La mirada del conde si fijó en el bulto de Guzmán, que comenzaba a presentar una pequeña mancha oscura como si hubiese meado algunas gotas que traspasaban el tejido de las las ajustadas calzas. El crío estaba colorado y ya le asomaba el sudor a la frente, notándose húmedo y expuesto a cualquier mirada curiosa además de la de su señor. Y una de ellas fue la de Don Froilán, que también reparó en el hinchado paquete del muchacho.
El conde agarró por un brazo al chico y le susurró al oído: “No sabes decir que tienes ganas de mear?. Te das cuenta que aún estamos en el salón del trono del rey de Castilla y tú te estás orinando las calzas?”. “No me orino, mi señor”, protestó Guzmán. Y el conde añadió: “Sé que no te orinas por lo abultada que tienes la entrepierna. Pero también sé que eres una zorra cachonda y al llegar a la casa de mi anfitrión, me voy a servir un par de tajadas de carne roja para cogerlas y comerlas a mi gusto. Tápate con la capa ese florón de lascivia que luces por delante, aunque estoy seguro que por detrás también llevas otro justo a la altura del ano. Qué es lo que te ha puesto tan cachondo como para mojarte de ese modo?. Acaso te excitan las ceremonias?”. “No, mi señor. Me calentó vuestra mirada y saber lo que me decían vuestros ojos”, respondió el chico. “Me gusta que seas morboso, pero te voy a calentar las carnes para que aprendas a dominar tus pasiones y sobre todo tu lujuria”, afirmó el conde. Y añadió: “Pero cubre ese reclamo antes de que Doña Sol gire su cabeza y se percate que el paje de su futuro esposo es un puto guarro salido. Qué pensaría esa joven dama de ti, que tanto admiras su hermosura haciéndote el machito, cuando lo que te pone a tono es soñar con una verga en el culo?”.
El mancebo enrojeció más y se defendió: “Mi señor, ella es muy bella y admirarla no significa que me las quiera dar de lo que no soy. Al menos ante mi amo. Y no es cierto que me ponga perra una polla cualquiera en el culo. La que me excita es esa, que ahora apunta al techo en vuestra entrepierna, y no otra, mi amo. Mi culo solamente quiere vuestra verga, mi señor”. “No me provoques que te la juegas, Guzmán”, le advirtió el conde. “Para mí ese miembro no es un juego, sino lo que hace que mi vida sea maravillosa, mi señor”, puntualizó el chico.
Y Guzmán, aún más caliente y empalmado, le preguntó al conde que se tocaba el paquete: “Mi amo, cómo me vais a castigar?. Atado a una columna y zurrándome con una correa en el culo, o me pondréis sobre vuestras rodillas boca abajo y descargaréis la mano sobre mis nalgas hasta que llore y os pida clemencia y perdón?”. Nuño, ocultando la excitación de su verga con la capa, dijo: “Estoy en dudas sobre como hacerlo. Si te azoto con la correa no siento el temblor de tu cuerpo sobre mi carne al golpearte. Y si lo hago tumbándote sobre mis muslos me los llenaras de babas manchándome las calzas a mi también. Tendría que quitármelas y pegarte sobre mis piernas desnudas y entonces lo que me pringaras será el vello. Pero disfrutaré más dándote con la mano y sintiendo los espasmos que te provocan los azotes. Lo que sí sé es que voy a brearte el culo hasta que eche humo tu piel”. “Sí, mi amo. Lo merezco porque soy un cochino que no sé reprimir mis necesidades. Y luego que me haréis, mi señor. Cómo comeréis mis cachas coloradas y ardiendo?”, siguió preguntando el mancebo, casi gimiendo. “Eso ya lo sabes sin que yo te lo diga”, dijo el conde.
Pero Guzmán insistió: “Sí, mi amo, pero me excita oírlo y siento que soy un miserable esclavo que no merece gozar de un dueño como vos. Decidme, por favor!. Cómo me vais a clavar la verga en mi carne roja y ansiosa de que la devore su señor?”. El conde se detuvo en su lento andar y le aseguró al muchacho: “Guzmán, no sigas tentándome o te pondré el culo como una parrilla aquí mismo, sino te clavo en esa columna como si fueses un mirlo atravesado por un punzón, sin necesidad de bajarte las calzas”. Y el crío manchó más las calzas tanto a la altura del pene como del culo.
Don Froilán, que estaba atento sin ningún disimulo de los gestos y los ligeros movimientos del los labios de la pareja, se excusó para dejarlos, alegando una urgencia imprevista, y salió cagando leches del salón hacia sus aposentos para trincarse al primer paje que hallase en ellos. Y le tocó en suerte un mocito, muy apañado de cuerpo y culo, al que le metió candela hasta llenarlo de leche dos veces. El noble primo de la reina se había puesto como un burro imaginando como el conde se tiraría a su doncel después de romperle el trasero a palmadas. Y qué culo más apetitoso tiene el jodido Guzmán!, se repetía el joven mientras le daba caña a uno de sus pajes.
Doña Sol se reunió con Nuño y Guzmán, pero la temperatura que despedían ambos incluso logró que la dama se sofocase. Y, sin quererlo, la joven bajó la mirada hasta donde su ocultaban los paquetazos de los dos mozos bajo las capas. Ella no imaginaba lo que ocurría en esa parte de la anatomía de los muchachos, pero por un momento pensó que le gustaría verlos en pelotas a los dos. Si el resto era tan bello y sugestivo como lo que ya había visto del cuerpo de ambos hombres, suponía que su vida de casada no iba a ser una pesadilla si conseguía que su esposo la desease. Doña Sol, sin que lo supiese su aya, se había visto más de una vez desnuda en un espejo y, en su opinión, su cuerpo era hermoso y su blancura en contraste con el cabello rojo, a juego con el vello del sexo, tenía que atraer a un hombre y encelarlo como a un garañón ante una yegua madura.
El conde reiteró un par de cumplidos hacia su dama y seguido de su mancebo se despidió de la Joven con una precipitación excesiva para no resultar por lo menos chocante. Salieron del salón principal del palacio como si tuviesen azogue en el culo y pasaron de largo por los corrillos formados tras la audiencia, sin apenas mirar quienes eran los reunidos.
Montaron a toda prisa en sus caballos y el par de guardianes negros que los custodiaban lo hicieron sobre la marcha para no separarse de ellos ni un metro. Llevaban una carrera ciega empujados por el ansia de gozarse, y no se dieron cuenta que al pasar ante las puertas de la catedral unos extraños mendigos los observaban. Doblaron la esquina de la seo, casi resbalando en las piedras del suelo las herraduras de sus corceles, y el fino oído de cazador de Guzmán escuchó el silbido de una flecha que venía directa hacia el conde.
El chaval apretó más a Siroco para ponerse a la altura de Nuño e intentar taparlo con su cuerpo y parar la flecha asesina. Y por fortuna el arquero falló y la afilada saeta se clavó en un madero de la fachada de una casa, rozando por pelos la espalda de los dos jinetes. Como dos relámpagos, los imesebelen alcanzaron los flancos del conde y su doncel y sus musculosos torsos formaron un impenetrable escudo de carne negra que no sería capaz de atravesarlo ni una lanza.
Pero eso no era más que el primer ataque de unos cobardes que no se atrevían a dar la cara y luchar frente a frente. Un segundo disparo arañó un hombro de uno de los férreos guerreros africanos y un tercero casi acierta en la cabeza del conde que le pasó peinándole la pluma del gorro . Se estaba complicando el asunto puesto que no veían a sus atacantes y sólo podían calcular de donde les venían lo flechazos. Pero al no llevar arcos, su capacidad de respuesta estaba limitada al cuerpo a cuerpo, lo que cabreaba profundamente al conde.
Guzmán, nervioso por la situación de indefensión al no poder cubrirse de los invisibles arqueros, giró en círculo con el caballo, buscando una alternativa para salir del apuro, como tantas veces le había ocurrido en su vida de furtivo, y escudriño rápidamente el entorno para localizar un paramento o algo que los resguardase de las flechas.
Mas la situación era extrema y necesitaba discurrir rápido y sin aturullarse, dado que estaba en peligro la vida de su señor. Pero no veía resquicio por donde salir airoso en tales circunstancias adversas.
Era el señor. El amo de la vida y haciendas de sus vasallos. El joven Conde a quien en su feudo le apodaban "El Feroz"
martes, 26 de abril de 2011
domingo, 24 de abril de 2011
Capítulo XXXIV
El Alférez Mayor de los Monteros Reales anunció con voz sonora: “Plaza al Rey de Castilla, de Toledo, de León y de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia y de Jaén y del Algarbe!”. Y en el umbral del salón del trono de los reales alcázares hizo su aparición Don Alfonso, el rey sabio, con su esposa la reina Doña Violante de Aragón y Hungría. La gran sala se hallaba llena de gente y en ella estaba representada la alta nobleza del reino, el alto clero y el pueblo llano. Parecía una convocatoria a Cortes Generales del reino de Castilla, pero sólo era un acto de audiencia pública del rey.
Y entre los asistentes estaban también Nuño y Guzmán, acompañados por Froilán. Doña Sol iba en el séquito tras los reyes de la mano del infante Don Alfonso de Molina, tío del monarca, precediendo a los hermanos del rey, incluido el infante Don Fadrique y al resto de la familia real.
Doña Sol estaba hermosa y reluciente ese día y adornaba sus orejas con los aretes que le regalara el conde. Y el mancebo se lo comentó a su amo: “Mi señor, está muy bella mi señora Doña Sol”. El conde frunció el ceño y mirando al chico dijo: “Si no te conociera al punto de saber donde más te gusta que te apriete, diría que te gusta esa mujer!. Has visto, Froilán, como se las gasta ahora el muchacho?. Hasta va a resultar que es un machito follador de hembras!”. “Conde, no se puede negar que Doña Sol es una criatura encantadora y muy hermosa. Yo mismo la admiro y mis gustos no son nada sospechosos respecto a preferencias en el sexo”, dijo Froilán. Y Nuño añadió: “No digo que no sea una mujer bella. Al contrario. Quizás es una pena que lo sea y no pueda tener a su lado un hombre que aprecie sus prendas en lo que valen”. Froilán se rió pero dijo: “Nuño, no digas tan pronto de este agua no beberé, porque cuando se tiene sed no se ponen demasiados reparos a un agua por no creerla de tu agrado. Puede que también te sacie la sed y te refresque como la del otro manantial donde estás acostumbrado a beber”. “Lo dudo, amigo mío”, aseveró Nuño con una irónica sonrisa.
El anuncio de la boda, que no era un secreto para nadie, fue acogido como si fuese la novedad de la jornada y todos dieron sus parabienes a los novios al terminar la audiencia real. Y el infante Don Alfonso, al felicitar al conde, se fijó en Guzmán y le expresó con cariño su alegría por su rápido restablecimiento, pero antes de dejarlos en compañía de otros caballeros y damas, que también daban a Doña Sol sus parabienes, el tío del rey le comentó disimuladamente a Don Froilán: “Es imposible y deben ser cosas de la edad, pero este muchacho me recuerda a alguien cercano y no puede ser”. Don Froilán palideció y preguntó: “A qué os referís, mi Señor?. Quizás un parecido físico en la cara?”. El infante titubeó un instante y añadió: “No sé. Puede que sea más en los gestos y el aire al moverse y mirar. Pero no es posible. Me estoy haciendo viejo, Froilán!. Eso es lo que pasa. Sólo son tonterías. Os dejo que he de reunirme con mi sobrino. Pero antes quisiera hablar a solas con el conde. Permíteme, amigo mío”. Y el infante enganchó al conde por un brazo y se lo llevó aparte para hablar con él sin oídos ajenos al acecho.
El infante Don Alfonso le preguntó: “Nuño, sospechas cuales son las razones por las que mi sobrino tiene tanta prisa en que te cases?”. “Al parecer mi señora la reina no quiere estar en estado avanzado de gestación para ser la madrina”, respondió Nuño. Y el infante objetó: “Y tú crees que eso le importa a mi sobrino como para cambiar sus planes?. No. Lo que desea el rey es que le den un heredero y la barriga de la reina le hace albergar esperanzas de que así sea, con o sin boda por medio. Lo que no quiere el rey es que tu vida esté en peligro y te expongas a mayores riesgos en un viaje peligrosos a Granada y no haya un heredero de tus dominios”.
El infante hizo una pausa y continuó: “Nuño, sabes cual fue la causa del odio entre tu padre y el marqués?”. “Es algo que viene de antiguo, mi Señor”, contestó el conde. “Pero no sabes por qué”, dijo el infante. “No”, dijo Nuño. Y Don Alfonso de Molina prosiguió: “Se ve que tu padre no quiso revelarte ciertas cosas de familia. El marqués, primo de tu padre, se enamoró de tu madre y al no poder casarse con ella lo hizo con su hermana, tu tía Eleonor. Pero no pudo resistir la tentación de humillar a tu padre raptando a su esposa recién casada y no lo logró. Cuando quiso intentarlo de nuevo tu madre ya estaba en cinta y los planes del marqués se vinieron abajo. El quería seducirla o violarla, eso le daba igual, pero deseaba preñarla y que tuviese un hijo suyo y no de tu padre. Y así el heredero del condado sería su hijo, para mayor agravio de su primo el conde. Al no conseguirlo juró vengarse y llegar a ser dueño de todos los dominios del condado y no del hijo de su enemigo. Porque si tu mueres sin herederos legítimos, como él pretende, todas tus posesiones pasaran a ser suyas. Y eso es lo que intenta evitar el rey”.
Nuño quedó perplejo por tales revelaciones y observó al infante con ojos sorprendidos, diciéndole: “Señor, él tampoco tiene descendencia legítima por ahora. Mi tía no le dio hijos. Y si quien muere sin herederos es el marqués, sus tierras son mías”. “Así es, Nuño”, afirmó el infante. Y prosiguió: “Y si no se tuercen las cosas, todo será tuyo, conde. Porque el marqués morirá más pronto que tarde. O por tu propia mano o por la justicia del rey. Por eso mi real sobrino te ordena que preñes a tu esposa cuanto antes y vayas a hacerle un buen servicio a Granada. Después hará lo que considere justo para los intereses del reino y los tuyos.”. “Que así sea, mi Señor”, acató Don Nuño y se despidió respetuosamente del príncipe.
Tanto Froilán como Guzmán se acercaron al conde al verlo solo y notaron su cara pensativa, indicando estar en profundas meditaciones. Y Froilán le preguntó: “Algún otro problema además de la boda?”. Y Nuño sonrió queriendo quitar importancia a su preocupaciones y contestó: “No, sólo que he de cubrir bien a mi esposa y preñarla cuanto antes. Y luego a Granada con mi doncel”. “Vaya!. Qué animado te veo de pronto para cumplir con el débito conyugal!”, exclamo el amigo, Y el conde respondió: “Son órdenes del rey, mi buen amigo!”. “Mil diablos!. Es que ahora nuestro Señor el rey se ha metido a mamporrero?. Y no lo digo por faltar al respeto al rey de Castilla, pero suena a eso, mi querido Nuño!”. “Al único que precisaría para dirigir mi miembro al coño de mi dama no sabe como se hacen esas cosas. Verdad, mi bello doncel?”, contestó el conde mirando a Guzmán con ojos de deseo que le gritaban: “Te voy a dar por el culo tras esos cortinajes, porque me va a estallar la polla y los cojones al verte tan guapo con ese terno que te han plantado encima los putos eunucos. Qué culo te hacen esas jodidas calzas, pardiez!”. Y disimuladamente le atizó un pellizco en las nalgas al chico que lanzó un ahogado grito.
Guzmán captó el mensaje de su señor y se le subieron los colores a las mejillas como si todo el salón lo hubiese recibido. De repente se sintió desnudo entre toda esa gente y que su culo era observado y comentaban como lo iba a montar el conde tras una cortina, pero sin correrla del todo para que todos viesen que era su puta y se lo jodía donde y cuando le daba la gana. Y el chico se empalmó viéndose ya pinchado por el culo y ensartado en la verga de su señor el conde.
Y ahora que ya estaba acostumbrado a que los dos eunucos le lamiesen el culo y la polla para limpiarlo al terminar la follada, quién se lo haría en el salón del trono de los reales alcázares?. Seguro que habría más de un voluntario para comerse el pringado ojete del crío y la leche del conde.
Y el pito de Guzmán también no quedaría sin bocas y lenguas para dejarlo impoluto.
Y entre los asistentes estaban también Nuño y Guzmán, acompañados por Froilán. Doña Sol iba en el séquito tras los reyes de la mano del infante Don Alfonso de Molina, tío del monarca, precediendo a los hermanos del rey, incluido el infante Don Fadrique y al resto de la familia real.
Doña Sol estaba hermosa y reluciente ese día y adornaba sus orejas con los aretes que le regalara el conde. Y el mancebo se lo comentó a su amo: “Mi señor, está muy bella mi señora Doña Sol”. El conde frunció el ceño y mirando al chico dijo: “Si no te conociera al punto de saber donde más te gusta que te apriete, diría que te gusta esa mujer!. Has visto, Froilán, como se las gasta ahora el muchacho?. Hasta va a resultar que es un machito follador de hembras!”. “Conde, no se puede negar que Doña Sol es una criatura encantadora y muy hermosa. Yo mismo la admiro y mis gustos no son nada sospechosos respecto a preferencias en el sexo”, dijo Froilán. Y Nuño añadió: “No digo que no sea una mujer bella. Al contrario. Quizás es una pena que lo sea y no pueda tener a su lado un hombre que aprecie sus prendas en lo que valen”. Froilán se rió pero dijo: “Nuño, no digas tan pronto de este agua no beberé, porque cuando se tiene sed no se ponen demasiados reparos a un agua por no creerla de tu agrado. Puede que también te sacie la sed y te refresque como la del otro manantial donde estás acostumbrado a beber”. “Lo dudo, amigo mío”, aseveró Nuño con una irónica sonrisa.
