Un destello fugaz y casi imperceptible llamó la atención del mancebo y como un águila lanzó su mirada hacia un tejado donde le pareció ver esa involuntaria señal de su enemigo. Guzmán, sin encomendarse a nadie, se acercó al alero de un tejado y trepó por un canalón hasta llegar a las tejas. Parecía talmente un gato más casero que montés, porque tiene un agarre especial cuando se trata de recorrer techumbres, y se deslizó con agilidad sin dejarse ver hasta que se puso en un plano superior al del arquero agresor. Y, como si en lugar de un hombre fuese un cochino al que sacrificar en época de matanza, el chico salto sobre él y con su puñal le rebanó el gaznate.
Ahora ya estaba en igualdad de condiciones con los restantes malandrines, puesto que tenía un arco y flechas, y en eso no le ganaba nadie. Eran años de práctica en los bosques y donde ponía el ojo clavaba la flecha. Y desde allí, bien parapetado, sólo tenía que distinguir el punto donde apuntaría para hacer diana. En la calle, el conde y los senegaleses habían logrado cobijarse tras unas gruesas pilastras de madera que sostenían un alpendre y Nuño buscaba desesperado algún referente que le indicase por donde andaba su doncel. Hasta que oyó un primer quejido apagado seguido de un fuerte golpe al caer un cuerpo al suelo desde un tejado.
Era el segundo tirador que era cazado por Guzmán y moría con una flecha atravesada en su garganta por levantar la cabeza fuera de tiempo para apuntar contra el conde. Nuño se dio cuenta de donde estaría su amado y que pretendía hacer el solo, pero no podía moverse de su eventual trinchera, ya que en cuanto asomaba una oreja se la agujereaban sin ponerle otro pendiente que una flecha clavada en ella. Y la verdad eso no era nada estético ni mucho menos cómodo, sobre todo para recostar la cabeza en los almohadones de la casa de su amigo Aldalahá. Y por tanto se quedó quieto donde estaba, recomiéndose por no serle de más ayuda al valeroso zagal que tanto amaba.
Pero Guzmán tenía que andarse con más ojo, pues el que faltaba por abatir ya lo descubriera y al menor descuido el ensartado sería el chico. Sin embargo, era muy sagaz el crío para dejarse matar de una manera tan tonta y recurrió al viejo truco de lanzar algo para engañar con el ruido al otro, como lo hacía para distraer a un campesino para robarle alguna fruta de un árbol. Y le dio resultado le treta, porque el bobalicón que se tapaba con una chimenea, asomó la jeta y parte del pecho y lo cosió de un lado a otro sin hilo. Y ya no quedaban más, por lo cual podía bajar de los tejados y volver con el conde y los dos imesebelen.
Los dos esclavos de Senegal se postraron a los pies del zagal diciendo algo que él no entendía, pero que al conde le sonó como a un reconocimiento de soberanía sobre ellos. Nuño abrazó al chico y quiso reñirle por exponerse tanto y jugarse el pellejo por él, pero no logró decir más que: “Gracias por amar más mi vida que la tuya. Aunque esta vida también es tuya como la tuya mía. Te amo, mi doncel”. “Gracias, mi señor por quererme. Pero significa eso que ya no me castigareis como pensabais hacerlo en el salón del palacio?”, insinuó el zagal. Pero el conde dijo: “Una cosa no tiene nada que ver con la otra. Ahora fuiste un héroe y un verdadero campeón, pero al llegar a casa de Aldalahá sólo serás el mozalbete que se ha ganado esta mañana que su amo y señor le parta el culo antes de jodérselo. Está claro?”. Y Guzmán respondió: “Sí, mi amo. Porque creo que estoy mucho más mojado que antes y ahora puede ser algo de meo por el miedo que pasé, mi señor. No soy tan valiente como creéis”. Y Nuño le dijo: “Lo eres aunque te hayas meado vivo. Pocos harían lo que has hecho tú por salvarnos a ellos y a mí. Quién iba a imaginar que un jovenzuelo salvase a dos guerreros invencibles y a un noble señor armado caballero por la mano del propio rey, el solo y con un pequeño puñal!”. “Y un arco, señor. También dispuse de un arco con flechas. Y eso es mucho para mí. Nadie se me resiste”, agregó Guzmán.
