Autor: Maestro Andreas

miércoles, 18 de mayo de 2011

Capítulo XLII

Guzmán encontró a Don Froilán en la antecámara regia y se saludaron efusivamente, aunque el joven noble advirtió la desazón y el acaloramiento en el rostro del mancebo. “Qué dama te atacó poniéndote en un aprieto, mi bello doncel?”, preguntó el primo de la reina. “Por favor, Don Froilán, no os burléis de mí, que bastante apurado vengo. Dónde está mi señor el conde?”, suplicó Guzmán. “Con el rey”, contestó lacónicamente el otro joven.

Y así era. Nuño llevaba conversando con el monarca largo rato de muchas cosas, pero las más destacadas fueron su felicitación por enarbolar tan alto el pabellón de macho de casta al dejar tan contenta a su joven esposa, tal y como ya le había comentado la reina. Y dejando pronto al margen esas trivialidades, el rey le había anunciado que para festejar su enlace había decidido organizar un torneo y una gran montería, que tendría lugar antes de su viaje a Granada. Pero había dos condiciones, mejor dicho tres. La primera era una prohibición tajante. En el torneo no podía poner en peligro su vida, puesto que primaba el servicio al rey ante la corte del rey nazarí. Y si retaba al marqués o éste a él, la lucha nunca sería a muerte, so pena de ser asaetado en el acto el infractor por los arqueros de su guardia. La segunda consistía en que durante la montería tanto él como su paje estarían al lado del rey todo el tiempo sin despegarse de su real persona hasta el final. Nuño no puso objeciones a tales exigencias del soberano, pero sí lo hizo con la tercera.
Esta otra condición no podía cumplirla de buena gana ni estaba dispuesto a acatarla, aunque fuese orden y voluntad del rey. Don Alfonso X, le decía que Guzmán pasaría a su servicio como doncel del rey de Castilla y no podría seguir siendo ni su paje ni su escudero. Al oír esto al conde se le nubló la vista y creyó morir en el acto. Qué pasaba para que a su Señor se le ocurriese tal cosa?. Es que el poderoso monarca también se había enamorado del mancebo?.

Pero no era eso lo que impulsaba al rey a conservar en su entorno inmediato al chico. Su tío, el Infante Don Alfonso de Molina, había despertado su interés y curiosidad por el parecido del muchacho con su difunto hermano Don Fernando. Y estando escribiendo sus poesías, al rey sabio se le despertó la memoria y como una centella que la iluminase le vino a la mente un nombre. El del niño que tuvo la mujer que se casó en secreto con el infante. Y ese nombre no era otro que el de Guzmán. Guzmán Fernández de Borgoña, que ese fuera el apelativo para el recién nacido al bautizarlo también en el más riguroso secreto. El zagal del conde era su sobrino.

Y mientras no tuviese hijos, el muchacho también contaba en la línea de sucesión a la corona de todos sus reinos. Por eso al conde le decía: “Nuño, no es un simple zagal, ni un paje o escudero, sino que lleva mi sangre y podría ser mi heredero. Aunque no se sepa su origen por el momento, debe vivir conforme a su condición y permanecer a mi lado como doncel, aún no desvelando su nacimiento y la sangre real que le otorgan un rango superior al de cualquier noble. Su vida y su seguridad son muy valiosas para mi y los intereses del reino”.