El anuncio de la boda, que no era un secreto para nadie, fue acogido como si fuese la novedad de la jornada y todos dieron sus parabienes a los novios al terminar la audiencia real. Y el infante Don Alfonso, al felicitar al conde, se fijó en Guzmán y le expresó con cariño su alegría por su rápido restablecimiento, pero antes de dejarlos en compañía de otros caballeros y damas, que también daban a Doña Sol sus parabienes, el tío del rey le comentó disimuladamente a Don Froilán: “Es imposible y deben ser cosas de la edad, pero este muchacho me recuerda a alguien cercano y no puede ser”. Don Froilán palideció y preguntó: “A qué os referís, mi Señor?. Quizás un parecido físico en la cara?”. El infante titubeó un instante y añadió: “No sé. Puede que sea más en los gestos y el aire al moverse y mirar. Pero no es posible. Me estoy haciendo viejo, Froilán!. Eso es lo que pasa. Sólo son tonterías. Os dejo que he de reunirme con mi sobrino. Pero antes quisiera hablar a solas con el conde. Permíteme, amigo mío”. Y el infante enganchó al conde por un brazo y se lo llevó aparte para hablar con él sin oídos ajenos al acecho.
El infante Don Alfonso le preguntó: “Nuño, sospechas cuales son las razones por las que mi sobrino tiene tanta prisa en que te cases?”. “Al parecer mi señora la reina no quiere estar en estado avanzado de gestación para ser la madrina”, respondió Nuño. Y el infante objetó: “Y tú crees que eso le importa a mi sobrino como para cambiar sus planes?. No. Lo que desea el rey es que le den un heredero y la barriga de la reina le hace albergar esperanzas de que así sea, con o sin boda por medio. Lo que no quiere el rey es que tu vida esté en peligro y te expongas a mayores riesgos en un viaje peligrosos a Granada y no haya un heredero de tus dominios”.
El infante hizo una pausa y continuó: “Nuño, sabes cual fue la causa del odio entre tu padre y el marqués?”. “Es algo que viene de antiguo, mi Señor”, contestó el conde. “Pero no sabes por qué”, dijo el infante. “No”, dijo Nuño. Y Don Alfonso de Molina prosiguió: “Se ve que tu padre no quiso revelarte ciertas cosas de familia. El marqués, primo de tu padre, se enamoró de tu madre y al no poder casarse con ella lo hizo con su hermana, tu tía Eleonor. Pero no pudo resistir la tentación de humillar a tu padre raptando a su esposa recién casada y no lo logró. Cuando quiso intentarlo de nuevo tu madre ya estaba en cinta y los planes del marqués se vinieron abajo. El quería seducirla o violarla, eso le daba igual, pero deseaba preñarla y que tuviese un hijo suyo y no de tu padre. Y así el heredero del condado sería su hijo, para mayor agravio de su primo el conde. Al no conseguirlo juró vengarse y llegar a ser dueño de todos los dominios del condado y no del hijo de su enemigo. Porque si tu mueres sin herederos legítimos, como él pretende, todas tus posesiones pasaran a ser suyas. Y eso es lo que intenta evitar el rey”.
Nuño quedó perplejo por tales revelaciones y observó al infante con ojos sorprendidos, diciéndole: “Señor, él tampoco tiene descendencia legítima por ahora. Mi tía no le dio hijos. Y si quien muere sin herederos es el marqués, sus tierras son mías”. “Así es, Nuño”, afirmó el infante. Y prosiguió: “Y si no se tuercen las cosas, todo será tuyo, conde. Porque el marqués morirá más pronto que tarde. O por tu propia mano o por la justicia del rey. Por eso mi real sobrino te ordena que preñes a tu esposa cuanto antes y vayas a hacerle un buen servicio a Granada. Después hará lo que considere justo para los intereses del reino y los tuyos.”. “Que así sea, mi Señor”, acató Don Nuño y se despidió respetuosamente del príncipe.
Tanto Froilán como Guzmán se acercaron al conde al verlo solo y notaron su cara pensativa, indicando estar en profundas meditaciones. Y Froilán le preguntó: “Algún otro problema además de la boda?”. Y Nuño sonrió queriendo quitar importancia a su preocupaciones y contestó: “No, sólo que he de cubrir bien a mi esposa y preñarla cuanto antes. Y luego a Granada con mi doncel”. “Vaya!. Qué animado te veo de pronto para cumplir con el débito conyugal!”, exclamo el amigo, Y el conde respondió: “Son órdenes del rey, mi buen amigo!”. “Mil diablos!. Es que ahora nuestro Señor el rey se ha metido a mamporrero?. Y no lo digo por faltar al respeto al rey de Castilla, pero suena a eso, mi querido Nuño!”. “Al único que precisaría para dirigir mi miembro al coño de mi dama no sabe como se hacen esas cosas. Verdad, mi bello doncel?”, contestó el conde mirando a Guzmán con ojos de deseo que le gritaban: “Te voy a dar por el culo tras esos cortinajes, porque me va a estallar la polla y los cojones al verte tan guapo con ese terno que te han plantado encima los putos eunucos. Qué culo te hacen esas jodidas calzas, pardiez!”. Y disimuladamente le atizó un pellizco en las nalgas al chico que lanzó un ahogado grito.
Guzmán captó el mensaje de su señor y se le subieron los colores a las mejillas como si todo el salón lo hubiese recibido. De repente se sintió desnudo entre toda esa gente y que su culo era observado y comentaban como lo iba a montar el conde tras una cortina, pero sin correrla del todo para que todos viesen que era su puta y se lo jodía donde y cuando le daba la gana. Y el chico se empalmó viéndose ya pinchado por el culo y ensartado en la verga de su señor el conde.
Y ahora que ya estaba acostumbrado a que los dos eunucos le lamiesen el culo y la polla para limpiarlo al terminar la follada, quién se lo haría en el salón del trono de los reales alcázares?. Seguro que habría más de un voluntario para comerse el pringado ojete del crío y la leche del conde.
Y el pito de Guzmán también no quedaría sin bocas y lenguas para dejarlo impoluto.
sábado, 23 de abril de 2011
Capítulo XXXIII
Guzmán prefería acompañar al conde a la corte que quedarse en casa de Aldalahá recibiendo clases de latín, árabe, matemáticas y otros materias que le decía que serían necesarias para su futuro. Disfrutaba más con la esgrima y la lucha cuerpo a cuerpo, pero esta última solía practicarla con Nuño. De su herida sólo quedaba un ligero recuerdo en su piel, aunque Doña Sol todavía iba a verlo y pasar un rato hablando o jugando con él al ajedrez, que le encantaba a la chica y se lo enseñó también a Guzmán, aunque ella le ganaba siempre y se reía como una loca al ver la cara de pasmo del chaval cuando le decía “jaque al rey”. Y más tarde, en un par de movimientos, le soltaba eso de “jaque mate”. Y eso ya le jodía a Guzmán, que lo tomaba como una derrota en el campo de batalla. Y a manos de una mujer de su edad para mayor oprobio.
Sin embargo, floreció una buena a mistad entre los dos adolescentes y les gustaba estar juntos. Bueno, sólo amistad era por parte del chico, puesto que ella cada vez lo miraba con ojos más dulces y no podía olvidar el vientre plano, firme y dorado y el vello rizado que coronaba el pene del muchacho. Y que lamentaba cada día no haber podido vérselo para hacerse una idea más exacta de lo que le iban a meter por su sexo al casarse con el conde. Ya que suponía que todos los hombres, independientemente de su edad, lo tendrían igual. Cómo iba a imaginarse el trancazo que le aguardaba en su noche nupcial. Hecho que se iba a adelantar inesperadamente cuando ella menos lo deseaba.
Esa mañana el conde había salido muy temprano para ser recibido por el rey y al regresar al palacio de su anfitrión, venía de muy mal humor. Guzmán, que leía la mente de su señor aunque no le viese la cara con gesto alguno que denotase su estado de ánimo, le pregunto: “Mi señor, os han dado malas noticias sobre algún asunto?”. “Sí”, respondió secamente Nuño. Y añadió: “La preñez de la reina me ha jodido!”. “Qué tenéis que ver vos con eso?”, preguntó el chaval. Y el conde soltó: “Por fortuna nada, pero como desea ser mi madrina de boda y no quiere ir con un bombo que afee su figura en la ceremonia, el rey ha decidido que se adelanta mi boda con Doña Sol antes de que el vientre de la soberana se note demasiado”. “Y cuando será, mi amo?”, quiso saber el mancebo. Y el conde le anunció: “Mañana será anunciada oficialmente durante la audiencia pública del rey en el salón del trono y será dentro de dos semanas. Eso retrasa aún más el viaje a Granada, porque no podré partir al día siguiente. Al menos tendré que esperar una semana para asegurarme que la dejo preñada. Y eso supone unas noches sin ti y me cabrea y me jode!”.
Guzmán sintió algo de tristeza por la noticia, pero no por ser Doña Sol la novia, sino por sentirse desplazado en el lecho de su señor. De tener que compartir a su amo con una mujer, prefería que fuese ella la afortunada. Mas cómo sería su vida con el conde a partir del enlace, se preguntaba el chaval. Quizás ya no podría pasar con él la mayor parte del día y menos durante la noche. Ella reclamaría los favores del esposo, porque Guzmán daba por hecho que al probar el sexo con Nuño, Doña Sol se enamoraría de su marido y no soñaría con otra cosa que ser poseída por Nuño, como le ocurrió también a él mismo ya antes de ser penetrado por el conde.
Su cara perdió la sonrisa por un instante, pero Nuño le hizo reír con unas cosquillas empeñado en verle la marca de la herida para besársela. El mancebo fingió que se resistía y terminó tumbado boca arriba en el suelo, aplastado por Nuño que le sujetaba las manos y le decía: “Me gusta verte indefenso en mis manos y voy a comerte a pequeños bocados, empezando por lamer esa cicatriz que ya casi se está borrando. Te lastimo o te peso demasiado, mi pequeño capullo de rosa?”. Guzmán se reía y le dijo al conde: “No, mi señor. Pero sin desear faltar al respeto que os debo, mi amo, a veces os ponéis muy tonto conmigo diciéndome lindezas y ya soy un hombre y no un niño y menos una damisela”. Nuño soltó una carcajada y después de besar la boca del chaval le dijo: “Tú eres lo que yo quiera, ya sea un macho o una ramera o la más delicada y dulce de la mujeres. Tú serás lo que yo desee en cada momento y ahora te quiero hembra para gozarte”. Y sin molestarse en bajarle las calzas al chico se las rasgó y le colocó las patas sobre sus hombros diciendo: “Ese agujero es el mejor coño que un hombre puede desear para joderlo”. Y se la clavó de golpe y en seco.
Guzmán se quejó por la embestida tremenda que recibía y con gemidos y voz lastimera dijo: “Mi amo, a veces sois cruel con vuestra verga al enfilar mi ano... Y al penetrarlo con tanta fuerza y brusquedad me hacéis daño, pero...”. “Pero qué, si ya estás caliente como una gata... Qué pero es el que me dices...si ya abres más el culo para que te la meta más a fondo... Di...Cuál es el pero...”, preguntaba Nuño golpeándole rudamente el agujero con sus cojones. Y la gata gimió más fuerte y se puso perra y jadeó como loca y con más suspiros y quejidos gritó como una zorra: “Pero... Más, más fuerte, mi amo...Más fuerte aún, que me deshago de gusto con esa verga en el culo... Sí,... Así... Noto el capullo en mi vientre y me muero de gozo, mi señor”. Nuño jadeaba como un toro y dijo con dificultad:“Y yo... siento como...ese redondel de carne... se ciñe a mi... polla como un anillo... de bodas... y me... besa cada ...centímetro que meto en ti... Guzmán... No podré pasar ni una sola noche sin follarte... y... temo que al metérsela a ella.... suelte tu nombre... o crea que eres tú quien la tiene dentro.... Si pudieses tener tú mis hijos!”. “Yo soy un hombre... como vos,... mi señor,... aunque por daros... placer... sea la más viciosa de las putas... no puedo engendrar nada en mi vientre... que no sea vuestro propio gozo convertido en leche”, gritó el mancebo sudando y rojo de excitación.
Luego los dos eunucos los bañaron y vistieron para estar más presentables al reunirse con su anfitrión que los esperaba para tomar un refrigerio. Nuño y Guzmán llevaban puestas ropas al estilo árabe que dejaban ver el centro del pecho, el estómago y el vientre, justo hasta el comienzo del pubis, y la hermosura de ambos jóvenes era un regalo para la vista de cualquiera. Aldalahá no pudo reprimir un elogio para los dos y su satisfacción al verlos tan risueños, pero se preocupó por la noticia de la inminente boda del conde. No le pareció suficiente que se adelantase tanto tan sólo por el estado de gestación de la reina Doña Violante y su capricho de ser una madrina sin bombo demasiado aparente, cuando su entrada en todos los actos, al igual que la del rey, no sólo era a bombo y platillo sino con fanfarrias y chistus. Pero aún así felicitó al desposado y le prometió un regalo acorde con el afecto que le tenía.
Caprichos de la soberana, dijo Nuño. Pero para el noble almohade tenía que haber algo más en ese cambio de planes tan precipitado. Fuera como fuere, quedaban pocos días para los preparativos de los esponsales, aunque se celebrasen sin demasiada pompa y derroche de medios y dineros. El conde no tenía ganas de fiestas con motivo de su boda y le fastidiaba también retrasar los proyectos que tenía pensado realizar al volver a su feudo. Sin embargo, la voluntad del rey primaba sobre todo lo demás. Así que ajo y agua y a casarse ya. No tenía otra opción el noble conde feroz.
Y tuvo que aparecer ella para estropearle el resto del día a Don Nuño. Doña Sol se presentó de improviso en la casa de Aldalahá, con su inseparable aya y un discreto séquito de criados, y el anfitrión del conde la acompañó al salón en que se encontraban Nuño y Guzmán, además de la caterva de eunucos y simples esclavos y sirvientes de la casa. La joven dama venía a tratar con el conde algunos detalles de los esponsales, ya que éste no se había dignado ir a verla en palacio y tuvo que enterarse de su presencia ante el rey por un mayordomo de cámara, que era confidente de Doña Petra.
Nuño consideró que tales cuestiones no necesitaban ser tratadas en privado con su casi esposa y le ofreció asiento a su dama frente a él y su amado. Y no solamente a Doña Sol se le fueron los ojos a los pechos y vientres de los dos jóvenes. La mirada de su aya podría quemar un bosque de tan encendida que era. Y la de la cría no le iba a la zaga. Doña Sol se sorprendió todavía más que con la primera visión del torso de Guzmán, pero ahora fue con los dos. Los pectorales de Nuño y los músculos del estómago, que parecían de hierro, lograron que le entrase una calentura que le subió hasta la nuca y la hizo sudar, pero con un temblor impreciso que casi la marea. Y sin reponerse de ese sobresalto, Guzmán se inclinó hacia delante para alcanzar un vaso y le vio otra vez el vello rizado y lo que creyó que era parte del pito. Tuvo que darse aire y se quejó que hacía calor en la estancia, aunque le estaba dando en pleno el aire de un paipay conque la abanicaba un eunuco.
Doña Sol no pudo estar demasiado tiempo con los hombres y tras perfilar algunos detalles triviales con Don Nuño y preguntar por qué no estaban con ellos las esposas del dueño de la casa, ante la contestación del conde, que estaban donde debían, es decir en el harén, prefirió irse a palacio alegando un sofoco que no le dejaba respirar. La visita tenía todas las trazas de ser algo forzada por la necesidad de ver a Guzmán al enterarse que le quedaban los días contados para ser soltera.
Ya que ella también pensaba que su vida tras la boda no sería la misma ni su trato con el chico tampoco. Y eso le daba pena y algo más.
Sin embargo, floreció una buena a mistad entre los dos adolescentes y les gustaba estar juntos. Bueno, sólo amistad era por parte del chico, puesto que ella cada vez lo miraba con ojos más dulces y no podía olvidar el vientre plano, firme y dorado y el vello rizado que coronaba el pene del muchacho. Y que lamentaba cada día no haber podido vérselo para hacerse una idea más exacta de lo que le iban a meter por su sexo al casarse con el conde. Ya que suponía que todos los hombres, independientemente de su edad, lo tendrían igual. Cómo iba a imaginarse el trancazo que le aguardaba en su noche nupcial. Hecho que se iba a adelantar inesperadamente cuando ella menos lo deseaba.
Esa mañana el conde había salido muy temprano para ser recibido por el rey y al regresar al palacio de su anfitrión, venía de muy mal humor. Guzmán, que leía la mente de su señor aunque no le viese la cara con gesto alguno que denotase su estado de ánimo, le pregunto: “Mi señor, os han dado malas noticias sobre algún asunto?”. “Sí”, respondió secamente Nuño. Y añadió: “La preñez de la reina me ha jodido!”. “Qué tenéis que ver vos con eso?”, preguntó el chaval. Y el conde soltó: “Por fortuna nada, pero como desea ser mi madrina de boda y no quiere ir con un bombo que afee su figura en la ceremonia, el rey ha decidido que se adelanta mi boda con Doña Sol antes de que el vientre de la soberana se note demasiado”. “Y cuando será, mi amo?”, quiso saber el mancebo. Y el conde le anunció: “Mañana será anunciada oficialmente durante la audiencia pública del rey en el salón del trono y será dentro de dos semanas. Eso retrasa aún más el viaje a Granada, porque no podré partir al día siguiente. Al menos tendré que esperar una semana para asegurarme que la dejo preñada. Y eso supone unas noches sin ti y me cabrea y me jode!”.
