Doña Petra oyó salir al conde de la alcoba de su ama y, fuese por curiosidad o preocupación por el estado de la joven, entró para verla y se la encontró sentada en la cama mirándose la vulva. La dueña se asustó y se apresuró a ver que le ocurría a su ama, pero antes de llegar hasta ella la sonrisa de la dama le previno que lo que veía Doña Sol no suponía una tragedia. La muchacha quiso ponerse en pie, pero le temblaban las piernas y no lograba cerrarlas del todo porque le ardía el coño por dentro y le escocía por fuera. Pero estaba feliz y satisfecha de ser una mujer casada y desflorada por un cacho carajo que le había dejado abierta de piernas. Y así se lo dijo a su aya.
El aya fue a buscar una palangana con agua tibia y le lavo las partes enrojecidas de la cría, mientras ella le contaba una versión edulcorada y censurada de lo ocurrido en el primer encuentro carnal con el conde. La dueña estaba encantada al ver el rubor en las mejillas de su señora y, sobre todo, la cara que se le quedó a Doña Sol de estar en un cielo maravilloso, pensando en que aquello se repetiría muchas más veces. Podía decirse sin faltar a la verdad que estaba jodida pero contenta, como se suele decir vulgarmente. Y cuando Doña Petra le preguntó si le había dolido que la desvirgasen, la joven se rió y besó la mejilla de la dueña diciéndole que el gusto ahí abajo compensaba cualquier dolor. Su esposo no le dejara ni un solo pétalo de la flor de su virginidad, pero se abriría otra vez de piernas si volviese esa noche a ella.
Y más lejos, en otro palacio y en otra alcoba, Guzmán dormía no sin antes quedarse sin lágrimas y arañar los cojines de rabia y desolación. Y notó un roce en su mejilla que le hizo moverla instintivamente, peor no abrió los ojos. Y otra vez ese misma caricia, pero algo más concreta, le obligó a levantar la cara un poco y el olor de su amo le llegó tan nítido que le dio la impresión que estaba a su lado. Y miró para el otro lado como desechando esa idea, cuando de nuevo le rozaron unos labios y se volvió incrédulo de lo que veía. “Mi señor!”, exclamó el crío y se abrazó al cuello de Nuño como si regresase de una guerra y le hubiesen anunciado su muerte en la batalla.
Nuño estaba allí desnudo y tumbado en las almohadas junto a él y le decía: “Mi príncipe, vine a consumar nuestro enlace. Tú y yo también nos casamos en la catedral y reclamo mi derecho como marido para poseerte y llenarte con mi vida. No podía permitir que pasases esta noche sin mí. Supongo que los dos putos castrados que duermen ahí a los pies del lecho, te habrán preparado como una novia ha de esperar a su esposo y señor, porque quiero gozar de ti hasta el amanecer”. Guzmán lloraba, pero de contento, y casi no lograba articular palabra, pero respondió: “Mi señor, siempre estoy dispuesto para vos y más en esta noche de bodas. Pero no soy un príncipe sino un simple y pobre cuerpo que se atormenta y sufre si no está cerca su amo. Llenadme cuanto queráis y por todas partes, pues estoy hambriento de mi señor”.
Y tuvieron su encuentro carnal hasta enloquecer de delirio. Tantas veces entró la verga de Nuño en el cuerpo de Guzmán, que si en todas se hubiese corrido, habría litros de semen en las entrañas del muchacho, aún soltando parte al escurrirle patas abajo desde el ano. Y esta vez si que le dio fuerte y con ganas de taladrarlo y empalarlo de parte a parte. Era como si quisiese compensarlo por el casorio con Doña Sol y la mejor manera de hacerlo era dándole verga a mazo. Y si ella quedó escocida, el muchacho iba a terminar con el esfínter adormecido, perforado y abierto como la entrada de una gruta hecha por el paso de un cauce natural de agua.
