Doña Sol estaba bordando apaciblemente en su aposento, acompañada por su aya, y Nuño solicitó ser recibido por la joven dama. Esta se puso en pie, dejando el bastidor, y fue hacia su prometido buscando tras él al joven paje. Al no verlo sonrió, pero al saludar al conde le preguntó: “No os acompaña el joven paje, mi señor?”. Nuño quiso ser amable y mostrar una cierta admiración por la belleza de la dama y respondió: “Mi señora, hoy vengo a veros y daros un presente que adquirí para adornar más si cabe vuestra hermosura. Cosa difícil, puesto que no creo que haya en todo este reino otra mujer con tal belleza. A mi paje lo he dejado paseando por los jardines del palacio, ya que no necesito que nadie me acompañe para visitar a mi prometida. Para evitar habladurías, señora, ya está Doña Petra, vuestra aya. Tomad esta joya y dadle el brillo de vuestro rostro”. Doña Sol se sintió halagada por las palabras de Nuño y agradeció el regalo pidiendo a su aya que se los pusiese en las orejas para verse en un espejo con los aretes.
La piedras preciosas centelleaban al darle el sol que se filtraba por la celosía del ventanal, y la joven se vio hermosa y radiante ante el noble conde. Doña Petra alabó el gusto de Nuño y su señora ofreció asiento al conde para platicar un rato de cosas intrascendentes. Nuño vio sobre una mesa un códice y preguntó a Doña Sol. “Leéis en latín, señora?”. “Sí, mi señor. Es una obra del gran Virgilio”, respondió la dama. Y el conde añadió: “Las Bucólicas, por lo que leo en su tapa”. “Sí, mi señor”, afirmó Doña Sol. Y Nuño exclamó: “Un gran poeta ese romano... Me agrada vuestra afición a la cultura, señora... En mi castillo podéis contar con una nutrida biblioteca para entretener vuestras horas de ocio, señora”. Y Nuño pensó: “Que no serán pocas ya que sólo tendrás mi compañía el tiempo indispensable para dejarte encinta... No creas que tu linda cara y ese tipo esbelto y un busto bien moldeado sobre una breve cintura van a separarme de mi Guzmán más de lo necesario. La lectura y el bordado serán la mejor compañía para ti en mi casa”.
La joven se mostraba más suelta y desinhibida por minutos y Nuño se agarrotaba viendo pasar el tiempo y pensando que Guzmán estaba solo en los jardines del alcázar, rodeado de merodeadores babosos que no quitarían sus ojos del bonito culo del chaval. Ya estaba a punto de despedirse de su dama cuando entró la reina Doña Violante para visitar a su pupila. Al ver al conde, la reina se mostró complacida y le expresó su contento diciendo: “Conde Nuño, me alegra veros en compañía de vuestra futura esposa. Habéis venido sin vuestro paje?”. “Mi Señora, lo dejé disfrutando de los jardines de este palacio y ahora me reuniré con él otra vez, antes de que me reciba en audiencia su majestad el rey, mi Señor”, contestó el conde.
Y como Doña Sol no paraba de menear las orejas para llamar la atención de la reina sobre sus aretes, esta le preguntó: “Querida niña, Esos pendientes tan preciosos os lo ha regalado el conde por casualidad?”. “Sí, mi Señora”, respondió la joven dama contenta como unas pascuas. Y Doña Violante valoró con satisfacción el regalo de Nuño a su prometida y le preguntó: “Por cierto, conde. No os habréis cruzado con mi noble primo Don Froilán?. Debió venir a mi aposento hace rato pero no apareció. Es raro que se haya retrasado en acudir a mi llamada”. “No lo he visto, mi Señora. Pero si lo encuentro le recordaré que lo espera vuestra majestad”, contestó Nuño.
Cómo iba a imaginar el conde que él era la causa del retraso de Don Froilán para ver a su prima la reina. El noble recorría el alcázar preguntando por Nuño para darle personalmente la mala noticia del secuestro de Guzmán. El sabía lo que sentía el conde por el mancebo y tenía que ser un hombre con su misma sensibilidad por el amor de un muchacho quien le diese ese nefasto y trágico comunicado. Estaba seguro que al conde se le desgarraría el alma y no quería que otros ojos viesen su desesperación de amante.
A Don Froilán le urgía dar con el conde cuanto antes, porque no deseaba hacer averiguaciones sobre el suceso hasta que no lo supiese Nuño, para evitar habladurías que llegasen a sus oídos tergiversando los hechos, y los nervios lo traían de un lado para otro como un poseso queriendo saber si habían visto al conde de Alguízar. Un lacayo le informó que lo había visto dirigirse a los aposentos de su prometida y Don Froilán corrió como una flecha hacia ese ala del palacio, tropezando con quienes se topaba y disculpándose a la carrera de los empujones que daba a diestro y siniestro.