Guzmán sintió algo de tristeza por la noticia, pero no por ser Doña Sol la novia, sino por sentirse desplazado en el lecho de su señor. De tener que compartir a su amo con una mujer, prefería que fuese ella la afortunada. Mas cómo sería su vida con el conde a partir del enlace, se preguntaba el chaval. Quizás ya no podría pasar con él la mayor parte del día y menos durante la noche. Ella reclamaría los favores del esposo, porque Guzmán daba por hecho que al probar el sexo con Nuño, Doña Sol se enamoraría de su marido y no soñaría con otra cosa que ser poseída por Nuño, como le ocurrió también a él mismo ya antes de ser penetrado por el conde.
Su cara perdió la sonrisa por un instante, pero Nuño le hizo reír con unas cosquillas empeñado en verle la marca de la herida para besársela. El mancebo fingió que se resistía y terminó tumbado boca arriba en el suelo, aplastado por Nuño que le sujetaba las manos y le decía: “Me gusta verte indefenso en mis manos y voy a comerte a pequeños bocados, empezando por lamer esa cicatriz que ya casi se está borrando. Te lastimo o te peso demasiado, mi pequeño capullo de rosa?”. Guzmán se reía y le dijo al conde: “No, mi señor. Pero sin desear faltar al respeto que os debo, mi amo, a veces os ponéis muy tonto conmigo diciéndome lindezas y ya soy un hombre y no un niño y menos una damisela”. Nuño soltó una carcajada y después de besar la boca del chaval le dijo: “Tú eres lo que yo quiera, ya sea un macho o una ramera o la más delicada y dulce de la mujeres. Tú serás lo que yo desee en cada momento y ahora te quiero hembra para gozarte”. Y sin molestarse en bajarle las calzas al chico se las rasgó y le colocó las patas sobre sus hombros diciendo: “Ese agujero es el mejor coño que un hombre puede desear para joderlo”. Y se la clavó de golpe y en seco.
Guzmán se quejó por la embestida tremenda que recibía y con gemidos y voz lastimera dijo: “Mi amo, a veces sois cruel con vuestra verga al enfilar mi ano... Y al penetrarlo con tanta fuerza y brusquedad me hacéis daño, pero...”. “Pero qué, si ya estás caliente como una gata... Qué pero es el que me dices...si ya abres más el culo para que te la meta más a fondo... Di...Cuál es el pero...”, preguntaba Nuño golpeándole rudamente el agujero con sus cojones. Y la gata gimió más fuerte y se puso perra y jadeó como loca y con más suspiros y quejidos gritó como una zorra: “Pero... Más, más fuerte, mi amo...Más fuerte aún, que me deshago de gusto con esa verga en el culo... Sí,... Así... Noto el capullo en mi vientre y me muero de gozo, mi señor”. Nuño jadeaba como un toro y dijo con dificultad:“Y yo... siento como...ese redondel de carne... se ciñe a mi... polla como un anillo... de bodas... y me... besa cada ...centímetro que meto en ti... Guzmán... No podré pasar ni una sola noche sin follarte... y... temo que al metérsela a ella.... suelte tu nombre... o crea que eres tú quien la tiene dentro.... Si pudieses tener tú mis hijos!”. “Yo soy un hombre... como vos,... mi señor,... aunque por daros... placer... sea la más viciosa de las putas... no puedo engendrar nada en mi vientre... que no sea vuestro propio gozo convertido en leche”, gritó el mancebo sudando y rojo de excitación.
Luego los dos eunucos los bañaron y vistieron para estar más presentables al reunirse con su anfitrión que los esperaba para tomar un refrigerio. Nuño y Guzmán llevaban puestas ropas al estilo árabe que dejaban ver el centro del pecho, el estómago y el vientre, justo hasta el comienzo del pubis, y la hermosura de ambos jóvenes era un regalo para la vista de cualquiera. Aldalahá no pudo reprimir un elogio para los dos y su satisfacción al verlos tan risueños, pero se preocupó por la noticia de la inminente boda del conde. No le pareció suficiente que se adelantase tanto tan sólo por el estado de gestación de la reina Doña Violante y su capricho de ser una madrina sin bombo demasiado aparente, cuando su entrada en todos los actos, al igual que la del rey, no sólo era a bombo y platillo sino con fanfarrias y chistus. Pero aún así felicitó al desposado y le prometió un regalo acorde con el afecto que le tenía.
Caprichos de la soberana, dijo Nuño. Pero para el noble almohade tenía que haber algo más en ese cambio de planes tan precipitado. Fuera como fuere, quedaban pocos días para los preparativos de los esponsales, aunque se celebrasen sin demasiada pompa y derroche de medios y dineros. El conde no tenía ganas de fiestas con motivo de su boda y le fastidiaba también retrasar los proyectos que tenía pensado realizar al volver a su feudo. Sin embargo, la voluntad del rey primaba sobre todo lo demás. Así que ajo y agua y a casarse ya. No tenía otra opción el noble conde feroz.
Y tuvo que aparecer ella para estropearle el resto del día a Don Nuño. Doña Sol se presentó de improviso en la casa de Aldalahá, con su inseparable aya y un discreto séquito de criados, y el anfitrión del conde la acompañó al salón en que se encontraban Nuño y Guzmán, además de la caterva de eunucos y simples esclavos y sirvientes de la casa. La joven dama venía a tratar con el conde algunos detalles de los esponsales, ya que éste no se había dignado ir a verla en palacio y tuvo que enterarse de su presencia ante el rey por un mayordomo de cámara, que era confidente de Doña Petra.
Nuño consideró que tales cuestiones no necesitaban ser tratadas en privado con su casi esposa y le ofreció asiento a su dama frente a él y su amado. Y no solamente a Doña Sol se le fueron los ojos a los pechos y vientres de los dos jóvenes. La mirada de su aya podría quemar un bosque de tan encendida que era. Y la de la cría no le iba a la zaga. Doña Sol se sorprendió todavía más que con la primera visión del torso de Guzmán, pero ahora fue con los dos. Los pectorales de Nuño y los músculos del estómago, que parecían de hierro, lograron que le entrase una calentura que le subió hasta la nuca y la hizo sudar, pero con un temblor impreciso que casi la marea. Y sin reponerse de ese sobresalto, Guzmán se inclinó hacia delante para alcanzar un vaso y le vio otra vez el vello rizado y lo que creyó que era parte del pito. Tuvo que darse aire y se quejó que hacía calor en la estancia, aunque le estaba dando en pleno el aire de un paipay conque la abanicaba un eunuco.
Doña Sol no pudo estar demasiado tiempo con los hombres y tras perfilar algunos detalles triviales con Don Nuño y preguntar por qué no estaban con ellos las esposas del dueño de la casa, ante la contestación del conde, que estaban donde debían, es decir en el harén, prefirió irse a palacio alegando un sofoco que no le dejaba respirar. La visita tenía todas las trazas de ser algo forzada por la necesidad de ver a Guzmán al enterarse que le quedaban los días contados para ser soltera.
Ya que ella también pensaba que su vida tras la boda no sería la misma ni su trato con el chico tampoco. Y eso le daba pena y algo más.
martes, 19 de abril de 2011
Capítulo XXXII
Pasada la hora de vísperas, se detuvo una litera en la puerta de la casa del noble Aldalahá, escoltada a caballo por Don Froilán, y de ella bajó Doña Sol acompañada por su aya. Un esclavo anunció la visita al señor de la casa y éste salió para recibir con los debidos honores a tan distinguida dama y sus acompañantes. Nuño también fue al encuentro de su prometida y Doña Sol renunció a cualquier agasajo pues prefería ir directamente al aposento donde yacía Guzmán.
Al muchacho le estaban cambiando el vendaje uno de los médicos y observaba la buena marcha de la cicatrización de la herida cuando entraron en la alcoba la comitiva formada por la dama y su dueña y los tres señores. Guzmán, con el torso desnudo, quiso incorporarse al ver a la joven y su aya, pero el conde se lo impidió diciendo: “No te incorpores que aún no está curada esa cuchillada. No sea que por respeto a mi dama se abra de nuevo y empeore tu estado. Doña Sol se hace cargo y disculpa que no hagas reverencias ante ella. No es así, señora?”. Doña Sol se aproximó al lecho hasta poder alcanzar al chico con su mano y le dijo nerviosa al ver el pecho terso y tenso del mozo: “Guzmán, no te esfuerces porque deseo comprobar tu mejoría y no sea que por ser educado y amable en exceso conmigo, tu herida sangre de nuevo. Te encuentras bien y con ánimo?”. “Sí, mi señora y me abruma que os hayáis molestado por mí”, respondió el chico.
La joven casi se ruboriza al destapársele al muchacho el vientre, dejando ver las inglés y Froilán se sonrió viendo a Nuño apresurarse a taparlo con el lienzo que se había escurrido con el movimiento del mancebo. Pero la visión de aquel precioso pubis con el vello oscuro y rizado que anunciaba el comienzo del pene, se grabó en la mente de la cría como si se lo hubiesen bordado en oro.
“Es lo que le hacía falta para prendarse más del zagal”, pensó Doña Petra. Y la casta dueña tuvo que reconocer que el muchacho era un pastel para cualquier boca golosa. Los eunucos se acercaron al chico y le vistieron una túnica de lino, pero se la levantaron por encima de la cintura para que el médico continuase con la cura. Doña sol se sentó frente al muchacho y no se perdía nada de lo que el galeno le hacía para limpiar y desinfectar la zona dañada y los ungüentos y apósitos que le aplicó antes de vendarlo de nuevo. Parecía que estuviese en una clase de medicina para aprender a curar futuras lesiones o heridas de guerra de su esposo, pero no era eso lo que deseaba la dama.
Ella quería empacharse con la visión de la piel y los músculos del chaval, recordando en cada movimiento del médico como el paño, al deslizarse, había ido dejando al aire el vientre de Guzmán. Era el primer cuerpo de hombre casi desnudo que veía y la experiencia le había resultado extraordinariamente hermosa. Y por un momento pensó si el de su futuro esposo sería parecido y tan atractivo como ese otro. Y también se le vino a la cabeza, sin querer, cómo sería lo que había después de ese vello que daba la sensación de húmedo. Eso sería lo que tendría que entrar en su cuerpo para ser fecundada y entonces tenía que ser pequeño o sería imposible meterlo por un agujero que le parecía demasiado estrecho para algo un poco grueso. Y salió de estas elucubraciones cuando el señor de la casa le ofreció unos dulces acercándole una bandeja de plata.
Doña Sol estuvo bastante rato charlando sobre todo con Guzmán y el primo de la reina de cosas sin trascendencia, pero que a la joven deberían divertirla porque reía por lo más nimio que dijese el muchacho y la dueña advirtió a su señora que debían volver al palacio, pues se hacía tarde para asistir a la sesión de música y canto en la cámara de la reina. Y Doña Sol, algo fastidiada, se levantó y acerco su mano a la boca de Guzmán para que se la besara despidiéndose de él.
Al salir de la habitación, Froilán se quedó algo rezagado con el conde y le dijo: “Ya has visto que no había problema en la visita. Pero hay nuevas que pueden ser beneficiosas para Guzmán, porque la reina por fin está encinta. Andará ya por los tres o cuatro meses de embarazo, según confirman los médicos y las parteras. Y si sobrevive la criatura, sea o no varón, la sucesión del rey está asegurada. Pero de lo contrario estarán vivas las expectativas del infante Don Fadrique y entrarán en juego las intrigas en torno a cualquier posible heredero y eso no me gusta nada. Ese príncipe no es santo de mi devoción, pero la sucesión se determina según lo establecido en el Fuero Juzgo”. “Esperemos que nazca un sucesor por el bien de todos”, manifestó el conde.
Los ojos del mancebo lo miraban entre melancólicos y con gran contento por tenerlo a su lado y le habló a Nuño: “Señor. Habéis visto mi cicatriz?”. “Sí. Y ya tiene muy buen aspecto”, afirmó Nuño. Pero el chico añadió: “Me quedará una marca y temo que afee mi cuerpo. Vos siempre besáis mi piel y os gusta su suave tersura y que no haya imperfección en ella. Pero ahora ya no será así. La cicatriz se notará.”. Nuño acarició la mejilla del chico y le respondió: “Aún sin un miembro serías perfecto. Más si esa marca es por mi causa. Será un galardón que veneraré mientras viva y estoy deseando besarlo sin vendas como deseo tenerte y darte por el culo con fuerza para que me sientas llenarte el vientre. Y no me trates como a tu amo sino como a tu amante”. Guzmán se sonrió y le contestó: “Quiero que mi señor sea mi amo. Y así lo siento porque sé que os pertenezco. Y aunque fuese un príncipe como se empeña en insinuar el noble Aldalahá, yo sería igualmente vuestro esclavo, porque no quiero la libertad sin vos. Ser noble o paje no me importa. Pero lo que deseo es ser siervo de mi señor. Y vuestra ramera si eso os place, mi amado señor”. “Eres eso y más, porque lo eres todo”, dijo Nuño.
Luego, al acompañar a su anfitrión durante la cena, le contó lo que Froilán le había dicho sobre Guzmán y el noble almohade quedó pasmado de que fuese verdad la coincidencia de ser nieto de dos reyes tan grandes. Y le confesó al conde: “Don Nuño, nunca os dije que fui el preceptor del príncipe Yusuf. El mismo que tanto os amó, según me contaba en sus cartas. Y vos a él, por lo que decía. Si no os incomoda, me gustaría encargarme de la formación de Guzmán. Bueno, debéis saber que su nombre árabe es algo más largo, pero se puede simplificar. Y vos mismo podéis hacerlo. Ese príncipe para mi pueblo se llama Muhammad Yusuf al-Mustansir, el deseado”. Y Nuño no dudó al decir: “Si he de simplificarlo, le llamaremos Yusuf como al otro. Sabía que me lo había enviado él”.
Iba a ser duro para el muchacho aprender tantas cosas en un tiempo escaso, pero los dos señores partían de la indubitada creencia que Guzmán era muy inteligente y su mente despierta cogía cualquier enseñanza al vuelo. Ya que prácticamente solo, había aprendido cuanto sabía de la vida y el mundo, cogiendo de aquí y allá lecturas o pláticas que le sirvieran para defenderse hasta entonces.
Esa noche, ya en el lecho, el conde no pudo resistirse más y puso de lado al mancebo, abrazándolo por detrás, y se la calcó despacio pero hasta el fondo. Guzmán se sintió revivir al notar el roce de la verga de Nuño en su interior y los chorros tibios de leche que llenaban su recto.
Y también se corrió con su señor. Después, los eunucos le limpiaron los restos por detrás y por delante con la boca.
Al muchacho le estaban cambiando el vendaje uno de los médicos y observaba la buena marcha de la cicatrización de la herida cuando entraron en la alcoba la comitiva formada por la dama y su dueña y los tres señores. Guzmán, con el torso desnudo, quiso incorporarse al ver a la joven y su aya, pero el conde se lo impidió diciendo: “No te incorpores que aún no está curada esa cuchillada. No sea que por respeto a mi dama se abra de nuevo y empeore tu estado. Doña Sol se hace cargo y disculpa que no hagas reverencias ante ella. No es así, señora?”. Doña Sol se aproximó al lecho hasta poder alcanzar al chico con su mano y le dijo nerviosa al ver el pecho terso y tenso del mozo: “Guzmán, no te esfuerces porque deseo comprobar tu mejoría y no sea que por ser educado y amable en exceso conmigo, tu herida sangre de nuevo. Te encuentras bien y con ánimo?”. “Sí, mi señora y me abruma que os hayáis molestado por mí”, respondió el chico.
La joven casi se ruboriza al destapársele al muchacho el vientre, dejando ver las inglés y Froilán se sonrió viendo a Nuño apresurarse a taparlo con el lienzo que se había escurrido con el movimiento del mancebo. Pero la visión de aquel precioso pubis con el vello oscuro y rizado que anunciaba el comienzo del pene, se grabó en la mente de la cría como si se lo hubiesen bordado en oro.
“Es lo que le hacía falta para prendarse más del zagal”, pensó Doña Petra. Y la casta dueña tuvo que reconocer que el muchacho era un pastel para cualquier boca golosa. Los eunucos se acercaron al chico y le vistieron una túnica de lino, pero se la levantaron por encima de la cintura para que el médico continuase con la cura. Doña sol se sentó frente al muchacho y no se perdía nada de lo que el galeno le hacía para limpiar y desinfectar la zona dañada y los ungüentos y apósitos que le aplicó antes de vendarlo de nuevo. Parecía que estuviese en una clase de medicina para aprender a curar futuras lesiones o heridas de guerra de su esposo, pero no era eso lo que deseaba la dama.
Ella quería empacharse con la visión de la piel y los músculos del chaval, recordando en cada movimiento del médico como el paño, al deslizarse, había ido dejando al aire el vientre de Guzmán. Era el primer cuerpo de hombre casi desnudo que veía y la experiencia le había resultado extraordinariamente hermosa. Y por un momento pensó si el de su futuro esposo sería parecido y tan atractivo como ese otro. Y también se le vino a la cabeza, sin querer, cómo sería lo que había después de ese vello que daba la sensación de húmedo. Eso sería lo que tendría que entrar en su cuerpo para ser fecundada y entonces tenía que ser pequeño o sería imposible meterlo por un agujero que le parecía demasiado estrecho para algo un poco grueso. Y salió de estas elucubraciones cuando el señor de la casa le ofreció unos dulces acercándole una bandeja de plata.
