Autor: Maestro Andreas

lunes, 11 de abril de 2011

Capítulo XXIX

Nuño entró en la casa como un tornado y ya en el umbral de la puerta Aldalahá le tranquilizó diciendo: “Amigo mío, el chico ha perdido mucha sangre, pero es fuerte y muy sano y saldrá de esta sin problemas. He llamado a los mejores médicos judíos y almohades de Sevilla y lo están atendiendo como si se tratase de un califa. Lo que necesita sobre todo es descanso y buenos alimentos para recuperarse. Y no tener demasiadas emociones fuertes, porque su corazón está débil aún. Don Froilán está con él viendo como los eunucos lo cuidan como a un niño de teta. Don Nuño, venid a verlo y no le forcéis a hablar de lo ocurrido. Ya os lo contará cuando esté repuesto. Es un muchacho muy valiente”.

A Nuño le saltaba el alma por la boca sabiendo que su amado estaba vivo aún y podía volver a ser feliz a su lado. Acompañado por el señor de la casa, entró en el aposento donde yacía el mancebo y lo vio recostado en almohadones de raso cubierto tan sólo por una fina túnica blanca, tejida en lino, que dejaba ver los vendajes debajo. Guzmán parecía dormido y su rostro estaba sereno y más hermoso que nunca. A su lado estaban los dos eunucos, pendientes del menor movimiento del chico, mientras tres médicos comentaban el estado del paciente y Don Froilán, sentado en un escabel, no quitaba su vista del lecho de Guzmán.

El conde se acercó cauteloso para no despertar al muchacho y Don Froilán le dijo muy bajito: “Conde, ya está fuera de peligro. Nada más llegar con él, esos dos eunucos lo bañaron como si su cuerpo estuviese hecho de pétalos de azucena, que con un roce poco cuidadoso pudiese ajarse. Luego desinfectaron las heridas y rasguños con bálsamos y pomadas y apósitos hechos de hierbas. Y después que los médicos lo examinaron y auscultaron por todas partes, lo vendaron y vistieron con esa ligera túnica que realza aún más la belleza de su cuerpo. Conde, no es fácil ver una criatura tan bella como este doncel. Su cuerpo es perfecto y su piel y sus partes íntimas no pueden olvidarse jamás si se han visto. Perdonadme por ello, Don Nuño, pero he sido testigo de todos los cuidados y desvelos que estas dos criaturas habilidosas le han proporcionado con tanto mimo a vuestro mancebo hasta dejarlo sobre ese cómodo lecho de almohadas. No puedo negar que siento una sana envidia de vos por ser su dueño, pero me alegro de la felicidad que os da y que vos le dais a él sin límite ni medida. Ver ese rostro dormido es soñar despierto con un ser celestial, amigo conde“.

Nuño puso al mano en el hombro de Don Froilán y le respondió: “Amigo mío. Dejemos entre nosotros ese trato tan ceremonioso, porque desde hoy somos más que hermanos y no me molesta que veáis a mi corazón tal y como es, sin ropas ni adornos, porque siendo un amigo de verdad, como lo es también el noble Aldalahá, debéis saber y conocer como es ese corazón que me hace amaros. Froilán, amigo mío, tienes razón al alabar a Guzmán de ese modo y su hermosura es una realidad que no puede ocultarse a los amigos, como tampoco se les esconde una joya valiosa. Nunca podré olvidar lo que hiciste por mi este día y te estoy eternamente agradecido por todo, lo mismo que a mi noble Aldalahá.... Algunos dirán que no es posible que un villano o plebeyo pueda tener tan altiva belleza, pero creo que eso no está en la sangre por nacimiento sino en la raza. Y Guzmán es de buena casta, sin duda”.

Y se oyó la voz del noble almohade: “Don Nuño creo también que estáis acertado en eso, pero este doncel no es un villano ni un plebeyo. Por su aspecto y parecido, juraría que por sus venas no sólo corre la sangre de los califas, sino que este muchacho es nieto del gran Muhammad An-Nasir. Y por tanto es un príncipe de mi pueblo“.
Un profundo silencio se apoderó de la estancia y todos miraron al noble almohade. Y Nuño preguntó: “En qué basas esa afirmación, Aldalahá?”. Y éste prosiguió: “Una de la esposas que acompañó al califa y se encontraba en la tienda real durante la batalla de las Navas, estaba encinta y desapareció después de la contienda donde fue derrotado Muhammad An-Nasir. Ella no volvió a Sevilla con lo que quedó del harén y el resto de la corte califal que acudió a la batalla. Y entre mi pueblo se dijo que la desaparecida dio a luz una niña. Una princesa que creció entre cristianos y debió casarse con un hombre de esa creencia que la protegió hasta que, tras su muerte, quedó sola con un niño. Muchas veces hemos realizado pesquisas intentando averiguar su identidad, pero hasta ahora había sido inútil. Y el destino es impredecible, pues he aquí que ese príncipe tan buscado está ahora en mi casa mal herido y tendido en un lecho. Lo raro es que no lleve un anillo encima. Esa sería la prueba definitiva. Esa joya es el sello de la casa de su abuelo que llevaban todas sus esposas y sus hijos. Y él ha de tener el de su abuela”.