A Nuño le flaquearon las piernas y no reprimió ante el rey su disgusto. Rogó al monarca que no intentase quitarle al muchacho, porque antes renunciaría a sus títulos y tierras que a él. El rey quedó asombrado por la actitud del conde, pero disimuló sus sospechas y le preguntó: “Tanto necesitáis a ese mancebo?”. “Sí, mi Señor. Ese muchacho es parte de mi vida y si teméis por su seguridad, os juro, Señor, que antes daré toda mi sangre que dejar que toquen un solo pelo de su cabeza”, dijo Nuño muy resuelto. El rey sonrió irónico y contestó: “Mi buen Nuño, que yo sepa, hasta ahora fue el chico quien os salvó por lo menos dos veces de una muerte segura. Pero quiero comprender vuestra inclinación por el zagal y aplazaré esta decisión hasta después de los festejos. Antes veré como respira el chico y cuales son sus deseos. Mi intención es compensarle por la vida de la que le privaron las circunstancias. Aún no he decidido cual será su destino, pero puede que le conceda un señorío y acuerde un matrimonio ventajoso para los intereses del reino, o lo entregue a la iglesia como titular de una abadía u obispado. Nunca olvidéis, conde que estamos hablando de mi sobrino y por ello de alguien más noble y principal que vos, al que deberéis respetar y servir como a mí mismo. Ese es mi deseo en cualquier caso, señor conde”.
Al salir de la cámara del rey, Nuño llevaba demudada la color y le temblaban las manos. No podía ser cierto que su vida con su amado estuviese en peligro o a punto de acabar. Qué podía importarle a Guzmán y a él el origen del chico y si su sangre era o no como la del soberano de Castilla. El mancebo era suyo y no del rey y menos de todos los reinos que pudiese acumular su Señor, ni había nacido para la iglesia. Y si era preciso se escaparía a otras tierras con el muchacho y los dos vivirían de la caza como furtivos, antes de que le privasen de su compañía y el placer de gozarlo, porque su amor nadie ni nada lograría apagarlo y destruirlo. Y cómo se lo diría a Guzmán?. Era mejor callar y ocultarle ese problema antes de que fuese a producirse la temida separación. Y llegado el momento, sólo le ordenaría que cogiese su arco y su puñal y que montase sobre Siroco para salir a galope tendido hacia la libertad y a una vida nueva para los dos.
Guzmán lo vio nada más cruzar el umbral de la puerta y se fue hacia él como un naufrago que divisa una tabla de salvación en medio del mar. Nuño quiso disimular su disgusto, pero su garganta estaba seca y no lograba desempañar los ojos viendo al chaval. Froilán, mucho más sagaz y avispado, caló al conde y se preocupó sin saber el alcance de lo que sucedía. Y el noble le sugirió a su amigo que fuese a ver a su esposa con la excusa de acallar las consabidas habladuría que toda boda de conveniencia acarreaba entre los cortesanos y sus damas.

Nuño no estaba para florituras galantes, pero entendió la propuesta de Froilán y le pidió que lo acompañase un rato y le ordenó al chico que volviese al palacio de Aldalahá protegido por su escolta. Guzmán protestó tanto por mandarlo para casa como por dejar al conde solo, pero Nuño le regañó muy serio y le prometió un puntapié sino obedecía de inmediato.

A regañadientes el crío se fue y Froilán le preguntó a su amigo que pasaba. Nuño se desmoronó y tuvo que tomar asiento en el patio de las doncellas. Y le habló a Froilán: “Amigo mío, mi destino es trágico”. “Qué sucede, Nuño?”, inquirió el primo de la reina. Y el conde prosiguió casi llorando: “El rey sabe quien es Guzmán y quiere que sea su doncel. Y aunque todavía no ha decidido que hará con él, cualquiera de las opciones son nefastas para los dos. Si llegase a ser su sucesor, toda relación con el crío sería imposible. Y si no lo es, le dará un señorío y le buscará una esposa que convenga al reino. Y si no es eso, lo hará obispo o abad. Y yo me moriré sin él, Froilán”. “Eso es terrible!”, exclamó Froilán. Y añadió el joven noble: “Nuño, supongo que no estaréis dispuesto a aceptar tal cosa?”. “No”, dijo el conde con rotundidad. Y Nuño prosiguió: “Antes, huiré con él a otra tierra aunque haya de renunciar a todo lo que poseo. Nunca abandonaré a ese muchacho, ni nadie me lo quitará por muy rey que sea”. “Y Doña Sol?”, apuntó Froilán. “Ella puede elegir. O se queda o se viene con nosotros. Y si no viene que se quede con todo. Eso me da igual. Y si ya está encinta y nace un hijo mío, que lo cuide y algún día podré conocerlo”. Pero el amor por Guzmán es lo más importante para mí y el resto queda en un segundo plano, amigo mío”.
Froilán sopesó las palabras del conde y temió una tragedia. Por el amor al mancebo estaba dispuesto a revelarse contra su rey si era preciso. Y eso incluía abandonar títulos, nombre, tierras, honores y familia. El primo de la reina se admiró al comprobar hasta que punto amaba el conde a Guzmán y lo abrazó diciendo: “Nunca estarás solo con Guzmán y frente al resto del mundo. Cuentas conmigo, amigo. Y si tienes que huir de estos reinos vendréis los dos a mis tierras en Aragón. Yo me encargo que el suegro del rey no os devuelva a sus manos. Pero haré lo imposible porque vuestro amor quede a salvo. Y que la suerte me depare vivir un sentimiento tan hermoso. Nuño, no te preocupes que todo se solucionará”.
Y algo más animado, el conde entró en las habitaciones de su esposa con la intención de echarle otro polvo.

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