Autor: Maestro Andreas

sábado, 23 de abril de 2011

Capítulo XXXIII

Guzmán prefería acompañar al conde a la corte que quedarse en casa de Aldalahá recibiendo clases de latín, árabe, matemáticas y otros materias que le decía que serían necesarias para su futuro. Disfrutaba más con la esgrima y la lucha cuerpo a cuerpo, pero esta última solía practicarla con Nuño. De su herida sólo quedaba un ligero recuerdo en su piel, aunque Doña Sol todavía iba a verlo y pasar un rato hablando o jugando con él al ajedrez, que le encantaba a la chica y se lo enseñó también a Guzmán, aunque ella le ganaba siempre y se reía como una loca al ver la cara de pasmo del chaval cuando le decía “jaque al rey”. Y más tarde, en un par de movimientos, le soltaba eso de “jaque mate”. Y eso ya le jodía a Guzmán, que lo tomaba como una derrota en el campo de batalla. Y a manos de una mujer de su edad para mayor oprobio.

Sin embargo, floreció una buena a mistad entre los dos adolescentes y les gustaba estar juntos. Bueno, sólo amistad era por parte del chico, puesto que ella cada vez lo miraba con ojos más dulces y no podía olvidar el vientre plano, firme y dorado y el vello rizado que coronaba el pene del muchacho. Y que lamentaba cada día no haber podido vérselo para hacerse una idea más exacta de lo que le iban a meter por su sexo al casarse con el conde. Ya que suponía que todos los hombres, independientemente de su edad, lo tendrían igual. Cómo iba a imaginarse el trancazo que le aguardaba en su noche nupcial. Hecho que se iba a adelantar inesperadamente cuando ella menos lo deseaba.
Esa mañana el conde había salido muy temprano para ser recibido por el rey y al regresar al palacio de su anfitrión, venía de muy mal humor. Guzmán, que leía la mente de su señor aunque no le viese la cara con gesto alguno que denotase su estado de ánimo, le pregunto: “Mi señor, os han dado malas noticias sobre algún asunto?”. “Sí”, respondió secamente Nuño. Y añadió: “La preñez de la reina me ha jodido!”. “Qué tenéis que ver vos con eso?”, preguntó el chaval. Y el conde soltó: “Por fortuna nada, pero como desea ser mi madrina de boda y no quiere ir con un bombo que afee su figura en la ceremonia, el rey ha decidido que se adelanta mi boda con Doña Sol antes de que el vientre de la soberana se note demasiado”. “Y cuando será, mi amo?”, quiso saber el mancebo. Y el conde le anunció: “Mañana será anunciada oficialmente durante la audiencia pública del rey en el salón del trono y será dentro de dos semanas. Eso retrasa aún más el viaje a Granada, porque no podré partir al día siguiente. Al menos tendré que esperar una semana para asegurarme que la dejo preñada. Y eso supone unas noches sin ti y me cabrea y me jode!”.

Guzmán sintió algo de tristeza por la noticia, pero no por ser Doña Sol la novia, sino por sentirse desplazado en el lecho de su señor. De tener que compartir a su amo con una mujer, prefería que fuese ella la afortunada. Mas cómo sería su vida con el conde a partir del enlace, se preguntaba el chaval. Quizás ya no podría pasar con él la mayor parte del día y menos durante la noche. Ella reclamaría los favores del esposo, porque Guzmán daba por hecho que al probar el sexo con Nuño, Doña Sol se enamoraría de su marido y no soñaría con otra cosa que ser poseída por Nuño, como le ocurrió también a él mismo ya antes de ser penetrado por el conde.

