Autor: Maestro Andreas

martes, 5 de abril de 2011

Capítulo XXVI

Don Froilán contó con pelos y señales cuanto había presenciado y los dos callaron pensando cual era la mejor manera de empezar la búsqueda de Guzmán. El conde recordó su audiencia con el rey y le rogó a Don Froilán que hablase con el monarca excusándole no acudir a ver a su majestad, pero la urgencia del caso primaba sobre todo respeto y cualquier otra prioridad o interés del rey.

También recordó el conde a su noble amigo que la reina lo esperaba en su cámara, pero éste le respondió que la seguridad del mancebo estaba por encima de todo asunto, por importante que pudiese ser o parecerle a la reina. De todos modos hacía mejor servicio al conde poniendo al corriente de lo sucedido a sus majestades el rey y a la reina, que salir del alcázar sin rumbo al no tener el menor atisbo por donde empezar a deshilar la madeja de la villana intriga.

En cuanto Don Froilán dejó al conde para comunicar al rey la tragedia, Nuño siguió el rastro del marqués con intención de sacarle la verdad a espadazo limpio o retorcerle el cuello con sus propias manos hasta que hablase y confesase lo que había hecho con el zagal. Sus esfuerzos fueron inútiles, puesto que el marqués había abandonado el palacio tras cruzarse con él, y la noticia del secuestro prendió como la yesca y se extendió por patios y salones como el fuego en el rastrojo después de la siega y el calor del estío en plena estepa castellana.
El rey y su tío el infante Don Alfonso de Molina, quedaron perplejos por las malas nuevas que le traía Don Froilán, y Alfonso X montó en cólera no pudiendo dar crédito a que en su palacio y ante sus reales narices hubiesen secuestrado a un paje o doncel, según los ojos y el deseo conque se le viese a Guzmán. El monarca llamó al capitán de su guardia para redoblar la vigilancia en el alcázar y ordenó que se buscase el muchacho por toda la ciudad, decretando pena de muerte en el acto para sus secuestradores y poniendo precio a su cabeza. Y el infante pidió licencia a su sobrino para ir en busca del conde, mientras Don Froilán fue a reunirse con su prima Doña Violante para relatarle todo el suceso, tal y como lo había vivido.

Y lo acaecido llegó hasta los oídos de Doña Sol por boca de una fámula, ensombreciéndole el rostro tal desgracia y sin poder evitar que sus ojos se llenasen de lágrimas y le abandonasen las fuerzas de repente como si un vahído se apoderase de ella. Doña Petra se alarmó al ver el estado de su señora y pidió a las criadas agua de azahar y un paño húmedo para refrescarle la frente que casi le ardía por el sofoco que le entró al saber la nefanda noticia. Y la dueña, que conocía bien a su señora Doña Sol, la miró con estupor y sin poder creerlo del todo exclamó: “Mi señora, quien os viese hasta pensaría que vuestro prometido fuese el paje y no su señor!. Qué os pasa mi niña!. Qué siente vuestro corazón por ese mancebo, señora?”.

Doña Sol se puso roja como la amapola y su pecho se agitó aún más y reprendió a su aya por sugerirle tales cosas, creyéndola capaz de una infamia semejante contra su futuro esposo. Pero esas palabras fueron como la semilla que empezaba a germinar en su mente y quedó en silencio concentrada en sus pensamientos, recordando que por la noche en su sueño húmedo el protagonista no era Don Nuño sino el bello Guzmán, su paje. Un chiquillo como ella que con sus misteriosos ojos negros y su gallardía también la había prendado sin darse cuenta hasta ese instante.

