chico lo lavase también. El esclavo lo hizo con mucho cuidado y llevado por un impulso irreprimible le besó la espada y fue descendiendo con la lengua hasta los glúteos de su señor y los separó para comerle el culo. Sin saber muy bien la reacción de su amo, Guzmán le metió la lengua por el esfínter y Nuño emitió un prolongado gemido que asombró al muchacho. El conde volvía a sentir lo que ya casi tenía olvidado desde la muerte de Yusuf y al notar que su polla se humedecía y pringaba de babas, entre estertores y jadeos le grito: “Basta!... Basta... No sigas que me corro y esta leche que casi no puedo contener debe ser para alimentarte antes de dormirnos esta noche. Guzmán, me has hecho revivir gozos ya pasados que creí perdidos para siempre, pero el placer en el ano ha de ser para ti. Sécame y acostémonos cuanto antes que te voy a llenar el estómago con mi esencia”.
Y el zagal se arrodilló encima del lecho con las rodillas a cada lado de las piernas de su amo y se inclinó hasta alcanzarle la verga y se la mamó sin parar ni respirar apenas hasta obtener su premio. La blanca, espesa y tibia sustancia que su señor guardaba en los cojones para él y que le llenaba el paladar de un gusto saldo y fuerte que le hacía relamerse los labios. Y con la primera luz del día tomaron camino para entrar en la ciudad sin apurar el trote de sus monturas.
A lo lejos relucían las torres de Sevilla y ya se adivina el trajín en sus calles y plazas. En las puertas de la ciudad se veían gentes de ropajes multicolores y al estilo de distintas usanzas que iban a la urbe o salían de ella a otros destinos, a pie o montados en carros, acémilas o impetuosos corceles enjaezados, pero todos decididos a llevar a buen fin el negocio que les motivase a ello.
Lo mismo que el conde había puesto su empeño en alcanzar sus puertas para cumplir en el palacio de los antiguos califas la misión que le llevó hasta allí con su amado esclavo, disfrazado de paje y ya estaba a un paso de conseguirlo.
martes, 8 de marzo de 2011
Capítulo XVI
Al séptimo día de su partida desde la torre, se toparon con una alta sierra y su travesía fue dura y costosa y en uno de los descansos para reponer energías, tanto ellos como los caballos, encontraron a un pastor que les habló de su mocedad y recordaba la gran batalla en la que perdió su poder el gran califa almohade de Al-Andalus, Muhammad An-Nasir, sin que apenas pudieran protegerle su fiera guardia personal, los despiadados imesebelen. Aseguraba haber visto como el rey Sancho de Navarra cortó las cadenas sarracenas que amarraban a esos fanáticos senegaleses, formando una barrera humana alrededor de la tienda de su rey y señor, y se hacía con el corán de tapa de oro adornada con una gran esmeralda. Guzmán lo escuchaba boquiabierto y no se perdía detalle de la gesta de aquellos guerreros capitaneados por otro rey Alfonso, el octavo de Castilla, antepasado del rey de su señor el conde.
A Nuño tampoco le eran desconocidas esas historias, puesto que su padre le había narrado sus vivencias en la famosa batalla llamada de las Navas de Tolosa, pero tampoco perdía el hilo de lo que contaba el anciano, sin interrumpirle aunque algún hecho o dato no fuese totalmente fidedigno. El conjunto valía y al joven Guzmán lo tenía fascinado.
El pastor les ofreció lo poco que llevaba para su sustento y ellos compartieron el suyo con el buen hombre y después de un largo reposo se despidieron de él y partieron otra vez, agudizando la vista y el oído para extremar la cautela cuanto más se acercaban a su destino, y tomaron un atajo que les indicó el anciano, advirtiéndoles que no tomasen la ruta habitual, ya que había visto cinco jinetes que iban muy deprisa y a su olfato de perro viejo le daba mala espina tanta premura. Nuño le agradeció el consejo y le dio unas monedas de plata, que para el pobre hombre eran una pequeña fortuna.
