Autor: Maestro Andreas

miércoles, 30 de marzo de 2011

Capítulo XXIV

Guzmán se arrojó al cuello de Nuño al verlo entrar en la alcoba y los eunucos, nerviosos, reían y lloraban viendo la emoción en la cara de su amo y la alegría del otro muchacho que lo besó en la boca transformando en dicha toda la angustia pasada esperándolo. El conde no dijo nada, pero su silencio y sus besos fueron mucho más elocuentes que el mejor de los discursos.

Pero Guzmán sí le habló a su amo: “Mi señor, por qué intentas que muera sin estar a tu lado?. No me protejas de ese modo, puesto que sabes que si tú no vuelves con vida, yo me la quitaré de inmediato. Así que deja que respire el último aliento contigo y si puedo evite tu muerte y la mía. Prefiero mil veces la pelea junto a mi amo que padecer otra vez esta desazón que me mata. Ni los cuidados y masajes de estos dos muchachos han podido calmar mi angustia, mi señor”.

El conde sonrió y le contestó: Así que mientras yo corría peligro te estaban metiendo mano estos dos putos castrados!. Venir aquí los dos que voy a dejaros el culo como un brasero por sobar a mi amado!”. Los eunucos se acurrucaron en un rincón de la estancia, miedosos de que el amo les zurrase con el mimbre, pero éste los agarró por un brazo a cada uno y los tumbó de bruces sobre los acolchados cojines y les puso el culo al aire, expuesto a una buena azotaina.

Guzmán se quedó serio y alarmado por el inminente castigo que le esperaba a los esclavos por su causa, pero no se dio cuenta que su amo sabía quitar hierro a una situación todavía tensa y trágica y sólo pretendía darles a los dos chicos el premio prometido antes de marcharse al monasterio.

Nuño se tumbó entre los dos muchachos , que temblaban, y les manoseó las nalgas al mismo tiempo diciéndoles: “Me gustan estos dos culos y os prometí doble ración de polla por cuidar a mi zagal. Y vuestro amo siempre cumple lo que promete. Así que empezaré por ti, Hassam, que tienes unas ancas recias, pero cómodas, y te voy a endiñar un polvo hasta dejarte el agujero como un comedero de pollos. Luego te tocará a ti, Abdul, que tus posaderas son como dos panes recién horneados y tostados en la corteza, pero tiernos y esponjosos en la miga. Te penetraré hasta llegar lo más hondo posible y te llenaré de leche que después se comerá Hassam en cuanto te saque la verga del culo... Y más tarde será al contrario y tú lamerás la savia que brote del ano de Hassam al terminar de follarlo, después de perforarte el agujero a ti otra vez.... Y tú, Guzmán, tendrás que aguardar a que me reponga y más tarde, antes de que cojas el sueño dándome tu espalda, te la meteré y te preñaré como cada noche. Pero no te separes de mi lado mientras cubro a estos dos, porque quiero sobarte y besarte para calentarme más y darles por el culo con más energía... Te quiero, Guzmán...Y perdona el miedo que pasaste por mi vida”.
Nunca antes el conde había pedido perdón a nadie por nada y ahora lo hacía por haber hecho que su amado sufriese por él. Guzmán le respondió: “Mi amo, sufro con gusto todo aquello que sea por el bien y la dicha de mi señor. Os amo y no hay más vida para mí que veros gozar y ser feliz. Ellos también os respetan y son fieles a vos como perros, por eso merecen la recompensa que le vais a dar, mi señor”.

Y el conde les dio a los eunucos su premio y Guzmán durmió caliente por dentro, como de costumbre, con las tripas encharcadas de semen y feliz entre los brazos de su amo. Y al despuntar el día aún permanecían dormidos los cuatro, agotados de tantas emociones y placer. Y fue el conde el que abrió los ojos primero y despertó a sus esclavos porque esa mañana debía volver a la corte.

Los patios y salas del alcázar ofrecían un brillante aspecto entre cortesanos, clérigos, prelados, damas, criados, funcionarios reales, soldados y bufones. El rey recibía en audiencia al primado de Toledo, acompañado del ordinario del lugar, el arzobispo de Sevilla, y los grandes maestres de las órdenes militares de Calatraba y Santiago. El conde vio la oportunidad de cumplir con Doña Sol y le dijo a Guzmán que lo acompañase a los aposentos de la dama, pero el chico le dijo: “Mi amo, iré donde me ordenéis, pero creo que esta vez es preferible que veáis a vuestra prometida sin mi compañía y le entreguéis el regalo. Yo esperaré en los jardines, junto a la fuente, y veré las flores y pájaros extraños que adornan esos hermosos lugares de este palacio”.
Al conde no le hacía ninguna gracia separarse ni un minuto del mancebo y menos en esa corte de buitres y carroñeros, pero comprendió la razón que apuntaba su amado y accedió de mala gana a dejarlo solo. Y nada más irse el conde, apareció Don Froilán, que vio al aguilucho desprotegido del águila y como un gavilán se presto a birlarle la cría o al menos a darle un muerdo.

El encantador y guapo primo de la reina se aproximó a Guzmán por la espalda y el chico dio un respingo al notar que una mano le tocaba en el hombro. Al girarse con rapidez, el chico se topó de frente con el apuesto caballero y se turbó enrojeciendo sin querer al recordar los piropos que le había dedicado la primera vez que se vieron.