La joven dama se tapó el rostro con las manos y rompió a llorar como una niña desconsolada al sentirse perdida por sus afectos equivocados. Doña Petra la abrazó como cuando era más pequeña y le dijo: “Mi niña, el corazón no sigue los dictados de la razón. Vuestro esposo es el otro y a él os debéis, mi señora. El joven Guzmán sólo es un paje de vuestro marido y éste ya es el amo y señor al que debéis respeto y obediencia de por vida. Y cualquier pensamiento amoroso o de simple deseo hacía otro hombre es traición hacía el esposo, que podría costarle la vida al chico y también a vos, señora. Ya que el conde tendría derecho a daros muerte a los dos. No juguéis con algo tan peligroso, Doña Sol, y someteros a la suerte que os ha deparado el destino y la voluntad del rey. Y además, de qué os quejáis?. Cuántas damas en esta corte envidian vuestra fortuna!. Un marido poderoso y rico. Y por si es fuera poco, es joven, apuesto, valiente y que goza del favor del rey. Seréis una de las damas más influyentes de estos reinos, más gracias a eso que por ser la pupila de mi Señora la reina. Mi niña, no tires por tierra todo lo que te depara la vida y pongas en peligro tu seguridad por un amor imposible. Ese joven paje no es para una joven dama de vuestra alcurnia, señora”.
La joven dama escuchó a su aya, pero no paró de llorar con un creciente hipo a cada palabra que escuchaba. El mundo se le estaba viniendo encima por el rostro enigmático y el gracioso cuerpo de un doncel, rematado por un culo precioso que levantaba pasiones entre damas y caballeros de la corte del rey sabio. Y apareció la reina Doña Violante y la niña le hizo la reverencia, besándole la mano, y sus ojos aún lloraban por Guzmán. Su majestad tomó asiento y pidió un vaso de agua fresca para calmar su desasosiego.

Y le habló a Doña Sol: “Querida niña, veo que ya conoces la noticia. Es inaudito que algo así pueda ocurrir en la corte del rey. Un joven de tal galanura, seguramente ha provocado los celos de algún marido al ver la codicia por sus prendas en los ojos de su mujer. Pero no puedo creer que el chico en tan poco tiempo haya gozado de mujer en esta corte y ni siquiera en Sevilla. Cierto que es muy bello, pero no lo creo tan rápido ni tan persuasivo como para llevarse por delante la honra de una mujer más o menos decente y de alta cuna. Eso es fácil que ocurra con las plebeyas pero no con las nobles. No es que todas seamos horradas, pero al menos sabemos cubrir las apariencias y eso es lo que más importa. Mi pequeña, sé que vuestro futuro esposo está desolado por tan desagradable acontecimiento y la posible pérdida del muchacho lo ha trastornado y culpa de ello al marqués de Asuerto. Y mi Señor y real esposo ha puesto precio a la cabeza de los malhechores. Consolaros, Doña Sol, que la providencia guardará de ese joven. Estoy segura, porque su mutilación o muerte no sería justa. Es demasiado estético para destruir su cuerpo y su hermosura!”.

Y Doña Sol dijo a la reina: “Mi Señora, nos esperan días duros y tristes mientras no aparezca ese mancebo y sufro por él y por la ofensa hacia mi futuro esposo, que se sentirá herido en su orgullo”. Y la soberana añadió: “Esta desgracia nos hiere a todos y sus consecuencias pueden alcanzar a toda la corte, mi querida niña. Recemos por que no ocurra una tragedia irreparable”. Y la reina abandonó el aposento de Doña Sol con el corazón en un puño por la suerte del muchacho que alegrara su vista y sus solitarios sueños viendo en la oscuridad de su alcoba ese cuerpo sensual y unos cabellos negros y los centelleantes ojos de azabache pulido que le recordaron los ardores de sus años mozos.
Todo el alcázar quedó consternado por el secuestro del paje del conde de Alguízar. Y éste, contrariado al no hallar al marqués, decidió ir a casa de su noble amigo Aldalahá, sabiendo que también contaría con su ayuda y sus siempre acertados consejos. Pero antes de salir de los reales alcázares, Nuño buscó a Don Froilán y le participó sus planes de ir al palacio del noble almohade, que era su anfitrión en Sevilla, y el noble primo del doña Violante se ofreció a acompañarlo y prestarle su ayuda para recuperar al precioso muchacho secuestrado vilmente por unos hijos de perra sin ley, ni derecho a más justicia que la muerte por su osada felonía. A Nuño le salían venablos envenenados por los ojos y a Don Froilán lo llevaban los demonios pensando que otras manos impuras podrían rozar el cuerpo de Guzmán.
Casi sentía la ofensa con tanta amargura como el propio amante del muchacho, el noble conde Don Nuño.

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