No habían caminado demasiado trecho cuando el chico le dijo al señor: “Mi madre también me habló alguna vez de una batalla que le contara a ella su madre y por lo que nos dijo ese hombre debe tratarse de la misma. Recuerdo algunas cosas muy similares, pero relatadas de otra forma y con diferente punto de vista”. “Puede que ese día tenga mucho que ver con tu estirpe, mi querido muchacho”, sentenció el conde.
Y se les echó la noche encima y debían encontrar un refugio seguro tanto a salvo de los lobos y otras alimañas, como de los esbirros del marqués. Y dieron con un modesto cenobio benedictino donde solicitaron cobijo para dormir a cubierto y tomar la frugal cena de los monjes, si todavía quedaba algo de ella. Ya que a esas horas los santos varones oraban sus últimos rezos del día antes de acostarse con las gallinas. El conde se colocó su sello en el dedo y rebeló su identidad e inmediatamente salió a recibirlo el prior con una representación de la comunidad.
El viejo tonsurado saludó al noble señor, bendiciéndolo, y se interesó por el motivo de su viaje. Nuño fue muy parco en explicaciones mientras comía con su paje unas sopas de ajo y algo de queso y le hizo notar al prior su cansancio a fin de que lo dejasen tranquilo con su paje hasta que tocasen a maitines antes de salir el sol. Pero tuvo que ponerse serio y mostrar su terquedad ante el empeño de otro monje más joven por llevarse a Guzmán al dormitorio de los novicios.
Ya sólo le faltaba que allí quisiesen tabicarle el culo a su muchacho delante de sus narices. Uno no podía fiarse ni de los monjes tratándose de un mancebo tan guapo como Guzmán. “A ver si voy a tener que rajar algún sayal esta noche y capar a más de uno que va de santurrón esperando metérsela al primer culito redondo y prieto que se le ponga a tiro”, pensaba Nuño para sus adentros, mirando de reojo a todos lados al ir por el claustro hacia el dormitorio que le habían designado para él y su paje, por supuesto. Cualquiera dejaba solo al chaval en ese sitio donde la mayoría eran hombres con ganas de aliviar la leche de sus pelotas. Y se le vino a la cabeza pensar en cómo tendrían el ano los novicios que aún no cumplieran los catorce años. Y los de algunos más también!. Menudas preas debía haber por el convento!, se dijo el conde.
Y le advirtió a Guzmán: “No te separes de mí ni para mear. Y esta noche en cuanto te folle te pones las calzas otra vez y duermes vestido. Está claro?”. “Sí, mi amo. Pero sólo me la vais a meter una vez?”, dijo el chico. “Bueno. Si me entran más ganas te las bajo otra vez y te la endiño otro rato. Pero tú pégate bien a mí y no te separes ni un ápice de mi cuerpo. Y al menor ruido que oigas me despiertas, que puede haber más que tormenta en el cenobio esta noche”, alegó el conde, Y el crío insistió: “Mi señor, creéis que pueden atacarnos estando aquí?”. “Quizás los sicarios del marqués no, pero andemos con ojo con otros lobos disfrazados de corderos. Al olor de la carne tierna se despiertan apetitos feroces. No lo olvides nunca, Guzmán, porque tú eres un corderillo que está en su punto para hincarle el diente. Debí dejarte en la torre con Bernardo. Allí, con ese eunuco, es donde más seguro estás”.
“Bernardo está capado, señor?”, preguntó asombrado el chico mientras le quitaba las botas a su amo. “Sí”, afirmó el señor. “Pero su voz no es de pito como en otros que yo conocí, señor”, dijo el chiquillo. Y el conde le aclaró: “No, porque se lo hicieron siendo ya un hombre hecho..... Al venir con mi madre a la casa de mi padre, lo capó mi abuelo, su señor hasta entonces, para poder acompañarla y estar con ella y protegerla en ausencia de su marido. Se suele hacer con esclavos destinados a hacer compañía a las damas de alta alcurnia. Los que tu conociste serían los castrados que cantan en las catedrales y sus voces son finas y agudas como las de las mujeres, porque los capan siendo niños aún”. “Me parece muy cruel, mi señor”, objetó el chaval. “Lo es, aunque sea una costumbre”, admitió el conde.