Al llegar a la puerta de las habitaciones de Doña Sol, llamó con insistencia para ser recibido y al abrirle Doña Petra preguntó a boca jarro por el conde. La mujer casi se asusta por la precipitación del noble, que era más un atropello que una pregunta, y fue Doña Sol quien le dijo que ya se había ido a encontrarse con su paje en una fuente de los jardines del palacio. Y le recordó que la reina lo esperaba en sus aposentos y que fuese presto a verla.
El noble señor se excusó sin besar la mano de la dama y se largó hacia donde había ocurrido el secuestro del joven paje, repitiéndose de mil maneras la forma menos brusca de decírselo al conde. El tiempo apremiaba, puesto que cuanto más tardasen en averiguar algo al respecto, el mozalbete correría más peligro y a Don Froilán también le dolía la suerte de Guzmán. Que no pudiese poseerlo no le impedía tenerle aprecio y desear el bien del muchacho. Y, además, rechazaba la felonía cometida con el chaval, contra el que nadie en la corte podía tener resentimiento o odio de ningún tipo. Ya que su único pecado u ofensa sólo podría consistir en ser tan guapo y atractivo.
Y entonces pensó Don Froilán: “Lo habrán raptado?. Alguien que lo ha visto querrá follárselo y lo mantendrá encerrado para gozarlo a la fuerza hasta doblegar su voluntad y convertirlo en su ramera?”. “Eso no puede ser!. Nadie osaría ofender de ese modo al conde si aprecia la vida en algo”, se dijo. Y añadió para el mismo: “Ha de tratarse de una venganza contra el conde o algo similar. Y eso sólo puede ser obra del marqués. Por qué ese odio visceral hacía el noble Nuño y antes a su padre?”. Esas reflexiones y preguntas daban alas a Don Froilán para recorrer los patios y salones que le separaban de la fuente del patio del yeso, en la que Nuño debía encontrar a su paje.
Nuño se cruzó con el marqués cuando ya estaba llegando al punto donde esperaba reunirse con Guzmán y éste le dijo: “Corréis mucho conde. Acaso temíais encontraros conmigo?. Tanto miedo os doy, conde?”. A pesar de la prisa, Nuño se detuvo y miró con desprecio a su enemigo diciendo: “Miedo?. Ni a vos ni a mil de vuestra calaña, marqués. Risa me da veros y no miedo. Pero ya será tiempo de ajustar nuestras diferencias. Ahora efectivamente llevo prisa, marqués”. El marqués se rió y contestó: “Esa risa pronto se helará en vuestra boca. Podéis estar seguro de ello, conde. Y como vos decís, está cerca el tiempo de ajustar nuestras cuentas y me suplicaréis clemencia antes de lo que piensa vuestro estúpido orgullo. Daos prisa, conde, que quizás no encontréis lo que dejasteis tan torpemente”. Y torciéndole la cara el marqués siguió su camino dejando a Nuño alarmado por sus palabras.
Corrió a la fuente y oyó la voz de Don Froilán que lo llamaba con inusual insistencia y se volvió para oír lo que tenía que decirle, seguramente algún mandado de la reina, pensó, ya que jamás se imaginaría que semejante noticia iba a saberla por boca del primo de su majestad. Don Froilán alcanzó a Nuño y sin aliento le dijo: “Noble Nuño, Guzmán no está en donde lo dejasteis al llegar a palacio. Acababa de saludarlo junto a la fuente cuando tres hombres armados lo apresaron y se lo llevaron a la fuerza”. Nuño se quedó paralizado y no reaccionaba y Don Froilán continuó: “Al oír el forcejeo volví la cabeza y vi como lo secuestraban, conde”. “Pero que decís, Don Froilán!”, exclamó Nuño. “Y éste añadió: “Daría lo que fuese por ahorraros tal noticia, pro el tiempo apremia y debemos realizar pesquisas para recabar algún dato que esclarezca lo ocurrido y sirva para encontrar al muchacho. Sospecho que corre un grave peligro y que esto es obra de vuestro enemigo. Lo que no alcanzo a entender es el motivo por el que se ha vengado contra vos y la vileza de causar daño al chico”.
Nuño palideció y se le heló la sangre en las venas al recordar las recientes palabras de su mortal enemigo y no pudo reprimir un desgarrador lamento que erizó los cabellos de Don Froilán: “Noooooooooooo!. Guzmán nooooooo!”.
Don Froilán abrazó a Nuño y le dijo: “Don Nuño, sé lo que estáis sufriendo y cual es el motivo de vuestra pena. Contad conmigo, amigo mío. Yo os ayudaré a recuperar a vuestro doncel. Repongamos el ánimo y no perdamos más tiempo. No es hora de lamentos sino de rugir de ira, mi noble amigo”.
Y el conde volvió a ser feroz y rugió como un león herido antes de aullar como un lobo hambriento y sediento de la sangre de sus enemigos.
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