Doña Sol estuvo bastante rato charlando sobre todo con Guzmán y el primo de la reina de cosas sin trascendencia, pero que a la joven deberían divertirla porque reía por lo más nimio que dijese el muchacho y la dueña advirtió a su señora que debían volver al palacio, pues se hacía tarde para asistir a la sesión de música y canto en la cámara de la reina. Y Doña Sol, algo fastidiada, se levantó y acerco su mano a la boca de Guzmán para que se la besara despidiéndose de él.
Al salir de la habitación, Froilán se quedó algo rezagado con el conde y le dijo: “Ya has visto que no había problema en la visita. Pero hay nuevas que pueden ser beneficiosas para Guzmán, porque la reina por fin está encinta. Andará ya por los tres o cuatro meses de embarazo, según confirman los médicos y las parteras. Y si sobrevive la criatura, sea o no varón, la sucesión del rey está asegurada. Pero de lo contrario estarán vivas las expectativas del infante Don Fadrique y entrarán en juego las intrigas en torno a cualquier posible heredero y eso no me gusta nada. Ese príncipe no es santo de mi devoción, pero la sucesión se determina según lo establecido en el Fuero Juzgo”. “Esperemos que nazca un sucesor por el bien de todos”, manifestó el conde.
Los ojos del mancebo lo miraban entre melancólicos y con gran contento por tenerlo a su lado y le habló a Nuño: “Señor. Habéis visto mi cicatriz?”. “Sí. Y ya tiene muy buen aspecto”, afirmó Nuño. Pero el chico añadió: “Me quedará una marca y temo que afee mi cuerpo. Vos siempre besáis mi piel y os gusta su suave tersura y que no haya imperfección en ella. Pero ahora ya no será así. La cicatriz se notará.”. Nuño acarició la mejilla del chico y le respondió: “Aún sin un miembro serías perfecto. Más si esa marca es por mi causa. Será un galardón que veneraré mientras viva y estoy deseando besarlo sin vendas como deseo tenerte y darte por el culo con fuerza para que me sientas llenarte el vientre. Y no me trates como a tu amo sino como a tu amante”. Guzmán se sonrió y le contestó: “Quiero que mi señor sea mi amo. Y así lo siento porque sé que os pertenezco. Y aunque fuese un príncipe como se empeña en insinuar el noble Aldalahá, yo sería igualmente vuestro esclavo, porque no quiero la libertad sin vos. Ser noble o paje no me importa. Pero lo que deseo es ser siervo de mi señor. Y vuestra ramera si eso os place, mi amado señor”. “Eres eso y más, porque lo eres todo”, dijo Nuño.
Luego, al acompañar a su anfitrión durante la cena, le contó lo que Froilán le había dicho sobre Guzmán y el noble almohade quedó pasmado de que fuese verdad la coincidencia de ser nieto de dos reyes tan grandes. Y le confesó al conde: “Don Nuño, nunca os dije que fui el preceptor del príncipe Yusuf. El mismo que tanto os amó, según me contaba en sus cartas. Y vos a él, por lo que decía. Si no os incomoda, me gustaría encargarme de la formación de Guzmán. Bueno, debéis saber que su nombre árabe es algo más largo, pero se puede simplificar. Y vos mismo podéis hacerlo. Ese príncipe para mi pueblo se llama Muhammad Yusuf al-Mustansir, el deseado”. Y Nuño no dudó al decir: “Si he de simplificarlo, le llamaremos Yusuf como al otro. Sabía que me lo había enviado él”.
Iba a ser duro para el muchacho aprender tantas cosas en un tiempo escaso, pero los dos señores partían de la indubitada creencia que Guzmán era muy inteligente y su mente despierta cogía cualquier enseñanza al vuelo. Ya que prácticamente solo, había aprendido cuanto sabía de la vida y el mundo, cogiendo de aquí y allá lecturas o pláticas que le sirvieran para defenderse hasta entonces.
Esa noche, ya en el lecho, el conde no pudo resistirse más y puso de lado al mancebo, abrazándolo por detrás, y se la calcó despacio pero hasta el fondo. Guzmán se sintió revivir al notar el roce de la verga de Nuño en su interior y los chorros tibios de leche que llenaban su recto.
Y también se corrió con su señor. Después, los eunucos le limpiaron los restos por detrás y por delante con la boca.
sábado, 16 de abril de 2011
Capítulo XXXI
Los cascos de los caballos hollaban las piedras de Sevilla de vuelta al palacio de Aldalahá. El conde tenía prisa por ver de nuevo a Guzmán, pero su cabeza flotaba en una nebulosa martilleada por las palabras de Froilán, así como las explicaciones dadas por el rey respecto a dejar parar por un tiempo la afrenta del marqués. Las razones de Alfonso X giraban en torno a los intereses del reino y la necesidad que tenía de confiarle la embajada ante el rey de Granada, por lo que no le permitía poner en riego su vida en otra empresa que no fuese llevar una carta a Mahamed II y traerle su contestación a la mayor brevedad posible.
La reina se había puesto incluso pesada por saber la vida y milagros de Guzmán, pero Nuño escurrió el bulto como mejor pudo, con la ayuda de Froilán, y le contó que se trataba de un zagal que un día, estando de caza, le había salvado del ataque de un lobo, al que el muchacho mató de un flechazo, salvando la vida del conde. Le dijo a la reina que la presencia del chico la consideró providencial y por eso lo tomó a su servicio, haciéndolo su paje, y ya lo estaba adiestrando para ser su escudero también. Nuño afirmó a la soberana que Guzmán era un mancebo muy listo aunque no versado en letras. Y tanto él como Froilán tuvieron la impresión que Doña Violante se tragaba ese cuento.
Peor se le puso la cuestión con Doña Sol. A la que visitó antes de abandonar el palacio. La joven dama estaba trastornada por saber y tener nuevas noticias sobre el estado del doncel y el conde, su prometido, le puso al corriente de los cuidados recibidos por los médicos y por los dos eunucos, asegurándole que el chico se repondría rápidamente de sus heridas. Doña Sol dibujó una sonrisa en su boca y se tapó el pecho con las dos manos para ocultar su agitación. Era un consejo que le diera su aya para evitar que otros ojos notasen la turbación que producían en la niña cualquier novedad relativa a Guzmán. La adolescente dama también había encontrado un príncipe azul sin saberlo y su inocente ansia le privaba de la prudencia necesaria para ser discreta con sus sentimientos.
La joven señora preguntó mil cosas sobre el suceso, haciendo hincapié en lo que hubiese padecido el zagal a manos de sus captores, preocupada por su dolor y su angustia, que era más reflejo de la suya que la de Guzmán. Pero el conde no se fijaba en ella lo suficiente como para sospechar sus sentimientos. Y por ello no sólo no le enojaba tanta pregunta, sino que gustosamente hablaba de su doncel, sin reparar a su vez que su voz, al nombrarlo, denotaba algo más que el simple afecto por un buen paje.
A otro, cuando menos, le molestaría la aptitud de su dama hacia otro joven, o del propio Guzmán si pusiese el mismo interés en saber la suerte de otro hombre. Pero a Nuño no le preocupaban los pensamientos y deseos de Doña Sol hacía su doncel, porque no concebía ni remotamente la posibilidad de imaginarlo en brazos de una mujer. Ese crío sólo había nacido para él y ningún otro ser en la tierra podría atraer al muchacho. Y menos el coño de una hembra cuando su ano se humedecía con sólo notar el roce del capullo del conde. Para Nuño, Guzmán era un macho valiente y audaz en la aventura y fiero en la pelea, pero en la cama sólo era la más delicada y tierna de las criaturas. Más que cualquier fémina, aunque resistiese y gozase con la brusquedad y fuerza de su sexo como un hombre. Si Nuño sospechase la debilidad de Doña sol por el chico, sentiría celos por su amado y no por ella. Y Doña Sol, en el momento que su prometido abandonaba la estancia, le preguntó: “Mi señor. Habría algún inconveniente en que vaya a visitar a vuestro paje a la casa del noble almohade que os cobija?”. Nuño se paro en seco y dudó en volver la cabeza, pero lo hizo y preguntó a su vez: “Mi señora. Creéis oportuna tal visita donde habita vuestro prometido antes de celebrarse los esponsales?”. Pero la joven no se amilanó por la negativa encubierta y dijo: “Mi señor, no creo que sea motivo de escándalo que vuestra futura esposa acuda con su aya a comprobar personalmente el estado en que se encuentra el escudero de mi señor esposo, que ha sido atacado y herido. No sólo es de humanidad, sino de afecto hacia quien sirve lealmente a mi prometido. Mi señor, si no tenéis otras razones de más peso, iré después del rezo de vísperas en la catedral”. Nuño quedó fastidiado por la intromisión de la dama en la vida que estimaba como privada, pero mostró su conformidad y hasta fingiendo complacencia por la decisión de Doña Sol y se fue echando venablos con el pensamiento.
Pero qué diantres tenía que pintar esa niña en el aposento donde amaba y se follaba a su paje!, pensaba Nuño al cruzarse con Froilán. Y éste le preguntó: “Va todo bien?”. Nuño reaccionó al ver a su amigo y le contestó: “Sí y no”. “Explícate, pardiez!”, exclamó el otro. Y el conde se explicó: “Sí a todo, más o menos. Pero no a que mi prometida va a ir a meter sus narices en mi alcoba con la excusa de ver a Guzmán... Qué diablos se le perdió a esa dama junto al lecho donde está mi amado?”. Froilán sonrió y le dijo: “Nuño, las mujeres son muy listas y posesivas. Y una de dos. O cela de su esposo o del amado de éste. En ella no cabe esperar otra cosa que sus celos sean por su señor. Aunque nunca se sabe, señor conde, porque ese doncel o príncipe, si así lo prefieres, es muy guapo y atractivo y más de una dama de la corte le echaría los tejos sin dudarlo”. “No bromees con eso, Froilán!”, protestó Nuño. Y el otro añadió: “De vez en cuando es bueno liberar tensiones haciendo una guasa a un amigo. No será más que una visita de cumplido. En eso demuestro un corazón generoso la joven Doña Sol. Además de hermosa es buena y querrá a su marido. Estoy seguro. Vamos, Nuño, que seguramente Guzmán espera impaciente a su amante”.
Y era verdad lo que pensaba Froilán. Guzmán no veía la hora de ver al conde y mareaba a los eunucos a causa de sus nervios, preocupado por la seguridad de Nuño. Temía que lo atacasen también y estando en la cama tirado y sin fuerzas, no podía ir a salvarlo del peligro. Y Hassam decidió por su cuenta ver al noble Aldalahá y contarle el estado de ansiedad de Guzmán. El señor de la casa acudió sin demora a los aposentos del conde y se sentó junto al lecho para calmar y tranquilizar al muchacho. Y le dijo: “ No temas por mi amigo, pues va acompañado por dos buenos guerreros que venderán caras sus vidas por proteger la del conde. Guzmán, desde ahora cuatro de mis imesebelen darán protección permanente al conde y a su doncel. Dos ya van con él y otros dos vigilan y guardan estos aposentos. Esos cuatro esclavos son tuyos y estarán a tu servicio. Sus vidas son tuyas, bello doncel”. El noble señor le llamó doncel por no pronunciar lo que su mente le gritaba: “Mi bello príncipe y señor”, porque para él, sin la menor duda, Guzmán era el nieto del gran califa de los almohades y su nombre, según se decía de boca a boca, era Muhammad Yusuf al-Mustansir. El príncipe deseado por muchos almohades andalusíes de Sevilla.
El conde volvió junta a Guzmán y no se reprimió por la presencia de Aldalahá para besarlo en los labios. El chico lo miró encantado y tampoco reprimió su lengua para decirle: “Mi amado señor!. Os amo y no puedo resistir saber que no estoy con vos ante cualquier riesgo o peligro. Abrázame fuerte, mi amo!”. Los eunucos lloraron ante la demostración de amor del joven por su señor y Aldalahá sonrió satisfecho por la suerte del chico al tener por amante a un hombre con un par de cojones bien puestos como el conde que no temía abrazar ante otros al amado. E hizo una seña a los dos castrados para que saliesen y dejasen solos a los amantes.
Y Nuño se recostó al lado del mancebo y le preguntó: “Sabes leer y escribir?”. “Sí, pero sólo en la lengua vulgar de Castilla y también entiendo y escribo la otra en que me hablaba mi madre”, respondió el chaval. “Y cual es esa?”, inquirió Nuño. “Decía que así hablaba mi padre y le escribía poemas. En el palacio del rey oí hablar así a algunos caballeros y damas”, contestó el chico. Y Nuño comenzó a hablarle en gallego para preguntarle si esa era la otra lengua. Y Guzmán dijo: Sí, mi señor. Esa es. Vos también la habláis?”. Y Nuño dijo: “Sí. Es la lengua culta de la corte de León y que también se habla en la de Castilla. El propio rey escribe en ese lenguaje sus poemas. Es más elegante que la vulgar del pueblo llano que usamos ahora más a menudo... Pero ni entiendes el latín ni el árabe, ya que no sabías lo que pone en el puñal que te regalé. Que por cierto estaba con el resto del botín de los miserables que te atacaron”. “Mi señor. El lenguaje de los frailes lo entiendo a medias, pero ese otro no, porque no sé que significan esos signos tan raros”. Nuño besó la frente del crío y le dijo: “Aprenderás a leer y a escribir esos signos y también el latín. Tienes que ser un hombre culto y no sólo un guerrero... Porque no eres un esclavo sino un doncel. Mi doncel y mi amor. Eso eres tú, Guzmán. El príncipe de mi corazón y no mi paje”. Nuño daría un brazo por clavársela al muchacho pero temía que se reabriese la herida del costado y se mordió las ganas, aunque la polla no ocultaba su ansia por entrar en el culo del crío. Y éste, también salido y con más ganas que el conde por sentir la enorme verga rascándole las tripas, agachó la cabeza hasta alcanzarle el paquete y le sacó el miembro para mamárselo y alimentarse con la leche del conde.
No había mejor reconstituyente para el zagal que ese líquido espeso, tibio y lechoso que le inundó la boca después de unas cuantas chupadas exprimiendo bien el cipote de Nuño.
La reina se había puesto incluso pesada por saber la vida y milagros de Guzmán, pero Nuño escurrió el bulto como mejor pudo, con la ayuda de Froilán, y le contó que se trataba de un zagal que un día, estando de caza, le había salvado del ataque de un lobo, al que el muchacho mató de un flechazo, salvando la vida del conde. Le dijo a la reina que la presencia del chico la consideró providencial y por eso lo tomó a su servicio, haciéndolo su paje, y ya lo estaba adiestrando para ser su escudero también. Nuño afirmó a la soberana que Guzmán era un mancebo muy listo aunque no versado en letras. Y tanto él como Froilán tuvieron la impresión que Doña Violante se tragaba ese cuento.
Peor se le puso la cuestión con Doña Sol. A la que visitó antes de abandonar el palacio. La joven dama estaba trastornada por saber y tener nuevas noticias sobre el estado del doncel y el conde, su prometido, le puso al corriente de los cuidados recibidos por los médicos y por los dos eunucos, asegurándole que el chico se repondría rápidamente de sus heridas. Doña Sol dibujó una sonrisa en su boca y se tapó el pecho con las dos manos para ocultar su agitación. Era un consejo que le diera su aya para evitar que otros ojos notasen la turbación que producían en la niña cualquier novedad relativa a Guzmán. La adolescente dama también había encontrado un príncipe azul sin saberlo y su inocente ansia le privaba de la prudencia necesaria para ser discreta con sus sentimientos.
La joven señora preguntó mil cosas sobre el suceso, haciendo hincapié en lo que hubiese padecido el zagal a manos de sus captores, preocupada por su dolor y su angustia, que era más reflejo de la suya que la de Guzmán. Pero el conde no se fijaba en ella lo suficiente como para sospechar sus sentimientos. Y por ello no sólo no le enojaba tanta pregunta, sino que gustosamente hablaba de su doncel, sin reparar a su vez que su voz, al nombrarlo, denotaba algo más que el simple afecto por un buen paje.
A otro, cuando menos, le molestaría la aptitud de su dama hacia otro joven, o del propio Guzmán si pusiese el mismo interés en saber la suerte de otro hombre. Pero a Nuño no le preocupaban los pensamientos y deseos de Doña Sol hacía su doncel, porque no concebía ni remotamente la posibilidad de imaginarlo en brazos de una mujer. Ese crío sólo había nacido para él y ningún otro ser en la tierra podría atraer al muchacho. Y menos el coño de una hembra cuando su ano se humedecía con sólo notar el roce del capullo del conde. Para Nuño, Guzmán era un macho valiente y audaz en la aventura y fiero en la pelea, pero en la cama sólo era la más delicada y tierna de las criaturas. Más que cualquier fémina, aunque resistiese y gozase con la brusquedad y fuerza de su sexo como un hombre. Si Nuño sospechase la debilidad de Doña sol por el chico, sentiría celos por su amado y no por ella. Y Doña Sol, en el momento que su prometido abandonaba la estancia, le preguntó: “Mi señor. Habría algún inconveniente en que vaya a visitar a vuestro paje a la casa del noble almohade que os cobija?”. Nuño se paro en seco y dudó en volver la cabeza, pero lo hizo y preguntó a su vez: “Mi señora. Creéis oportuna tal visita donde habita vuestro prometido antes de celebrarse los esponsales?”. Pero la joven no se amilanó por la negativa encubierta y dijo: “Mi señor, no creo que sea motivo de escándalo que vuestra futura esposa acuda con su aya a comprobar personalmente el estado en que se encuentra el escudero de mi señor esposo, que ha sido atacado y herido. No sólo es de humanidad, sino de afecto hacia quien sirve lealmente a mi prometido. Mi señor, si no tenéis otras razones de más peso, iré después del rezo de vísperas en la catedral”. Nuño quedó fastidiado por la intromisión de la dama en la vida que estimaba como privada, pero mostró su conformidad y hasta fingiendo complacencia por la decisión de Doña Sol y se fue echando venablos con el pensamiento.