Pero al chico no le parecía una buena solución encerrarlo en la torre con Bernardo, al que ya apreciaba, y le dijo al señor al desnudarse para meterse en el lecho con él: “Mi amo, os soy más útil con vos que no encerrado en una torre por segura que sea. Si en este viaje fueseis solo quién os ayudaría a defenderos de los ataques que hemos sufrido?. Y cuando vuestros cojones se llenan en dónde ibais a descargarlos si no tenéis mi boca y mi culo a mano, mi señor?”.
Nuño se echó a reír y respondió: “Tienes toda la razón, mi valiente y amado mancebo. Si no llega a ser por tu ayuda seguro que ya no estaría en este mundo. Y no sólo por salvar mi vida de enemigos, sino fundamentalmente por evitar que mis pelotas estallen al no descargar tanta leche como fabrican..... Lo que no dices es que de tanta producción eres tú el culpable con ese culito tan hermoso y duro conque te parió tu madre. Por no mencionar ese par de ojazos que me privan del sentido. Entrá en la cama ya, que quiero penetrarte”. “Mi señor, antes he de andar con el perejil y el aceite para estar limpio. Vuelvo enseguida, mi amo”, dijo el chico. Pero Nuño no se fiaba de nadie en ese lugar y saltó de la cama de un salto, diciendo: “No importa como estés. Ven aquí enseguida!”. “Mi señor, así no debo ofrecerme a vos. Dejad que me asee, mi amo”, objetó Guzmán. “Está bien. Vete pero lleva la daga por si las moscas. Y no dudes en usarla si alguien te violenta”, dijo el conde.
El crío fue al establo y al encontrarse con un joven monje le dio como excusa que iba a ver a los caballos y se apuró por desaparecer del claustro. Los dos corceles ya estaban descansando, pero se agitaron al oler al chico y éste los calmo de nuevo y se metió por el culo un tallo de perejil mojado en aceite, tal y como se le enseñara su amo para vaciar las tripas. Y cuando estaba cagando apareció el joven monje preguntándole si necesitaba algo. Guzmán se sonrojó al saber que otro tío lo miraba haciendo de vientre y se levantó nada más notar que ya no salía nada por su ano. Se limpió en un abrir y cerrar de ojos y salió por pies hacia la celda donde le esperaba su señor. Pero el monje lo detuvo agarrándolo por un brazo y quiso besarlo en la boca. El crío se revolvió contra el otro como un tigre y sacando su acerado puñal lo amenazó con tal furia que el monje se acojonó y se largó corriendo del establo.
Y en cuanto entró en el reducido aposento preparado para su amo, éste le preguntó. “Algún problema?”. “Nada que no solventase yo solo, mi señor”, respondió el zagal. Y el amo le ordenó: “Ven a la cama”. Lo tapó con la manta y le dijo: “Acércate más y pega el culo a mi polla que te va a entrar en un par de segundos......
Tienes el culo frío. Te lo lavaste con agua helada?”. Y el crío contestó: “No, mi amo. Pero la noche no es demasiado calurosa y desde la cuadra hasta aquí se me ha enfriado un poco al no ponerme las calzas. Pero lo he dejado muy limpio para vos, mi amo”. El conde le metió un dedo y exclamó: “Huele muy bien, desde luego..... Me encanta notar como te entra!. Tenía ganas de tenerte así y sentir el latido de tu vida en la mía..... Voy a follarte despacio para deleitarme en cada embestida.... Y luego ponte las calzas que esta noche no duermes con el culo al aire por si acaso nos asaltan”.
Pero el crío no pudo vestirse de nuevo las calzas, porque su amo se quedó dormido estrechándolo en sus brazos y sin despegar la verga de su agujero.
A Nuño tampoco le eran desconocidas esas historias, puesto que su padre le había narrado sus vivencias en la famosa batalla llamada de las Navas de Tolosa, pero tampoco perdía el hilo de lo que contaba el anciano, sin interrumpirle aunque algún hecho o dato no fuese totalmente fidedigno. El conjunto valía y al joven Guzmán lo tenía fascinado.