Nuño quedó cabizbajo y le dijo a Aldalahá: “No os he mencionado que él habla de un anillo que le dio su madre antes de morir?”. “No lo recuerdo si es que me lo habéis dicho”, respondió el noble señor. Y preguntó: “Lo habéis visto, conde?”. “No. Me dijo que lo tiene escondido y le prometí ir a buscarlo al terminar los asuntos que nos trajeron a Sevilla. Pero no sé como es ni se lo he preguntado. No le di importancia al hecho creyendo que podría tratarse de una sortija cualquiera”. “Pues ese anillo debe ser el sello real de Muhammad An-Nasir, querido conde”, concluyó Aldalahá. Y añadió: “Señores, creo que debemos salir todos y dejar a Don Nuño solo con su doncel. Es normal que desee tener un rato de intimidad con el zagal.... Nosotros vayamos a reponer fuerzas también degustando algún majar apetitoso.... Salgamos con los médicos, Don Froilán. Los eunucos no cuentan. Ellos son como un mueble más del aposento y puede necesitarlos el conde. Don Nuño, estaremos en el gran salón”.
Y Nuño se quedó con Guzmán y los dos jóvenes eunucos, que no se apartaban del lecho del muchacho herido, ya que para ellos era su príncipe desde que lo vieron por primera vez. El conde se recostó junto al chico y le acercó los labios a la frente. Estaba algo caliente, pero no sudaba. Y al contacto de la boca de Nuño, Guzmán abrió los ojos. Sonrió, volvió a cerrarlos y dijo con una voz todavía débil: “Mi señor, os he fallado. No pude defenderme ni me dieron tiempo para usar el puñal. Dónde está el estilete que me dio mi amo?. Me lo quitaron, mi señor y también la ropa”. Y Nuño lo interrumpió: “Calla, mi niño, No hables ahora de eso, que ya sé lo que pasó. El puñal estará con el resto del botín que trajeron los esclavos de nuestro anfitrión. Y si no está ahí, no importa, porque haré que te hagan otro aún más bello y rico que ese que te quitaron. Pero no te esfuerces aún que estás herido y aquí están tus pequeños eunucos para cuidarte. Y yo para amarte más que nunca, mi valiente escudero. Casi le arrancas la boca al sucio truhán que quiso besarte!. Eres un tigre cuando tienes que sacar las garras”. Guzmán quiso reír, pero el dolor le forzó una mueca y sólo dijo: “Eso lo recuerdo, pero luego creo que me golpeó la boca y no supe nada más hasta verme en estos almohadones con Hassam y Abdul a mi lado”.
El crío quiso agarrar la mano de Nuño y éste se la dio diciendo. “Has corrido un gran peligro y si llegas a morir no podría seguir sin ti mi camino. Tendré que cuidarte más y no habrá próxima vez, puesto que nunca más te dejaré solo”. El chiquillo lo miró apretándole la mano y dijo: “Mi amo, que no soy una doncella indefensa!. Esta vez me cogieron a traición, pero estaré más alerta en lo sucesivo y no volveré a caer sin lucha”. “Lo dicho!. Eres un león de lo más fiero!”, añadió el conde riendo. Y besó al chico en los labios para tumbarse después junto a él, volviendo a sentir el calor de su cuerpo y el aroma de su cabello. Pero el zagal preguntó: “Mi señor, que le pasó a esos bandidos enviados por el marqués?”. “Tú sabías eso?”, preguntó el conde. “Sí, mi señor. Lo dijo el jefe cuando llegamos a esa venta”, contestó el mancebo. “Pues ahora están todos muertos y troceados para que los devoren mejor los carroñeros”, respondió el conde. Y Guzmán exclamó: “Mi señor, vos si sois fiero si os obligan a defender lo vuestro!”.


“Por eso el pueblo me llama el conde feroz”, dijo Nuño.

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