Los eunucos tuvieron que despertarlos porque había llegado a la casa un mensajero del rey convocando al conde a una audiencia con su majestad. A Guzmán le costaba despertarse y se hacía el remolón para abandonar el lecho. Y Nuño recurrió a algo infalible. Le dio unas cachetadas en las nalgas y lo montó dándole los buenos días por el culo con una buena dosis de esperma. Eso despejó al crío con más rapidez que un jarro de agua fría.
Los eunucos los bañaron y acicalaron para ir a la corte y Aldalahá dispuso que seis guerreros los escoltasen por si se repetía algún ataque por sorpresa. Impresionaba ver por la calles de Sevilla tal comitiva de hombres a caballo. Media docena, fuertes y temibles, con monturas potentes de remos y ancas, y dos jóvenes esbeltos, pero fornidos, y muy bellos y ricamente vestidos. Cualquier mujer que los veía pasar se quedaba mirándolos, quizás prendaba de ellos y hasta posiblemente soñase con sus cuerpos tumbados sobre ella clavándole la polla en el coño.
Mientras Don Nuño se dirigía a la cámara del rey, Guzmán quiso presentar sus respetos a Doña Sol, su amiga, señora y rival, y la encontró sentada en su aposento mirando por la ventana, como pensando en libertades nuevas que le permitiesen volar como los pájaros, pero que en realidad lo que imaginaba la joven era otra noche de placer con su esposo todavía más intensa y alocada, hasta quedar exhausta y rendida sobre el lecho con la entrepierna como una alcachofa en vinagre pisoteada por un garañón en pleno celo de su yegua.
La muchacha sonrió al chico con los ojos iluminados y la faz reluciente de gozo, tanto por verlo de nuevo como por el estado de gracia en que se encontraba tras el primer encuentro cuerpo a cuerpo con el conde. Guzmán, que sabía lo bien follada que la dejara su amante, sonrió también y le dieron ganas de tocarse el ano como diciéndole que si ella tenía el coño hirviendo, su agujero del culo echaba fuego, puesto que Nuño se lo había follado más veces y con más fuerza y pasión. Y sin ir más lejos, todavía tenía restos de su leche dentro del vientre del polvo matinal que le había metido.
Los dos críos se miraban deseando contarse sus cuitas, que tenían el mismo origen y versaban sobre idéntica cuestión, la verga del conde y el gozo de ellos al tenerla dentro de sus cuerpos. Sin embargo, algo les impedía sincerarse y levantar el velo de hipócrita censura que les hacía callar y gritar a los cuatro vientos la pasión por el mismo hombre, que les consumía el alma a los dos, y el vicio por ser carne para su placer. Pero no era del todo exacto eso, ya que si bien era totalmente cierto para Guzmán, para ella sólo en parte. Al ver al mancebo se reavivó la atracción que le provocaba y no pudo evitar clavarle los ojos en el apetitoso paquete que se insinuaba bajo las calzas. Pero de todos modos, al ver al muchacho, se percató que tan sólo era un crío en comparación con el hombre hecho y fortachón que era su marido. Cada muslo de su esposo casi doblaba en anchura a los del chaval, por no decir los bíceps y tríceps, que eran mucho más rotundos y voluminosos que los del chico. De todos modos el conjunto armónico del cuerpo de Guzmán era muy atractivo y su cara era tan hermosa que daban ganas de besarlo y no parar hasta desgastarle las mejillas y comerle los labios tan bien dibujados y siempre húmedos enmarcando la boca.
Y Doña sol no se reprimió más y sujetando las manos del mancebo lo besó. Primero sólo fue en una mejilla y el zagal se puso rojo y tartamudeando le rogó a la joven que no hiciera eso. Era su amiga y la quería como tal, pero ahora ya era la esposa de su amante y le debía cuando menos respeto y lealtad a su señor. Aunque lo cierto era que a Guzmán no le atraían otros besos que no fuesen los de Nuño. Mas Doña Sol se quedó con el regusto de su piel y volvió a besarle la otra mejilla y sin dejar de mirarle a los ojos, negros como la noche y luminosos como las estrellas, posó sus labios en los de Guzmán y la chica tembló y el rubor cubrió su cara y despegó la boca entreabierta y húmeda de libidinosa lascivia.