El pastor les ofreció lo poco que llevaba para su sustento y ellos compartieron el suyo con el buen hombre y después de un largo reposo se despidieron de él y partieron otra vez, agudizando la vista y el oído para extremar la cautela cuanto más se acercaban a su destino, y tomaron un atajo que les indicó el anciano, advirtiéndoles que no tomasen la ruta habitual, ya que había visto cinco jinetes que iban muy deprisa y a su olfato de perro viejo le daba mala espina tanta premura. Nuño le agradeció el consejo y le dio unas monedas de plata, que para el pobre hombre eran una pequeña fortuna.
No habían caminado demasiado trecho cuando el chico le dijo al señor: “Mi madre también me habló alguna vez de una batalla que le contara a ella su madre y por lo que nos dijo ese hombre debe tratarse de la misma. Recuerdo algunas cosas muy similares, pero relatadas de otra forma y con diferente punto de vista”. “Puede que ese día tenga mucho que ver con tu estirpe, mi querido muchacho”, sentenció el conde.
Y se les echó la noche encima y debían encontrar un refugio seguro tanto a salvo de los lobos y otras alimañas, como de los esbirros del marqués. Y dieron con un modesto cenobio benedictino donde solicitaron cobijo para dormir a cubierto y tomar la frugal cena de los monjes, si todavía quedaba algo de ella. Ya que a esas horas los santos varones oraban sus últimos rezos del día antes de acostarse con las gallinas. El conde se colocó su sello en el dedo y rebeló su identidad e inmediatamente salió a recibirlo el prior con una representación de la comunidad.
El viejo tonsurado saludó al noble señor, bendiciéndolo, y se interesó por el motivo de su viaje. Nuño fue muy parco en explicaciones mientras comía con su paje unas sopas de ajo y algo de queso y le hizo notar al prior su cansancio a fin de que lo dejasen tranquilo con su paje hasta que tocasen a maitines antes de salir el sol. Pero tuvo que ponerse serio y mostrar su terquedad ante el empeño de otro monje más joven por llevarse a Guzmán al dormitorio de los novicios.
Ya sólo le faltaba que allí quisiesen tabicarle el culo a su muchacho delante de sus narices. Uno no podía fiarse ni de los monjes tratándose de un mancebo tan guapo como Guzmán. “A ver si voy a tener que rajar algún sayal esta noche y capar a más de uno que va de santurrón esperando metérsela al primer culito redondo y prieto que se le ponga a tiro”, pensaba Nuño para sus adentros, mirando de reojo a todos lados al ir por el claustro hacia el dormitorio que le habían designado para él y su paje, por supuesto. Cualquiera dejaba solo al chaval en ese sitio donde la mayoría eran hombres con ganas de aliviar la leche de sus pelotas. Y se le vino a la cabeza pensar en cómo tendrían el ano los novicios que aún no cumplieran los catorce años. Y los de algunos más también!. Menudas preas debía haber por el convento!, se dijo el conde.
Y le advirtió a Guzmán: “No te separes de mí ni para mear. Y esta noche en cuanto te folle te pones las calzas otra vez y duermes vestido. Está claro?”. “Sí, mi amo. Pero sólo me la vais a meter una vez?”, dijo el chico. “Bueno. Si me entran más ganas te las bajo otra vez y te la endiño otro rato. Pero tú pégate bien a mí y no te separes ni un ápice de mi cuerpo. Y al menor ruido que oigas me despiertas, que puede haber más que tormenta en el cenobio esta noche”, alegó el conde, Y el crío insistió: “Mi señor, creéis que pueden atacarnos estando aquí?”. “Quizás los sicarios del marqués no, pero andemos con ojo con otros lobos disfrazados de corderos. Al olor de la carne tierna se despiertan apetitos feroces. No lo olvides nunca, Guzmán, porque tú eres un corderillo que está en su punto para hincarle el diente. Debí dejarte en la torre con Bernardo. Allí, con ese eunuco, es donde más seguro estás”.
