Autor: Maestro Andreas

miércoles, 23 de marzo de 2011

Capítulo XXI

Nuño, desnudo y tirado sobre los almohadones, observaba como los dos eunucos desnudaban a Guzmán para bañarlo y sobarlo y meterle mano por todo el cuerpo, aunque ellos llamasen a eso masaje, Y el chico le dijo: “Mi señor, son vuestros esclavos y no míos. Por qué no les dejáis que os atiendan y relajen vuestro cuerpo aliviando las tensiones de los músculos?. Resulta agradable y no lo hacen por sexo, sino por dejaros libre de dolores y con el ánimo dispuesto al placer”. Pero el conde respondió: “Son míos, pero su misión es mantener tu cuerpo terso y fresco con esos ungüentos y bálsamos que te dan por todas partes, para que yo goce al tocarte y besar tu piel. Espero que no te vuelvas tan afeminado como esa concubina del señor de esta casa, pero me gusta olerte y notar la suavidad de tu espalda y tus nalgas y miembros después que estos dos te toquetean a fondo”. Mi amo, no creo que esto sea la causa del afeminamiento de ese joven. Estos tratamientos sólo son para mantener los músculos en forma y vos deberíais probarlos, mi señor”.
Entonces uno de los eunucos cogió un mimbre muy fino y se dispuso a golpear la espalda y los glúteos del Guzmán, pero el conde lo detuvo con un grito: “Quieto!. Ni se te ocurra azotar a mi mancebo. Ese privilegio es mío nada más”. Y Hassam alegó: “Mi amo, no voy a castigarlo, sino a revitalizar sus carnes haciendo que circule su sangre. No le dolerá y todo su cuerpo quedará tonificado para serviros mejor, mi amo”. Y Nuño, algo incrédulo pero viendo la voluptuosa redondez del culo de Guzmán, añadió: “Pues si se trata de eso, dame a mi la vara que yo sé como ponerlo a tono para que me de más placer”. Y el eunuco le entrego el mimbre y el conde les dijo a los dos esclavos: “Ponerle varios cojines bajo el vientre hasta que quede a cuatro patas como una potra. Y tú, Hassan sujétalo por la muñecas mientras que Abdul le agarrará los pies”. Y en cuanto el chico estuvo con el culo en pompa y dispuesto como ordenó el amo. Éste le arreó unos varazos en las posaderas que se las dejó marcadas. Guzmán no chilló, pero abrió la boca ante el sorprendente y ardiente dolor que sintió en las nalgas y hundió el rostro en la seda de una almohada.

Y Hassam le dijo al amo: “Mi amo, así duele y eso sí es un castigo. Mirad los verdugones rojos en su carne!”. “Y tú mira como debe tener la polla de tiesa ahora. Debe estar tenso como el cimbel cuando el señuelo se muestra para atraer a la pieza!... Eso no es un castigo sino amor y locura por ese joven que me enerva sólo con respirar a mi lado...Voy a atarle las manos y vosotros ponerle alguna pomada en el culo y aceite en el agujero, que mientras los dos le mantenéis separadas las patas, yo lo voy a montar y preñar como a una yegua después de brearle las ancas por ser tan hermosa y provocadora. Y más tarde os premiaré con mi leche a vosotros por cuidar tan bien de la joya de mi casa”.

Y de qué manera lo montó!. Lo cabalgó con tal maestría y nervio que hasta los dos eunucos se excitaron como gatas y gemían como si los estuviese jodiendo a ellos. Fuese por el escozor de los varazos o la brusquedad de las clavadas del amo, Guzmán era un temblor incesante y su respiración jadeante era un claro síntoma de que entraba en un orgasmo brutal, sin que los eunucos pudiesen mantener quietas sus piernas. En el momento del clímax casi derriba a su jinete, que sólo su destreza lo mantuvo sobre el lomo del chaval, clavándose más adentro, y Nuño se derramó en el interior del vientre de su amado con un alarido de gozo que hizo estremecer los muros de la casa.
Después reinó el silencio y cuatro cuerpos juntos, entre mullidas almohadas, recuperaban el resuello y traspiraban como potros cansados y extenuados tras la carrera, oliendo a almizcle, semen y sudor. Hassam y Abdul volvían a tener trabajo para asear y relajar a su amo y su bella cabalgadura. Y esta vez si le dieron un buen masaje al conde que cedió ante la insistencia de Guzmán y se entregó a la delicia de los cuidados de los dos lindos y expertos eunucos.