Su cara perdió la sonrisa por un instante, pero Nuño le hizo reír con unas cosquillas empeñado en verle la marca de la herida para besársela. El mancebo fingió que se resistía y terminó tumbado boca arriba en el suelo, aplastado por Nuño que le sujetaba las manos y le decía: “Me gusta verte indefenso en mis manos y voy a comerte a pequeños bocados, empezando por lamer esa cicatriz que ya casi se está borrando. Te lastimo o te peso demasiado, mi pequeño capullo de rosa?”. Guzmán se reía y le dijo al conde: “No, mi señor. Pero sin desear faltar al respeto que os debo, mi amo, a veces os ponéis muy tonto conmigo diciéndome lindezas y ya soy un hombre y no un niño y menos una damisela”. Nuño soltó una carcajada y después de besar la boca del chaval le dijo: “Tú eres lo que yo quiera, ya sea un macho o una ramera o la más delicada y dulce de la mujeres. Tú serás lo que yo desee en cada momento y ahora te quiero hembra para gozarte”. Y sin molestarse en bajarle las calzas al chico se las rasgó y le colocó las patas sobre sus hombros diciendo: “Ese agujero es el mejor coño que un hombre puede desear para joderlo”. Y se la clavó de golpe y en seco.
Guzmán se quejó por la embestida tremenda que recibía y con gemidos y voz lastimera dijo: “Mi amo, a veces sois cruel con vuestra verga al enfilar mi ano... Y al penetrarlo con tanta fuerza y brusquedad me hacéis daño, pero...”. “Pero qué, si ya estás caliente como una gata... Qué pero es el que me dices...si ya abres más el culo para que te la meta más a fondo... Di...Cuál es el pero...”, preguntaba Nuño golpeándole rudamente el agujero con sus cojones. Y la gata gimió más fuerte y se puso perra y jadeó como loca y con más suspiros y quejidos gritó como una zorra: “Pero... Más, más fuerte, mi amo...Más fuerte aún, que me deshago de gusto con esa verga en el culo... Sí,... Así... Noto el capullo en mi vientre y me muero de gozo, mi señor”. Nuño jadeaba como un toro y dijo con dificultad:“Y yo... siento como...ese redondel de carne... se ciñe a mi... polla como un anillo... de bodas... y me... besa cada ...centímetro que meto en ti... Guzmán... No podré pasar ni una sola noche sin follarte... y... temo que al metérsela a ella.... suelte tu nombre... o crea que eres tú quien la tiene dentro.... Si pudieses tener tú mis hijos!”. “Yo soy un hombre... como vos,... mi señor,... aunque por daros... placer... sea la más viciosa de las putas... no puedo engendrar nada en mi vientre... que no sea vuestro propio gozo convertido en leche”, gritó el mancebo sudando y rojo de excitación.
Luego los dos eunucos los bañaron y vistieron para estar más presentables al reunirse con su anfitrión que los esperaba para tomar un refrigerio. Nuño y Guzmán llevaban puestas ropas al estilo árabe que dejaban ver el centro del pecho, el estómago y el vientre, justo hasta el comienzo del pubis, y la hermosura de ambos jóvenes era un regalo para la vista de cualquiera. Aldalahá no pudo reprimir un elogio para los dos y su satisfacción al verlos tan risueños, pero se preocupó por la noticia de la inminente boda del conde. No le pareció suficiente que se adelantase tanto tan sólo por el estado de gestación de la reina Doña Violante y su capricho de ser una madrina sin bombo demasiado aparente, cuando su entrada en todos los actos, al igual que la del rey, no sólo era a bombo y platillo sino con fanfarrias y chistus. Pero aún así felicitó al desposado y le prometió un regalo acorde con el afecto que le tenía.

Caprichos de la soberana, dijo Nuño. Pero para el noble almohade tenía que haber algo más en ese cambio de planes tan precipitado. Fuera como fuere, quedaban pocos días para los preparativos de los esponsales, aunque se celebrasen sin demasiada pompa y derroche de medios y dineros. El conde no tenía ganas de fiestas con motivo de su boda y le fastidiaba también retrasar los proyectos que tenía pensado realizar al volver a su feudo. Sin embargo, la voluntad del rey primaba sobre todo lo demás. Así que ajo y agua y a casarse ya. No tenía otra opción el noble conde feroz.

Y tuvo que aparecer ella para estropearle el resto del día a Don Nuño. Doña Sol se presentó de improviso en la casa de Aldalahá, con su inseparable aya y un discreto séquito de criados, y el anfitrión del conde la acompañó al salón en que se encontraban Nuño y Guzmán, además de la caterva de eunucos y simples esclavos y sirvientes de la casa. La joven dama venía a tratar con el conde algunos detalles de los esponsales, ya que éste no se había dignado ir a verla en palacio y tuvo que enterarse de su presencia ante el rey por un mayordomo de cámara, que era confidente de Doña Petra.

Nuño consideró que tales cuestiones no necesitaban ser tratadas en privado con su casi esposa y le ofreció asiento a su dama frente a él y su amado. Y no solamente a Doña Sol se le fueron los ojos a los pechos y vientres de los dos jóvenes. La mirada de su aya podría quemar un bosque de tan encendida que era. Y la de la cría no le iba a la zaga. Doña Sol se sorprendió todavía más que con la primera visión del torso de Guzmán, pero ahora fue con los dos. Los pectorales de Nuño y los músculos del estómago, que parecían de hierro, lograron que le entrase una calentura que le subió hasta la nuca y la hizo sudar, pero con un temblor impreciso que casi la marea. Y sin reponerse de ese sobresalto, Guzmán se inclinó hacia delante para alcanzar un vaso y le vio otra vez el vello rizado y lo que creyó que era parte del pito. Tuvo que darse aire y se quejó que hacía calor en la estancia, aunque le estaba dando en pleno el aire de un paipay conque la abanicaba un eunuco.
Doña Sol no pudo estar demasiado tiempo con los hombres y tras perfilar algunos detalles triviales con Don Nuño y preguntar por qué no estaban con ellos las esposas del dueño de la casa, ante la contestación del conde, que estaban donde debían, es decir en el harén, prefirió irse a palacio alegando un sofoco que no le dejaba respirar. La visita tenía todas las trazas de ser algo forzada por la necesidad de ver a Guzmán al enterarse que le quedaban los días contados para ser soltera.
Ya que ella también pensaba que su vida tras la boda no sería la misma ni su trato con el chico tampoco. Y eso le daba pena y algo más.

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