Pero qué diantres tenía que pintar esa niña en el aposento donde amaba y se follaba a su paje!, pensaba Nuño al cruzarse con Froilán. Y éste le preguntó: “Va todo bien?”. Nuño reaccionó al ver a su amigo y le contestó: “Sí y no”. “Explícate, pardiez!”, exclamó el otro. Y el conde se explicó: “Sí a todo, más o menos. Pero no a que mi prometida va a ir a meter sus narices en mi alcoba con la excusa de ver a Guzmán... Qué diablos se le perdió a esa dama junto al lecho donde está mi amado?”. Froilán sonrió y le dijo: “Nuño, las mujeres son muy listas y posesivas. Y una de dos. O cela de su esposo o del amado de éste. En ella no cabe esperar otra cosa que sus celos sean por su señor. Aunque nunca se sabe, señor conde, porque ese doncel o príncipe, si así lo prefieres, es muy guapo y atractivo y más de una dama de la corte le echaría los tejos sin dudarlo”. “No bromees con eso, Froilán!”, protestó Nuño. Y el otro añadió: “De vez en cuando es bueno liberar tensiones haciendo una guasa a un amigo. No será más que una visita de cumplido. En eso demuestro un corazón generoso la joven Doña Sol. Además de hermosa es buena y querrá a su marido. Estoy seguro. Vamos, Nuño, que seguramente Guzmán espera impaciente a su amante”.
Y era verdad lo que pensaba Froilán. Guzmán no veía la hora de ver al conde y mareaba a los eunucos a causa de sus nervios, preocupado por la seguridad de Nuño. Temía que lo atacasen también y estando en la cama tirado y sin fuerzas, no podía ir a salvarlo del peligro. Y Hassam decidió por su cuenta ver al noble Aldalahá y contarle el estado de ansiedad de Guzmán. El señor de la casa acudió sin demora a los aposentos del conde y se sentó junto al lecho para calmar y tranquilizar al muchacho. Y le dijo: “ No temas por mi amigo, pues va acompañado por dos buenos guerreros que venderán caras sus vidas por proteger la del conde. Guzmán, desde ahora cuatro de mis imesebelen darán protección permanente al conde y a su doncel. Dos ya van con él y otros dos vigilan y guardan estos aposentos. Esos cuatro esclavos son tuyos y estarán a tu servicio. Sus vidas son tuyas, bello doncel”. El noble señor le llamó doncel por no pronunciar lo que su mente le gritaba: “Mi bello príncipe y señor”, porque para él, sin la menor duda, Guzmán era el nieto del gran califa de los almohades y su nombre, según se decía de boca a boca, era Muhammad Yusuf al-Mustansir. El príncipe deseado por muchos almohades andalusíes de Sevilla.
El conde volvió junta a Guzmán y no se reprimió por la presencia de Aldalahá para besarlo en los labios. El chico lo miró encantado y tampoco reprimió su lengua para decirle: “Mi amado señor!. Os amo y no puedo resistir saber que no estoy con vos ante cualquier riesgo o peligro. Abrázame fuerte, mi amo!”. Los eunucos lloraron ante la demostración de amor del joven por su señor y Aldalahá sonrió satisfecho por la suerte del chico al tener por amante a un hombre con un par de cojones bien puestos como el conde que no temía abrazar ante otros al amado. E hizo una seña a los dos castrados para que saliesen y dejasen solos a los amantes.
Y Nuño se recostó al lado del mancebo y le preguntó: “Sabes leer y escribir?”. “Sí, pero sólo en la lengua vulgar de Castilla y también entiendo y escribo la otra en que me hablaba mi madre”, respondió el chaval. “Y cual es esa?”, inquirió Nuño. “Decía que así hablaba mi padre y le escribía poemas. En el palacio del rey oí hablar así a algunos caballeros y damas”, contestó el chico. Y Nuño comenzó a hablarle en gallego para preguntarle si esa era la otra lengua. Y Guzmán dijo: Sí, mi señor. Esa es. Vos también la habláis?”. Y Nuño dijo: “Sí. Es la lengua culta de la corte de León y que también se habla en la de Castilla. El propio rey escribe en ese lenguaje sus poemas. Es más elegante que la vulgar del pueblo llano que usamos ahora más a menudo... Pero ni entiendes el latín ni el árabe, ya que no sabías lo que pone en el puñal que te regalé. Que por cierto estaba con el resto del botín de los miserables que te atacaron”. “Mi señor. El lenguaje de los frailes lo entiendo a medias, pero ese otro no, porque no sé que significan esos signos tan raros”. Nuño besó la frente del crío y le dijo: “Aprenderás a leer y a escribir esos signos y también el latín. Tienes que ser un hombre culto y no sólo un guerrero... Porque no eres un esclavo sino un doncel. Mi doncel y mi amor. Eso eres tú, Guzmán. El príncipe de mi corazón y no mi paje”. Nuño daría un brazo por clavársela al muchacho pero temía que se reabriese la herida del costado y se mordió las ganas, aunque la polla no ocultaba su ansia por entrar en el culo del crío. Y éste, también salido y con más ganas que el conde por sentir la enorme verga rascándole las tripas, agachó la cabeza hasta alcanzarle el paquete y le sacó el miembro para mamárselo y alimentarse con la leche del conde.
No había mejor reconstituyente para el zagal que ese líquido espeso, tibio y lechoso que le inundó la boca después de unas cuantas chupadas exprimiendo bien el cipote de Nuño.
miércoles, 13 de abril de 2011
Capítulo XXX
Pasada la media tarde la noticia de la liberación de Guzmán era conocida en toda la corte y el propio rey se interesó por el estado del muchacho y quiso saber los detalles del asunto. Así que Don Froilán, nada más regresar al alcázar, tuvo que poner al corriente al soberano y a su prima, la reina, de cuanto había visto y sabido sobre el secuestro del paje del conde.
Por supuesto, el primo de la reina no ocultó a su majestad quien estaba detrás de la detestable acción, pero Alfonso X le dijo: “Froilán, tengo al conde en gran estima, como ya sabes y no creo que sea un secreto en la corte. Pero en este momento no es posible hacer que mi justicia caiga sobre el marqués. No es todavía tiempo para ello, pero ese grave delito no quedará impune. Palabra de rey. Haz llegar a Don Nuño un mensaje para que mañana antes del mediodía esté en palacio. Quiero verlo sin demora y yo le explicaré cuales son los motivos que sujetan mi mano contra el marqués. Mi Señora la reina y yo deseamos una pronta recuperación a ese bello doncel de ojos enigmáticos y aguardamos a que esté con fuerzas suficientes para recibirlo en esta corte con su señor. Ahora, Froilán, haz lo que te mando y descansa. Ah. Un advertencia. No digáis por ahora que el responsable es el marqués. De no hacerlo lo consideraría alta traición. La seguridad de Castilla está en juego y la vida de muchos de mis súbditos también. La reina informará a su pupila de la buena noticia. Hasta mañana, Froilán”. “Majestades”, dijo Froilán retirándose de la presencia del rey.
A Doña Sol la noticia la llenó de una alegría que quiso disimular atribuyéndola sobre todo a que su prometido no sufriera daño alguno durante el rescate del paje. Pero su aya, Doña Petra, la miró con severidad puesto que más que sospechar sabía cual era la causa verdadera de tanto júbilo. Guzmán estaba a salvo y no corría peligro su vida. Volvería a verlo y se quemaría con el fuego de su mirada profunda, pero tan luminosa y ardiente cuando miraba a su señor que la joven dama deseaba ser vista de igual manera por el mancebo de su futuro esposo. Esa noche volvería a soñar con un jardín lleno de flores en el que la esperaba el joven Guzmán para abrazarla y besar sus labios pegándolos a los suyos, que le recordaban a la joven dos carnosos fresones recién cogidos de la mata. Y lo peor es que ni ella misma sabía por qué se estaba encaprichando con aquel crío de su misma edad, cuando estaba prometida a uno de los más apuestos y ricos nobles del reino.
Y esa misma noche, Guzmán no soñaba porque vivía el sueño real de dormir abrazado por su amo. Y antes de pegar los ojos, Nuño lo acarició con tanta ternura y delicadeza para no lastimarlo, que el chico se corrió sobre el estómago del conde sin tocarse la pija. Nuño sonrió y mandó a Hassam que le limpiase el semen de Guzmán con la lengua y chupase la polla del muchacho para eliminar los restos de leche. Luego, viendo los ojos brillantes de su amado, montó al otro eunuco y lo folló. Guzmán quiso besar a los dos castrados antes de dormirse, como agradecimiento a sus cuidados y el buen servicio de prestaban a su señor con la lengua, las manos y el culo. Después se quedaron dormidos los cuatro, esbozando una sonrisa en los labios, y Nuño pegó su nariz en la cabeza del mancebo para no despertarse creyendo que se lo habían robado otra vez. Su cabello lo amarraba a la realidad y aún dormido sabía que estaba con él.
El conde, nada más levantarse y cumpliendo el mandato del rey, se vistió de corte y acudió al alcázar escoltado por dos de los esclavos senegaleses. Aquellos guerreros esclavos daban verdadero miedo tan sólo con verlos tan fornidos y enormes, con la piel oscura y reluciente con el brillo del sol. Sólo vestían bombachos rojos hasta el tobillo y un chaleco corto de cuero tachonado de hierro, tocados con turbante blanco sin plumas y calzados con botas de becerro del mismo color negro que las anchas muñequeras. Rodeaba su cintura una faja amarilla de la que pendía el alfanje y una daga corta de hoja también curva, con la que degollaban silenciosamente a quien le ordenasen.
Los esclavos quedaron con los caballos en la puerta del alcázar y Nuño entró en palacio y se dirigió a la cámara real para ser recibido por el monarca, pero antes de llegar a la antecámara, un mayordomo de la reina le entregó un mensaje de la soberana. Doña Violante le decía que deseaba verlo de inmediato en sus aposentos. Y el conde cambió de intenciones y rumbo para dirigirse ahora a ver a la reina, apretando el paso para no retrasarse demasiado en ver al rey.
Don Froilán le salió al paso antes de alcanzar el pasillo de acceso a las dependencias de su prima y tras darle un fuerte abrazo le dijo: “Nuño, amigo mío, la reina quiere saber detalles sobre Guzmán. Yo no he querido repetir lo que ayer dijo el noble Aldalahá, así que tú verás hasta donde es conveniente que Doña Violante y toda la corte sepa lo que yo creo que debe mantenerse en secreto hasta el momento oportuno”.
Nuño mostró su conformidad a esa propuesta y quiso seguir su camino, pero Froilán lo detuvo y continuó su discurso: “Estuve desvelado toda la noche, dándole vueltas a una historia que me contó mi padre y es algo que debes saber, Nuño. Siempre se mantuvo en el más absoluto secreto, pero mi padre, que era muy amigo del difunto infante Don Fernando de Castilla y Suabia, el tercero de los hermanos del rey, que perdió la vida en la conquista de Sevilla siendo rey su padre todavía, conocía la existencia de un matrimonio celebrado sin permiso y conocimiento de Don Fernando III, entre este hijo, que era su preferido, y una doncella muy hermosa de pelo color azabache y ojos de almendra que vivía como una simple campesina. Pero, según contaba mi padre, que la conoció, guardaba un anillo con el sello del califa”. El conde estaba boquiabierto al escuchar todo aquello y no osó interrumpir a Froilán.
Y el primo de Doña Violante prosiguió diciendo: “Nuño, esta mujer tuvo un niño, cuyo padrino era mi padre, que lo bautizaron con un nombre cristiano, que desconozco, y también le impusieron otro nombre por la estirpe de su madre. Y, que al parecer, quedó todo eso plasmado en un pergamino que guardó la madre del crío. El infante, aunque la amaba, no vivió nunca con su mujer y sólo vio al niño mientras fue un bebe”. “Qué dices, Froilán!”, exclamó el conde. “Lo que oyes, Nuño”, respondió el otro.
Y continuó Froilán: “Luego las circunstancias y la guerra lo separaron de su amada y su hijo y, como todos saben, murió en batalla por conquistar esta ciudad. A parte del rey, ya pocos más conocen la verdadera historia de su difunto hermano. Y por lo que contó el noble almohade, la estirpe del mancebo no sólo es real por una parte sino por dos. Estaríamos ante un infante sobrino de Don Alfonso X”. “Es increíble!”, exclamó el conde.
Y Froilán añadió: “Debemos tener cuidado, puesto que por el momento nuestro Señor aún no tiene más herederos legítimos que su hermano Don Fadrique de Castilla o los sobrinos. Y uno de ellos sería Guzmán, que, de reconocerse su origen, estaría en la línea de sucesión al trono. Me temo, amigo mío, que haces pasar por paje a un príncipe de la casa de Borgoña, cuya estirpe reina en Castilla y León desde el matrimonio de Doña Urraca, hija y heredera de Alfonso VI, con Don Raimundo de Borgoña, hijo del conde palatino, que fue el conde de Galicia por concesión de su real suegro. Estimo, amigo Nuño, que debemos empezar a tratar a ese crío como su rango merece aún manteniendo el secreto de su origen. Ya barruntaba yo que con esa altivez y elegancia ese doncel no era un cualquiera!”.
El conde se quedó de piedra al oír el relato de Froilán. Guzmán era su príncipe y no sólo en su corazón. El chico descendía del mismo tronco que el rey y, además, unía en su sangre esa dinastía con la del califa. Era doblemente príncipe, entonces, pues las casas de sus padres reinaban a ambos lados del estrecho de Gibraltar. Y con esos pensamientos en la cabeza, Nuño entró en la estancia donde lo esperaba la reina.
Y en su lecho del palacio del noble Aldalahá lo esperaba su amado, su paje, escudero y esclavo, que en realidad era su príncipe de sangre real y tan azul como el añil, aunque él lo hubiese visto cubierto de sangre roja como la de todo mortal. Pero lo que primaba en la mente de Nuño es que, ante todo y sobre todo, esa criatura era exclusivamente suya para todo. Y mucho más para amarlo y gozarlo a placer besando todo su cuerpo y entrando con su verga en las entrañas del muchacho para preñarlo de pasión.
Se moría por los huesos del chiquillo y no podía remediarlo, fuese o no príncipe.
Por supuesto, el primo de la reina no ocultó a su majestad quien estaba detrás de la detestable acción, pero Alfonso X le dijo: “Froilán, tengo al conde en gran estima, como ya sabes y no creo que sea un secreto en la corte. Pero en este momento no es posible hacer que mi justicia caiga sobre el marqués. No es todavía tiempo para ello, pero ese grave delito no quedará impune. Palabra de rey. Haz llegar a Don Nuño un mensaje para que mañana antes del mediodía esté en palacio. Quiero verlo sin demora y yo le explicaré cuales son los motivos que sujetan mi mano contra el marqués. Mi Señora la reina y yo deseamos una pronta recuperación a ese bello doncel de ojos enigmáticos y aguardamos a que esté con fuerzas suficientes para recibirlo en esta corte con su señor. Ahora, Froilán, haz lo que te mando y descansa. Ah. Un advertencia. No digáis por ahora que el responsable es el marqués. De no hacerlo lo consideraría alta traición. La seguridad de Castilla está en juego y la vida de muchos de mis súbditos también. La reina informará a su pupila de la buena noticia. Hasta mañana, Froilán”. “Majestades”, dijo Froilán retirándose de la presencia del rey.
A Doña Sol la noticia la llenó de una alegría que quiso disimular atribuyéndola sobre todo a que su prometido no sufriera daño alguno durante el rescate del paje. Pero su aya, Doña Petra, la miró con severidad puesto que más que sospechar sabía cual era la causa verdadera de tanto júbilo. Guzmán estaba a salvo y no corría peligro su vida. Volvería a verlo y se quemaría con el fuego de su mirada profunda, pero tan luminosa y ardiente cuando miraba a su señor que la joven dama deseaba ser vista de igual manera por el mancebo de su futuro esposo. Esa noche volvería a soñar con un jardín lleno de flores en el que la esperaba el joven Guzmán para abrazarla y besar sus labios pegándolos a los suyos, que le recordaban a la joven dos carnosos fresones recién cogidos de la mata. Y lo peor es que ni ella misma sabía por qué se estaba encaprichando con aquel crío de su misma edad, cuando estaba prometida a uno de los más apuestos y ricos nobles del reino.
Y esa misma noche, Guzmán no soñaba porque vivía el sueño real de dormir abrazado por su amo. Y antes de pegar los ojos, Nuño lo acarició con tanta ternura y delicadeza para no lastimarlo, que el chico se corrió sobre el estómago del conde sin tocarse la pija. Nuño sonrió y mandó a Hassam que le limpiase el semen de Guzmán con la lengua y chupase la polla del muchacho para eliminar los restos de leche. Luego, viendo los ojos brillantes de su amado, montó al otro eunuco y lo folló. Guzmán quiso besar a los dos castrados antes de dormirse, como agradecimiento a sus cuidados y el buen servicio de prestaban a su señor con la lengua, las manos y el culo. Después se quedaron dormidos los cuatro, esbozando una sonrisa en los labios, y Nuño pegó su nariz en la cabeza del mancebo para no despertarse creyendo que se lo habían robado otra vez. Su cabello lo amarraba a la realidad y aún dormido sabía que estaba con él.