Y con la calma vinieron la preguntas del chico al conde y las dudas y resquemores que anidaban en su pecho. Y le habló muy pegado al rostro: “Mi amo, Es muy hermosa y os mira con pasión, como diciendo que seréis sólo para ella. Y debe ser tan delicada su piel y su cuerpo tan armonioso que vuestros ojos no podrán mirar a otro lado y las noches volverán a ser oscuras y solitarias para mí. Sé que ha de ser así y no debo lamentarlo, porque es por el bien de mi amo al que adoro. Pero mi cuerpo siempre os esperará, ya que mi alma no puede separarse de vos”.

Nuño besó al chiquillo con la mayor ternura y le respondió: “Tienes razón en parte, pero no en que dormirás solo. Porque aunque mis deberes conyugales me lleven a veces a la alcoba de Doña Sol, sólo será para fecundarla y ni veré y tocaré su cuerpo desnudo. Es que no sabes que una dama virtuosa no muestra su desnudez ni a su dueño y esposo?. Llevará siempre una camisa larga con una abertura en su sexo para penetrarla y terminado el acto marital la dejaré en su cama para volver contigo y darte el amor que sólo alberga mi corazón para ti. Tú eres la única hembra que gozaré porque eres el macho al que amo. Guzmán, no sufras por lo que no pasará jamás y dame fuerzas para sobrellevar la carga que me impone mi linaje”.

Guzmán rompió en sollozos y rogó a su dueño que lo tomase otra vez y con más fuerza que la anterior si eso fuese posible. Cuanto más dolor le ocasionaba la penetración de la contundente verga de Nuño, más disfrutaba el chico y tanto quería morir como gritar al mundo que ese cipote rompedor era su placer hecho carne. Mas no todo podía ser delirio y, como tenía que resolver otros asuntos en la ciudad, el conde ordenó a los eunucos que trajesen ropas discretas para él y su paje porque no quería llamar la atención ni lucir al chaval como un pavo real en época de apareamiento.

Con ropas sencillas como dos plebeyos, el conde y su paje se adentraron en el barrio judío de la ciudad y visitaron a un cambista, viejo conocido del padre de Nuño, que los recibió con afecto y se puso a disposición del conde para lo que fuese menester. Nuño precisaba crédito para realizar un viaje y no quería llevar encima tantas monedas en oro como necesitaba, por lo que el judío le entregó una carta con la que le avalaba ante otros banqueros colegas suyos de diferentes ciudades, para que le diesen todo el dinero que desease el conde. Y para garantizar la deuda que contraía con el prestamista, Nuño le otorgó una carta de pago contra los diezmos de sus señoríos.
Al abandonar la casa de Ibrahín, Guzmán quiso saber para que iba a necesitar tanto dinero su amo y éste le contestó: “No son asuntos que te importen, pero te diré que tengo que hacer un viaje y tú me esperarás con los eunucos abusando del hospedaje en la casa de mi buen amigo”. Guzmán no quiso saber nada más y soltó: “No pretenderéis ir solo y dejarme en Sevilla?”. “Es peligroso y no quiero exponer tu vida“, afirmó el conde. “Perdonad, mi señor. Mi vida sois vos y si os ocurre algo ya no tendré otra vida que guardar. Donde vayáis allí iré yo, mi amo. O no recordáis que casi os salvé cuando nos atacaron?”, replicó el zagal. “No lo olvido ni tú dejas que lo haga. Quién te oiga pensará que te batiste con un ejército para rescatarme. Pero reconozco tu valor y tu hombría como se merecen, aunque te use como a una perra en la cama... Está bien!. No pongas esa cara de mártir que sólo te falta hacer pucheros como un niño de teta. Vendrás conmigo a Granada. Y no se hable más!. Ahora tenemos que hacer otros encargos. Así que camina y calla”.
Y continuaron callejeando por los barrios de Sevilla en dirección al de los armeros.

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