Don Froilán lo saludó muy cortés y el chaval respondió respetuoso y sin mirarle a los ojos. Y el otro joven, más audaz y resabiado que el mancebo, le dijo: “Muchacho, tenéis calor aún a pesar del frescor de este chafariz?”. “No, señor”, negó Guzmán. Y el noble añadió: “Pues vuestras mejillas parecen indicar otra cosa. A no ser que se os suba la sangre al verme. Pero si es así, prefiero que sea otra cabeza la que riegue y enrojezca. Ese jubón deja ver vuestro bulto y no parece que sea esa cabeza la que se enardezca al mirarme. Será rubor de adolescente, entonces. Sea cual sea el motivo de vuestro sonrojo, estáis aún más hermoso que la primera vez que os vi con el conde.... Por cierto, dónde está vuestro señor y cómo os ha dejado tan solo?”. “Cumplimentando a su prometida, mi señora Doña Sol, señor”, contestó el mancebo. Y Don Froilán le dijo: “Las damas siempre reclaman lo que creen suyo, mi bello doncel. Tened cuidado, porque una mujer celosa puede ser letal. Y sería una pena que a un muchacho tan agraciado pudiese ocurrirle algo malo por no saber cuidarse de una mujer. Amad a vuestro conde, pero nunca mostréis ese amor ante ella. Es un consejo de amigo sino puedo ser otra cosa para vos, Guzmán. Esos ojos y esa boca merecen dedicarles una vida de adoración y pasión. Por no entrar en otros detalles de ese cuerpo que me fascina y recuerdo cada noche en la soledad de mi alcoba. Os cubriría de oro si me amaseis y toda la corte os respetaría. Vuestra mirada es un puñal que se clava en el cerebro y su herida nunca más cicatriza para no olvidar esos ojos como tizones abrasadores”. “Perdón, señor”, le interrumpió Guzmán y añadió: “No creo que podáis sentir de verdad todo cuanto dice vuestra boca. Ni me conocéis ni me habéis tratado lo suficiente como para esos excesos verbales y efusiones. Además, pertenezco a otro caballero, como ya sabéis, y es mi único dueño y señor para toda la vida. Las riquezas y honores no me servirían de nada porque sólo soy un esclavo del conde, señor. Os ruego que no me turbéis porque no pretendo despreciaros sino llegar a estimar vuestro afecto, ya que entendéis mi situación.”. Y Don Froilán le contestó algo triste: “La entiendo, sí. Y quiera el destino que me reserve un amor como el que vos sentís por el conde Don Nuño. Perdonar mis insinuaciones, pero sois demasiado hermoso para no intentarlo al menos. Qué suerte tiene el conde al gozaros!”.
Y antes de irse Don Froilán, otro personaje hizo su aparición en los jardines y se acercó a los dos jóvenes. El primo de la reina le saludó con respeto y familiaridad y le presentó a Guzmán diciendo: “Alteza, permitidme que os presente a este joven.... Su nombre es Guzmán y es un paje de Don Nuño. Pero, por su porte, bien pudiera ser un príncipe como vos, Don Alfonso”. El recién llegado le dio a besar su anillo al mancebo y le dijo: “Muchacho, los príncipes sólo somos hombres y los títulos los tenemos porque otros nos los dan y mantienen. Pero el verdadero mérito y grandeza sólo se lleva en el alma. Y eso no nos lo da nadie. Eso se gana haciéndolo uno mismo día a día. Y tú, aún sin títulos para unos, puedes ser un príncipe para otros. Para mí, eres un joven afortunado por tus prendas. Y no me refiero sólo a las del cuerpo, ya que mi Señora la reina, y su pupila, Doña Sol, me han hablado de ti”. “De mí, Señor?” Exclamó el chaval asustado. El infante sonrió y dijo: “Sí, de ti. Y no temas que no me han dicho nada malo. Lo que espero es conoceros mejor y juzgar por mi mismo. Os saludo a los dos y me retiro, ya que me espera mi sobrino, el rey”.

Guzmán no daba crédito a las palabras de aquel hombre y preguntó sorprendido a Don Froilán: “Señor, qué quiso decir este hombre?”. El otro se rió de la cara de susto del zagal y le contestó: “Guzmán, no pienses mal de todo el que alabe tu belleza. Este hombre, como tu dices, es Don Alfonso de Molina, infante de León y de Castilla, hermano del difunto rey Don Fernando III y tío de nuestro rey. Es una de las mejores personas de la corte y el más noble de los caballeros. Te conviene contar con su protección, aunque el conde, tu señor, ya cuenta con ella. Y ahora te dejo, que me reclaman mis ocupaciones cerca de la reina”. Y Don Froilán ya se despedía de Guzmán, cuando tres hombres de armas irrumpieron de pronto y, ante las narices del primo de la reina, sujetaron al chaval y se lo llevaron por la fuerza.
Don Froilán echó a correr y buscó desesperado a Nuño para advertirle del secuestro de su amado paje, lamentando que le rompiese el corazón la noticia, que incluso a él apenaba.

1 comentario:

  1. la historia esta madurando con cada capitulo. Os felicito de verdad, casi puefo imaginar los rostros parajes y emociones como en una pelicula... saludos desde OZ.

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