El conde, nada más levantarse y cumpliendo el mandato del rey, se vistió de corte y acudió al alcázar escoltado por dos de los esclavos senegaleses. Aquellos guerreros esclavos daban verdadero miedo tan sólo con verlos tan fornidos y enormes, con la piel oscura y reluciente con el brillo del sol. Sólo vestían bombachos rojos hasta el tobillo y un chaleco corto de cuero tachonado de hierro, tocados con turbante blanco sin plumas y calzados con botas de becerro del mismo color negro que las anchas muñequeras. Rodeaba su cintura una faja amarilla de la que pendía el alfanje y una daga corta de hoja también curva, con la que degollaban silenciosamente a quien le ordenasen.
Los esclavos quedaron con los caballos en la puerta del alcázar y Nuño entró en palacio y se dirigió a la cámara real para ser recibido por el monarca, pero antes de llegar a la antecámara, un mayordomo de la reina le entregó un mensaje de la soberana. Doña Violante le decía que deseaba verlo de inmediato en sus aposentos. Y el conde cambió de intenciones y rumbo para dirigirse ahora a ver a la reina, apretando el paso para no retrasarse demasiado en ver al rey.
Don Froilán le salió al paso antes de alcanzar el pasillo de acceso a las dependencias de su prima y tras darle un fuerte abrazo le dijo: “Nuño, amigo mío, la reina quiere saber detalles sobre Guzmán. Yo no he querido repetir lo que ayer dijo el noble Aldalahá, así que tú verás hasta donde es conveniente que Doña Violante y toda la corte sepa lo que yo creo que debe mantenerse en secreto hasta el momento oportuno”.
Nuño mostró su conformidad a esa propuesta y quiso seguir su camino, pero Froilán lo detuvo y continuó su discurso: “Estuve desvelado toda la noche, dándole vueltas a una historia que me contó mi padre y es algo que debes saber, Nuño. Siempre se mantuvo en el más absoluto secreto, pero mi padre, que era muy amigo del difunto infante Don Fernando de Castilla y Suabia, el tercero de los hermanos del rey, que perdió la vida en la conquista de Sevilla siendo rey su padre todavía, conocía la existencia de un matrimonio celebrado sin permiso y conocimiento de Don Fernando III, entre este hijo, que era su preferido, y una doncella muy hermosa de pelo color azabache y ojos de almendra que vivía como una simple campesina. Pero, según contaba mi padre, que la conoció, guardaba un anillo con el sello del califa”. El conde estaba boquiabierto al escuchar todo aquello y no osó interrumpir a Froilán.
Y el primo de Doña Violante prosiguió diciendo: “Nuño, esta mujer tuvo un niño, cuyo padrino era mi padre, que lo bautizaron con un nombre cristiano, que desconozco, y también le impusieron otro nombre por la estirpe de su madre. Y, que al parecer, quedó todo eso plasmado en un pergamino que guardó la madre del crío. El infante, aunque la amaba, no vivió nunca con su mujer y sólo vio al niño mientras fue un bebe”. “Qué dices, Froilán!”, exclamó el conde. “Lo que oyes, Nuño”, respondió el otro.
Y continuó Froilán: “Luego las circunstancias y la guerra lo separaron de su amada y su hijo y, como todos saben, murió en batalla por conquistar esta ciudad. A parte del rey, ya pocos más conocen la verdadera historia de su difunto hermano. Y por lo que contó el noble almohade, la estirpe del mancebo no sólo es real por una parte sino por dos. Estaríamos ante un infante sobrino de Don Alfonso X”. “Es increíble!”, exclamó el conde.
Y Froilán añadió: “Debemos tener cuidado, puesto que por el momento nuestro Señor aún no tiene más herederos legítimos que su hermano Don Fadrique de Castilla o los sobrinos. Y uno de ellos sería Guzmán, que, de reconocerse su origen, estaría en la línea de sucesión al trono. Me temo, amigo mío, que haces pasar por paje a un príncipe de la casa de Borgoña, cuya estirpe reina en Castilla y León desde el matrimonio de Doña Urraca, hija y heredera de Alfonso VI, con Don Raimundo de Borgoña, hijo del conde palatino, que fue el conde de Galicia por concesión de su real suegro. Estimo, amigo Nuño, que debemos empezar a tratar a ese crío como su rango merece aún manteniendo el secreto de su origen. Ya barruntaba yo que con esa altivez y elegancia ese doncel no era un cualquiera!”.
El conde se quedó de piedra al oír el relato de Froilán. Guzmán era su príncipe y no sólo en su corazón. El chico descendía del mismo tronco que el rey y, además, unía en su sangre esa dinastía con la del califa. Era doblemente príncipe, entonces, pues las casas de sus padres reinaban a ambos lados del estrecho de Gibraltar. Y con esos pensamientos en la cabeza, Nuño entró en la estancia donde lo esperaba la reina.
Y en su lecho del palacio del noble Aldalahá lo esperaba su amado, su paje, escudero y esclavo, que en realidad era su príncipe de sangre real y tan azul como el añil, aunque él lo hubiese visto cubierto de sangre roja como la de todo mortal. Pero lo que primaba en la mente de Nuño es que, ante todo y sobre todo, esa criatura era exclusivamente suya para todo. Y mucho más para amarlo y gozarlo a placer besando todo su cuerpo y entrando con su verga en las entrañas del muchacho para preñarlo de pasión.
Se moría por los huesos del chiquillo y no podía remediarlo, fuese o no príncipe.
lunes, 11 de abril de 2011
Capítulo XXIX
Nuño entró en la casa como un tornado y ya en el umbral de la puerta Aldalahá le tranquilizó diciendo: “Amigo mío, el chico ha perdido mucha sangre, pero es fuerte y muy sano y saldrá de esta sin problemas. He llamado a los mejores médicos judíos y almohades de Sevilla y lo están atendiendo como si se tratase de un califa. Lo que necesita sobre todo es descanso y buenos alimentos para recuperarse. Y no tener demasiadas emociones fuertes, porque su corazón está débil aún. Don Froilán está con él viendo como los eunucos lo cuidan como a un niño de teta. Don Nuño, venid a verlo y no le forcéis a hablar de lo ocurrido. Ya os lo contará cuando esté repuesto. Es un muchacho muy valiente”.
A Nuño le saltaba el alma por la boca sabiendo que su amado estaba vivo aún y podía volver a ser feliz a su lado. Acompañado por el señor de la casa, entró en el aposento donde yacía el mancebo y lo vio recostado en almohadones de raso cubierto tan sólo por una fina túnica blanca, tejida en lino, que dejaba ver los vendajes debajo. Guzmán parecía dormido y su rostro estaba sereno y más hermoso que nunca. A su lado estaban los dos eunucos, pendientes del menor movimiento del chico, mientras tres médicos comentaban el estado del paciente y Don Froilán, sentado en un escabel, no quitaba su vista del lecho de Guzmán.
El conde se acercó cauteloso para no despertar al muchacho y Don Froilán le dijo muy bajito: “Conde, ya está fuera de peligro. Nada más llegar con él, esos dos eunucos lo bañaron como si su cuerpo estuviese hecho de pétalos de azucena, que con un roce poco cuidadoso pudiese ajarse. Luego desinfectaron las heridas y rasguños con bálsamos y pomadas y apósitos hechos de hierbas. Y después que los médicos lo examinaron y auscultaron por todas partes, lo vendaron y vistieron con esa ligera túnica que realza aún más la belleza de su cuerpo. Conde, no es fácil ver una criatura tan bella como este doncel. Su cuerpo es perfecto y su piel y sus partes íntimas no pueden olvidarse jamás si se han visto. Perdonadme por ello, Don Nuño, pero he sido testigo de todos los cuidados y desvelos que estas dos criaturas habilidosas le han proporcionado con tanto mimo a vuestro mancebo hasta dejarlo sobre ese cómodo lecho de almohadas. No puedo negar que siento una sana envidia de vos por ser su dueño, pero me alegro de la felicidad que os da y que vos le dais a él sin límite ni medida. Ver ese rostro dormido es soñar despierto con un ser celestial, amigo conde“.
Nuño puso al mano en el hombro de Don Froilán y le respondió: “Amigo mío. Dejemos entre nosotros ese trato tan ceremonioso, porque desde hoy somos más que hermanos y no me molesta que veáis a mi corazón tal y como es, sin ropas ni adornos, porque siendo un amigo de verdad, como lo es también el noble Aldalahá, debéis saber y conocer como es ese corazón que me hace amaros. Froilán, amigo mío, tienes razón al alabar a Guzmán de ese modo y su hermosura es una realidad que no puede ocultarse a los amigos, como tampoco se les esconde una joya valiosa. Nunca podré olvidar lo que hiciste por mi este día y te estoy eternamente agradecido por todo, lo mismo que a mi noble Aldalahá.... Algunos dirán que no es posible que un villano o plebeyo pueda tener tan altiva belleza, pero creo que eso no está en la sangre por nacimiento sino en la raza. Y Guzmán es de buena casta, sin duda”.
Y se oyó la voz del noble almohade: “Don Nuño creo también que estáis acertado en eso, pero este doncel no es un villano ni un plebeyo. Por su aspecto y parecido, juraría que por sus venas no sólo corre la sangre de los califas, sino que este muchacho es nieto del gran Muhammad An-Nasir. Y por tanto es un príncipe de mi pueblo“.
Un profundo silencio se apoderó de la estancia y todos miraron al noble almohade. Y Nuño preguntó: “En qué basas esa afirmación, Aldalahá?”. Y éste prosiguió: “Una de la esposas que acompañó al califa y se encontraba en la tienda real durante la batalla de las Navas, estaba encinta y desapareció después de la contienda donde fue derrotado Muhammad An-Nasir. Ella no volvió a Sevilla con lo que quedó del harén y el resto de la corte califal que acudió a la batalla. Y entre mi pueblo se dijo que la desaparecida dio a luz una niña. Una princesa que creció entre cristianos y debió casarse con un hombre de esa creencia que la protegió hasta que, tras su muerte, quedó sola con un niño. Muchas veces hemos realizado pesquisas intentando averiguar su identidad, pero hasta ahora había sido inútil. Y el destino es impredecible, pues he aquí que ese príncipe tan buscado está ahora en mi casa mal herido y tendido en un lecho. Lo raro es que no lleve un anillo encima. Esa sería la prueba definitiva. Esa joya es el sello de la casa de su abuelo que llevaban todas sus esposas y sus hijos. Y él ha de tener el de su abuela”.
Nuño quedó cabizbajo y le dijo a Aldalahá: “No os he mencionado que él habla de un anillo que le dio su madre antes de morir?”. “No lo recuerdo si es que me lo habéis dicho”, respondió el noble señor. Y preguntó: “Lo habéis visto, conde?”. “No. Me dijo que lo tiene escondido y le prometí ir a buscarlo al terminar los asuntos que nos trajeron a Sevilla. Pero no sé como es ni se lo he preguntado. No le di importancia al hecho creyendo que podría tratarse de una sortija cualquiera”. “Pues ese anillo debe ser el sello real de Muhammad An-Nasir, querido conde”, concluyó Aldalahá. Y añadió: “Señores, creo que debemos salir todos y dejar a Don Nuño solo con su doncel. Es normal que desee tener un rato de intimidad con el zagal.... Nosotros vayamos a reponer fuerzas también degustando algún majar apetitoso.... Salgamos con los médicos, Don Froilán. Los eunucos no cuentan. Ellos son como un mueble más del aposento y puede necesitarlos el conde. Don Nuño, estaremos en el gran salón”.
Y Nuño se quedó con Guzmán y los dos jóvenes eunucos, que no se apartaban del lecho del muchacho herido, ya que para ellos era su príncipe desde que lo vieron por primera vez. El conde se recostó junto al chico y le acercó los labios a la frente. Estaba algo caliente, pero no sudaba. Y al contacto de la boca de Nuño, Guzmán abrió los ojos. Sonrió, volvió a cerrarlos y dijo con una voz todavía débil: “Mi señor, os he fallado. No pude defenderme ni me dieron tiempo para usar el puñal. Dónde está el estilete que me dio mi amo?. Me lo quitaron, mi señor y también la ropa”. Y Nuño lo interrumpió: “Calla, mi niño, No hables ahora de eso, que ya sé lo que pasó. El puñal estará con el resto del botín que trajeron los esclavos de nuestro anfitrión. Y si no está ahí, no importa, porque haré que te hagan otro aún más bello y rico que ese que te quitaron. Pero no te esfuerces aún que estás herido y aquí están tus pequeños eunucos para cuidarte. Y yo para amarte más que nunca, mi valiente escudero. Casi le arrancas la boca al sucio truhán que quiso besarte!. Eres un tigre cuando tienes que sacar las garras”. Guzmán quiso reír, pero el dolor le forzó una mueca y sólo dijo: “Eso lo recuerdo, pero luego creo que me golpeó la boca y no supe nada más hasta verme en estos almohadones con Hassam y Abdul a mi lado”.
El crío quiso agarrar la mano de Nuño y éste se la dio diciendo. “Has corrido un gran peligro y si llegas a morir no podría seguir sin ti mi camino. Tendré que cuidarte más y no habrá próxima vez, puesto que nunca más te dejaré solo”. El chiquillo lo miró apretándole la mano y dijo: “Mi amo, que no soy una doncella indefensa!. Esta vez me cogieron a traición, pero estaré más alerta en lo sucesivo y no volveré a caer sin lucha”. “Lo dicho!. Eres un león de lo más fiero!”, añadió el conde riendo. Y besó al chico en los labios para tumbarse después junto a él, volviendo a sentir el calor de su cuerpo y el aroma de su cabello. Pero el zagal preguntó: “Mi señor, que le pasó a esos bandidos enviados por el marqués?”. “Tú sabías eso?”, preguntó el conde. “Sí, mi señor. Lo dijo el jefe cuando llegamos a esa venta”, contestó el mancebo. “Pues ahora están todos muertos y troceados para que los devoren mejor los carroñeros”, respondió el conde. Y Guzmán exclamó: “Mi señor, vos si sois fiero si os obligan a defender lo vuestro!”.
“Por eso el pueblo me llama el conde feroz”, dijo Nuño.
A Nuño le saltaba el alma por la boca sabiendo que su amado estaba vivo aún y podía volver a ser feliz a su lado. Acompañado por el señor de la casa, entró en el aposento donde yacía el mancebo y lo vio recostado en almohadones de raso cubierto tan sólo por una fina túnica blanca, tejida en lino, que dejaba ver los vendajes debajo. Guzmán parecía dormido y su rostro estaba sereno y más hermoso que nunca. A su lado estaban los dos eunucos, pendientes del menor movimiento del chico, mientras tres médicos comentaban el estado del paciente y Don Froilán, sentado en un escabel, no quitaba su vista del lecho de Guzmán.
El conde se acercó cauteloso para no despertar al muchacho y Don Froilán le dijo muy bajito: “Conde, ya está fuera de peligro. Nada más llegar con él, esos dos eunucos lo bañaron como si su cuerpo estuviese hecho de pétalos de azucena, que con un roce poco cuidadoso pudiese ajarse. Luego desinfectaron las heridas y rasguños con bálsamos y pomadas y apósitos hechos de hierbas. Y después que los médicos lo examinaron y auscultaron por todas partes, lo vendaron y vistieron con esa ligera túnica que realza aún más la belleza de su cuerpo. Conde, no es fácil ver una criatura tan bella como este doncel. Su cuerpo es perfecto y su piel y sus partes íntimas no pueden olvidarse jamás si se han visto. Perdonadme por ello, Don Nuño, pero he sido testigo de todos los cuidados y desvelos que estas dos criaturas habilidosas le han proporcionado con tanto mimo a vuestro mancebo hasta dejarlo sobre ese cómodo lecho de almohadas. No puedo negar que siento una sana envidia de vos por ser su dueño, pero me alegro de la felicidad que os da y que vos le dais a él sin límite ni medida. Ver ese rostro dormido es soñar despierto con un ser celestial, amigo conde“.
Nuño puso al mano en el hombro de Don Froilán y le respondió: “Amigo mío. Dejemos entre nosotros ese trato tan ceremonioso, porque desde hoy somos más que hermanos y no me molesta que veáis a mi corazón tal y como es, sin ropas ni adornos, porque siendo un amigo de verdad, como lo es también el noble Aldalahá, debéis saber y conocer como es ese corazón que me hace amaros. Froilán, amigo mío, tienes razón al alabar a Guzmán de ese modo y su hermosura es una realidad que no puede ocultarse a los amigos, como tampoco se les esconde una joya valiosa. Nunca podré olvidar lo que hiciste por mi este día y te estoy eternamente agradecido por todo, lo mismo que a mi noble Aldalahá.... Algunos dirán que no es posible que un villano o plebeyo pueda tener tan altiva belleza, pero creo que eso no está en la sangre por nacimiento sino en la raza. Y Guzmán es de buena casta, sin duda”.
Y se oyó la voz del noble almohade: “Don Nuño creo también que estáis acertado en eso, pero este doncel no es un villano ni un plebeyo. Por su aspecto y parecido, juraría que por sus venas no sólo corre la sangre de los califas, sino que este muchacho es nieto del gran Muhammad An-Nasir. Y por tanto es un príncipe de mi pueblo“.