Y con la calma y ya sin leche en los cojones los dos, Guzmán quiso saber si le había complacido su esposa y el conde sonriendo con algo de malicia le preguntó: “Qué quieres saber?. Sí me complació como mujer o si me gustó como hembra?”. “Perdón, mi amo. No quiero ser impertinente con esa pregunta y si os molesta dadla por no hecha”, se excuso el chaval. Pero Nuño lo agarró con fuerza y besándolo le dijo: “Guzmán, nadie puede complacerme como tú ni me gustará tanto su cuerpo y su compañía. Tú eres especial en todo. Y no niego que ella sea hermosa, tal y como has dicho algunas veces, e incluso yo diría que mejora desnuda”.
Guzmán abrió mucho los ojos y exclamó:”Desnuda del todo?. Como me veis a mí y yo a vos?”. Nuño rió y añadió: “Sí. Totalmente. Sin nada encima del cuerpo. Y es bonito y gracioso verlo tan pequeño y frágil. Es muy blanca, tanto como el marfil, casi. Y el pelo rojo le da fuerza a su cara, que sin embargo, siempre tiene una expresión dulce, como tú me decías. Tiene una cintura muy breve y las nalgas son diferentes a las tuyas”. “Os gustaron, señor?”, preguntó el crío. Y el conde se explicó mejor: “No las disfruté como cuando estoy contigo y te sobo y azoto antes de darte caña dentro del culo, pero sin ser tan redondas y tipo manzana como estas (dijo dándole una palmada en el trasero), que están recias y apretadas y cuesta pellizcártelas, las suyas se agrandan en la parte inferior y no tiemblan al tocarlas porque son firmes y muy agradables al tacto y son bonitas. Gusta mirarlas y quizás cuando ya la haya preñado se la meta también por el agujero del culo como a ti”.
Guzmán bajó los ojos y dijo algo triste: “Entonces será como estar conmigo, señor”. Pero Nuño lo desengañó: “Eso nunca. No hay agujero como el de mi amado ni nalgas más atractivas para follarlas. Nunca será como estar contigo, porque aún teniendo los dos culos juntos delante de mi verga, mi capullo siempre se tiraría a por el tuyo. Y puedo asegurarte que no tiene nada que ver meterla por un coño o por un ano. Mas si es de hombre y está tan bien hecho como ese que voy a tener que jodértelo otra vez, porque me has puesto cachondo de tanto hablar de culos. Anda. Mira para ese lado que te la voy a encastrar mientras seguimos hablando. Así... Y si me pones más burro todavía te jodo con más fuerza que antes. Cómo me gusta estar dentro de ti!”.
Guzmán emitió un ligero quejido y Nuño le preguntó: “Te duele?”. EL mancebo quiso callar pero el otro insistió apretando más: “Te duele si te calco hasta el fondo?”.Y el crío habló: “Mi señor, lo tengo irritado de tanto meterla, pero me gusta sentirla y tenerla dentro”. Nuño la sacó un poco y Guzmán protestó: “No, mi amo. No me privéis de daros placer, porque aunque me hagáis daño no me importa”. Y el conde lo apretó contra él y siguió hablando de su noche nupcial con Doña Sol y las diferencias del sexo con ella y él, sin para de moverse de dentro afuera, puesto que siendo tan jóvenes y sus cuerpos fuertes y llenos de vida, rebosaban lujuria y ganas de amarse hasta que se corrieron juntos otra vez.
Nadie podía poner en duda que las dos uniones matrimoniales estaban consumadas, tan sólo con ver como el conde les dejara sendos agujeros a la novia y al novio esa noche y la cantidad de leche que había repartido entre ellos. Y por fin durmió con quien más deseaba. Con quien su corazón le pedía y la inclinación sexual que sentía le llevaba a meterse en ese cuerpo que lo volvía loco de pasión.
Nuño se quedó como un tronco en cuanto cerró los ojos, pero Guzmán lo miraba en la penumbra colgado totalmente por el hombre que le había enseñado a vivir apreciando todos los resorte sexuales de su organismo, que la mano del conde tocaba como el mejor músico podría tañer un arpa acariciando o presionando sus cuerdas.
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