Cuando relataron a Aldalahá lo sucedido y de que manera Guzmán les había salvado, éste no tenía palabras para ensalzar al nieto del califa. Ya no había quien lo convenciese de lo contrario y le pidió por lo más sagrado al conde que le dejase proteger la vida del joven príncipe. El noble almohade dobló el número de esclavos encargados exclusivamente de la guardia personal del muchacho, entregándoselos al conde como si éste fuese tan sólo el capitán de esa escolta destinada a morir por su señor natural.
Pero Guzmán antes que tanta parafernalia y palabrería, que podía ser hasta empalagosa o sonar demasiado aduladora de no estar seguro de las buenas intenciones y el verdadero afecto que sentía Aldalahá por su persona y la del conde, prefería que su señor lo llevase a sus aposentos y le arreglase las cuentas por mojar las calzas en el palacio del rey.
Así que en cuanto Aldalahá terminó con su perorata, en la que parte de las palabras eran en árabe, el conde dijo que necesitaban descansar de tantos ajetreos y sobresaltos y se llevó a Guzmán al catre. En realidad los mullidos almohadones de seda y tafetán tenían muy poco de ser un humilde camastro, pero tal y como trataba a veces al chico al darle por el culo, tanto lujo y comodidad no lo hacían muy diferente a la más humilde cama en la que una moza se abría de patas por unos cuantos marabedís.
Y como un hombre de palabra ha de cumplir lo que dice, el conde, ante los ojos de almendra de los dos eunucos, se sentó en un banco tapizado en cordobán y poniendo a Guzmán desnudo y con el culo en pompa sobre sus piernas, le atizó con todas sus ganas y la mano abierta unos azotes que le dejaron las nalgas inflamadas de lujuria. Y, sin tiempo para recuperarse de la sonora azotaina, lo puso a cuatro patas sobre los cojines y se lo benefició de una forma brutal. Tanto, que decir como a una perra sería poco real. Le partió literalmente el culo y los eunucos tuvieron que ponerle algo que le calmara la irritación y le curara la fisura que le produjo en el ano.
Pero el conde estaba muy cachondo por las tensiones pasadas y no dudó en agarrar por un brazo a Hassam para sacudirle en las nalgas y lo mismo hizo con Abdul, que le dejó su redondo y carnoso culo como un pandero encarnado. Luego los acostó con el culo hacia arriba a cada lado de Guzmán y se los folló por turno besando al doncel.
Cuando quedó rendido de tanta jodienda, el conde se relajó y besó a los dos esclavos en la frente antes de mandarlos fuera del aposento. Quería quedarse solo con Guzmán y tener un rato de intimidad con el muchacho, ya que desde que tenía a esos dos putos castrados, ni meaba sin la presencia de ellos como testigos y ya estaba un poco harto de hacerlo todo delante del ese par de estériles. Hasta ahora nunca necesitara que le lavasen después de cagar o le limpiasen la verga nada más terminar de correrse dentro de un culo. Aunque tenía que reconocer que los dos críos eran un encanto y tenían unas manos prodigiosas para dar esos toqueteos que llamaban masajes.
Lo que no podía olvidar era que esos eunucos pertenecían realmente a Guzmán, porque lo adoraban, y le servían con una devoción que emocionaba al conde. Por otra parte, la boda estaba muy cercana y si tenía que quedarse por las noches con su mujer, estos dos pija corta le harían mucha compañía a su amado mancebo para no encontrarse tan solo en ese enorme lecho de almohadas. Y sólo pensar en ello le entraban escalofríos, fuese por tener que estar en una cama con Doña Sol o por no estar en ella con el chico. A veces le parecía un problema insalvable lo de casarse y fornicar con una mujer, aunque la justificación fuese la descendencia y la perpetuación del apellido y sus títulos dentro de su familia.
En cualquier caso no había vuelta atrás y le esperaba el altar antes de ir a Granada con Guzmán.
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