Un profundo silencio se apoderó de la estancia y todos miraron al noble almohade. Y Nuño preguntó: “En qué basas esa afirmación, Aldalahá?”. Y éste prosiguió: “Una de la esposas que acompañó al califa y se encontraba en la tienda real durante la batalla de las Navas, estaba encinta y desapareció después de la contienda donde fue derrotado Muhammad An-Nasir. Ella no volvió a Sevilla con lo que quedó del harén y el resto de la corte califal que acudió a la batalla. Y entre mi pueblo se dijo que la desaparecida dio a luz una niña. Una princesa que creció entre cristianos y debió casarse con un hombre de esa creencia que la protegió hasta que, tras su muerte, quedó sola con un niño. Muchas veces hemos realizado pesquisas intentando averiguar su identidad, pero hasta ahora había sido inútil. Y el destino es impredecible, pues he aquí que ese príncipe tan buscado está ahora en mi casa mal herido y tendido en un lecho. Lo raro es que no lleve un anillo encima. Esa sería la prueba definitiva. Esa joya es el sello de la casa de su abuelo que llevaban todas sus esposas y sus hijos. Y él ha de tener el de su abuela”.
Nuño quedó cabizbajo y le dijo a Aldalahá: “No os he mencionado que él habla de un anillo que le dio su madre antes de morir?”. “No lo recuerdo si es que me lo habéis dicho”, respondió el noble señor. Y preguntó: “Lo habéis visto, conde?”. “No. Me dijo que lo tiene escondido y le prometí ir a buscarlo al terminar los asuntos que nos trajeron a Sevilla. Pero no sé como es ni se lo he preguntado. No le di importancia al hecho creyendo que podría tratarse de una sortija cualquiera”. “Pues ese anillo debe ser el sello real de Muhammad An-Nasir, querido conde”, concluyó Aldalahá. Y añadió: “Señores, creo que debemos salir todos y dejar a Don Nuño solo con su doncel. Es normal que desee tener un rato de intimidad con el zagal.... Nosotros vayamos a reponer fuerzas también degustando algún majar apetitoso.... Salgamos con los médicos, Don Froilán. Los eunucos no cuentan. Ellos son como un mueble más del aposento y puede necesitarlos el conde. Don Nuño, estaremos en el gran salón”.
Y Nuño se quedó con Guzmán y los dos jóvenes eunucos, que no se apartaban del lecho del muchacho herido, ya que para ellos era su príncipe desde que lo vieron por primera vez. El conde se recostó junto al chico y le acercó los labios a la frente. Estaba algo caliente, pero no sudaba. Y al contacto de la boca de Nuño, Guzmán abrió los ojos. Sonrió, volvió a cerrarlos y dijo con una voz todavía débil: “Mi señor, os he fallado. No pude defenderme ni me dieron tiempo para usar el puñal. Dónde está el estilete que me dio mi amo?. Me lo quitaron, mi señor y también la ropa”. Y Nuño lo interrumpió: “Calla, mi niño, No hables ahora de eso, que ya sé lo que pasó. El puñal estará con el resto del botín que trajeron los esclavos de nuestro anfitrión. Y si no está ahí, no importa, porque haré que te hagan otro aún más bello y rico que ese que te quitaron. Pero no te esfuerces aún que estás herido y aquí están tus pequeños eunucos para cuidarte. Y yo para amarte más que nunca, mi valiente escudero. Casi le arrancas la boca al sucio truhán que quiso besarte!. Eres un tigre cuando tienes que sacar las garras”. Guzmán quiso reír, pero el dolor le forzó una mueca y sólo dijo: “Eso lo recuerdo, pero luego creo que me golpeó la boca y no supe nada más hasta verme en estos almohadones con Hassam y Abdul a mi lado”.
El crío quiso agarrar la mano de Nuño y éste se la dio diciendo. “Has corrido un gran peligro y si llegas a morir no podría seguir sin ti mi camino. Tendré que cuidarte más y no habrá próxima vez, puesto que nunca más te dejaré solo”. El chiquillo lo miró apretándole la mano y dijo: “Mi amo, que no soy una doncella indefensa!. Esta vez me cogieron a traición, pero estaré más alerta en lo sucesivo y no volveré a caer sin lucha”. “Lo dicho!. Eres un león de lo más fiero!”, añadió el conde riendo. Y besó al chico en los labios para tumbarse después junto a él, volviendo a sentir el calor de su cuerpo y el aroma de su cabello. Pero el zagal preguntó: “Mi señor, que le pasó a esos bandidos enviados por el marqués?”. “Tú sabías eso?”, preguntó el conde. “Sí, mi señor. Lo dijo el jefe cuando llegamos a esa venta”, contestó el mancebo. “Pues ahora están todos muertos y troceados para que los devoren mejor los carroñeros”, respondió el conde. Y Guzmán exclamó: “Mi señor, vos si sois fiero si os obligan a defender lo vuestro!”.
“Por eso el pueblo me llama el conde feroz”, dijo Nuño.
domingo, 10 de abril de 2011
Capítulo XXVIII
Nuño ya se lanzaba ciego de furor al interior del chamizo, pero se detuvo en la entrada y sus ojos se espantaron al ver la escena. Guzmán, colgado de una viga por las muñecas en el fondo de aquella sucia cuadra, parecía sin vida con la cabeza caída sobre el pecho por el que le corría la sangre hasta la cintura. Tenía los cabellos alborotados y las piernas magulladas y sucias, como si lo hubiesen arrastrado por el suelo. Y a dos pasos de él, uno de los perros sarnoso que lo secuestraron, se doblaba por la cintura hacia delante y se agarraba la boca ensangrentada.
Y frente al chico, el jefe de la pandilla de desalmados, reía y comenzó a decir a gritos: Ese primor no es para un asqueroso cualquiera!. Tiene redaños el pimpollo y eso me gusta. Te ha metido un buen muerdo en los morros por intentar besarlo. Casi te arranca los labios. Y lo has dejado grogui del puñetazo y si llegas a matarlo con ese cuchillo te hubiese cortado los huevos. Espero que el puntazo no sea hondo y no sea un cadáver antes de que goce follándolo”. El asqueroso rufián hablaba mientras se manoseaba la verga con el aceite de un candil, supuestamente para que le entrase mejor dentro del culo del muchacho. Y se acercó más a Guzmán y le levantó las piernas para joderlo por delante como a una ramera.
Y nada más rozar con el capullo el ano del mancebo, el conde gritó desaforado: “No te atrevas, puto cerdo!. Acabad con todos que este cabrón es mío!”. Y entró el resto de sus acompañantes con los aceros dispuestos para sajar las vidas de los catorce felones que se encontraban de pie o medio tirados por el cobertizo, dejando al cabecilla para ser pasto de la ira del conde feroz.
Pronto corrió la sangre y la carnicería fue aterradora. Los esclavos africanos cortaban brazos , piernas o cabezas con la rapidez de un relámpago y, a pesar que el hijo de puta del jefe alcanzó una espada, Nuño, con dos filigranas en el aire de su acero, ya tenía al puto jefe de los proscritos desarmado y de rodillas a sus pies. Ya sólo quedaba hacer justicia, pero Guzmán, que seguía inconsciente, tenía que ser atendido de inmediato para cortar la sangre que le manaba por un costado y los labios. Y Aldalahá y Froilán no dudaron en descolgar al chaval y rompiendo su túnica, el almohade limpió la herida y le hizo un vendaje para trasladarlo rápidamente a su casa. Froilán cubrió la desnudez del zagal con su capa y lleno de angustia ayudó al almohade a llevarlo hasta los caballos, diciéndole a Nuño: “Amigo mío no podemos perder tiempo para atender al muchacho. Su estado parece grave, así que nos adelantamos con él hasta el palacio del noble Aldalahá”. Nuño casi lloraba viendo el cuerpo inerte de su amado, pero dijo: “Cuidarlo y haced todo lo necesario porque os lleváis mi corazón. Y si deja de latir mi vida se habrá acabado. Yo me cobraré sobrada venganza por esta infamia!”.
Y los dos señores llevando a Guzmán partieron raudos al palacio del noble almohade, escoltados por dos africanos. Y en el cobertizo quedaba el conde y el resto de los esclavos negros para dejar cuadradas las cuentas con los bandidos. Y comenzó el ajuste del saldo con el jefe. Tan sólo quedaban vivos seis no enteros, además del cabecilla, Y el conde le preguntó: “Quién te paga?”. El rufián babeando de miedo y oliendo a mierda porque se estaba cagando, dijo con voz acongojada: “No lo sé bien, mi señor. Esas cosas nunca las encarga el que se favorece de ellas”. Nuño dijo: “Así que no lo sabes. Quizás sin esa polla que pretendías meter en el culo de mi paje tu memoria se refresque y recuerdes mejor con quien acordaste el secuestro... Levantadlo del suelo y con esas tenazas de arrancar clavos a las herraduras sujetarle ese sucio pellejo para que se lo corte con mi espada”. Y antes de que los imesebelen lo tocasen el cobarde gritó llorando: “El marqués, señor... Fue el marqués de Asuerto. Piedad señor”. Y el conde respondió: “Tendré piedad, pero te quedarás sin pito”. Y lo capó de un hábil tajazo.
El bandido cayó de bruces al suelo con la boca abierta y aullando como una fiera moribunda, pero Nuño ordenó que lo izasen por los brazos y sin darle tiempo a darse cuenta que ya no tenía verga, le amputó las manos con la espada diciéndole: “Tus manos han tocado a mi mancebo y no deben seguir en tu cuerpo. Lo mismo que tus ojos que lo han visto desnudo”. Y se los arrancó con la punta del acero. El hombre ya ni pudo chillar al quedarse ciego, sin haberse recuperado todavía de perder las manos. Pero inclinó la cabeza hacia delante y el conde lo decapitó con dos golpes de espada.
Nuño no descansó porque no le bastaba el castigo. Y ordenó que descuartizasen a los vivos atando los miembros que le quedasen a otros tantos caballos y a los ya muertos, que los colgasen como pasto de los cuervos y los buitres, suerte que correrían los restos de los otros después.
El hedor caliente de la sangre era irrespirable y nauseabundo, pero al conde esa carnicería aún no le bastaba para lavar la afrenta ni menos para calmar su furia y su dolor por el daño sufrido por su amado. No sabía que encontraría al llegar a casa de su noble amigo Aldalahá. Había visto a Guzmán ensangrentado y sin sentido y su rostro era pálido como la cera. Su cuerpo tan bello estaba magullado y arañado y manchado, no sólo por el polvo y la tierra sino por miradas impuras y viles que posaran sus ojos en su hermosa desnudez. Y eso le ardía al conde feroz en su alma como si le grabasen en ella con hierros candentes una sólo idea: “Muerte al traidor que cobardemente y a traición quiso vengarse en mi punto más débil. Mi amado Guzmán”.
El conde tuvo que sentarse en el corral de la venta antes de montar su caballo y dijo en voz alta: “Juro que no descansaré hasta cobrarme mil veces la muerte de ese muchacho si la fatalidad me lo quita. Pero esta vez no podré resistir otro golpe como el de Yusuf. Esta vez sería peor, puesto que ese chiquillo es mi propia vida y sin él ni quiero ni puedo seguir en este mundo”. El dolor del conde hasta hizo humedecer los ojos inexpresivos y fríos de los terribles esclavos africanos de Aldalahá, que, hieráticos y aparentemente insensibles y sordos a cualquier sentimiento, esperaban la orden para regresar al palacio de su amo. No quedaba más que hacer en la venta, ya que sólo era un cementerio de restos humanos al sol.
Nuño recuperó el aliento pero no la calma y ordenó montar. Espoleó su alazán y con su terrible escolta de pedernal negro y refulgente, partieron hacia el palacio de su noble amigo y anfitrión, con el corazón en un puño y latiéndole más rápidamente que el galope de los caballos.
Sevilla le parecía distinta de la ciudad que había visto con Guzmán esa mañana al ir a los reales alcázares. Hasta el sol parecía ensombrecerse de tristeza por el mancebo y todo le resultaba lúgubre y extraño, como si una música fúnebre resonase en sus oídos anunciándole la inminente e irremediable muerte de su amado y las campanas de la Giralda también tocasen compungidas por la suerte del zagal.
Al doblar una calleja casi arrolla a un niño que andaba solo tirando de un carrito de madera. Nuño hizo un quiebro brusco para sortear al crío y casi cae de la montura al perder un estribo. Pero su pericia de jinete lo mantuvo sobre el corcel y tras girar sobre las patas traseras, alzando las manos, el alazán se lanzó al galope con más brío y nervio que hasta entonces, puesto que lo montaba otra vez el conde feroz de negra leyenda.
Y por fin avistó la casa de su anfitrión y clavó la espuela en los ijares del animal para salvar cuanto antes la distancia que le separaba de su amado Guzmán.
El corazón de Nuño ya era un sólo pálpito de ansia y al mismo tiempo miedo por lo que pudiese aguardarle en la alcoba donde gozara por las noches con su doncel, respirando un aire perfumado de jazmines y azahar.
Y frente al chico, el jefe de la pandilla de desalmados, reía y comenzó a decir a gritos: Ese primor no es para un asqueroso cualquiera!. Tiene redaños el pimpollo y eso me gusta. Te ha metido un buen muerdo en los morros por intentar besarlo. Casi te arranca los labios. Y lo has dejado grogui del puñetazo y si llegas a matarlo con ese cuchillo te hubiese cortado los huevos. Espero que el puntazo no sea hondo y no sea un cadáver antes de que goce follándolo”. El asqueroso rufián hablaba mientras se manoseaba la verga con el aceite de un candil, supuestamente para que le entrase mejor dentro del culo del muchacho. Y se acercó más a Guzmán y le levantó las piernas para joderlo por delante como a una ramera.
Y nada más rozar con el capullo el ano del mancebo, el conde gritó desaforado: “No te atrevas, puto cerdo!. Acabad con todos que este cabrón es mío!”. Y entró el resto de sus acompañantes con los aceros dispuestos para sajar las vidas de los catorce felones que se encontraban de pie o medio tirados por el cobertizo, dejando al cabecilla para ser pasto de la ira del conde feroz.
Pronto corrió la sangre y la carnicería fue aterradora. Los esclavos africanos cortaban brazos , piernas o cabezas con la rapidez de un relámpago y, a pesar que el hijo de puta del jefe alcanzó una espada, Nuño, con dos filigranas en el aire de su acero, ya tenía al puto jefe de los proscritos desarmado y de rodillas a sus pies. Ya sólo quedaba hacer justicia, pero Guzmán, que seguía inconsciente, tenía que ser atendido de inmediato para cortar la sangre que le manaba por un costado y los labios. Y Aldalahá y Froilán no dudaron en descolgar al chaval y rompiendo su túnica, el almohade limpió la herida y le hizo un vendaje para trasladarlo rápidamente a su casa. Froilán cubrió la desnudez del zagal con su capa y lleno de angustia ayudó al almohade a llevarlo hasta los caballos, diciéndole a Nuño: “Amigo mío no podemos perder tiempo para atender al muchacho. Su estado parece grave, así que nos adelantamos con él hasta el palacio del noble Aldalahá”. Nuño casi lloraba viendo el cuerpo inerte de su amado, pero dijo: “Cuidarlo y haced todo lo necesario porque os lleváis mi corazón. Y si deja de latir mi vida se habrá acabado. Yo me cobraré sobrada venganza por esta infamia!”.
Y los dos señores llevando a Guzmán partieron raudos al palacio del noble almohade, escoltados por dos africanos. Y en el cobertizo quedaba el conde y el resto de los esclavos negros para dejar cuadradas las cuentas con los bandidos. Y comenzó el ajuste del saldo con el jefe. Tan sólo quedaban vivos seis no enteros, además del cabecilla, Y el conde le preguntó: “Quién te paga?”. El rufián babeando de miedo y oliendo a mierda porque se estaba cagando, dijo con voz acongojada: “No lo sé bien, mi señor. Esas cosas nunca las encarga el que se favorece de ellas”. Nuño dijo: “Así que no lo sabes. Quizás sin esa polla que pretendías meter en el culo de mi paje tu memoria se refresque y recuerdes mejor con quien acordaste el secuestro... Levantadlo del suelo y con esas tenazas de arrancar clavos a las herraduras sujetarle ese sucio pellejo para que se lo corte con mi espada”. Y antes de que los imesebelen lo tocasen el cobarde gritó llorando: “El marqués, señor... Fue el marqués de Asuerto. Piedad señor”. Y el conde respondió: “Tendré piedad, pero te quedarás sin pito”. Y lo capó de un hábil tajazo.
El bandido cayó de bruces al suelo con la boca abierta y aullando como una fiera moribunda, pero Nuño ordenó que lo izasen por los brazos y sin darle tiempo a darse cuenta que ya no tenía verga, le amputó las manos con la espada diciéndole: “Tus manos han tocado a mi mancebo y no deben seguir en tu cuerpo. Lo mismo que tus ojos que lo han visto desnudo”. Y se los arrancó con la punta del acero. El hombre ya ni pudo chillar al quedarse ciego, sin haberse recuperado todavía de perder las manos. Pero inclinó la cabeza hacia delante y el conde lo decapitó con dos golpes de espada.
Nuño no descansó porque no le bastaba el castigo. Y ordenó que descuartizasen a los vivos atando los miembros que le quedasen a otros tantos caballos y a los ya muertos, que los colgasen como pasto de los cuervos y los buitres, suerte que correrían los restos de los otros después.
El hedor caliente de la sangre era irrespirable y nauseabundo, pero al conde esa carnicería aún no le bastaba para lavar la afrenta ni menos para calmar su furia y su dolor por el daño sufrido por su amado. No sabía que encontraría al llegar a casa de su noble amigo Aldalahá. Había visto a Guzmán ensangrentado y sin sentido y su rostro era pálido como la cera. Su cuerpo tan bello estaba magullado y arañado y manchado, no sólo por el polvo y la tierra sino por miradas impuras y viles que posaran sus ojos en su hermosa desnudez. Y eso le ardía al conde feroz en su alma como si le grabasen en ella con hierros candentes una sólo idea: “Muerte al traidor que cobardemente y a traición quiso vengarse en mi punto más débil. Mi amado Guzmán”.