Guzmán estuvo a punto de echar a correr como un niño asustado, pero ella lo agarró con fuerza por un brazos y le dijo: “Guzmán, amigo mío, soy tan feliz siendo de mi señor y esposo, que quiero amar todo lo que es suyo. Y tú eres su más valiosa pertenencia y el ser que más ama mi marido. Y yo he de amarte también, porque estoy segura que lo aprobará de buen grado Don Nuño. Guzmán eres mi mejor amigo y quiero que además seas mi confidente, ya que tú puedes entender lo que siente mi corazón y desea. Creo, amigo mío, que nuestros anhelos no andan por caminos muy separados. No tomes lo que he hecho como algo malo o desleal hacia tu señor, sino como una prueba de mi afecto por ti”. Guzmán se tranquilizó y respondió: “Mi señora, yo sólo soy un siervo del conde y vos su esposa y no soy digno de la confianza que me dais. Pero os aprecio y quiero, porque habéis sido muy amable y cariñosa conmigo desde que os conocí y vuestra compañía me es muy agradable. Y ahora, como mi señora, contáis también con mi lealtad absoluta”. “No quiero ser tu señora sino tu amiga”, añadió Doña Sol, que en el fondo estaba ansiosa por verlo en cueros y tocarle la carne que se le antojaba dura y tersa, sin dejar de ser suave como la seda. Y también coger entre su dedos el precioso pene que ya le había visto y que no le pareció tan gordo como el de Nuño. Después de ver y catar la de Nuño, la joven ya dudaba de que las pollas de los hombres fuesen todas iguales en tamaño y calibre.
Y la dama le propuso al doncel jugar una partida de ajedrez y el perdedor (ella daba por hecho que sería la ganadora) tendría que pagar una prenda, la que quisiese quien venciese en cada partida. Y, como esperaba, la joven ganaba una tras otra con jaque a la reina primero para enlazar con un inapelable jaque al rey. Y Guzmán tenía que pagar la prenda que ella estipulase. La primera fue un beso inocente. La segunda un beso en la boca, pero largo y húmedo. Y la tercera consistió en ver el miembro viril del chaval. Guzmán creyó que la dama deliraba y se levantó como una centella para salir corriendo del aposento e ir a refugiarse al otro en el que estaba Doña Petra con el resto de las damas y criadas de la joven señora. Pero Dona Sol exigió su prenda con energía y voz imperiosa y el crío bajó al mirada hacia el paquete y se desató el cierre que lo guardaba.
La dama observaba atenta esperando la salida del pene para verlo despacio y compararlo con el de Nuño, pero la dejó desilusionada al verlo flácido y pequeño, aunque no dejaba de ser bonito también. Y exclamó: “Qué diferencia con el del conde!. No sólo es más que pequeño y delgado, sino que cuelga y no es rígido y duro. O al menos eso parece”. Y sin más lo agarró y apretó para comprobar su consistencia. Y al instante aquello comenzó a coger tono y dureza y lo que sólo era un pito se volvió polla. Y la chica suspiró diciendo: “Esto es otra cosa, Guzmán. Tú tampoco estás desarmado para atacar a una mujer con ese ariete y romperle su defensas. Cuantas han gozado con este aparato de carne tiesa y compacta como un leño?”. El chico se puso como una grana y respondió: “Ninguna, mi señora”. Y ella siguió acariciando la verga de Guzmán que crecía y endurecía con cada caricia hasta llegar a su pleno apogeo.
Y Doña Sol miró con descaro al chico y le preguntó: “Para quién la reservas, Guzmán?. Es potente y hermosa y apetece comértela. Te haré mi primera confidencia importante y secreta. La pasada noche se la comí a mi esposo y ese sabor me gustó. Pero no me dio ese líquido que suelta. Eso me lo metió dentro del vientre para fecundarme y siento su vida en mí”. El crío sentía que perdía la consciencia y respondió: “Señora, os lo ruego, dejad que guarde mi virilidad y no sigáis atormentándome”.
Ella cedió y Guzmán se tapó las vergüenzas, que ya soltaban babas, y se fue en busca de su amante y señor, desolado por el remordimiento.
interesante la similitud de Guzman con Yusuf de Egipto; un personaje con muchas convergencias
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