“Bernardo está capado, señor?”, preguntó asombrado el chico mientras le quitaba las botas a su amo. “Sí”, afirmó el señor. “Pero su voz no es de pito como en otros que yo conocí, señor”, dijo el chiquillo. Y el conde le aclaró: “No, porque se lo hicieron siendo ya un hombre hecho..... Al venir con mi madre a la casa de mi padre, lo capó mi abuelo, su señor hasta entonces, para poder acompañarla y estar con ella y protegerla en ausencia de su marido. Se suele hacer con esclavos destinados a hacer compañía a las damas de alta alcurnia. Los que tu conociste serían los castrados que cantan en las catedrales y sus voces son finas y agudas como las de las mujeres, porque los capan siendo niños aún”. “Me parece muy cruel, mi señor”, objetó el chaval. “Lo es, aunque sea una costumbre”, admitió el conde.
Pero al chico no le parecía una buena solución encerrarlo en la torre con Bernardo, al que ya apreciaba, y le dijo al señor al desnudarse para meterse en el lecho con él: “Mi amo, os soy más útil con vos que no encerrado en una torre por segura que sea. Si en este viaje fueseis solo quién os ayudaría a defenderos de los ataques que hemos sufrido?. Y cuando vuestros cojones se llenan en dónde ibais a descargarlos si no tenéis mi boca y mi culo a mano, mi señor?”.
Nuño se echó a reír y respondió: “Tienes toda la razón, mi valiente y amado mancebo. Si no llega a ser por tu ayuda seguro que ya no estaría en este mundo. Y no sólo por salvar mi vida de enemigos, sino fundamentalmente por evitar que mis pelotas estallen al no descargar tanta leche como fabrican..... Lo que no dices es que de tanta producción eres tú el culpable con ese culito tan hermoso y duro conque te parió tu madre. Por no mencionar ese par de ojazos que me privan del sentido. Entrá en la cama ya, que quiero penetrarte”. “Mi señor, antes he de andar con el perejil y el aceite para estar limpio. Vuelvo enseguida, mi amo”, dijo el chico. Pero Nuño no se fiaba de nadie en ese lugar y saltó de la cama de un salto, diciendo: “No importa como estés. Ven aquí enseguida!”. “Mi señor, así no debo ofrecerme a vos. Dejad que me asee, mi amo”, objetó Guzmán. “Está bien. Vete pero lleva la daga por si las moscas. Y no dudes en usarla si alguien te violenta”, dijo el conde.
El crío fue al establo y al encontrarse con un joven monje le dio como excusa que iba a ver a los caballos y se apuró por desaparecer del claustro. Los dos corceles ya estaban descansando, pero se agitaron al oler al chico y éste los calmo de nuevo y se metió por el culo un tallo de perejil mojado en aceite, tal y como se le enseñara su amo para vaciar las tripas. Y cuando estaba cagando apareció el joven monje preguntándole si necesitaba algo. Guzmán se sonrojó al saber que otro tío lo miraba haciendo de vientre y se levantó nada más notar que ya no salía nada por su ano. Se limpió en un abrir y cerrar de ojos y salió por pies hacia la celda donde le esperaba su señor. Pero el monje lo detuvo agarrándolo por un brazo y quiso besarlo en la boca. El crío se revolvió contra el otro como un tigre y sacando su acerado puñal lo amenazó con tal furia que el monje se acojonó y se largó corriendo del establo.
Y en cuanto entró en el reducido aposento preparado para su amo, éste le preguntó. “Algún problema?”. “Nada que no solventase yo solo, mi señor”, respondió el zagal. Y el amo le ordenó: “Ven a la cama”. Lo tapó con la manta y le dijo: “Acércate más y pega el culo a mi polla que te va a entrar en un par de segundos......
Tienes el culo frío. Te lo lavaste con agua helada?”. Y el crío contestó: “No, mi amo. Pero la noche no es demasiado calurosa y desde la cuadra hasta aquí se me ha enfriado un poco al no ponerme las calzas. Pero lo he dejado muy limpio para vos, mi amo”. El conde le metió un dedo y exclamó: “Huele muy bien, desde luego..... Me encanta notar como te entra!. Tenía ganas de tenerte así y sentir el latido de tu vida en la mía..... Voy a follarte despacio para deleitarme en cada embestida.... Y luego ponte las calzas que esta noche no duermes con el culo al aire por si acaso nos asaltan”.
Pero el crío no pudo vestirse de nuevo las calzas, porque su amo se quedó dormido estrechándolo en sus brazos y sin despegar la verga de su agujero.
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