El conde tuvo que sentarse en el corral de la venta antes de montar su caballo y dijo en voz alta: “Juro que no descansaré hasta cobrarme mil veces la muerte de ese muchacho si la fatalidad me lo quita. Pero esta vez no podré resistir otro golpe como el de Yusuf. Esta vez sería peor, puesto que ese chiquillo es mi propia vida y sin él ni quiero ni puedo seguir en este mundo”. El dolor del conde hasta hizo humedecer los ojos inexpresivos y fríos de los terribles esclavos africanos de Aldalahá, que, hieráticos y aparentemente insensibles y sordos a cualquier sentimiento, esperaban la orden para regresar al palacio de su amo. No quedaba más que hacer en la venta, ya que sólo era un cementerio de restos humanos al sol.
Nuño recuperó el aliento pero no la calma y ordenó montar. Espoleó su alazán y con su terrible escolta de pedernal negro y refulgente, partieron hacia el palacio de su noble amigo y anfitrión, con el corazón en un puño y latiéndole más rápidamente que el galope de los caballos.
Sevilla le parecía distinta de la ciudad que había visto con Guzmán esa mañana al ir a los reales alcázares. Hasta el sol parecía ensombrecerse de tristeza por el mancebo y todo le resultaba lúgubre y extraño, como si una música fúnebre resonase en sus oídos anunciándole la inminente e irremediable muerte de su amado y las campanas de la Giralda también tocasen compungidas por la suerte del zagal.
Al doblar una calleja casi arrolla a un niño que andaba solo tirando de un carrito de madera. Nuño hizo un quiebro brusco para sortear al crío y casi cae de la montura al perder un estribo. Pero su pericia de jinete lo mantuvo sobre el corcel y tras girar sobre las patas traseras, alzando las manos, el alazán se lanzó al galope con más brío y nervio que hasta entonces, puesto que lo montaba otra vez el conde feroz de negra leyenda.
Y por fin avistó la casa de su anfitrión y clavó la espuela en los ijares del animal para salvar cuanto antes la distancia que le separaba de su amado Guzmán.
El corazón de Nuño ya era un sólo pálpito de ansia y al mismo tiempo miedo por lo que pudiese aguardarle en la alcoba donde gozara por las noches con su doncel, respirando un aire perfumado de jazmines y azahar.
jueves, 7 de abril de 2011
Capítulo XXVII
Nuño y Froilán cruzaron las puertas del palacio a galope tendido y pasaron delante de la Giralda de camino al palacio del noble Aldalahá. Pero al doblar por detrás de la antigua mezquita, cuya construcción ordenara en su tiempo el califa almohade Abu Yacub Jusuf, ya convertida en catedral y sede de la archidiócesis, les salió al paso el mismísimo Aldalahá, seguido de seis guerreros esclavos africanos y les paró diciendo: “Señores, no perdamos tiempo y corramos a salvar a vuestro amado paje, Don Nuño. Mis informadores me advirtieron del peligro, ya que de unos mercenarios jamás esperes discreción, y cuatro de mis hombres llegaron al alcázar en el instante que salían los miserables arrastrando su valiosa captura. Ya les siguen el rastro, pero son parte de una banda de sicarios a sueldo del mejor postor, cuyo jefe es un despiadado proscrito que se refugia en la escarpada sierra. Irán hacia allí para poner en manos de otros al muchacho, tras cobrar el precio de su negra encomienda, y, posteriormente, ser llevado a la meseta camino de las tierras de vuestro enemigo. Pero vayamos hacía la torre albarrana a orillas del río porque de mis informes deduzco que antes de partir de Sevilla, esos rufianes se reunirán con el cabecilla de la partida en una venta que usan de tapadera para sus fechorías. Más tarde, sólo podremos darles caza cuando hayan recorrido tres leguas y tengan que hacer la primera posta, cambiando sus monturas por otras de refresco, para apurar el trote hasta ponerse fuera de nuestro alcance”.
No fueron necesarias más palabras y Nuño y su amigo Don Froilán se unieron a Aldalahá y sus hombres para ir a rescatar al zagal y vengar la afrenta de los ruines perros al servicio del marqués. Galoparon como exhalaciones por la ribera del Guadalquivir, levantando chispas y polvo con los cascos de sus caballos y tras una larga carrera les salió al encuentro uno de los esclavos senegaleses del noble almohade, con su negra piel brillante por el sudor y el sol que caía sobre la ciudad esa mañana, y le dijo a su amo: “Señor, los esbirros se ocultan a unos metros de aquí, tras los muros de una venta, y en el patio se oyen voces y risas y mis tres compañeros vigilan cualquier movimiento de esos perros con aspecto y carne de cerdos. Al muchacho lo tienen dentro de un mugriento cobertizo y esperan a que llegue su jefe para proceder en consecuencia según las órdenes que reciban de ese hombre sin entrañas que los manda. Y eso es todo, mi amo”.
Aldalahá despidió al esclavo y se dirigió a Nuño diciendo: “Conde, descabalguemos para cogerlos por sorpresa. Propongo que nos acerquemos sin hacer ruido y que sigilosamente dejemos fuera de combate a los que vigilen la entrada y los alrededores de la venta. Luego, una vez que el jefe se reuna con sus secuaces, saltaremos los muros y caeremos sobre ellos sin darles tiempo a reaccionar”.
Nuño tenía prisa por atacar y ver a Guzmán libre de sus captores, pero consideró acertado el plan del almohade y respondió: “Es un buen planteamiento dadas las circunstancias. Sobre todo para evitar que le hagan daño al crío o lo usen de rehén o como escudo para escapar. No debe quedar ni uno sólo con vida, ya que es el único castigo posible por lo que hicieron. Será una lucha sin cuartel y bañaremos las armas en la sangre de esos cerdos!”.
Froilán estuvo de acuerdo también y desmontaron procurando hacer el menor ruido posible para no alertar a los bandidos. Los otros esclavos que les habían precedido, estaban bien situados para acabar con los vigilantes y asaltar la venta a la señal de su amo y los otros seis que acompañaban a Aldalahá también tomaron posiciones para proceder al asalto escalando los muros del patio trasero de la venta, donde al parecer estaba el grueso de la banda y retenían a Guzmán dentro de una cuadra o mero techado para herrar caballerías.
Como comienzo para el asalto, los esclavos africanos, con la agilidad de felinos salvajes, degollaron sin el menor ruido a los dos vigilantes que guardaban la puerta y otros tres que rondaban por fuera del muro para avisar si algún desconocido se acercaba a la eventual guarida. Ya sólo quedaban los seis que estaban en el patio más los que estuviesen guardando a Guzmán dentro del chamizo donde lo habían metido, cuyo número desconocían aún.
Subido al borde de la tapia, Nuño vio con sus propios ojos la escoria que se había atrevido a poner sus sucias manos sobre el cuerpo de su amado mancebo y se juró a sí mismo en ese instante que no dejaría ni uno sólo sin descuartizarlo como escarmiento. Y en esto apareció en el patio otro hombre de mediana estatura, tez oscura y greñas sucias y desmañadas, que por el trato que el resto le daba se deducía que ese era el capitán de los forajidos. Y le oyó decir algo referente al chico, pero no entendió lo que les ordenaba a cuatro de los truhanes que se reían como necios sin imaginar la que se les caería encima en breves instantes.
Salieron otros tres al patio y el jefe les gritó en un tono suficiente para oírlo el conde y los suyos: “No le habréis tocado un pelo al mancebo. Ese dulce no es para vosotros, putos cabrones de mierda!. Esa linda cara con su boca jugosa la voy a disfrutar yo, que para eso soy el jefe. Y después cataré ese sonrosado agujero que debe dar más placer que un coño virgen. Vosotros dos, desnudarlo y colgarlo de una viga rozando el suelo con los pies nada más, que así se entregará antes y se mostrará dócil como un cordero. Ya tendréis todos oportunidad de pasarlo por la piedra cuando yo me harte de follarlo como a una perra”. A Nuño se le encendió hasta la bilis y a punto estuvo de tirarse sobre el cabrón medio borracho que osaba mancillar a Guzmán aunque sólo fuese de pensamiento y no de obra todavía. Pero para el conde, tan sólo ese deseo ya era bastante para condenarlo a las peores torturas antes de mandarlo al infierno. Y el puto borracho volvió a gritar: “ Más vino!. Que tengo el gaznate seco de comerle el puto coño a mi ramera!. Ahora me daré un homenaje con ese pastel que me habéis traído de la corte. Qué mejor postre que un joven doncel para saciar la lujuria endiñándosela por el culo?. Joder!. Ya me babea la polla pensando en esa carne fresca y bien cuidada del jodido paje del señor conde....Ja, Ja, Ja...”
Y sus carcajadas se clavaban en el cerebro del Nuño como aceradas esquirlas que le taladraban las ideas para escribir la palabra, ¡Muerte!. El botarate, vertiendo vino por el suelo, entró en el cobertizo y todos escucharon sus exclamaciones de júbilo al ver a Guzmán en pelotas, ofrecido a su lascivia como una víctima propiciatoria al sacrificio.
Froilán tuvo que sujetar al conde para que no se precipitase y pusiese en peligro la estrategia del ataque, pero la razón de Nuño no era capaz de discernir con frialdad lo sensato de lo excesivamente arriesgado por ser demasiado audaz en apurar la liberación del muchacho.
Aldalahá también calmó al conde y le dijo: “Don Nuño, tened un poco más de paciencia que pronto esos rufianes pagaran sus culpas con creces. Primero tenemos que atacar a los que quedan en el patio y una vez aniquilados entraremos todos juntos en el cobertizo para luchar cara a cara con el resto. Y el jefe es para vos, conde. Haced de él lo que se os antoje una vez que vuestro amado joven esté fuera de peligro. Tranquilizaos que ya son nuestros. Ahora que parecen entretenidos bebiendo hasta llenarse como odres de vino, mis guerreros usaran sus arcos y puedo asegurar que cada flecha segará una vida sin emitir el menor gemido. Son expertos en tirar a la base de la nuca y provocar la muerte instantánea”.
El noble almohade dio la orden y con las más perfecta sincronización, cinco saetas dejaron fuera de combate a otros tantos facinerosos. Caían muertos sin decir ni pío los coitados y alguno ni se había enterado que entregaba su vida levantando la bota de vino para brindar por su salud.
Y al saltar dentro del corral de la venta, se oyó un aullido seguido de una sarta de blasfemias y sin otro ruido a quejido escucharon un fuerte golpe seco que sonó como si le hubiesen dado un puñetazo a alguien en los morros.
Todos se sobresaltaron y ya no cabía más que entrar espada en mano y encomendarse a la suerte para vencer
No fueron necesarias más palabras y Nuño y su amigo Don Froilán se unieron a Aldalahá y sus hombres para ir a rescatar al zagal y vengar la afrenta de los ruines perros al servicio del marqués. Galoparon como exhalaciones por la ribera del Guadalquivir, levantando chispas y polvo con los cascos de sus caballos y tras una larga carrera les salió al encuentro uno de los esclavos senegaleses del noble almohade, con su negra piel brillante por el sudor y el sol que caía sobre la ciudad esa mañana, y le dijo a su amo: “Señor, los esbirros se ocultan a unos metros de aquí, tras los muros de una venta, y en el patio se oyen voces y risas y mis tres compañeros vigilan cualquier movimiento de esos perros con aspecto y carne de cerdos. Al muchacho lo tienen dentro de un mugriento cobertizo y esperan a que llegue su jefe para proceder en consecuencia según las órdenes que reciban de ese hombre sin entrañas que los manda. Y eso es todo, mi amo”.
Aldalahá despidió al esclavo y se dirigió a Nuño diciendo: “Conde, descabalguemos para cogerlos por sorpresa. Propongo que nos acerquemos sin hacer ruido y que sigilosamente dejemos fuera de combate a los que vigilen la entrada y los alrededores de la venta. Luego, una vez que el jefe se reuna con sus secuaces, saltaremos los muros y caeremos sobre ellos sin darles tiempo a reaccionar”.
Nuño tenía prisa por atacar y ver a Guzmán libre de sus captores, pero consideró acertado el plan del almohade y respondió: “Es un buen planteamiento dadas las circunstancias. Sobre todo para evitar que le hagan daño al crío o lo usen de rehén o como escudo para escapar. No debe quedar ni uno sólo con vida, ya que es el único castigo posible por lo que hicieron. Será una lucha sin cuartel y bañaremos las armas en la sangre de esos cerdos!”.
Froilán estuvo de acuerdo también y desmontaron procurando hacer el menor ruido posible para no alertar a los bandidos. Los otros esclavos que les habían precedido, estaban bien situados para acabar con los vigilantes y asaltar la venta a la señal de su amo y los otros seis que acompañaban a Aldalahá también tomaron posiciones para proceder al asalto escalando los muros del patio trasero de la venta, donde al parecer estaba el grueso de la banda y retenían a Guzmán dentro de una cuadra o mero techado para herrar caballerías.
Como comienzo para el asalto, los esclavos africanos, con la agilidad de felinos salvajes, degollaron sin el menor ruido a los dos vigilantes que guardaban la puerta y otros tres que rondaban por fuera del muro para avisar si algún desconocido se acercaba a la eventual guarida. Ya sólo quedaban los seis que estaban en el patio más los que estuviesen guardando a Guzmán dentro del chamizo donde lo habían metido, cuyo número desconocían aún.
Subido al borde de la tapia, Nuño vio con sus propios ojos la escoria que se había atrevido a poner sus sucias manos sobre el cuerpo de su amado mancebo y se juró a sí mismo en ese instante que no dejaría ni uno sólo sin descuartizarlo como escarmiento. Y en esto apareció en el patio otro hombre de mediana estatura, tez oscura y greñas sucias y desmañadas, que por el trato que el resto le daba se deducía que ese era el capitán de los forajidos. Y le oyó decir algo referente al chico, pero no entendió lo que les ordenaba a cuatro de los truhanes que se reían como necios sin imaginar la que se les caería encima en breves instantes.
Salieron otros tres al patio y el jefe les gritó en un tono suficiente para oírlo el conde y los suyos: “No le habréis tocado un pelo al mancebo. Ese dulce no es para vosotros, putos cabrones de mierda!. Esa linda cara con su boca jugosa la voy a disfrutar yo, que para eso soy el jefe. Y después cataré ese sonrosado agujero que debe dar más placer que un coño virgen. Vosotros dos, desnudarlo y colgarlo de una viga rozando el suelo con los pies nada más, que así se entregará antes y se mostrará dócil como un cordero. Ya tendréis todos oportunidad de pasarlo por la piedra cuando yo me harte de follarlo como a una perra”. A Nuño se le encendió hasta la bilis y a punto estuvo de tirarse sobre el cabrón medio borracho que osaba mancillar a Guzmán aunque sólo fuese de pensamiento y no de obra todavía. Pero para el conde, tan sólo ese deseo ya era bastante para condenarlo a las peores torturas antes de mandarlo al infierno. Y el puto borracho volvió a gritar: “ Más vino!. Que tengo el gaznate seco de comerle el puto coño a mi ramera!. Ahora me daré un homenaje con ese pastel que me habéis traído de la corte. Qué mejor postre que un joven doncel para saciar la lujuria endiñándosela por el culo?. Joder!. Ya me babea la polla pensando en esa carne fresca y bien cuidada del jodido paje del señor conde....Ja, Ja, Ja...”
Y sus carcajadas se clavaban en el cerebro del Nuño como aceradas esquirlas que le taladraban las ideas para escribir la palabra, ¡Muerte!. El botarate, vertiendo vino por el suelo, entró en el cobertizo y todos escucharon sus exclamaciones de júbilo al ver a Guzmán en pelotas, ofrecido a su lascivia como una víctima propiciatoria al sacrificio.
Froilán tuvo que sujetar al conde para que no se precipitase y pusiese en peligro la estrategia del ataque, pero la razón de Nuño no era capaz de discernir con frialdad lo sensato de lo excesivamente arriesgado por ser demasiado audaz en apurar la liberación del muchacho.
Aldalahá también calmó al conde y le dijo: “Don Nuño, tened un poco más de paciencia que pronto esos rufianes pagaran sus culpas con creces. Primero tenemos que atacar a los que quedan en el patio y una vez aniquilados entraremos todos juntos en el cobertizo para luchar cara a cara con el resto. Y el jefe es para vos, conde. Haced de él lo que se os antoje una vez que vuestro amado joven esté fuera de peligro. Tranquilizaos que ya son nuestros. Ahora que parecen entretenidos bebiendo hasta llenarse como odres de vino, mis guerreros usaran sus arcos y puedo asegurar que cada flecha segará una vida sin emitir el menor gemido. Son expertos en tirar a la base de la nuca y provocar la muerte instantánea”.
El noble almohade dio la orden y con las más perfecta sincronización, cinco saetas dejaron fuera de combate a otros tantos facinerosos. Caían muertos sin decir ni pío los coitados y alguno ni se había enterado que entregaba su vida levantando la bota de vino para brindar por su salud.
Y al saltar dentro del corral de la venta, se oyó un aullido seguido de una sarta de blasfemias y sin otro ruido a quejido escucharon un fuerte golpe seco que sonó como si le hubiesen dado un puñetazo a alguien en los morros.
Todos se sobresaltaron y ya no cabía más que entrar espada en mano y encomendarse a la suerte para vencer
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